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Tú eres tu inconsciente

Deja de rechazar tu inconsciente si quieres tener una mente integrada

Yosemite Falls
Si la consciencia es la cascada, el inconsciente es el río que la alimenta. Cataratas de Yosemite. Foto del autor. Junio de 2024.

El consciente y el inconsciente

He llegado a la conclusión de que estamos planteando mal los principales problemas de la mente: el problema de la consciencia y el problema del libre albedrío.

Pensamos que nuestra experiencia subjetiva es todo lo que ocurre en nuestra mente cuando, en realidad, es sólo una pequeña parte.

Una de las muchas tonterías que oímos decir sobre la consciencia es que es una ilusión. No lo es, la consciencia es real. Lo que es una ilusión es considerarla algo separado del resto de la mente, que es inconsciente. Si miras a la evidencia, te das cuenta de que hay una separación difusa entre lo consciente y lo inconsciente. Hay un constante flujo entre los dos.

Como sostiene Daniel Dennett en su libro Consciousness Explained (La consciencia explicada), el que consideres consciente o inconsciente algo que ocurre en tu mente depende de si lo estás experimentando ahora o intentas recordarlo más tarde. Algo que es ahora claramente consciente puede parecer inconsciente más tarde porque lo has olvidado.

En otras palabras, somos conscientes de las cosas que están presentes en la memoria de trabajo, el espacio en nuestra mente donde manipulamos sensaciones, ideas, recuerdos y emociones. Sin embargo, tendemos a olvidar la mayoría de las cosas que estaban en la memoria de trabajo hace un momento. Entonces, ¿cómo sabemos que éramos conscientes de ellas?

El falso conflicto entre lo consciente y lo inconsciente

La cuestión clave es: ¿quiénes somos?

La gente piensa que sólo somos la parte consciente de su mente. Si es así, todo lo que hace el inconsciente les parece que lo hace otra persona. Cuando se dan cuenta de la fuerte influencia que el inconsciente tiene sobre ellos, sienten que pierden el control. Es como si otra persona dirigiera sus mentes. Esto, inevitablemente, lleva a la conclusión de que no tenemos libre albedrío.

De hecho, somos tanto nuestro consciente como nuestro inconsciente, porque no hay separación entre ellos.

Cuando nos damos cuenta de que somos la totalidad de nuestra mente, consciente e inconsciente, comprendemos que realmente somos capaces de tomar decisiones, aunque siempre surjan del inconsciente. Lo que arroja una nueva luz sobre el problema del libre albedrío.

Cómo funciona la mente

Recopilando todo lo que sé sobre neurociencia, así es como creo que funciona nuestra mente.

Nuestro cerebro está siendo constantemente bombardeado por un aluvión de sensaciones: visuales, auditivas, táctiles, olfativas, gustativas, dolor, picor y sensaciones internas. Estas sensaciones deben priorizarse en función de su valor para la supervivencia y su relevancia para lo que estamos haciendo en ese momento. El cerebro lo hace asignando una emoción a cada sensación. Las sensaciones que despiertan emociones fuertes —por ejemplo, el dolor— tienen mayor prioridad, lo que se denomina saliencia. Otras sensaciones adquieren prioridad porque son relevantes para lo que estamos haciendo. Por ejemplo, si estoy escalando, la sensación táctil de las presas en mis manos gana saliencia.

Las sensaciones más destacadas se reúnen en una representación del mundo construida en un espacio de trabajo en nuestra mente, donde se utiliza para tomar decisiones sobre qué hacer a continuación.

En mi ejemplo de la escalada, la representación visual de la pared rocosa se une a las sensaciones de mis manos y pies y a las sensaciones internas sobre la posición de mi cuerpo y la tensión de mis músculos. Esto me permite tomar la decisión sobre el siguiente movimiento. Puedo soltar la mano derecha sin caerme y agarrarme a lo que veo a mi alcance.

Sólo soy consciente de lo que hay en el espacio de trabajo en cada momento. La consciencia y el espacio de trabajo son similares. Sin embargo, esto es sólo una parte de la historia. El espacio de trabajo funciona porque hay una serie de sensaciones entrantes que se alinean para entrar en él en la parte inconsciente de la mente. Una vez que las sensaciones dejan de ser relevantes, pierden saliencia y son relegadas de nuevo al inconsciente. El inconsciente fluye hacia el consciente y de vuelta al inconsciente.

