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  • Caning hasta el orgasmo

    Varazos en el culo llevan a Cecilia a un final inesperado Cecilia se arrodilló delante de Julio, inclinando la cabeza y separándose el pelo del cuello para que él le pusiera el collar. Julio hincó una rodilla en el suelo delante de ella, le puso el collar y tiró de la anilla para forzarla a levantar la cara y mirarlo. Los ojos de Julio la sondearon, desenmarañando cada una de sus emociones: el enfado del que no había conseguido deshacerse del todo, su culpa por sentirlo, su deseo de ser castigada. ¿Era verdad que la estaba leyendo como un libro abierto, o era sólo su imaginación? La expresión de Julio era seria, comprensiva. Volvió a tirar de la anilla del collar y la besó en los labios; un beso suave pero largo y apasionado. Julio la cogió de la mano para hacerla ponerse de pie y la abrazó. -Dame fuerte, Julio -le dijo al oído-. No te cortes ni un pelo. -¿Por qué? ¿Necesitas que te castigue? -Necesito algo que me saque del mal rollo que tengo en la cabeza. Necesito dolor. Y si lo quieres ver como un castigo, tampoco me importa. -Vale, pues voy a poner música adecuada. Julio fue al tocadiscos y se puso a buscar entre los LPs. -¿Qué vas a poner? Julio sonrió, enseñándole la portada del disco que había elegido. Mostraba a un hombre con pelo largo y con una flauta travesera aún más larga, con una rodilla levantada en ademán de bailar. Grandes letra rojas decían Jethro Tull. -My God -dijo Julio. -¡Perfecto! -dijo ella, aplaudiendo silenciosamente. Julio cogió la vara. Estaba hecha de ratán, una madera dura y flexible especialmente apropiada para la disciplina inglesa. Julio apartó las sillas de la mesa. Ella se colocó en la posición prescrita: las manos y los antebrazos sobre la mesa, las piernas bien derechas, el culo en alto. Sonaban los acordes de guitarra con los que empezaba la canción. -Van a ser una docena… Más si te levantas de la mesa. -Ya lo sé, Julio. Lo hemos hecho un montón de veces. Se le había escapado la irritación y la rebeldía que aún llevaba dentro, lo que seguramente incitaría a Julio a bajarle los humos. Oyó zumbar la vara en el aire. Sintió el dolor lacerante del primer golpe cruzándole el trasero. Involuntariamente, arqueó la espalda y levantó la cabeza, los ojos cerrados, el rostro contraído de dolor. El dolor siempre es nuevo. Siempre te sorprende. -Te veo un poco altanera esta noche, Cecilia. Voy a tener que darte fuerte. -No me espero otra cosa de ti. Era una provocación. Hubo otro zumbido, otro surco ardiente apenas un centímetro debajo del primero. No se quejó, pero dio un zapatazo a la alfombra. ¡Joder, sí que duele! ¡Pero me lo merezco! -¿Todo bien, Cecilia? -Todo bien, Julio. Esperando el siguiente. El tercer golpe fue cruel, asestado en la sensible frontera entre la nalga y el muslo. Respiró hondo y se concentró en el dolor, negándose a huir de él, dejando que le recorriera todo el cuerpo. -Ese lo vas a notar cuando te sientes, cariño. Julio le pasó la mano suavemente por las nalgas, borrando con el contacto su escozor. Luego le dio dos golpes severos, muy seguidos, al tiempo que la guitarra eléctrica irrumpía en la canción de Jethro Tull con acordes tan desgarradores como la agonía que sentía. Pero ella ya había encontrado esa sintonía especial con el dolor que tanto ansiaba. Los siguientes golpes fueron cada vez más exquisitos. Todas sus sensaciones se agudizaban con el sufrimiento, sobre todo la música, que había adquirido una calidad infernal y divina al mismo tiempo. La guitarra eléctrica chirriaba con notas tan agudas como las laceraciones en sus nalgas. Se sentía desnuda e indefensa, sometida y humillada, pero eso la llenaba de una extraña energía que le calentaba el cuerpo por dentro. -¡Más fuerte, Julio! ¡Joder! -Si te pego más fuerte voy a romper la vara, cariño. Pero no te preocupes, que éste sí que te va a doler. Le pegó en los muslos, justo encima del borde de las medias, y era verdad que ahí dolía más. Dejó escapar un gemido de placer. -Te ha gustado, ¿eh? Pues esto aún te va a gustar más. Le volvió a pegar en el culo y enseguida después del golpe la embistió con su vientre para hacerla sentir la dureza de su erección. Inclinándose hacia delante, le dijo al oído: -Con ese van diez. Los dos últimos serán los más fuertes. No respondió, había perdido el habla. Pero no podía dejarle parar ahora. No quería abandonar el estado extático en el que se encontraba, en el que cada golpe la sumía cada vez más profundamente. Julio se separó de ella. Hubo un zumbido y un restallido al impactar la vara con la piel desnuda. Soltó un largo gemido. Luego, lentamente, se puso en pie. -No deberías haber hecho eso. Ahora te tendré que descontar el último golpe y darte dos más. Ella asintió y volvió a adoptar su postura, doblada sobre la mesa. Julio le dio un buen varazo. Movió las caderas de arriba a abajo con un vaivén sensual. Luego, acordándose de lo que debía hacer, volvió a levantarse, moviéndose despacio, como una sonámbula. Julio la agarró del pelo para mirarla a la cara. -¿A qué estamos jugando, Cecilia? Seguía sin poder hablar, pero Julio debió leer la respuesta en sus ojos. La derribó sobre la mesa en un gesto brutal y se puso a darle varazos, muy fuertes, muy seguidos, a los que su cuerpo respondía bamboleando las caderas al compás de los golpes. Julio debía conocer el calor creciente que la invadía, el dolor-placer que se le agarrotaba en lo más profundo del coño. Estaba cerca, muy cerca. La vara se ensañaba en ella, dejando surcos rabiosos desde lo alto del trasero hasta el borde de las medias en los muslos. El goce que le producía el dolor era de un rojo cada vez más encendido, hasta que súbitamente explotó en fulgurantes destellos de placer que le recorrían el cuerpo de arriba abajo. Se sintió convulsionar. Julio no dejó de pegarle hasta que su cuerpo se detuvo exhausto. Le flaqueaban las piernas. Julio la cogió en brazos justo antes de que se cayera al suelo.

  • La secretaria que se ganó una azotaina

    Escena de spanking de mi nueva novela El rojo, el facha y el golpe de estado. Luis fue a apoyarse en el escritorio, acariciándose el mentón. ¿Cómo podía haberle hecho eso Nina? ¿Acaso no se daba cuenta de que darle esa información al Gavilán le daba poder sobre ellos? Pero sin duda era eso lo que buscaba el Gavilán. Dividirlos. Quitarle una aliada. Como antes le había quitado a Jorge, su chófer y guardaespaldas. Había que aclarar esa situación inmediatamente. Llamó a Nina al despacho. Nina entró con expresión preocupada. -Cierre la puerta, Nina, por favor. Nina lo miró sorprendida. No había nadie más que ellos en la oficina. De todas formas, cerró la puerta. -Usted dirá, don Luis. -El Gavilán me acaba de decir que usted le ha dicho que follamos. Nina bajó la mirada y se retorció las manos. -¿Es cierto? ¿Le ha dicho usted eso? -insistió. -Bueno, yo no se lo dije -dijo ella sin levantar la mirada-. Él me lo sacó. -¿Cómo que se lo sacó? -Él… me preguntó si lo hacíamos. Como no le contesté, dedujo que sí. Luego no me atreví a negárselo. -Nina, sé perfectamente que es usted capaz de mentir con absoluto desparpajo. Por eso la contraté, ¿recuerda? -Sí, ya lo sé… Pero no al Gavilán… Me da demasiado miedo. -¿Cómo que le da miedo? Nina lo miró a los ojos. -Es un tipo muy peligroso. ¡Usted lo sabe perfectamente, don Luis! A mí me descoloca por completo. Por eso no fui capaz de mentirle. -¡Esto es muy serio Nina! La primera vez que lo hicimos, aquella noche en Sasamón, le dije claramente que nadie debía saberlo. ¡Ahora, sabe dios a quién más se lo contará el Gavilán! Y eso nos pone en peligro. A los dos. Usted ya sabe que éste es un trabajo arriesgado. Pensé que era usted más valiente. -¡No se trata de ser valiente, don Luis! Se trata de ser prudente. Sé que si le cuento todo lo que hace el Gavilán, usted se enfrentará a él. ¡Y eso sí que nos pondría en peligro a los dos! -¿Cómo que lo que hace el Gavilán? ¿Acaso le ha hecho algo? Nina volvió a bajar la mirada. -¡Respóndame, Nina! ¿Le ha hecho algo el Gavilán? ¿Le ha metido mano? Nina lo miró, ceñuda. -¡Sí, me ha estado metiendo mano! Eso es lo que estaba haciendo cuando me preguntó si usted me follaba… Y cuando te preguntan algo con la mano dentro de las bragas, a una le resulta difícil mentir. Luis se pasó la mano por el pelo, luchando contra la indignación que le producía la imagen que Nina le acababa de sugerir. ¡Menuda zorra está hecha! dijo la voz de su padre. -¡Yo no quería, don Luis! Siempre le dije que parara, incluso lo aparté a empujones. ¡Se lo juro! Pero él me acorralaba y me sujetaba las manos. Es más fuerte que yo, y yo no podía hacer nada. -¡Claro que podía hacer algo! Podía haber dado una voz, y yo hubiera salido de mi despacho y puesto fin a ese atropello. -¿Sí? ¿Y entonces qué hubiera pasado? Usted peleándose con el Gavilán, con sus pobres piernas ortopédicas. Y, encima, seguro que va armado. Por eso no grité, don Luis, para protegerle a usted. Porque sé cómo es, conozco su coraje. Sé que no hubiera podido contenerse. Luis se la quedó mirando. La voz de Nina sonaba compungida, reflejando la angustia que debía haber sentido todo ese tiempo. A saber cuándo el Gavilán había empezado con sus tropelías. Pero su compasión por ella luchaba contra la humillación que contenían sus palabras. “Sus pobres piernas ortopédicas.” Él no era hombre suficiente para protegerla. Y eso que lo había visto venir. De hecho, le había preguntado varias veces si estaba bien. Y ella le había dicho que no pasaba nada. Le había mentido. -Yo le pregunté varias veces si pasaba algo, Nina. Y usted me dijo que no. Usted me mintió. Los dos se quedaron mirándose en silencio, sopesando el peso de esa acusación. -No, no le mentí. Es solo que… no se lo quise contar. Ya le he explicado por qué. Era para protegerlo… Porque sé cómo son los hombres. Lo en serio que se toman estas cosas… Y, total, a mí tampoco me importaba tanto que me tocara. ¡Menuda zorra! volvió a decir la voz de su padre. -¡Sí que me mintió, Nina! Yo le pregunté abiertamente si pasaba algo, y usted me dijo que no. ¿Acaso tengo que recordarle nuestro acuerdo? ¿Lo que le dije cuando la contraté? ¿La promesa que nos hicimos en la cama? Todo eso fue muy importante para mí. Ahora veo que no lo fue para usted. Nina se le acercó, los puños cerrados, lágrimas en los ojos. -¡Claro que lo fue! ¡Fue la promesa más importante que he hecho en mi vida! Yo pensaba que no la había roto, pero ahora veo que sí… Lo hice sin darme cuenta. ¡Qué estupidez! dijo la voz de su padre. -¡“Sin darme cuenta”! ¿Miente usted sin darse cuenta? Nina llegó junto a él. Tímidamente, alargó las manos hacia su pecho. Él le agarró las muñecas. -¡Ya lo sé! ¡Soy una estúpida! ¡Me miento hasta a mí misma! Debí darme cuenta de lo que hacía… ¡Perdóneme, por favor! No soporto la idea de que haya usted perdido su confianza en mí. La cólera que le despertaba el ultraje que le había hecho el Gavilán, la mentira de Nina y su propia desvalidez luchaba contra la comprensión por lo que había debido pasar Nina. Intentó apaciguar la oleada de ira, esforzándose por pensar y hablar de forma racional. -Lo que quiero, Nina -dijo sacudiéndola ligeramente por los brazos-, es que comprenda que usted no tiene derecho a tomar decisiones por mí. No necesito que me proteja del Gavilán, ni de mi propia ira. No seré tan fuerte como él, pero sí que soy más listo. Y, desde que perdí mis piernas, tengo mucho más autocontrol. No tiene usted derecho a ocultarme nada. Por eso es mi secretaria; no sólo para guardar mis secretos, sino para no tener secretos para mí. Porque mi poder se basa en tener información fidedigna. Creí que éramos un equipo en eso, que usted me iba a ayudar. Pero me ha fallado. Nina soltó una de sus manos y se secó las lágrimas con los nudillos, dejando un churrete de rímel en su sien. -Sí, ahora lo entiendo, don Luis. Lo ha explicado usted la mar de bien. Debería haberlo entendido antes, ya lo sé. Debo de ser muy estúpida. -No es usted nada estúpida, Nina. Eso es lo que me hace más difícil perdonarla. Nina dejó caer la cabeza. -Siento mucho no haber sabido cumplir mi promesa, don Luis -murmuró-. Supongo que usted sí que cumplirá la suya. La idea le había estado rondando la cabeza, pero pensó que no era más que una peligrosa fantasía. La vida le había ensañado en varias ocasiones que pegarle a una mujer era una forma segura de volverla contra él. -Ya… la azotaina. -Si eso consigue que usted me perdone… -dijo ella sin levantar la mirada del suelo. -Sí que lo conseguiría… -Pues entonces, adelante. Le puso dos dedos bajo el mentón para obligarla a mirarlo. -No quiero que usted se quede resentida contra mí. -¿Resentida? ¡Al contrario! Aliviada, si es que consigo recuperar su confianza. Los ojos de Nina le dijeron lo que sentía mejor que sus palabras. -Muy bien. Entonces arrodíllese en el sofá -dijo soltándola. Nina volvió a mirar al suelo y no se movió. -¿Qué pasa? ¿No me ha oído? -Sí que le he oído, don Luis. ¡Creo que voy a morirme de vergüenza! -¿De eso se trata, no? De que pague usted por sus culpas para que luego pueda yo perdonarla. -Es que… No soporto la idea de que vaya usted a castigarme. Y lo más humillante de todo es que sé perfectamente que me merezco ese castigo… ¡y mucho más! Se acercó a ella y le volvió a coger el mentón para mirarla a los ojos. -Quizás saber que se merece usted una azotaina sea castigo suficiente. -¡No diga usted tonterías, don Luis! ¿Cómo va a ser castigo suficiente? Si me deja usted irme de rositas, nunca podré estar segura de que me ha perdonado. -No puedo arriesgarme a perderla, Nina. Se ha vuelto usted una pieza imprescindible en mi trabajo. Por eso el Gavilán ha hecho todo esto. Por eso me contó lo que usted le dijo. Quiere enfrentarnos y ponerla a usted bajo su control. Como hizo con Jorge. -¡Claro! Ahora lo entiendo. Es usted muy listo, don Luis. Está clarísimo que ese es el plan del Gavilán para controlarnos. Pero no le vamos a dejar salirse con la suya, ¿verdad? Nina le acarició la mano con la que le sujetaba el mentón. La vio mirarlo de una forma que había aprendido a reconocer. Nina había desarrollado una curiosa habilidad para saber cuando debía ofrecerle un polvo o una mamada. De la misma forma, ahora sabía que tenía otros motivos para querer darle una azotaina, aparte de castigarla. -Por supuesto que no. Por eso le voy a poner el culo como un tomate, Nina. Y a usted le va a dar vergüenza y le va a doler. Porque será un castigo de verdad. ¡Qué estupidez! dijo la voz de su padre. -Eso mismo es lo que yo iba a decirle, don Luis. Que estoy dispuesta a sufrir ese castigo si con eso consigo que usted vuelva a confiar en mí. -Entonces, vaya a arrodillarse en el sofá. Esta vez, Nina lo obedeció de inmediato. Se quitó los zapatos y se encaramó al sofá. -¿Aquí? -Un poco más a la izquierda. Temblando de anticipación, Luis se sentó en el sofá a la derecha de Nina. La obligó a tenderse bocabajo sobre su regazo. Nina escondió la cara entre las manos, pegándola al asiento del sofá. Luis se puso a pegarle sobre la falda. Al cabo de un rato, Nina levantó la cabeza. -Tengo la obligación de no ocultarle nada, jefe. Por eso, debo decirle que esto está siendo un castigo más simbólico que otra cosa. -Ya lo sé… Los azotes sobre la falda no duelen. Así que levántesela. -Sé que me voy a arrepentir de habérselo dicho. Pero era mi obligación. Nina tiró de su falda marrón hasta dejársela apilada en la cintura. Llevaba unas bragas de encaje negro que le dejaban al descubierto la parte inferior del pompis. Bragas de zorra, dijo la voz de su padre. Se puso a azotarla con brío en la piel que las bragas dejaban expuesta. -¿Qué? Ahora el castigo ya no es tan simbólico, ¿no? -No, don Luis… Ahora los azotes sí que pican. -Pues esto no ha hecho más que empezar. Se merece usted una buena paliza… por haberme traicionado… por haberme mentido… por haberme defraudado -dijo acompasando sus palabras con sonoros cachetes. -¡Ay, don Luis! ¡No me diga usted eso, que bastante vergüenza estoy pasando! -¡Pues más vergüenza debería darle! ¡Ande, bájese las bragas! Se merece ser azotada con el culo al aire. -Total, ya me lo ha visto usted un montón de veces -dijo Nina, tironeando de sus bragas hasta que las tuvo a medio muslo. Pero el culo de Nina en pompa sobre sus muñones, con el color sonrosado que le habían dejano los azotes, era lo más voluptuoso que había visto nunca. “Sus pobres piernas ortopédicas”, volvió a oírla decir. Se imaginó las manos del Gavilán dentro de sus bragas, despertando su placer y sometiéndola a su control. Más que los celos, lo abrumaron la impotencia, la posesividad y la frustración. De alguna forma, la rabia compaginaba perfectamente con el placer que le producía verla indefensa y expuesta sobre su regazo, llevándolo a azotar con más brío en ese culo sensual. Quería dejarle a Nina un recuerdo imborrable de ese castigo. Quería que aprendiera a temer su potencia varonil. Y a no compadecerse nunca más de sus pobres piernas ortopédicas. Con su pompis ya de un rojo encendido, Nina empezó a dar muestras de que el dolor empezaba a hacer mella en ella, soltando grititos y quejidos, dando pataditas, crispando las nalgas y los dedos de los pies. Pero eso no hacía sino endurecerle más la polla y aumentar su frenesí. Se percató de que ella había dejado de agitarse. Había enterrado el rostro en las manos y yacía inerte en su regazo, sacudiéndose apenas con cada cachete. Lo invadió el temor de haber ido demasiado lejos, de haber cruzado la raya que la volvería en su contra. -Muy bien -le dijo-. Creo que ya ha tenido usted bastante. Tiró de su cadera para hacerla volverse hacia él. El rostro de Nina era un desastre de churretes de rímel y pintalabios. Ella se apresuró a ocultarlo en su hombro, abrazándolo. Sintió en ardor de sus nalgas contra su polla, pero enseguida ella se revolvió para para apoyar la cadera en su regazo, en vez del trasero. -Perdone… Voy a tener crudo lo de sentarme por una temporada -bromeó ella con lágrimas en la voz. Luis le acarició el culo enfebrecido, aliviado de que ella no estuviera resentida. -Ha sido una buena paliza, desde luego… Espero que le sirva de escarmiento. -No se preocupe, hoy me ha dado usted unas cuantas lecciones que nunca olvidaré. Espero que al menos me perdone. -¡Claro que la perdono, Nina! Quizás incluso me haya pasado un poco con el castigo. -No me merecía otra cosa… Pero sí, ha sido doloroso y humillante… Pero ya ha visto que estoy dispuesta a expiar mis faltas y a sufrir por usted. Espero haber vuelto a ganarme su confianza. -Completamente. Lo pasado, pasado está. Ahora podremos afrontar juntos los problemas. Nina volvió la cara para mirarlo. -Perdone que se lo diga, pero creo que usted… se ha emocionado un pelín al castigarme. No he podido evitar darme cuenta. -Nina le pasó la mano por la delantera del pantalón, donde abultaba su verga-. ¿Quiere que se la chupe? -Ha sido al verle el culo… -dijo azorado-. Ya sabe cómo me pone. Nina se arrodilló a su lado y se puso a desabrocharle el cinturón y los pantalones. -Bueno, también debe ser muy excitante darle su merecido a una mequetrefe como yo, ¿no? Y a lo mejor hasta le gusta más mi culito después de ponérmelo como un tomate. -Eso no lo voy a negar. Me encanta su culo cuando está rojo y calentito. Nina acabó de abrirle el pantalón. Tiró de los calzoncillos hacia abajo para extraerle la polla. Se la acarició como sólo ella sabía hacerlo, endureciéndola como una piedra. -¡Y qué mejor manera de acabar mi castigo que hacerlo disfrutar aún más! Nina se inclinó hacia adelante. Sintió le calor y la humedad de su boca envolverle la polla. Estaba tan excitado que lo haría correrse en un santiamén. Pero eso no era lo que él quería. La agarró del pelo para obligarla a sacarse su polla de la boca. -Lo que quiero es sentir ese pompis caliente contra mi vientre mientras me la follo. ¡Qué estupidez! dijo la voz de su padre. Nina soltó una risita. -Eso estaría bien, ¿verdad? Lo malo es que yo también disfrutaría con eso… Y ya no sería un castigo. -El castigo ya lo he dado por terminado. Lo que deberíamos hacer ahora es volver a sellar nuestro pacto de lealtad. Como la primera vez. Nina se enderezó y lo besó en los labios. -Gracias, jefe… Porque la verdad es que la azotaina me ha dejado muy mojada. ¿Ve? -dijo guiando su mano a su coño-. No me lo explico, porque me dolió un montón. Pero me gustó que no vacilara en darme mi merecido… Pude sentir su hombría en cada azote que me daba. Y sentirlo restregar mi culo dolorido mientras me folla será un colofón perfecto para la azotaina. Luis consideró las posibilidades. Quería follarla por detrás, pero no le era posible arrodillarse con sus piernas ortopédicas. -Mueva usted la mesita para hacer sitio sobre la alfombra. Pero, primero, desnúdese. Nina saltó de su regazo. Se acabó de bajar las bragas. Luego se quitó la falda, la camisa y el sujetador. Cuando terminó de apartar la mesita de café, Nina se arrodilló frente a él. Le quitó los zapatos y luego lo ayudó a bajarse los pantalones y los calzoncillos. Luis se deslizó hasta el suelo. Nina le puso un condón y se tendió en la alfombra junto a él. La agarró por los hombros para hacerla girarse y darle la espalda, cogiéndola por las caderas para pegarla contra sí. Su pompis le calentó le vientre como una estufa. -Métasela, Nina. -¡Siempre lo tengo que hacer yo todo! ¡Súbase la falda, Nina! ¡Bájese las bragas, Nina! ¡Desnúdese, Nina! ¡Métase mi polla, Nina! -Porque está usted a mi servicio -dijo dándole un azote en el lateral del culo. -¡Ah, claro! Se me había olvidado. Nina se apartó de él para cogerle la verga. Contoneándose un poco, acertó a encajarla en su abertura. Con un empellón, Luis la penetró hasta el fondo. -¡Joder! -gritó Nina-. ¡Cómo me arde el culo! Un par de embestidas más la llevaron al orgasmo más escandaloso que la había visto tener nunca. Él tampoco pudo aguantar mucho más. Se corrió dentro de ella, notando el exquisito calor de su trasero. La culpa lo asaltó en cuanto dejó de eyacular. Nina le había sido leal desde el principio. El Gavilán la había sometido a las peores indignidades, pero ella no se había quejado para no causarle problemas. Y, como toda recompensa, él le había dado una soberana paliza. Y todo porque a él se la ponía dura pegarle a las mujeres. Era indigno de él ser así. Era injusto tratar a Nina de esa manera. -¡Menudo polvazo! -exclamó Nina-. Jefe, la próxima vez que me castigue, no debe dejar que me corra. -¿Qué próxima vez? Pensaba que ya no tendría que volver a castigarla. ¿O es que ya está planeando volver a mentirme? Nina se dio la vuelta y le acarició la mejilla. -Claro que no jefe. Le voy a ser leal… siempre. Pero una es humana y es inevitable cometer errores. Es bueno saber que puedo conseguir su perdón sufriendo un castigo. Y, de paso, proporcionarle a usted un poco de diversión.