Si la consciencia es una cascada, el inconsciente es el río. El río desemboca en una cascada, que vuelve a formar un río. No hay cascada sin río.

Según esta visión, el inconsciente es algo intrínseco al funcionamiento de la mente. No es ese cuarto oscuro lleno de monstruos que pintaron los primeros psicoanalistas. No se crea porque reprimamos ciertos contenidos mentales que nos resultan traumatizantes. Es posible que exista un subconsciente reprimido, pero formaría una pequeña parte del inconsciente.

Cómo se toman las decisiones

Por lo tanto, las decisiones no las toma la consciencia.

Durante la escalada, el ensamblaje de los movimientos para alcanzar el siguiente punto de apoyo se produce inconscientemente en el córtex motor y el cerebelo. Incluso la orden de "adelante" para iniciar la acción del siguiente movimiento la da el inconsciente y se presenta a la consciencia después del hecho. Esto se debe a que se necesita un tiempo relativamente largo para construir una representación en el espacio de trabajo de la consciencia, por lo que todo tiene que suceder antes de que nos demos cuenta de que ha sucedido.

El neurocientífico Antonio Damasio resumió esta idea diciendo que "siempre llegamos tarde a la consciencia".

Si creemos que las únicas decisiones que cuentan para el libre albedrío son las decisiones tomadas por la consciencia, entonces no tenemos libre albedrío, porque cada decisión es ensamblada y tomada por el inconsciente. Pero si creemos que las decisiones que ocurren en mi mente son mis decisiones, entonces que se tomen a nivel inconsciente no invalida el libre albedrío. Yo decido, porque ese "yo" es mi inconsciente y mi consciente trabajando juntos.

No hay separación entre el inconsciente y el consciente. La mente no funciona así.

Emociones

Empezando por el famoso caso de Phineas Gage y siguiendo por los numerosos experimentos realizados en humanos por Antonio Damasio y su esposa Hanna Damasio, hay abundantes pruebas de que las emociones son una parte esencial de la toma de decisiones. Toda decisión implica asignar un valor a cada una de las opciones que tenemos. Ese valor es una emoción. Es algo parecido o como las emociones establecen la saliencia de las sensaciones para determinar si se hacen conscientes o no.

Por lo tanto, la antigua división entre las partes racional y emocional de la mente no existe. Razonamos con nuestras emociones. Cada pensamiento está cargado de emociones.

Lo que pasa es que no reconocemos algunas de las emociones que intervienen en el razonamiento porque no son las habituales —como la ira, la tristeza o el miedo—, sino otras más oscuras como la curiosidad, el interés, la sorpresa ("esto es inesperado"), el descubrimiento ("¡ajá!"), la veracidad ("esto es correcto") y la falsedad ("esto es incorrecto").

La próxima vez que leas un artículo de mala calidad, presta atención a las fuertes emociones que surgen cuando te das cuenta de que el autor se equivoca en su razonamiento o se está inventando las cosas.

Intuición

Hay un gran componente inconsciente en el razonamiento porque la información que se procesa en la mente es demasiado grande para ser representada en su totalidad en la consciencia. Por lo tanto, nuestro inconsciente puede llegar a conclusiones que, para nuestra mente consciente, parecen surgir de la nada. Eso es lo que llamamos intuición.

La intuición no es mágica. No sale de nuestras entrañas. Es simplemente un razonamiento inconsciente.

Mientras hacía ciencia, a menudo tenía corazonadas e inspiraciones repentinas. Aunque iban acompañadas de la fuerte sensación de que son ciertas, luego necesitaba examinar su racionalidad, paso a paso, para comprobar si tienen sentido. Las intuiciones son baratas. No siempre podemos fiarnos de ellas, a menudo se equivocan. Sin embargo, a menudo el razonar en base a la intuición sirve para reconstruir algo que mi inconsciente ya ha hecho.

Otro tipo de intuición consiste en saber lo que sienten y piensan los demás. Esto se llama “teoría de mente” y es una facultad exclusivamente humana. Procesamos inconscientemente mucha información sobre otras personas en base a la expresión de su cara, el tono de su voz, la posición de su cuerpo y la construcción de sus frases, que integramos como una representación interna de la mente de la otra persona. Sentimos lo que ellos sienten. Empatizamos.