  • La ceremonia del té

    Siguiendo las órdenes de Julio, su dominante, Cecilia le hace una vista a su novia Laura, quien le tiene preparadas algunas sorpresas. Pasaje de mi novela Amores imposibles. A las cinco menos diez, Cecilia salió del ascensor en el tercer piso, el corazón palpitándole furioso cuando se detuvo frente a la puerta del apartamento de Laura. Se preguntó por qué estaba tan nerviosa. Laura le había dicho que le tenía preparada una sorpresa. Y que le iba a gustar. Eso lo dudaba mucho. Quizás quería provocarla para hacerla pelearse con ella, forzándola a romper el trato que había hecho con Julio. Pero estaba firmemente decidida a no hacerlo, aunque tuviera que tragar con carros y carretas. Como le había ordenado Julio, llevaba zapatos sin tacón y una falda gris, sin medias a pesar del aire frío que corría por la calle. Sólo faltaba lo más importante. Sacó el collar de cuero del bolso y se lo puso. Posó el dedo en el timbre y lo mantuvo ahí unos instantes antes de decidirse a presionarlo. Enseguida se oyó un ruido de tacones apresurados en el interior. Se abrió la puerta. Laura estaba más radiante que nunca. Se había puesto un vestido de punto color crema, cortito y ajustado, medias blancas de encaje y zapatos de tacón, también blancos. Estás guapa como una princesa, Laura, pero en el fondo no eres más que una bruja. ‑¡Cecilia! ‑dijo Laura, sonriente‑. ¡Hola guapísima! Pasa... ‑Hola, Laura ‑se limitó a decir mientras se desabrochaba el chaquetón. Laura le plantó un beso en cada mejilla, le cogió el chaquetón y lo colgó en el perchero. Sonreía sin parar, pero sus gestos rápidos delataban un cierto de nerviosismo. Llevaba el pelo arreglado en perfectas ondas de ámbar, como si acabara de salir de la peluquería. Collar y pendientes de perlas completaban un atuendo elegante con un tema de blancura. Laura la cogió por las dos manos y no la soltó hasta llegar a la sala de estar. El póster enmarcado de la Sagrada Familia lo dominaba todo. En la mesa de café delante del sofá, Laura había servido esmeradamente el té: mantelito y servilletas impecables, dos tazas con sus correspondientes platitos, tetera humeante y un plato con pastas de aspecto delicioso, unas con guindas verdes o rojas, otras rebañadas de chocolate. Contempló todo con cierto alivio. ¡Así que eso es todo! Laura sólo quiere tomar el té conmigo, pretender que volvemos a ser amigas. Con un poco de suerte podré salir pronto de aquí, olvidarme de todo y decirle a Julio que lo he obedecido. ‑Voy a poner algo de música ‑dijo Laura acercándose al tocadiscos‑. ¿Te gusta Supertramp? ‑Sí, mucho. Laura cogió un disco en cuya portada se veía un piano cubierto de nieve perfilado contra un cielo azul. Lo conocía bien, se lo había comprado el verano pasado. ‑Ya lo suponía. A mí me gusta más la música en francés, pero ya sé que a Julio y a ti os gusta este tipo de rock. Quiero que estés a gusto, como en tu casa. Siéntate, por favor. Laura le sonreía de forma amigable, pero en sus maneras había una cierta afectación que antes no había visto nunca en ella. Le hacía las visitas como se le hacen a un extraño, a una persona de la que se quiere obtener algo, no a una vieja amiga. Empezó a sonar el primer tema del disco: Give a little bit. Tradujo la letra en su mente mientras se sentaba en una esquina del sofá: alguien pedía un poquito de su tiempo, un poquito de su vida, un poquito de su amor… ¿Por qué había que andar siempre mendigando amor? Laura se había sentado en la otra esquina del sofá y la miraba atentamente. Cecilia se dio cuenta de que apenas había abierto la boca desde que entró en su casa. ‑¿Qué quieres conmigo, Laura? ‑¡Pues qué va a ser, que volvamos a ser amigas! Además, te tengo preparadas un par de sorpresitas que seguro que te van a gustar. ¡Verás qué bien nos lo vamos a pasar esta tarde! Creyó detectar un cierto tono de sarcasmo en su voz. ‑Amigas, ¿eh? Mira, te quiero dejar una cosa bien clara desde el principio. Sólo te la voy a decir una vez, para que luego no digas que me pongo borde. No somos amigas, Laura, ni lo vamos a ser nunca. ¿Está claro? El rostro de Laura se descompuso un instante. Luego su expresión se volvió seria, pensativa. ‑Sí, está claro ‑dijo con voz queda‑. Espero que pronto cambies de opinión. Hasta entonces, por favor, no me vuelvas a decir eso. Destapó el azucarero. ‑¿Cuántas cucharadas quieres? ‑Dos, por favor… He venido porque Julio me lo ha mandado. Sólo por eso. Laura le sirvió el azúcar en el té. ‑Sí, ya lo sé. Veo que llevas su collar, y eso significa que estás aquí siguiendo sus instrucciones. Sé que para ti es muy importante obedecerlo. ‑¿Qué te ha contado Julio de lo que hemos estado haciendo? Laura le clavó sus ojos azules de hielo. ‑Me lo ha contado todo, Cecilia. ¿Te apetecen unas pastas? ‑añadió, ofreciéndole el plato. Cecilia cogió un pastelito con una guinda verde y lo mordisqueó, pensativa. Estaba muy rico. ‑Así que te lo ha contado todo… ¡Para variar! Siempre te las arreglas para enterarte de mis intimidades, Laura. Supongo que tendré que acostumbrarme. ‑No te preocupes, Cecilia, que Julio no te volverá a dejar. Claro que tienes que portarte bien y cumplir tu parte del trato: ser respetuosa y obediente conmigo. ‑¿Obediente? ¡Nada de eso! El trato era que te trataría con respeto, nada más. ‑¿Acaso no te dijo que me obedecieras cuando te llamó el lunes? ‑Es posible… ‑reconoció. La cosa empezaba a tomar un cariz que no le gustaba nada, pero no quería llevarle la contraria a Laura. Laura le puso la mano en la rodilla. ‑Pues ya sabes, querida, tendrás que aguantarte y obedecerme. Pero no te preocupes, que no voy a ser muy mala contigo. Si te portas bien, claro. ‑¿Qué me vas a hacer, si se puede saber? ‑Eso ya lo irás viendo conforme avance la tarde. Por ahora, trátame con educación y respeto. No, no voy a pedirte que finjas ser mi amiga, pero tampoco quiero contestaciones airadas, ni silencios solemnes, ni caras largas. ¿Vale? ‑Vale. Cecilia suspiró, viendo esfumarse sus esperanzas de que todo aquello acabara pronto.. * * * Laura cogió delicadamente su taza de té por el asa y bebió un sorbo. La volvió a mirar fijamente por encima de la taza. ‑Pues entonces, si no te importa, me gustaría ver tu diario. Y no me vengas con disculpas, sé que lo tienes en el bolso. Julio te mandó traerlo. ‑¿Qué? ¡Pues claro que me importa! Ese diario es algo íntimo entre Julio y yo. ‑No, Cecilia, estás muy equivocada… Mira, te lo demostraré. Se levantó, abrió un cajón, sacó unos papeles y se los dio. Cecilia fue pasando las páginas sin poder dar crédito a sus ojos. ‑Las reconoces, ¿verdad? Son copias de tu diario. Si Julio no quisiera que lo leyera no me las habría dado ¿no? Sintió que se abría un abismo bajo sus pies. ¿Cómo podía Julio haberle hecho eso? ¿Cómo podía haberla traicionado así? Le había prometido que nadie más leería el diario. Se levantó, vacilante. Sólo podía pensar en una cosa: salir corriendo de allí y no volver a ver ni a Julio ni a Laura en su vida. Cogió el bolso y se dirigió apresuradamente a la puerta. Empuñó el picaporte para abrir, pero se detuvo. Recordó lo que se había prometido a sí misma antes de entrar allí: que tragaría sapos y culebras, pero haría lo que Julio le había pedido. * * * Volvió a la sala de estar. Laura tenía la cabeza entre las manos, los dedos hundidos en el pelo, los ojos perdidos en su taza de té. Levantó la vista con expresión de alivio cuando la vio volver. ‑Muy bien, vamos a jugar a este juego hasta el final ‑dijo dejándose caer en el sofá‑. No me gusta nada lo que habéis hecho, pero me voy a quedar aquí hasta saber exactamente lo que os traéis entre manos. Laura le sonrió, volvió a acariciarle la rodilla. ‑¡Pero si ya lo sabes! Es lo mismo que venías haciendo con Julio todo este tiempo, sólo que ahora has visto que yo también estoy en el ajo. Verás cómo no es tan terrible como te parece, no te arrepentirás. Venga, ¿me vas a dar el diario, o no? Lo sacó del bolso con dedos temblorosos y se lo dio a Laura. ‑Total, ya lo has leído ‑dijo con fingida indiferencia. ‑Algunas partes no... Laura deshizo el broche y abrió el diario por la primera página, la que había sido mojada con sus lágrimas y manchada con su sangre. Los párrafos a continuación, en su puño y letra, contaban en detalle lo ocurrido en aquel hostal de Toledo. Laura se detuvo brevemente a contemplarla, luego pasó varias páginas hasta llegar a lo último que había escrito. ‑¡Ah! ¿ves? Esta parte aún no la había leído. Sírveme más té, por favor. Cecilia le llenó la taza. ‑Gracias ‑le dijo Laura, y se sumergió en el diario, bebiéndose el té en pequeños sorbos. * * * Cecilia se acabó su taza de té y se comió un par de pastas, sin saber muy bien qué otra cosa hacer. No se atrevía a interrumpir a Laura en su lectura. ‑Anda, quítate las bragas ‑le dijo Laura en tono casual, sin dejar de leer. ‑¿Qué? Laura levantó la vista y la miró intensamente. ‑Me has oído perfectamente: quiero que te bajes las braguitas. Sin rechistar. ¡Me está dominando! La muy cabrona me quiere dominar. ¡Y encima lo está haciendo muy bien! Bueno, vamos a ver hasta dónde es capaz de llegar. Cecilia se incorporó un poco para bajarse las bragas bajo la falda. Todavía le temblaban las manos. Laura la miraba ocasionalmente de reojo. Las deslizó piernas abajo. Luchó un momento para desengancharlas de los zapatos. ‑Ponlas aquí, sobre la mesa ‑Laura apartó la tetera y el plato de pastas para hacer un hueco justo en el centro de la mesita de café. Cecilia tiró las bragas hechas una bola encima de la mesa. Laura la miró severamente. ‑No, así no. Extiéndelas, que se vean bien. Cecilia las estiró y las alisó sobre la mesa. Eran unas simples braguitas negras de algodón, nada de lencería fina, pero le gustaban. Daban una nota chocante en medio del lujoso juego de té. ‑¿Te gustan así? ‑Perfecto. Son muy monas. Laura volvió a sumergirse en la lectura, como si nada hubiera pasado. Cecilia no se atrevió a interrumpirla. Se sentía doblemente desnuda y vulnerable: por la ausencia de ropa bajo su falda y al recordar las cosas íntimas que había escrito en las páginas que leía Laura. Cogió otra pasta y la mordisqueó. Comprendió que ésta no iba a ser una visita de cortesía, sino una prueba de degradación a manos de Laura. Iba a jugar con ella como un gato con un ratón. Curiosamente, la idea la llenó de una extraña excitación. Un temblor en las manos de Laura cuando pasaba las hojas traicionaba su nerviosismo. ¿O era también excitación? Finalmente Laura dejó el diario encima de la mesa, junto a las bragas. Cecilia alargó la mano para cogerlo, pero una mirada severa de Laura la disuadió. ‑Ya veo que quieres dominarme, pero no te va a ser tan fácil, tengo mucha experiencia en estas cosas. ‑Al final lo has comprendido ¿eh? Bueno, no te preocupes, creo que sabré estar a la altura de las circunstancias. Por lo pronto me lo estoy pasando muy bien, viendo cómo te retuerces preguntándote qué te voy a hacer. Sabiéndote desnudita bajo tu falda ‑señaló con un ademán a sus braguitas en medio de la mesa‑. ¿Otra pasta? ‑le ofreció el plato. Cecilia aceptó el dulce. Tenía que reconocerlo: a Laura no se le daba nada mal ese juego. ‑Gracias, están muy buenas. No te tenías que haber tomado tantas molestias por mí. ‑¿Te refieres al té y a que me he arreglado? ‑Laura le dirigió una sonrisa maliciosa‑. Bueno, tengo que confesarte que lo he hecho por mí. Me gusta hacer las cosas con estética, con elegancia. Mi estilo es muy distinto al de Julio. Él te trata con rudeza, casi con brutalidad. Yo creo que este tipo de actos perversos son más poderosos cuando se hacen con elegancia y refinamiento. En eso creo que puedo contar contigo, porque tú sabes muy bien como conservar tu dignidad, Cecilia. Es una de las cosas que más me gustan de ti. Lucharás por mantener tu dignidad y eso hará que lo que pase aquí esta tarde se mantenga siempre dentro del más estricto buen gusto. ‑Ya veo… ‑No pudo evitar esbozar una sonrisa. Tenía que reconocer que eso le gustaba. Laura había conseguido mantenerla en vilo, llevarla el límite para volver a atraerla cuando estaba a punto de saltar. Sí, hasta había logrado ponerla un poco cachonda. De todas formas, ahora que sabía de qué iba el juego, no pensaba ceder ante ella. Pero se dio cuenta de que Laura utilizaba su propia resistencia contra ella: al forzarla a estar siempre a la defensiva, cada cosa que conseguía se convertía en victoria para Laura y en humillación para ella. ‑¿Quieres más pastas? ‑No, gracias. ‑Entonces llévate todo esto a la cocina. Menos tus braguitas. Déjalas donde están, me gusta verlas. Laura volvió a coger el diario, mostrando claramente que no pensaba ayudarla. Cecilia apiló las tazas y los platos y se los colocó en el brazo, cogiendo también la tetera y el azucarero. Laura la miró de reojo. ‑No lleves todo a la vez, se te va a caer algo. ‑He sido camarera ‑le respondió desafiante. ‑¡Ah sí, claro! Se me había olvidado ‑dijo distraídamente. Volvió su atención al diario. Metió las tazas en el fregadero y colocó la tetera y el plato de dulces en mitad de la mesa de la cocina. Cogió una de las pastas que quedaban y la mordisqueó, pensativa. Caer en la trampa que le habían preparado Julio y Laura se le antojó tan dulce como la pasta que se estaba comiendo. La tentaba una extraña mansedumbre, un deseo de dejarse llevar por lo que fuera que habían planeado hacerle. * * * ‑Cecilia, ¿qué haces? ‑la llamó Laura desde la sala de estar‑. Ven aquí, que te tengo que enseñar una cosa. La esperaba de pie junto al aparador. Abrió un cajón y sacó un cepillo para el pelo. ‑¿Te acuerdas de esto? ‑le dijo haciéndolo girar frente a su cara. Claro que se acordaba. Perfectamente. El darse cuenta de lo que se avecinaba la hizo enmudecer de vergüenza. Un cosquilleo de anticipación le recorrió las nalgas. ‑Sí, claro. ¿Cómo no voy a acordarme? ‑dijo desafiante. ‑Te debió doler mucho, por lo que te quejabas. ‑Hay cosas que duelen mucho más que unos simples azotes en el culo. ‑¡Joder, no te pongas tan filosófica, qué me vas a estropear toda la diversión! ‑¡Pues mejor! Pero nada, tú a tu rollo. Si me quieres pegar con el cepillo, no te cortes. Ya sabes que no me puedo negar. ‑Pues sí, eso es precisamente lo que pienso hacer. Pero antes quería que supieras que voy a hacerlo precisamente con el cepillo que usó Julio. Estas cosas tienen un significado simbólico importante, ¿no crees? No es lo mismo que te pegue con este cepillo que con cualquier otra cosa. Sí, el simbolismo de las cosas era importante. Usar ese cepillo quería decir que Laura pensaba usurpar el papel de Julio como administrador de castigos. ‑Ya lo sé… ¿Pero por qué quieres pegarme? A ti no te gustan esas cosas. Tú no eres sádica. ‑Pues a lo mejor sí que lo soy. La idea de pegarte me fascina desde hace tiempo. Claro que también me daba reparo, me horrorizaba la idea de hacerle daño a nadie. Pero ya se me han quitado esos escrúpulos. Voy a ponerte ese culito tuyo tan rico rojo como un tomate. Se me mojan las braguitas de sólo pensarlo. Cecilia tragó saliva. Sabía muy bien que ese cepillo aplicado con dureza podía llegar a hacerle bastante daño. Desplegar su masoquismo conllevaba sentir una cierta rabia hacia sí misma, hacerse mansa y vulnerable. La idea de que Laura despertara esos sentimientos la sublevaba. ‑Bueno, ya vale ¿no? No te pases conmigo, Laura ‑le dijo en voz baja, queriendo sonar decidida‑. Ya has conseguido lo que querías: humillarme y meterme miedo. ‑¿Meterte miedo? ¿A ti? ¡Venga, Cecilia, no me vengas con esas! ¡Si tú no tienes miedo de nada! Y mucho menos de unos cuantos azotitos en el culete… No quiero hacerte daño, sólo comprobar lo masoca que eres. Quiero verte gozar mientras te pego. Algo de razón sí que tenía: ¿A cuento de qué venían esos lloriqueos delante de Laura? Tenía que demostrarle que era más fuerte que ella. Aguantaría el dolor y se volvería a casa con la cabeza bien alta. ‑¡Tú no tienes ni pajolera idea de esto, Laura! El que disfrute o no depende de quién me pega y por qué lo hace. Pégame si eso te divierte, pero déjame a mí que sienta lo que yo quiera. ‑¡Pero mira que eres cabezota, Cecilia! ¿Por qué tienes que hacerlo todo tan difícil? Bueno, a lo mejor encuentro la forma de que dejes de ser tan terca. ¡Anda, ven! La cogió por el codo y la condujo al sofá. Se dejó llevar dócilmente. Todo le empezaba a parecer irreal, como un sueño. Sus bragas y su diario seguían sobre la mesita. La había preparado bien: no tendría más que levantarle la falda para tener acceso a su trasero desnudo. ‑Quítate los zapatos. Se los quitó con los pies. Laura se sentó en el centro del sofá, empuñando el cepillo. Cruzó las piernas y se alisó el vestido sobre ellas. Se dio unas palmadas en el muslo. ‑Venga, échate aquí. Cecilia se arrodilló en el sofá a su derecha, llena de aprensión y vergüenza. Por un momento sus miradas se encontraron. El rostro de Laura reflejaba excitación y una cierta ansiedad. Resignada, se dejó caer sobre su regazo. Olió el perfume sutil a rosas que llevaba Laura, mezclado con el olor almizclado de su cuerpo. Las piernas cruzadas de Laura la obligaban a poner el culo en pompa. La mano de Laura presionó sobre sus caderas, obligándola a arquear la espalda para acentuar aún más esa postura ignominiosa. ‑Anda, súbete tú la falda ‑le ordenó Laura. Al parecer, Laura no iba a perder la menor oportunidad para humillarla. Cecilia apretó los dientes y enterró la cara en el sofá. Agarró la tela de su falda con los puños y se la subió hasta las caderas con un tirón airado. El aire frío en sus nalgas la hizo saberse expuesta. ‑¡Pero qué culete más rico tienes, Cecilia! No me extraña que tengas a Julio loquito. * * * Los dedos de Laura le rozaron la piel del trasero, acariciando con suavidad la piel desnuda, dibujando la curva provocativa de los glúteos. Se fueron volviendo más atrevidos, separándole las nalgas para descubrirle el ojete y el coño. Un dedo le entreabrió los labios, impregnándose en su humedad, que enseguida sintió mojándole el ano. Apretó las nalgas para poner fin a esa invasión denigrante. ‑No te gustan las caricias, ¿eh? Pues entonces tendré que empezar con los azotes. ¿Qué tal este? ‑Le dio un golpecito con el cepillo ridículamente flojo. ‑¿A eso lo llamas un azote? ¿Qué pasa, que estás de coña? ‑¡Hay perdona! ‑le dijo Laura con sarcasmo‑. Es que como soy una principiante no tengo ni idea de lo fuerte que hay que pegar. A ver éste… Demasiado tarde se dio cuenta de que había caído en la trampa. El golpe sonó como un chasquido por toda la habitación y despertó un aguijonazo considerable en su trasero. ‑¡Au! ¿No decías que no ibas a hacerme daño? ‑¡Ay, perdona! ¿Ves? Si es que no me doy cuenta de mi fuerza. No quiero pasarme contigo, sólo calentarte un poco el culo para que disfrutes y vayas comprendiendo quién manda aquí. Tú, que eres la experta en esto, tendrás que ayudarme a encontrar la fuerza justa. ‑No te cachondees de mí, encima de que me pegas. ‑Me cachondeo de lo que me sale de las narices. A ver éste… Le dio un golpe lo suficientemente fuerte para provocarle escozor, pero muy tolerable. ‑¿Qué tal? ¿Demasiado fuerte? ¿O lo justo? ‑Lo justo ‑admitió a regañadientes. ‑Pues a mí me ha parecido más bien flojito para una masoca consumada como tú… Pero vale, empezaremos así, porque quiero que esto dure un buen rato. Comenzó la función. Laura le propinó una serie de azotes rápidos, distribuyéndoselos bien por todo el culo. Eso hizo despertar la piel de sus nalgas, atrayendo su atención a ellas. Luego el ritmo se hizo más cadencioso y los golpes más severos, aunque aún soportables. Sentía claramente que Laura se concentraba completamente en la zurra que le estaba propinando. Cada golpe era como un mensaje que le transmitía. El culo desnudo de Cecilia, desplegado en pompa en todo su esplendor, se convirtió en el universo entero para las dos, cada una cumpliendo fielmente su cometido: golpear y encajar los golpes. La fuerza de los azotes subió un punto más y Cecilia respondió moviendo el culo de un lado para el otro, en un esfuerzo tan fútil como inevitable por esquivar los golpes. ‑¡Ah! Ya empiezas a menear el culo, ¿eh? ‑le dijo Laura sin dejar de pegarle. ‑Ya me había hablado Julio del baile de los azotes. ¡Venga, baila un poquito para mí! ¡Y qué remedio me queda, Laura! A ver si así te quedas satisfecha de una puta vez y dejas de atizarme. ¡Dios mío, que indignidad que me estés haciendo esto precisamente tú! Y qué bien me pegas, condenada, has cogido el puntito que me pone cachonda. La verdad es que esto tiene un morbo que te cagas, que me castigue alguien a quién le tengo tanta tirria. Me gustaría darme por vencida, poder abandonarme y disfrutar de esta paliza que me estás dando, como cuando me pega Julio. ¿Y por qué no? ¿Acaso no es eso lo que a él le gustaría? ‑Vale, tú ganas. Me rindo. ‑¿Qué? ‑Laura sonaba asombrada. Los golpes cesaron. ‑He dicho que tú ganas. Que me rindo. ‑¿Por qué dices eso? ¿Te crees que así voy a dejar de pegarte? ‑¡Qué va! Ya sé que esto va para largo ‑dijo jadeando un poco‑. Estoy cansada de resistirme, así que voy a permitirme ser masoca. Eso es lo que querías ¿no? * * * Laura soltó una risita de triunfo. ‑¡Sí, eso es precisamente lo que quería oír! Me alegro mucho que hayas cedido tan pronto, pensé que esto iba a ser una larga batalla y la verdad es que no quiero hacerte mucho daño. Ya te lo dije: quiero que nos lo pasemos bien las dos. Pero antes de seguir con la diversión tenemos que aclarar un par de cositas entre nosotras. ‑Muy bien, pues hablamos de lo que tú quieras. Empezó a levantarse, pero Laura se lo impidió poniéndole la mano en la espalda. ‑No, tú te quedas ahí. Tu culete y el cepillo van a ser parte de esta conversación. ‑¿Qué quieres decir? ‑dijo relajándose con resignación sobre el regazo de Laura. ‑Hay varias cosas que nunca has comprendido, Cecilia. Creo que el cepillo te ayudará a metértelas en la cabeza. Para empezar vamos a hablar de lo borde que te pusiste conmigo cuando te llamé por teléfono después del ataque de Luis. Me quedé muy dolida, de verdad. Estuve dándole vueltas sin entender cómo podías ser tan ingrata conmigo, después de todo lo que hice para ayudarte. ‑¿Ayudarme? ¡Pues total, para lo que sirvió! ‑¡No me contestes, escúchame! Yo creo que sí sirvió. Pero lo que quiero es que reflexiones sobre esas cosas tan feas que me dijiste por teléfono. Así que con cada golpe de cepillo vas a repetir “por borde”, a ver si así se te mete en la cabeza que me tienes que tratar con más respeto. ‑Bueno, como comprenderás yo también… ¡Au! El golpe la pilló en mitad de la frase. Era considerablemente más fuerte que los que le había dado hasta entonces. ‑Ahora tienes que decir “por borde”, Cecilia. No me hagas repetírtelo, que no me gusta. ‑Por borde ‑dijo obediente, sólo para ser recompensada con otro severo azote. ‑Otra vez. ‑¡Por borde! ‑volvió a decir. ¿Y qué te esperabas, que íbamos a seguir de rositas después de que me robaste el novio? ‑¡Ay! ¡Por borde! Y hoy he estado de lo más educada contigo… ‑¡Por borde! Bueno, menos cuando te dije que te detestaba… ‑¡Por borde! ¡Au! ¡Joder, estos azotes no son como los de antes! ¡Pican un montón! ‑¡Por borde! ¡Vale, sí, lo reconozco, a veces me he puesto muy borde contigo! ‑¡Por borde! Laura se detuvo. ‑Muy bien. Ahora me vas a pedir perdón. ‑Sí… Perdóname por ponerme tan borde contigo ‑se extrañó de lo sincera que le salió la disculpa. ‑Muy bien, estás perdonada por eso. Pasemos al asunto siguiente… ‑¿Qué? ¿Aún hay más? ‑dio alarmada. Los azotes combinados con sus profesiones de culpa eran un castigo tremendamente efectivo. ‑Sí, también está el tema de tus celos, que tanto te ha perjudicado. Así que ahora vas a decir “por celosa” con cada azote. No creo que eso te quite los celos, pero a lo mejor sirve para que te des cuenta del daño que te hacen. Así que… ¡toma! ‑¡Au! ¡Por celosa! ¡Pero si eso ya lo sé, Laura! ‑¡Pues no se nota! Si no fueras tan celosa hubiéramos compartido a Julio hace un año. ¡Mira que eres tonta! ¡Toma! ‑¡Ay! ¡Por celosa! ‑Y a lo mejor hasta te hubieras corrido ese día que hicimos el amor los tres. ¡Toma! ‑¡Por celosa! Tienes razón ¿pero cómo lo iba a saber? ¡Por celosa! ¡Qué más quisiera yo que poder quitarme los celos! ¡Ay! ¡Por celosa! Otros pensamientos se los guardó para sí: ¿Pero cómo no voy a estar celosa si te casas con Julio? ‑¡Por celosa! ¿Cómo no me va a dar rabia la forma traidora con que me lo quitaste? ‑¡Por celosa! Eso no lo puedes cambiar por muchos azotes que me des con el cepillo… ‑¡Ay! ¡Por celosa! ‑¿Buen castigo, eh? Te lo mereces, Cecilia, a ver si dejas ya de hacer tonterías. ‑¡No he hecho tonterías! ‑gimió‑. Has sido tú la que me has quitado a Julio, y encima me pegas. ¿No te basta con el daño que me has hecho? ‑¡Pero mira que eres tozuda! A ver si aclaramos esto de una puta vez: yo no te he quitado a Julio. Te apañaste tú solita para perderlo. Y mira que yo intenté que volvierais, pero no, no hubo manera, porque sois los dos un par de cabezotas. ¡Y encima me echas la culpa a mí! Te lo ganaste a pulso, Cecilia, por mentirosa y por imbécil. Así que te vas a llevar más azotes y vas a decir eso: “por imbécil”. A ver si se te mete en la cabeza. El cepillo volvió a comunicarle sus mensajes punzantes, y ella, obediente, comenzó la nueva letanía. ‑¡Por imbécil! Desde luego, porque hace falta ser imbécil para apuntarse a la paliza que me estás dando, Laura. ‑¡Por imbécil! ¡Sí que fui una imbécil, dejando que te llevaras a Julio! ‑Te dije que lo compartiéramos, pero tú preferiste cogerte una pataleta. ¡Toma, por tonta! ‑¡Ay, sí! ¡Por imbécil! ‑Y luego, encima, se te ocurre la genialidad de hacerte puta. ¿Qué me dices de eso? ‑De eso sí que no me arrepiento. ¡Au! ¡Por imbécil! ‑No es que te lo eche en cara, Cecilia, pero si lo que querías era recuperar a Julio, no lo pudiste hacer peor. Fue entonces cuando me pidió que me casara con él. ¿Qué, te mereces otro azote? ‑Sí, me lo merezco… ¡Por imbécil! A ver si de ésta aprendo. ‑¡Así me gusta! Espero que esto te sirva de lección. La cosa no acaba aquí, por supuesto. ¿Qué quiere Laura de Cecilia? ¿Qué le ha dicho Julio a Cecilia para que tenga que obedecer a Laura? Para adivinarlo, lee Amores Imposibles.