El ego

El ego —o lo que los psicoanalistas llaman el superego— es una parte de nuestra mente inconsciente que nos reprende cuando hacemos algo mal y se lleva el mérito cuando tenemos éxito. Se basa en las emociones opuestas del orgullo y la vergüenza. Interiorizamos las amonestaciones de nuestros padres y profesores y creamos una figura interna que nos dirige en nuestra vida. El ego es especialmente fuerte en las personas de éxito y puede hacerlas desgraciadas, lo que podría ser el origen del estereotipo del triunfador deprimido.

Hay varios problemas con el ego. Puede convertirse en un dictador interno que intenta controlar todo lo que ocurre en nuestra mente. Como se basa en una validación externa a nosotros, crea objetivos que están en desacuerdo con lo que realmente queremos, con las cosas que nos hacen felices. El ego se fija en la meta, no en el proceso, lo que nos impide entrar en el estado de fluidez mental. Cuando el ego intenta controlar otras partes de nuestro inconsciente, obstaculiza su actividad y frena la creatividad.

Como todo lo demás en la mente, el ego tiene su sitio. Sin embargo, en nuestra sociedad excesivamente competitiva, tendemos a desarrollar egos sobredimensionados que nos hacen la vida imposible. La ética puritana, las religiones y ciertas filosofías fomentan el crecimiento de egos malsanos y nos impiden ver el daño que causan.

¿Existe un inconsciente reprimido?

La idea del subconsciente surgió en el siglo XIX y se convirtió en el centro del psicoanálisis. Sigmund Freud se dio cuenta de que hacemos cosas por motivos distintos de los que pensamos, normalmente relacionados con el sexo o con traumas infantiles. Para él, el inconsciente existe porque somos incapaces de enfrentarnos a esos motivos ocultos.

El inconsciente reprimido es diferente de la idea de inconsciente que he explicado antes. El inconsciente está ahí, no porque haya ideas y motivaciones reprimidas, sino porque así es como funciona el cerebro. Aun así, puede ser cierto que algunas ideas tengan suficiente carga emocional para entrar en la consciencia, pero crean tal conflicto interno en la mente que algún mecanismo protector las mantiene en el inconsciente. Sin embargo, se trata de una anomalía y no de cómo funciona normalmente la mente.

Carl Gustav Jung, otro de los padres del psicoanálisis, propuso la idea del inconsciente colectivo. Consiste en una serie de mitos y arquetipos que absorbemos de nuestra cultura porque resuenan profundamente con nuestras necesidades psicológicas. La idea del inconsciente colectivo ha sido útil para entender la literatura y el arte. Por ejemplo, Joseph Campbell la utilizó para encontrar los mitos comunes que forman parte de distintas culturas y que aparecen, una y otra vez, en novelas y películas: la Senda del Héroe.

Expandir la consciencia

El inconsciente es la mayor parte de nuestra mente, porque sólo una pequeña fracción de lo que experimentamos en cada momento tiene suficiente relevancia para entrar en la consciencia. Si no fuera así, nuestro espacio de trabajo mental estaría tan abarrotado que no podríamos hacer nada.

Sin embargo, la consciencia puede funcionar de muchos modos. Puede estar concentrada en un pequeño conjunto de sensaciones, ideas y emociones. O puede estar difusa, abierta a muchas de las cosas que experimentamos. Es como uno de esos objetivos fotográficos que pueden ir de gran angular a teleobjetivo.

Muchas de las cosas que hacemos en la vida moderna tienden a poner nuestra consciencia en un estado de concentración. Así, cuando vemos una película excluimos todo excepto lo que aparece en la pantalla. Algo parecido ocurre cuando leemos un libro, estudiamos o escuchamos una conferencia. Esto crea el hábito de estar en un estado focalizado de consciencia.

En la situación extrema, caemos en la visión de túnel. Las emociones fuertes hacen que nuestra consciencia se centre tanto en alguna idea que se vuelve obsesiva y no podemos quitárnosla de la cabeza.

En cambio, los cazadores-recolectores de nuestro entorno evolutivo tenían que vivir en un estado de consciencia amplia, para ser conscientes de pequeños cambios en su entorno que podían señalar la presencia de un depredador o un cambio social en su tribu.

La atención plena (“mindfulness”) y algunas formas de meditación contrarrestan nuestros hábitos de consciencia focalizada prestando atención deliberadamente a tantas sensaciones como sea posible. Al mismo tiempo, reducimos nuestras emociones sin juzgarlas, de modo que ninguna emoción se haga lo suficientemente fuerte como para dar saliencia a un contenido mental en particular.