  • El arte de la follada mental (mind-fucking)

    Cómo el dominante manipula la mente de la sumisa en el BDSM ¿Qué es mind-fucking? Quizás hayas escuchado la expresión en inglés "mind-fucking" y te preguntes qué es. Literalmente, significa "joder la mente", así que una traducción al español podría ser "follada mental" o "polvo mental". ¿"Chingada mental" para los mexicanos? Mejor que inventarme una traducción que quizás no le guste a la gente, usaré el término inglés en este artículo. Mind-fucking se refiere a prácticas bien establecidas en técnicas de interrogatorio, en la escritura de novelas y películas, el abuso de personas bajo la influencia de las drogas y en el BDSM. En muchas ocasiones, el mind-fucking no es ético. Puede ser una forma de tortura psicológica o de manipular a las personas en relaciones o sectas. Pero también se puede utilizar de forma lúdica para el entretenimiento en novelas y películas. Definiría el mind-fucking como una manipulación psicológica que utiliza el engaño, la confusión, la sobrecarga sensorial, bromas, predicamentos y tareas agotadoras para alterar el sentido de la realidad de una persona. Luz de gas (“gaslight”) es una forma particular de mind-fucking en la que a alguien se le hace cuestionar su cordura a través de mentiras o información errónea. Es una forma de abuso y manipulación emocional. Mind-fucking en el BDSM En BDSM, el mind-fucking consiste en juegos mentales que el dominante juega con la sumisa, entretejiendo una fantasía colectiva que lleva la sumisa a un estado de derrota y rendición. Siempre debe hacerse con el pleno consentimiento la sumisa y de tal manera que no perjudique su seguridad física y mental. Un mind-fucking suave forma parte de muchas sesiones BDSM y es bastante seguro. Sin embargo, un mind-fucking elaborado y prolongado que afecte la psicología de la sumisa debe considerarse un juego extremo y debe realizarse con precaución. El BDSM abarca las ataduras (“bondage”), la dominación-sumisión y el sadomasoquismo. El mind-fucking es más propio de la dominación-sumisión, pero también puede ser parte del sadomasoquismo y el bondage. Para simplificar las cosas, en este artículo me referiré a los participantes como “el dominante” y “la sumisa”, aunque estos términos no son los apropiados para el sadomasoquismo y el bondage, y los roles BDSM pueden darse en todas las combinaciones de géneros. Considero que el mind-fucking es una de las actividades más difíciles del BDSM, porque requiere una enorme creatividad y un conocimiento íntimo de la sumisa por parte del dominante. Mind-fucking no es tanto algo que el dominante le hace a la sumisa como algo que crean juntos. Sin la colaboración voluntaria de la sumisa, todo el proceso fracasaría. ¿Por qué se practica el mind-fucking? Quizás te preguntes por qué puede querer alguien ser manipulado mentalmente por otra persona. Hacer trucos con la mente de la sumisa puede ser una experiencia de poder para el dominante, pero ¿por qué iba a aceptar esto la sumisa? ¿Acaso el dominante usa el compromiso de la sumisa de obedecerlo para obligarla a someterse al mind-fucking? Al contrario: la motivación para hacer mind-fucking a menudo proviene de las sumisas. Éstas son algunas de sus razones: Las sumisas quieren ser llevados a una realidad alternativa en la que se ven envueltas por el poder del dominante y experimentan un estado de sumisión más profundo. Muchas sumisas explican que tienen mentes hiperactivas que nunca se callan, lo que lo puede conseguir un buen mind-fucking. También pueden tener un ego poderoso y arrogante, que puede ser derrotado por el mind-fucking. Paradójicamente, esto les trae una sensación de liberación y paz. Un buen mind-fucking también puede inducir catarsis: una experiencia de limpieza emocional en la que las emociones y los traumas reprimidos se liberan en forma de llanto, risa o gritos. Mind-fucking puede ser una forma de inducir el espacio de sumisión, un estado alterado de conciencia en el que las sumisas se sienten eufóricas, relajadas y en paz. Para algunas sumisas experimentados, el mind-fucking es un camino de autodescubrimiento, curación y transformación. El mind-fucking saca a la luz hábitos emocionales ocultos y defensas del ego que necesitan ser entendidos y gestionados. Para los dominantes, el mind-fucking es sin duda una experiencia de poder. Sin embargo, también quieren brindarles a las sumisas una experiencia agradable y ayudarlas a lograr la catarsis, la curación y el autodescubrimiento. ¿Sirve el mind-fucking para llegar al espacio de sumisión? No deberíamos dar por sentado que el mind-fucking inducirá el espacio de sumisión; al menos no el espacio de sumisión mediado por endorfinas que produce una sensación de flotar y relajación. Este tipo de espacio de sumisión requiere que la sumisa se vuelva pasiva, mientras que la mayoría de estos juegos mentales la involucran activamente al exigirle que tomen decisiones, imagine lo que sucederá a continuación, adivine lo que está haciendo el dominante o realice una tarea intelectual. Aun así, estas actividades pueden inducir un tipo diferente de espacio de sumisión en el que el dolor es inhibido por la liberación de norepinefrina en el cerebro y de adrenalina en la sangre. Este espacio de sumisión se caracteriza por un mayor estado de alerta y sentimientos de miedo y sorpresa. A diferencia de otras actividades BDSM, es posible que el mind-fucking ni siquiera inhiba el dolor, sino que lo aumente. El sumisa puede volverse más sensible y frágil emocionalmente. De hecho, éste podría ser uno de los objetivos del mind-fucking. Sin embargo, el mind-fucking puede servir como un primer paso para romper algunas barreras a la inducción del espacio de sumisión de endorfinas. Como mencioné antes, muchas sumisas están demasiado tensas, preocupadas por su imagen o tienen mentes hiperactivas. Un mind-fucking al comienzo de una sesión podría agotar sus mentes y conseguir que se dejen llevar. A continuación, voy a describir algunas estrategias que se pueden usar para el mind-fucking en el BDSM. Juegos de decepción Websites como Ontario Kink, Fetish.com, Kinky Craft and Kinky World describen el mind-fucking como juegos de decepción o engaño que llevan a la sumisa a creer que le están haciendo algo que en realidad no sucede. Un ejemplo que dan muchos de estos sitios es hacer creer a la sumisa que está siendo marcada con un hierro al rojo. Se les enseña el hierro de marcar en las brasas. A la sumisa se le vendan los ojos y se le toca la piel con hielo, quizás mientras se sumerge el hierro candente en agua para que emita el siseo característico. La sumisa grita de dolor, pensando que acaba de ser marcada. No estoy seguro de si esto puede funcionar en realidad. El marcar con un hierro candente es una de las formas más extremas de BDSM, por lo que no sería ético hacerlo sin el consentimiento de la sumisa. Y éste es un consentimiento que hay que darlo después de ser informado y de haber reflexionado durante algún tiempo, ya que la marca es permanente. Además, el dolor por frío es bastante diferente del dolor por quemadura. Aun así, estoy dispuesto a creer que algunas personas son sugestionables hasta este extremo. Otro engaño puede ser un juego con cuchillos, usando un cuchillo romo en lugar del cuchillo afilado que se le mostró previamente a la sumisa. También se podría usar un líquido tibio y viscoso para hacerle creer a la sumisa que está sangrando, si tiene los ojos vendados, o agregando colorante rojo al líquido si no los tiene. El dominante también puede fingir estar enfadado o decepcionado con la sumisa, o ser cruel y sádico, para asustarla. Vagas amenazas Otro mind-fuck que se menciona a menudo son las amenazas vagas. Por ejemplo, decirle a las sumisas que serán castigadas de la peor manera posible. No se les dice cuál será el castigo, por lo que su imaginación hiperactiva comienza a generar ideas sobre lo que les va a pasar. A veces, se les puede dar una descripción del castigo en líneas generales para darle material de partida a la mente sumisa. Por ejemplo, el dominante podría decir que será castigada con “ataduras dolorosa” o “sexo horrible”. Sin embargo, éstas no deben ser amenazas vacías, porque entonces la sumisa aprenderá a no confiar en el dominante. Pero no pasa nada si el castigo real es menos severo de lo que se imaginó la sumisa, porque entonces se le puede culpar a su imaginación. A fin de cuentas, el dominante nunca dijo cuál iba a ser el castigo. Ilusiones y sobre-estimulación sensorial Otra forma de mind-fucking que se menciona con frecuencia son ruidos amenazadores, como el chasquido del cinturón en el suelo cerca de una sumisa desnuda y con los ojos vendados. En mi experiencia, un juego que puede inducir un potente espacio de sumisión es el hacer que varias personas toquen a una sumisa desnuda, atada y con los ojos vendados. La multiplicidad de estímulos táctiles y el tratar prestar atención lo que ocurre en diferentes partes del cuerpo conduce a una sobrecarga sensorial. Y encima está el problema de no saber quién te está tocando. Como dije antes, algunas personas usan hielo para crear la ilusión de una quemadura, pero tengo mis dudas sobre si esto es efectivo. Una forma mejor de simular una quemadura es usar capsaicina, la sustancia que hace que piquen los pimientos. La capsaicina activa los receptores de calor, haciendo que lo que normalmente se sentiría como un calor suave se sienta como una quemadura. No hay daño real en la piel, pero la sensación puede ir de leve a extremadamente dolorosa, dependiendo de la cantidad de capsaicina que se use. En el otro extremo está la privación sensorial. Vendar los ojos, combinado con tapones en los oídos y envolver el cuerpo en algo con un tacto neutro, puede conducir a un estado alterado de consciencia caracterizado por la ensoñación y la pérdida del sentido de la realidad. Al salir de ese estado, una persona se vuelve extremadamente sensible y emocionalmente vulnerable. Humillación y tareas vergonzosas La vergüenza es una emoción poderosa que puede usarse para el mind-fucking. Hay muchos tabúes sociales, como la desnudez y el excitarse sexualmente en público, que pueden usarse para alterar la mente. Ahí van algunos ejemplos: Una mujer con falda es obligada a quitarse las bragas en un lugar público. O se le bajan las bragas hasta la parte superior de sus muslos y se la hace caminar así. A un hombre se le hace ponerse lápiz de labios en público. Llevar un butt plug en público. Llevar puesto un vibrador que el dominante puede encender y apagar a distancia. A una sumisa tímida se le ordena cantar o contar un chiste vergonzoso. Ponerse ropa ridícula, o prendas demasiado sexys o reveladoras. Llevar orejas de conejo, orejas de perro o cola. Ser llevado con un collar y una correa, como un perro. Éstas son cosas que se hacen mejor en una fiesta quinqui u otro entorno seguro. No se debe poner a las sumisas en situaciones que puedan dañar su imagen social o profesional. Además, exponer a terceros a tus juegos pervertidos se considera una violación de su consentimiento. Cosas que le haces a tu pareja en público pueden despertar un trauma en otras personas. Tenga en cuenta que los extraños no tienen los medios para distinguir un juego pervertido de un abuso. Juegos de confianza A la sumisa se la pone en una situación vulnerable en la que tiene que confiar en el dominante para su protección. Esta vulnerabilidad puede provenir de un peligro o una situación vergonzosa que no es real. Una manera simple de inducir vulnerabilidad es vendarle los ojos en un lugar desconocido. La sumisa tendrá que confiar en el dominante para que la guíe. Para complicarle las cosas aún más, el dominante pude describirle algo que pasa a su alrededor que no es real. Poco a poco, puede guiar a la sumisa a una realidad alternativa llena de imaginarios peligros o recompensas. Por ejemplo, el dominante puede decirle a la sumisa que todo el mundo la está mirando, o que se ríen de ella. O puede decirle que alguien sexy no le quita el ojo. Juegos mentales Este tipo de juegos consisten en darle al sumisa una tarea mental para impedirle pensar en otra cosa. Esto ayuda a las sumisas que no pueden acallar sus mentes hiperactivas o que critican al dominante en su interior. Para obligar a la sumisa a poner toda su atención en la tarea, habrá un castigo que sufrirá inmediatamente si no la hace bien. He aquí un ejemplo. Se le ordena a la sumisa contar los golpes que recibe, empezando desde 100 y de 7 en 7. Los resultados son 93-86-79-72-65-58-51-44-37-30-23-16-9-2, que el dominante tendrá apuntados en una hoja para facilitar su tarea. La azotaina terminará cuando se la sumisa llegue a 2 en la cuenta, pero una equivocación hará que la cuenta vuelva a empezar por 100. Si realiza la tarea correctamente, la sumisa recibiría sólo 14 golpes. Sin embargo, los errores prolongarán considerablemente la azotaina. A medida que se acumula el dolor, se vuelve más difícil presar atención y resulta más fácil equivocarse, con lo que la tarea se puede volver eterna, llevando a la sumisa a la desesperación. Encima, la sumisa percibe los errores como un fracaso, y la prolongación de la paliza como un merecido castigo. Esto conduce a la pérdida de confianza en sí misma y a un estado de derrota. Hay que tener en cuenta que tareas mentales como ésta evitan que la sumisa entre en el espacio de sumisión, porque la liberación de endorfinas es incompatible con un estado de tensión y concentración mental. Por lo tanto, la sumisa trasero seguirá siendo vulnerable al dolor, volviéndose incluso más sensible si se siente fracasada y derrotada. Tareas imposibles En el ejemplo anterior, puede suceder que la sumisa sea completamente incapaz de realizar la tarea. El dominante puede aumentar la follada mental fingiendo que la tarea es fácil y que no hay ninguna razón para que la sumisa no pueda llevarla a cabo. Sigue azuzando a la sumisa diciéndole "lo puedes hacer" y "esto lo hace cualquiera". Éste es un elemento de luz de gas: el dominante engaña a la sumisa sobre la dificultad de la tarea. Otras tareas imposibles pueden consistir en encontrar un objeto bien escondido, en seguir un ritual elaborado, o en limpiar algo que es imposible de limpiar. La sumisa se llega a sentir como Sísifo empujando esa roca montaña arriba. Por supuesto, la sumisa puede darse cuenta de que la tarea es imposible. Intentarla de todos modos se convierte en una prueba de su sumisión y entrega al dominante. Este juego también enseña a las sumisas a aceptar el fracaso, lo que suele ser un bloqueo emocional en personas con profesiones exigentes. Humor El humor es una forma de mind-fucking que proporciona un escape emocional de la seriedad de la sesión. Hacer un giro en la sesión hacia lo gracioso puede servirle al dominante para rescatar al sumisa de su estado de desesperación antes de que le cause daño psicológico. Por ejemplo, volvamos al ejercicio de contar de siete que describí anteriormente. Puede suceder que llegue el momento en que quede claro que la sumisa no va a conseguir llegar hasta 2 y así terminar la azotaina. El dominante puede hacer un giro hacia el humor diciéndole: “¡Así no vamos a ninguna parte! Tal y como te he puesto el culo, mañana no vas a poder sentarte. Así que, como eres una inútil en las matemáticas, con cada golpe me vas a decir una cosa que requiera sentarte y que no vas a poder hacer.” Así el dominante tendrá una excusa para terminar la paliza remar después de unos pocos azotes más. Aun así, el mind-fuck continúa, ya que la gracia consiste en burlarse de la sumisa. Predicamento El predicamento consiste en poner al sumisa en una situación en la que tiene que elegir entre dos resultados desagradables. A veces, la elección en sí misma es engañosa, porque una de las opciones es mejor que la otra pero la sumisa no lo sabe. Aún más diabólico sería hacer que la elección que parece ser la mejor resulte ser la peor. Los predicamentos tienen más carga psicológica de lo que parece. Le dan a elegir a la sumisa pero, de hecho, la sumisa acaba por optar por hacerse daño a sí misma con una opción o la otra. Se ha descubierto que el dolor auto-infligido es un poderoso mecanismo de tortura. Estos son algunos ejemplos de predicamentos físicos: Se coloca a la sumisa a horcajadas sobre una barra colocada a una altura tal que la hace ponerse de puntillas para evitar una presión dolorosa en la entrepierna. A medida que sus pantorrillas se cansan, la sumisa se ve obligada a elegir entre dos formas de dolor, que van aumentando paulatinamente. Un bondage con un sistema de cuerdas que obliga a la sumisa a elegir entre un doloroso tirón en los pezones o un strappado de los brazos. Hacer que la sumisa elija entre dos castigos, cuanto más diferentes, mejor. Hacerla elegir entre placer sexual (por ejemplo, un vibrador en la entrepierna) y dolor (un objeto punzante o una posición incómoda en el bondage). Por supuesto, la sumisa inicialmente elegirá el placer, pero eventualmente la estimulación se volverá demasiado fuerte y tendrá que soportar el dolor. Los predicamentos también pueden ser psicológicos. Por ejemplo, tener que elegir entre disculparse con alguien que la desagrada ser castigada. Mind-fucking profundo La clave para un buen mind-fucking es encontrar los puntos de resistencia y los conflictos internos de la sumisa, y poco a poco hacerla enfrentarse con ellos. A menudo, el conflicto interno es tan fuerte que el sólo evocarlo provoca una fuerte reacción emocional. Ten en cuenta que estos conflictos serán los límites de la sumisa, aunque a veces ella no se dé cuenta de que lo son. Cuando un dominante los descubre, lo ético es hablar con la sumisa sobre ellos y averiguar si quiere enfrentarse con ellos en una sesión un tanto extrema. Todos tenemos conflictos emocionales. Miedos secretos. Traumas oculto. Cosas de nuestro pasado que no hemos resuelto. Sueños a los que hemos renunciado. Los practicantes del BDSM con suficiente experiencia a veces eligen afrontarlos en una sesión profunda de mind-fucking con un dominante de confianza. El mind-fucking profundo sería participar en un juego que intencionalmente sacaría a la luz nuestros demonios para que podamos exorcizarlos. Un dominante en una relación prolongada con una sumisa puede tener un conocimiento tan íntimo sobre ella que sabe dónde encontrar a sus demonios interiores. Es posible que los dos hayan creado un espacio íntimo donde se sientan seguros para explorar estos rincones peligrosos de la mente. Desde fuera, los factores desencadenantes no parecen gran cosa: una cierta postura, ponerse una prenda de ropa particular, pretender ser alguien, una frase pronunciada de cierta manera. A veces, es lo desconocido. Sabemos que hay algo ahí, acechando en los oscuros rincones de nuestra mente, pero no sabemos qué es. Esto requiere mucha atención y habilidad por parte del dominante. Necesita mantener una profunda empatía con la sumisa a lo largo de toda la sesión, tirando de sus hilos emocionales, listo para sacarla si hay problemas. Si se tiene éxito, este tipo de sesión puede conducir al autodescubrimiento y la auto-transformación. El mind-fucking es BDSM extremo Excepto en sus formas más leves y de corto plazo, el mind-fucking debe considerarse un juego extremo. Debe hacerse después de una cuidadosa negociación y con buen conocimiento de la salud mental de la sumisa. En el próximo artículo, exploraré en detalle los temas de consentimiento y seguridad en el mind-fucking. Copyright 2023 Hermes Solenzol.

  • Mi niñez bajo el Opus Dei durante la dictadura franquista

    A veces el privilegio y la opresión se combinan de forma extraña Como mi padre me arrastró pataleando al Opus Dei Cuando tenía siete años, mi padre me arrastró, llorando y pataleando por las escaleras, a un club infantil del el Opus Dei. Eran siete pisos, sin ascensor. Era como si mi persona progresista actual se hubiera encarnado en mi cuerpo infantil y se resistía a ir allí. Bueno, en realidad lo que pasó fue que había escuchado a mis padres decir que el Opus Dei me haría un niño bueno, y yo no quería ni oír hablar de eso. ¿Acaso no era ya lo suficientemente bueno? La rabieta se me pasó en el momento en que abrieron la puerta y me encontré cara a cara con Elías, un chaval de mi clase que se había convertido en mi mejor amigo. Y me hacían falta amigos, ya que un par de años antes mi familia se había mudado de Tenerife a Santiago de Compostela, después de pasar mis primeros cinco años en Roma. Con tanto cambio, estaba un poco desubicado. Así que dejé de llorar, me tranquilicé y le eché una ojeada al sitio. Esa fue la única vez que vi a Elías en aquel club del Opus Dei, el Club Senra. Supongo que sus padres no eran tan conservadores como los míos. El Opus Dei Mi padre sabía perfectamente qué era el Opus Dei: una organización católica conservadora que había adquirido un gran poder político en el régimen fascista del general Francisco Franco. Mi tío José Luís, el hermano menor de mi padre, era miembro numerario del Opus Dei y vivía en la sede de la organización en Roma. Los miembros numerarios deben vivir en castidad (es decir, no se les permite casarse ni tener relaciones sexuales), pobreza (dan sus ganancias a la organización) y obediencia (siguen las instrucciones de la organización transmitidas a través de su director espiritual). Sin embargo, lo hacen como un contrato con el Opus Dei y no como votos, como hacen los frailes. Mi padre era miembro supernumerario del Opus Dei, una categoría creada para personas casadas. Viven en castidad “dentro de su matrimonio”, pagan tributo a la organización y obedecen a su director espiritual, aunque con más libertad que los miembros numerarios. Ah, y tienen que ofrecer en sacrificio a su hijo mayor. Que en este caso era yo. Bueno, es broma. Lo que realmente sucede es que tienen que meter a sus hijos en clubes como el Senra, donde se los prepara y adoctrina. Luego, cuando cumplen los 14 años, se les pide que se unan al Opus Dei. Mis hermanos menores no escaparían a ese destino. Mis dos hermanos pronto se unirían a mí en el Club Senra. Mi hermana seguiría un camino diferente, ya que en el Opus Dei hay una estricta separación entre hombres y mujeres. Con el tiempo se convirtió en miembro numeraria, aunque no duró mucho dentro de la organización. La carrera de mi padre Ser miembro del Opus Dei le vino muy bien a mi padre. Era catedrático de Derecho Romano en la Universidad de Santiago. Para cuando me llevó al Club Senra, en 1964, ya era decano de la Facultad de Derecho. Tenía sólo 36 años. En 1968, las manifestaciones estudiantiles que comenzaron con los disturbios de mayo del 68 en París sacudieron a Santiago de Compostela, una ciudad pequeña llena de estudiantes. Por aquel entonces no era la capital de Galicia, sólo se sustentaba de su famosa catedral y de la universidad. Un grupo de estudiantes se encerró dentro del rectorado, negándose a salir a menos que se cumplieran sus demandas. Franco decidió que el rector de la universidad era demasiado blando. Era necesario poner a un hombre duro en su lugar. Ese hombre duro era mi padre. Mucho más tarde, mi padre me contó que su manera de lidiar con ese problema no fue enviar a la policía, como Franco esperaba, sino ofrecer a los estudiantes un lugar para reunirse en el Burgo de las Naciones, un conjunto de barracones que se había construido para albergar a los peregrinos durante aquel Año Santo. Yo tenía once años. Ser hijo del rector de la universidad me plantó de lleno en la clase alta de esa ciudad de provincias. Antes de mudarnos a Santiago, habíamos vivido con bastante humildad, primero en Roma y luego en La Laguna, en Tenerife. Pero ahora vivíamos sin pagar alquiler en un lujoso apartamento en el campus, rodeado de jardines y a pocos pasos de los bosques de pinos y robles de las afueras de la ciudad. El Club Senra Irónicamente, pertenecer al Club Senra era uno de mis mayores privilegios. En teoría, la función del era que los niños participaran en actividades como aeromodelismo, fotografía, montañismo, química, dibujo y electrónica. Las clases las impartían estudiantes universitarios e incluso uno de los profesores de mi colegio. Disfruté mucho haciendo aviones y saliendo al campo a volarlos. Al final acabé participando en todas las actividades. A medida que crecí, me invitaron a ir allí todos los días después del colegio para estudiar y hacer los deberes. Esas sesiones diarias de estudio eran interrumpidas por media hora de meditación, que consistía en la lectura de puntos de Camino, con largas pausas silenciosas entre punto y punto. Camino es un libro escrito por Monseñor Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei y ahora un santo. Consta de 999 puntos o párrafos cortos. Los más controvertidos (puntos 387-400) alientan a los miembros a practicar la “santa intransigencia” (una exhortación al dogmatismo), la “santa coerción” (“usar la fuerza […] para salvar la vida de aquellos que estúpidamente persisten en cometer suicidio del alma ) y la “santa desvergüenza” (poder declarar con valentía que uno es católico religioso). Esto os puede dar una idea de la naturaleza militante de la organización. De hecho, Camino se parece bastante al Libro Rojo de Mao, con sus 427 puntos. Una vez a la semana tenía que acudir a una entrevista con mi director espiritual, quien era miembro del Opus Dei, pero no sacerdote. La confesión con un sacerdote se hacía por separado. Si bien la confesión se mantiene estrictamente en secreto, el director espiritual tenía libertad para comunicar todo lo que yo le dijera a la jerarquía del Opus Dei. ¡Pero la sala de estudio era genial! Me encantaba la disciplina y el silencio estricto. Estaba rodeado de estudiantes universitarios a los que podía pedir ayuda sobre cualquier tema. Matemáticas, química, física… fuera lo que fuese pase, siempre tenía un experto a mano. Mis notas, que ya eran bastante buenas, mejoraron. Mi colegio, y problemas en la calle Sólo tenía un rival para ser el primero de la clase: mi amigo Elías. Era el favorito de mis compañeros: inteligente, deportista y un pelín rebelde. Yo era un empollón y un enchufado, el epítome del privilegio de la clase política. Todos vitoreaban a Elías cuando me ganaba. A mí no me importaba demasiado. A mí también me caía bien Elías, pero yo no podía ser como él, por mucho que me empeñara. No entendía nada de lo que pasaba a mi alrededor. Mis compañeros hablaban en clave de temas políticas que escapaban a mi comprensión. Los estudiantes luchaban en las calles con la policía. Durante la noche aparecían banderas rojas en los árboles, que quitaban enseguida. También borraban enseguida las pintadas con oscuros lemas políticos. Y mi padre hablaba por teléfono todas las noches, gritando órdenes sobre cómo controlar a los estudiantes. Algunos de mis compañeros me despreciaban, otros me adulaban, pero todos me temían a causa de mi padre. Incluso mis profesores. A mis compañeros de clase les pegaban regularmente, pero nadie se atrevía a tocarme. Yo vivía en un mundo de fantasía, leyendo ciencia ficción sin parar y enamorándome de la ciencia. Me empezaron a llamar el científico en el colegio. Improvisé un laboratorio de química en el desván, donde fabricaba bombas fétidas y algunos explosivos reales. Sabía lo suficiente de química y era lo suficientemente estúpido como para representar un peligro real. Afortunadamente, no llegó a pasar nada. Educado por el Opus Dei Pero el verdadero peligro, sin que yo lo supiera, era el Opus Dei. A medida que me acercaba a los 14 años, mi director espiritual comenzó a apretarme los tornillos. Me advirtieron que tuviera cuidado con los libros que leía, lo que hizo saltar mis alarmas. Me encantaba la lectura, que se había ampliado de novelas (Julio Verne, H. G. Wells, E. R. Burroughs, Lovecraft, Isaac Asimov) a libros ficción sobre ciencia y temas esotéricos. Los del Opus también me invitaron a participar en retiros religiosos. Fui a uno en Portugal, y a otro durante el verano en un colegio de Vigo. Luego a un viaje a Roma para conocer a Monseñor Escrivá de Balaguer, el Padre. Los retiros incluían largas horas de oración, pero también paseos, natación y otras actividades. La oración silenciosa concordaba con mi naturaleza introvertida y comencé a hacerla diariamente. También me atraía el misticismo. Sin embargo, nunca pude conectar con el amor católico por la Virgen y los santos. La liturgia me parecía incomprensible. El Rosario me aburría. Por otra parte, yo era católico hasta la médula: había nacido en Roma, donde mi padre me hizo bautizar en la basílica de San Pedro del Vaticano. Y ahora estaba viviendo en Santiago de Compostela, el legendario lugar de enterramiento del apóstol Santiago y el segundo destino de peregrinación católica más importante en el mundo, después de Roma. Mi confesor, que no era del Opus Cuatro cosas prepararon mi salida de la tutela del Opus Dei. El primero fue don Aurelio, un sacerdote que daba clases de religión en mi colegio. Alguna vez escuché a Elías decir que en su apartamento daba confesiones y consejos a los alumnos, incluso dándoles una copa de vino de misa. Pensé que eso sonaba bien, así que lo intenté. Me gustó don Aurelio, así que decidí convertirlo en mi confesor habitual. En el Opus Dei me habían aconsejado tener un confesor habitual, pero no les gustó nada cuando les dije que había elegido a don Aurelio. Sin embargo, como se trataba de un sacerdote católico, no tenían ningún argumento para oponerse. En secreto, mi decisión se basó en querer tener un asesor que no tuviera relación con mi padre y con el Opus Dei. Estaba comenzando la pubertad y, como era de esperar, tenía problemas con el sexo. Estaba en una escuela sólo para chicos, por lo que tenía poco contacto con las chicas. Mi hermana y sus amigas parecen vivir en una realidad aparte. El sexo me daba miedo, no sólo porque vivía en una sociedad profundamente represiva, sino también porque tenía fantasías sadomasoquistas que encontraba profundamente inquietantes. No era cuestión de hablarles de eso a la gente del Opus, cuyas prácticas religiosas incluían la autoflagelación y el uso del cilicio. Don Aurelio no sabía mucho sobre sadomasoquismo, pero me explicó muchas otras cosas sobre el sexo y me dijo que no me preocupara. Era un sacerdote progresista que celebraba misa acompañado de batería y guitarras eléctricas. Me animó a empezar a salir con chicas. ¡Incluso me presentó a una! También señaló algunas cosas a tener en cuenta en el Opus Dei, como la forma en que utilizan los empleos y otros beneficios para manipular a la gente. El retorno de los brujos Lo segundo que me alejó del Opus fue leer el libro El retorno de los brujos. Nuevamente, fue mi amigo Elías quien lo recomendó. Fue el primer libro de no ficción que leí. Despertó mi interés por los extraterrestres, los antiguos astronautas, la alquimia, la magia y todo tipo de cosas esotéricas que luego caerían bajo la etiqueta de New Age. Pero lo que realmente capturó mi imaginación fue la posibilidad de tener experiencias místicas que pudieran revelar conocimientos ocultos sobre el Universo. Eso me llevó a interesarme por el yoga y el budismo, creando una salida para mi misticismo que competía con el catolicismo. El apostolado sale al revés El tercer factor que me alejó del cristianismo fue el propio Opus Dei. A medida que avanzaba en mi práctica religiosa, empezaron a animarme a hacer apostolado, es decir, a tratar de convertir a su rama conservadora del cristianismo a algunos de mis compañeros de clase. Pero no podía ser cualquiera. La estrategia del Opus Dei es reclutar sólo a tipos con éxito, inteligentes, ricos, con influencias y guapos. Así que me enviaron tras algunos de mis compañeros de clase más inteligentes y sofisticados. Eso les salió por la culata. Cuando le dije a mi compañero Ramón que quería hablar con él de cosas importantes, se entusiasmó. No me di cuenta de que sabía mucho de filosofía y política, materias en las que yo tenía grandes lagunas. Pero había leído lo suficiente como para interesarme profundamente en lo que él me tenía que contar. Pasamos una tarde paseando por el jardín de La Herradura bajo el húmedo clima gallego, profundamente inmersos en nuestra conversación. Las semillas que plantó en mi mente tardaron en germinar. Pero al final lo hicieron. Mis nuevos vecinos La cuarta cosa que me influyó fue que nos mudamos a un nuevo apartamento, también en el campus universitario, donde había nuevos vecinos. Gabriel era un año mayor que yo y José un año menor, pero los dos hermanos encajaron bien con mis dos hermanos mayores y conmigo. Nos gustaba la ciencia, el ajedrez, los acuarios y deambular por los bosques. Me introdujeron a la música, poniendo a The Beatles y a Simon & Garfunkel sin parar cuando estábamos juntos. Su padre era profesor de química en la universidad y Gabriel estaba tan fascinado por la ciencia como yo. Eventualmente vendría conmigo a algunos retiros del Opus Dei y supuestamente era un objetivo de mi apostolado, pero la influencia fue casi siempre al revés. Nos mudamos a Madrid Entonces sucedió algo que marcaría el fin de mis despreocupados años de infancia en Santiago. Ascendieron a mi padre. En principio, le dieron un puesto de Director General en el Ministerio de Educación y Ciencia, pero eso era sólo en preparación para un objetivo más audaz. Se iba a convertir en el rector fundador de una nueva universidad que abarcaría todo el territorio de España: una universidad por correo siguiendo el modelo de la Open University británica. Hoy en día, la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), fundada por mi padre, es la universidad más grande de España. Tuve que despedirme de mis nuevos amigos Gabriel y José, de mi consejero intermitente Elías y de la sabia guía de don Aurelio. Me enfrentaba a nuevos retos en la gran ciudad de Madrid. Sin saberlo, también tendría que afrontar mi creciente disonancia cognitiva entre las enseñanzas conservadoras del Opus Dei y mis nuevas ideas sobre ciencia y misticismo.