Drogas como el cannabis y los psicodélicos (psilocibina, LSD, mezcalina, etc.) aumentan la saliencia de nuestras sensaciones y alteran todo el proceso de presentación de contenidos mentales a la consciencia. De este modo, una parte de la mente inconsciente de la que no solemos ser conscientes se hace consciente, revelando aspectos ocultos de nosotros mismos.

Así es como el mindfulness y los psicodélicos expanden verdaderamente nuestra consciencia: amplían nuestro abanico de experiencias dándonos acceso al inconsciente. Hacen que la consciencia se expanda hacia el inconsciente.

No existe la ‘consciencia pura’

Hay algunas ideas místicas sobre la consciencia que parecen intentos de recuperar el concepto religioso de un alma inmortal. El racionalizar nuestros deseos nos hace resistirnos a la idea de que un día moriremos: que nuestra mente, consciente e inconsciente, simplemente dejará de existir. Por eso nos atrae la idea de que nuestra consciencia es algo mágico, imposible de explicar, que existe independientemente del resto de nuestra mente. Así, esperamos que pueda desprenderse de algún modo de nuestro cerebro cuando muramos e irse a vivir a otra parte.

Personas como Sam Harris creen que pueden experimentar la consciencia pura. Dicen que, cuando meditan, experimentan un estado en el que sólo hay consciencia, sin sensaciones, ideas o emociones que la llenen.

Al igual que San Harris, yo también he meditado mucho, pero nunca he experimentado ese estado de consciencia pura. Lo consideraba como algo que dicen los principiantes en meditación cuando experimentan estados de silencio interior que nunca antes habían vivido. El diálogo interno y la música constante que suenan normalmente en nuestra mente desaparecen. Puede parecer que no hay ideas, ni recuerdos, ni sensaciones. Por lo tanto, sólo hay consciencia.

Sin embargo, esto no es más que una ilusión. Si sólo hubiera consciencia, entonces no podríamos recordar la experiencia, porque el registro de la experiencia sería algo que llena la consciencia. El meditador se dice a sí mismo: "estoy experimentando la consciencia pura", pero eso ya es un contenido de la consciencia. Por lo tanto, no está experimentando la consciencia pura.

De hecho, grabaciones de electroencefalograma (EEG) durante la meditación de monjes Zen con mucha experiencia muestran que se vuelven más sensibles a los estímulos externos, no menos (Tomio Hirai, Zen Meditation and Psychotherapy).

Aprender a vivir con el inconsciente

Mi práctica espiritual actual se centra en integrar mi mente abriendo mi consciencia a mi inconsciente. También intento disipar la ilusión de que yo soy mi consciencia.

Ambas cosas pueden lograrse practicando la atención plena para desarrollar la meta-atención: la capacidad de ser conscientes de a qué estamos prestando atención y de cómo dirigimos nuestra atención. Al hacerlo, me doy cuenta de cómo mis contenidos mentales fluyen dentro y fuera de la consciencia.

Al cultivar la fluidez mental, experimento estados mentales de falta de ego y creatividad. De hecho, la fluidez mental significa un flujo sin obstáculos de contenidos del inconsciente al consciente. Al abandonar la ilusión del control consciente sobre la mente inconsciente, podemos liberar todo el potencial creativo de nuestra mente.

La mayor parte del tiempo, voy por la vida como un zombi inconsciente, y eso no es un problema. Cuando conduzco, una parte inconsciente de mi mente está al volante. Cuando esquío, mi cuerpo fluye automáticamente en cada curva y, si intento controlarlo en exceso, meto la pata. Cuando escalo, mi mente consciente vacila ante un movimiento aparentemente imposible, pero entonces mi cuerpo va y lo hace de todos modos.

Esto no significa que vaya por la vida sin control. De hecho, la gente que me conoce se maravilla de mi autodisciplina. Hago ejercicio con regularidad, no como en exceso, escribo varias horas todos los días y no tengo malos hábitos ni compulsiones. No es que tenga una voluntad férrea, sino que he llegado a un buen acuerdo con cada parte de mí sobre lo que "queremos" hacer.

Hábitos mentales

La mejor manera de desarrollar autodisciplina es cultivar buenos hábitos.

Entonces, el inconsciente hace lo que hay que hacer y no hay necesidad de presionarme ni de darme sermones a mí mimo. Es como ducharme y lavarme los dientes: se hace una y otra vez hasta que no hay duda de que hay que hacerlo.