  • La muerte no es nada para nosotros

    La muerte significa perderlo todo. La muerte es la liberación del sufrimiento. La muerte es desaparecer en la nada. La muerte de mi padre Escribí este artículo, en inglés, el día después de la muerte de mi padre. Él estaba en España y yo en California, a miles de kilómetros. Debido a las restricciones de viaje durante la pandemia del Covid-19, yo ya sabía que nunca lo volvería a ver. No siento pena por él. Murió con 92 años. Yo soy el mayor de sus 9 hijos. Fue rector de la Universidad de Santiago y rector fundador de la UNED, la universidad más grande de España. Durante la Transición, fue elegido al Congreso de los Diputados. Fue una autoridad mundial en su campo académico y muchos de sus alumnos también tuvieron carreras de éxito. ¡Todos deberíamos tener esa suerte! Pero la muerte nos llega a todos, y mi padre siempre le tuvo miedo de la muerte. Recuerdo una vez que cené con él en un restaurante de Madrid, Los Borrachos de Velázquez. Su relación con sus hijos empeoró mucho cuando se divorció de mi madre, pero yo intentaba reestablecerla. Esta vez, él parecía genuinamente interesado en mi opinión sobre la religión. A los 15 años, yo había abandonado el catolicismo en el que él me había criado. Eso creó una brecha entre nosotros, que aún se hizo más grande a medida que yo desarrollaba mis ideas progresistas. Pero él también había cambiado sus ideas políticas, pasando de ser franquista durante la dictadura a convertirse en uno de los nuevos conversos a la democracia, si bien aún de derechas. En ese momento yo estaba en medio de mi fase Zen. Meditaba regularmente, asistía a sesshins (retiros) y me había convertido oficialmente al Budismo Zen. Finalmente planteó la pregunta clave que quería hacerme: ¿qué sucede después de la muerte, según mi recién adquirida religión budista? Le dije que muchos budistas creen en la reencarnación, pero que yo no. Para mí, la muerte era el final, mi completa extinción. Solo esperaba que el budismo me proporcionara la forma de aceptar esa idea, de desapegarme de mi yo para para poder ser feliz. No le gustó nada esa respuesta. Nos fuimos cada uno por su lado. A medida que se acercaba a la muerte, mi padre se volvió un católico más devoto. En sus últimos años, mientras pudo hacerlo, asistía a misa todos los días. De nuevo, nos alejamos. Sentí que él tenía miedo de que yo desafiara su fe, y que no quería volver a hablar de eso. Mi madre murió de forma consciente Mi madre también era una católica devota, aunque su fe se vio debilitada por acontecimientos fuera de su control. Dedicó su vida a su matrimonio y a sus ocho hijos. Por ponerlo de la mejor forma posible, mi padre no la trató bien. La engañó y, cuando ella se enteró, se divorciaron. No contento con eso, mi padre usó sus conexiones políticas con la Iglesia Católica para anular el matrimonio. Después de 22 años de matrimonio y de tener ocho hijos, a los ojos de la Iglesia, nada de eso había sucedido. La corrupción en la Iglesia que condujo a la Reforma protestante sigue vigente. Mi madre siempre obedeció los mandamientos de la Iglesia. Nunca usó métodos anticonceptivos y tuvo un hijo tras otro. Después de tenerme a mí, pasó cinco años en un estado de embarazo casi permanente. Y ahora la Iglesia la había traicionado, quitándole lo más valioso de su vida. ¿Por qué anuló mi padre el matrimonio? Él mismo me lo dijo. Para poder casarse con su tercera esposa por la Iglesia, para así poder tener sexo con ella sin cometer pecado. Así de retorcido se ha vuelto el catolicismo hoy en día. Divorciarte y tener sexo con tu nueva mujer es pecado. Pero no lo es renegar de tu mujer y de tus hijos. Mi madre murió en el 2014. Durante sus últimos años, recapituló su vida y la dejó escrita en un libro para que la leyeran sus hijos y nietos. No se me ocurre mejor manera de prepararte para morir: repasar tu vida, reflexionando sobre todo lo que te pasó, mirando lo que has hecho, quién fuiste, quién eres. Eso es lo que se llama morir de forma consciente. Un par de semanas antes de su muerte, viajé a España para visitar a mi madre en el hospital. Pasamos largas horas recordando. Me dijo que los días más felices de su vida fueron cuando vivíamos en Roma, cuando yo era un bebé. Yo todavía conservaba muchos recuerdos de mi primera infancia en Roma. Siempre he llamado a mi madre mamma, en italiano, en lugar del español mamá. Le puse en mi iPod viejas canciones italianas de esa época, que solíamos escuchar cuando en casa cuando mis hermanos y yo éramos niños. El aliento es lo último que te queda En su canción How We’re Blessed (Lo que nos bendice), Daniel Cainer dice que el aliento es el primer regalo que recibimos cuando nacemos y lo último que nos queda cuando morimos. Cuando hago meditación me concentro en mi respiración, el vínculo entre mi mente y mi cuerpo, porque respirar es algo que podemos hacer conscientemente e inconscientemente. Cuando practico el buceo libre contengo la respiración. Eso hace que me sienta en paz y liberado, hasta que el ansia por respirar me llama de vuelta a la superficie. “No puedo respirar” fue el lema del año 2020. Es lo que dijo George Floyd cuando la policía lo mataba, haciéndose eco de las palabras de Eric Garner, Javier Ambler, Manuel Ellis, Elijah McClain y muchos otros asfixiados por la policía. “No puedo respirar” también es lo que sientes cuando te mueres de Covid-19, mientras el coronavirus termina de destrozarte los pulmones. Es lo que sintieron millones de personas cuando se vieron confinadas dentro de sus casas a causa de la pandemia. La muerte significa perderlo todo Cuando me muera, perderé el aliento y los latidos de mi corazón. Perderé la consciencia con la sequía mi respiración al hacer meditación. La consciencia es tan frágil que desaparece todas las noches cuando duermo. Entonces, ¿cómo es posible que sobreviva a la destrucción de mi cerebro? Cuando la consciencia desparece, todo desaparece. Tu pareja, tus hijos, tus parientes, tus amigos. Tu coche, tu casa, el dinero que tienes en el banco, todas tus posesiones. Todo eso se esfuma para siempre. No es de extrañar que la muerte nos resulte tan aterradora. Especialmente en nuestra cultura, donde nos definimos a nosotros mismos por nuestras posesiones. Nos pasamos la vida tratando de acumular cosas. No solo objetos, sino también posesiones mentales: educación, sabiduría, autocontrol, la actitud correcta, virtud, experiencias maravillosas. Y, sin embargo, incluso los contenidos de nuestra mente desaparecen cuando nos morimos. ¿Cómo podemos, al final de nuestras vidas, hacer lo contrario de lo que hemos estado haciendo toda nuestra vida: soltarlo todo en vez de acumular? La muerte es la liberación última Erin fue mi amante poliamorosa durante los años 2012 y 2013. Nos conocimos en Fetlife.com y accedió a ser mi sumisa… Ese podría ser un buen tema para otro artículo, pero dejémoslo así. Había perdido la pierna izquierda, que le habían amputado por debajo de la rodilla después de un accidente de motocicleta cuando tenía 24 años. Erin había sido corredora, por lo que perder la pierna fue un duro golpe para ella. Tardé un poco en entender cuánto la había afectado eso. Un día, bien avanzada nuestra relación, se me ocurrió ver con ella la película Mar Adentro. La película se rodó en Galicia, el país donde crecí. Erin tenía ascendencia irlandesa y yo quería mostrarle la cultura celta de Galicia. En cambio, Erin se sintió profundamente conmovida por el tema del suicidio asistido. Basada en hechos reales, narra la lucha de Ramón Sampedro (interpretado por Javier Bardem) para que lo dejen morir. Ramón se había quedado tetrapléjico después de romperse el cuello al tirarse de cabeza al mar. Prefería morir antes que vivir así. Poco después, Erin me dijo que había querido morir desde que perdió la pierna. Eso me impresionó. Estaba enamorado de ella y la idea de que se suicidara me aterrorizaba. También lo vi como un fracaso personal, porque la idea detrás de ser su dominante era darle direcciones para que ella pudiera organizar su vida. Su vida había sido una cadena de desastres. Había sobrevivido a un secuestro de 3 meses, había estado en la cárcel y estaba sin trabajo. No era sólo que había perdido su pierna. Erin vivía en un estado de constante sufrimiento físico y mental, que ocultaba bajo una convincente fachada de alegría. Después de varias peleas, Erin logró comunicarme cómo, para ella, la muerte era una liberación. Sí, había cosas en la vida que la hacían feliz. Pero había tanto sufrimiento que el balance general era que su vida no valía la pena vivirla. En junio de 2013, Erin me dejó por otro hombre que podía darle lo que yo no podía: una relación monógama. Era un tipo celoso y procedió a aislarla de mí y de todos sus amigos. A fines de noviembre, uno de ellos me envió un mensaje de texto diciéndome que Erin se había suicidado. Me había dejado un precioso regalo de despedida. En lo profundo de mis huesos, ahora entendía que la muerte es la liberación definitiva. No hay más preocupaciones, no más esfuerzo, no más miedo. No más sufrimiento. La muerte es la nada Las personas religiosas se compadecen de los ateos porque no tenemos el consuelo de una vida después de la muerte, un lugar donde nos encontraremos con nuestros seres queridos y viviremos con ellos para siempre. Yo creo que son ellos de los que hay que compadecerse, por sus creencias basadas en deseos y su falta de valor para enfrentarse a la verdad. Cuando el cerebro se desintegra, nuestra mente desaparece. Quizás algún día exista la tecnología que nos permita subir nuestra mente a un ordenador, como en el episodio de San Junipero de Black Mirror. Aun así, ¿seríamos nosotros mismos si no tuviéramos cuerpo? ¿Perderemos nuestra humanidad si nos convertimos en un programa de ordenador? Yo creo que, como enseña el budismo, no tenemos un Yo inmutable, algo que permanece inalterable en medio del fluir de cambios en el mundo. No somos el niño, el adolescente o el joven que alguna vez fuimos. Hemos estado cambiando toda nuestra vida. La muerte es sólo el cambio final. El precio que pagan los cristianos por creer en el Cielo es creer en el Infierno. Pasan su vida aterrorizados por la cuestión de si se encaminan a una eternidad de felicidad o a una eternidad de sufrimiento. ¿No sería mejor creer que simplemente dejamos de existir? Esta vida es todo lo que tenemos, así que debemos aprovecharla al máximo. Y luego están esas imágenes sombrías de ser enterrados en un ataúd claustrofóbico, como si de alguna manera todavía estuviéramos encerrados en nuestro cuerpo después de muertos, teniendo que sufrir las indignidades de ser comidos por gusanos y nuestra lenta descomposición. ¿Cómo llegamos a creernos eso? Esas imágenes morbosas nos causan mucho sufrimiento al anticipar nuestra muerte. En vez de eso, imagínate cómo eras antes de que nacer. ¿Que ves? ¿Cómo te sientes? No hay nada. Eso es la que es la muerte. Nada. Sin el frío del ataúd, sin echar de menos a los seres queridos, sin arrepentirnos de lo que pudimos hacer y no hicimos, de lo que pudimos ser y no fuimos. No queda nadie que tenga que luchar. No queda nadie que pueda sufrir. No es demasiado difícil llegar a comprender esto. Los filósofos antiguos, los Estoicos, los Epicúreos, los Cínicos, ya lo entendieron. “La muerte no es nada para nosotros. Cuando existimos, la muerte no existe; y cuando la muerte existe, nosotros no somos. Toda sensación y conciencia termina con la muerte, y por lo tanto en la muerte no hay ni placer ni dolor. El miedo a la muerte surge de la creencia de que en la muerte hay conciencia”. Epicuro. La ciencia lo confirma. Somos nuestro cerebro. Lo que le pase a nuestro cerebro, nos pasa a nosotros. Si bebemos, nos emborrachamos. Si tomamos una droga, nos colocamos. Si el cerebro duerme, dormimos. Si el cerebro está en coma, no sentimos nada. Si el cerebro se muere, no somos nada.