Los hábitos más importantes que hay que cultivar son los emocionales. Si te permites estar enfadado, temeroso o triste, desarrollas una inercia a tener esas emociones. Por el contrario, si cultivas la paciencia, el coraje y la alegría, adquirirán permanencia.

Del mismo modo, los estados de consciencia forman hábito. Si entras en fluidez mental todos los días, entrarás en ese estado de forma natural. Si trabajas la atención plena, tendrás la meta-atención necesaria para descubrir tus estados mentales negativos y corregirlos. Pero si vives rodeado de confusión, confrontación y negatividad, esos estados se harán permanentes en tu consciencia.

El Disk Jockey

Otra cosa que hago es familiarizarme con las distintas partes de mi mente inconsciente. Me hago amigo de ellas, en lugar de intentar controlarlas.

Por ejemplo, está el disk jockey. Probablemente tú también lo tengas. Es la parte de tu mente encargada de poner constantemente canciones y música de fondo. Todos hemos tenido la experiencia de que nuestro disk jockey se queda atascado en una canción pegajosa. Cuando eso ocurre, tal vez el disk jockey está intentando alertarte de que estás en un estado mental de baja energía o cayendo en emociones negativas.

El disk jockey es un buen tipo, aunque a veces es un poco tontorón. Háblale amablemente. Dile: "¡Eh, disk jockey, ya basta! ¿Qué tal la canción que va...?". Luego ponle una canción en tu mente. En la mayoría de los casos, le gustará. Si no, sugiérele otra canción. ¡Es mejor que Spotify, te lo aseguro!

El diálogo interno

También está el diálogo interno. Yo lo tengo en dos idiomas, inglés y español. Es útil darme cuenta de en qué idioma hablo conmigo mismo porque tengo personalidades diferentes en cada uno. El español es la parte más antigua, emocional e infantil de mí, mientras que el inglés es más reciente, racional y serio.

Hay una parte molesta de mi inconsciente que me dice cosas desagradables (siempre en español) cuando siento miedo o vergüenza. Durante mucho tiempo, intenté apartarla. Ahora me he dado cuenta de que es una parte infantil de mí que necesita que la tranquilicen y la consuelen. Me hace saber que las cosas no están tan bien como creo, que debo tener más cuidado con lo que hago.

Gestionar el diálogo interno es clave para muchas cosas que hacemos en la vida. En The Rock Warrior's Way, Arlo Ilgner explica cómo utilizar el diálogo interno para dirigir la atención mientras se practica la escalada. Esto es esencial para lograr la famoso fluidez mental del escalador.

Del mismo modo, la fluidez mental al escribir escritura consiste en evocar un diálogo interno sobre lo que vamos a escribir. Lo más sorprendente es cuando escribo ficción. He creado varios personajes tan bien desarrollados que hablan con voz propia dentro de mi cabeza. Sólo tengo que teclear lo que les oigo decir.

De hecho, eso es lo que ocurre con el diálogo interno: no tenemos más remedio que escucharlo. Sin embargo, se puede dirigir. Cómo hacerlo implica una sutil negociación en tu interior, algún empujoncito aquí y allá.

Lograr una mente integrada

Algunas partes de tu inconsciente son infantiles. Les afectan fácilmente tus emociones y a menudo necesitan que las consueles y tranquilices. Otras partes son inesperadamente sabias, como un viejo gurú sentado dentro de tu cerebro. El ego intenta controlar a las otras partes, a menudo sin mucho éxito. El diálogo interno y el disk jockey aumentan el ruido dentro de tu cabeza.

Sí, hay un ‘yo’ consciente que parece tomar decisiones y dirigir a  demás partes de la mente. El cerebro anterior y el córtex del cíngulo anterior trabajan juntos para tomar decisiones. Pero gran parte de su trabajo permanece oculto tras las cortinas.

Una mente sana es una mente en la que todas las partes trabajan juntas, en lugar de estar en conflicto unas con otras.

Tienes que aprender a hacer las paces con tu inconsciente. Sólo entonces integrarás verdaderamente tu mente. Y sólo una mente integrada es una mente sana.

No puedes integrar tu mente si rechazas tu inconsciente, si lo consideras algo que no eres tú.

Ésta es quizá la tarea más difícil. Abandonar la ilusión de que sólo eres lo que eres capaz de ver dentro de tu mente.

Tenemos que aceptar que hay partes invisibles de nuestro ser que son tan ‘yo’ como nuestra consciencia.

 
 
 

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