  • A la caza del poder personal

    Cómo tomar las riendas de tu vida ¿Qué es el poder personal? Poder personal consiste en tener la fortaleza psicológica para vivir una vida llena de sentido y de felicidad. Significa ser energético, motivado, ético, honesto, de fiar, autosuficiente, eficaz, alegre, resistente al trauma, resiliente y generoso. El poder personal no significa adquirir poder a expensas de otros. No es ser manipulador, egoísta y explotador. Hay una energía psicológica que podemos adquirir viviendo de la manera correcta. Cuando tenemos esa energía, ese poder, somos capaces de transmitirla a los demás. A lo largo de mi vida, he estudiado diferentes tradiciones espirituales que incluyen al yoga, el Siloísmo, el Zen y la Senda del Guerrero. Siempre usando el pensamiento crítico y el conocimiento científico para alejarme de los falsos gurús y para seleccionar cuidadosamente entre sus enseñanzas. Lo que aprendí es que no hay superpoderes, ni atajos mágicos a la felicidad, ni iluminaciones repentina. Sólo queda realizar trabaja interno en nuestra vida ordinaria, superándonos poco a poco con honestidad y compromiso. Solo a través del esfuerzo se puede llegar a un estado en el que vivir bien resulta natural. Y entonces el mundo te lanza un nuevo desafío en forma de un accidente, una enfermedad u otro tipo de desgracia. Tienes que estar preparado y capear la tormenta lo mejor que puedas. Sabes que, al final, vas a perder. Todos vamos a morir algún día. Tienes que aprender a reconciliarte con eso. Practica la compasión por ti mismo Ir a la caza del poder personal puede sonar egoísta y arrogante. Sin embargo, no es egoísta porque sólo teniendo energía podemos dársela a los demás. Sólo encontrando sentido podemos iluminar la vida de los demás. Sólo siendo felices podemos hacer felices a los demás. No es arrogante porque el poder personal debe construirse en base a una evaluación honesta de nuestras capacidades y deficiencias. La compasión es la capacidad de sentir el sufrimiento de los demás, lo que nos motiva a hacer algo para aliviarlo. La compasión por uno mismo es la capacidad de ser conscientes de nuestro propio sufrimiento, lo que nos motiva a encontrar la manera de ser felices. Sin embargo, lo que hacemos normalmente es enmascarar nuestro dolor, negarlo distrayéndonos con mi cosas que nos vuelven inconscientes. Pero, cuando no somos capaces de enfrentarnos a nuestro sufrimiento, nos engañamos a nosotros mismos, creyendo que podemos evitarlo desando cosas que no necesitamos. La compasión por uno mismo es distinta de la autocompasión, que consiste en echarle la culpa de nuestro sufrimiento a cosas que están fuera de nuestro control. Conduce a la resignación y la esperanza, a creer que sólo cambios en el mundo externo pueden rescatarnos de nuestro sufrimiento. Esto nos quita el poder. La neurociencia ha demostrado que el sufrimiento producido por cosas que no podemos controlar induce indefensión aprendida, que constituye la base del trauma psicológico (Maier and Seligman, 2016). Por lo tanto, debemos adquirir todo el control posible sobre nuestro entorno, y hacernos conscientes de ese control. Para cultivar la compasión por nosotros mismos, debemos ser conscientes de los mecanismos que producen nuestro sufrimiento. Lo que significa conocernos a nosotros mismos. Conócete a ti mismo a través de la meditación y la atención plena Podemos conocernos a nosotros mismos a través de la meditación y la atención plena (mindfulness). Para mí, la meditación no es buscar un estado alterado de consciencia, nirvana, iluminación o una revelación esotérica sobre la naturaleza de la consciencia. Es simplemente sentarme en silencio mientras observo cómo funciona mi mente. Las percepciones, los pensamientos y las emociones emergen de mi inconsciente hacia la consciencia y desaparecen nuevamente en la inconsciencia. Es ilusorio creer que existe una barrera entre el inconsciente y el consciente. Aunque este fluir de la mente es lo que soy, hay formas sutiles en las que se puede dirigir este fluir, en las que mi función ejecutiva cognitiva puede dirigir suavemente a la mente en una dirección más racional. Así mismo, la atención plena es prestar atención al fluir de la mente mientras nos movemos en el mundo. Sin juzgarnos, tomamos conciencia de cómo las sensaciones, los recuerdos y los pensamientos entran y salen de la consciencia. La meditación y la atención plena sirven para crear la meta-atención. Ésta consiste en ser consciente de a qué le estamos prestando atención en cada momento. Volviendo a la mente más flexible, la meta-atención extiende gradualmente el alcance de la conciencia hacia el inconsciente. Necesitaremos la meta-atención para controlar nuestras emociones y rescatarnos de los bucles destructivos del pensamiento, la rumiación y el catastrofismo. Sin embargo, no está mal, de vez en cuando, divagar y soñar despiertos. Especialmente cuando hemos desarrolla la meta-atención. A veces necesitamos dejar que nuestra mente sea ella misma, que manifieste lo que quiera. De lo contrario, nuestra voluntad se puede convertir en una cárcel. Si destruimos nuestra imaginación, nos cortamos las alas. Sólo liberándola podemos ser creativos. Cultiva la fluidez mental Últimamente he estado leyendo sobre la fluidez mental (flow, en inglés) y me he dado cuenta de que es incluso mejor que la meditación para promover la salud mental y el poder personal. El flow es un estado mental definido en la década de los 70s por Mihaly Csikszentmihalyi como “un estado óptimo de conciencia en el sacamos lo mejor de nosotros mismos y nos ejecutamos una tarea de forma ideal”. Le dio las siguientes seis características: Atención enfocada en una tarea. Fusión de acción y consciencia. Disminución de la consciencia del yo. Alteración de la percepción del tiempo, que se acelera o se ralentiza. Sensación de control total. Emociones positivas como alegría, placer, euforia, sentido y propósito. También se ha definido la fluidez mental como esfuerzo sin esfuerzo. La fluidez mental se da en deportes que requieren mucha habilidad como la escalada, el esquí o las artes marciales; o en artes como tocar música, bailar, pintar o escribir. Sin embargo, la fluidez no consiste en dejarse llevar, o en usar la memoria muscular para realizar una acción con mínimo esfuerzo. Sólo se logra después de un arduo entrenamiento en un deporte o un arte. En cada sesión, suele haber un período inicial de esfuerzo hasta que el ejecutante es capaz de entrar en ese estado. Un excelente artículo de revisión de la neurofisiología de la fluidez mental (Kotler et al., 2022) explora la diferencia entre la fluidez mental y el trauma, ambos inducidos por un suceso peligroso y atemorizante. Los autores llegan a la conclusión de que la fluidez mental se induce al involucrarse de forma proactiva en este suceso, lo que recluta la respuesta de lucha (fight) de los circuitos cerebrales de estrés. Por el contrario, el trauma emocional se induce cuando no nos enfrentamos al suceso peligroso, lo que inicia la respuesta de inmovilidad (freezing) frente al estrés. Mientras que el trauma emocional causado por el estrés repetido en ausencia de control conduce a la indefensión aprendida (learned helplessness), la fluidez mental habitual induce una resiliencia al trauma que Kotler et al. han llamado empoderamiento aprendido. Al leer esto, concluí que cultivar sistemáticamente el estado de fluidez mental, podría crear el hábito de entrar en él. Esto conduciría al empoderamiento aprendido, que es lo mismo que el poder personal. Cierra las fugas de energía Otra forma de aumentar el poder personal es evitar perderlo. Esto se puede hacer identificando las cosas en nuestra vida que nos quitan el poder y nos dejan agotados. Las más obvias son aquellas cosas que impactan negativamente en nuestra salud: fumar, el alcohol, el abusar de las drogas, alimentos poco saludables, la falta de sueño, la falta de ejercicio, la falta de sexo, la falta de amor y el aislamiento social. Menos obvios son los hábitos mentales que drenan nuestra energía mental. A menudo se cita el soñar despiertos pero, como dije anteriormente, esto no es insalubre por sí mismo. Acompañado por la meta-atención, sirve para generar imaginación y creatividad. Es necesario para una mantener sana nuestra mente. Lo que no son saludables son estados mentales de falta de atención que permiten que las emociones tomen el control de nuestra mente y nuestro comportamiento. Por ejemplo, el hablar sin ton ni son, sin darnos cuenta del efecto de nuestras palabras. Peor aún es la rumiación: cuando nuestra mente se obsesiona con algún suceso de nuestra vida, típicamente una interacción social negativa. No podemos quitárnoslo de la cabeza, repesando constantemente lo que dijimos, lo que deberíamos haber dicho y lo que vamos a hacer para remediarlo, por improbable que sea. La rumiación se debe a que perdimos el control en el pasado, y busca fútilmente recuperar ese control en nuestra imaginación. Se alimenta principalmente de la ira, pero también del miedo, los celos y la vergüenza. También está el catastrofizar: imaginar algo terrible que nos va a pasar. El miedo descontrolado hace volar nuestra imaginación, alimentando el miedo con escenas de eventos horribles en un bucle sin fin. Debajo de todo esto, existe la creencia de que hemos perdido el control sobre nuestro entorno y nuestra vida. Esta creencia es consecuencia de la indefensión aprendida. Hay muchas otras distorsiones cognitivas, muchas de las cuales provienen de la excesiva influencia de emociones negativas en nuestra forma de ver el mundo. La rumiación, el catastrofismo y otras distorsiones cognitivas se convierten rápidamente en hábitos mentales. Sin embargo, es posible evitarlas utilizando la meta-atención para tomar conciencia de lo que está sucediendo, etiquetarlo y proporcionar imágenes positivas y aportes cognitivos. De esta manera, podremos romper esos hábitos mentales. Evita las emociones negativas Se ha puesto de moda en estos días decir que las emociones negativas están bien; que deberíamos dejarlas en paz. Eso es una tontería. Es el resultado de una comprensión deficiente de la mente por parte de una parte de la psicología construida sobre evidencia deficiente e ideología. Como señalé anteriormente, la neurociencia muestra las consecuencias negativas de dejar que estados como la indefensión aprendida y la rumiación se apoderen de nuestra mente. Antiguas tradiciones filosóficas como el estoicismo y el budismo también nos aconsejan evitar las emociones negativas. Es imposible vivir de forma ética sin controlar las emociones negativas. Si le das rienda suelta a la ira, inevitablemente harás daño a los demás. La ira te ciega, distorsionando tu visión del mundo y llevándote a acciones irracionales. Lo mismo puede decirse de los celos, la causa que no se quiere reconocer de la violencia contra las mujeres (Puente and Cohen, 2003; Pichon et al., 2020). En cuanto al miedo, a menudo te impide hacer lo que debes. Por supuesto, las emociones han evolucionado por algo. Lo que pasa es que los seres humanos evolucionamos en un entorno en el que vivíamos en tribus de cazadores-recolectores, que es muy diferente a la sociedad moderna. Como resultado, muchas de nuestras respuestas emocionales no son adaptativas. Las principales emociones de las que nos debemos cuidar son la ira y el miedo. La vergüenza y la culpa son emociones sociales que pueden volverse bastante dañinas (Lester, 1997; Lee et al., 2001). La tristeza, la envidia y los celos también pueden ser problemáticos. Lo peor de todo es cuando la ira, el miedo y la vergüenza se vuelven crónicos, formando el trasfondo de nuestro estado mental. La ira crónica la sentimos como una impaciencia, frustración e irascibilidad constantes que pueden escalar rápidamente a la rabia, como en la ira al volante y las peleas de pareja. Sin embargo, cuando la iras se combina con una sensación de impotencia, puede hervir a fuego lento durante años, destruyendo lentamente nuestro cuerpo y nuestra mente. Una de las señales de que esto está sucediendo es la rumiación. El miedo crónico es ansiedad, un vago sentimiento de que algo anda mal, de que algo terrible está por suceder. Puede manifestarse como catastrofismo. La vergüenza crónica se convierte en baja autoestima, un sentimiento que nos paraliza, especialmente en las interacciones sociales. Evoca ansiedad social y provoca la rumiación y el catastrofismo. La mejor manera de combatir las emociones negativas es cortarlas de raíz. La meta-atención puede hacer darnos cuenta de que emoción está empezando a germinar. Por ejemplo, la ira a menudo comienza como impaciencia y frustración. Debemos contrarrestarlo invocando la paciencia y centrándonos en la tarea que tenemos entre manos. El hábito de entrar en la fluidez mental puede ayudar mucho, porque la fluidez mental va acompañada de emociones positivas como la alegría y la curiosidad, y es incompatible con emociones negativas como la ira y el miedo. Si la ira se ha instalado ya en tu mente, lo mejor que puedes hacer es evitar que tome el control de tu comportamiento. Para mí, la lectura es una actividad que me calma y que me saca de la ira. Otras personas pueden dar un paseo, practicar un deporte, escuchar música o ver una película. Es importante usar la atención plena para observar lo que la ira le está haciendo a tu mente. Enfréntate a tus miedos El miedo es una emoción difícil de manejar. A veces aparece a causa de un peligro real. Pero hay dos posibles respuestas al miedo. Una es tomar medidas para evitar que el peligro nos cause daño, tomando todo el control de la situación como podemos. Si logramos sentirnos en control, esto conducirá a un empoderamiento aprendido. El segundo conjunto de respuestas al peligro implica la pérdida de control. Podemos quedarnos inmovilizados (freezing), o podemos caer en el pánico. En ambos casos, la sensación de pérdida de control conduce a la indefensión aprendida (Maier and Seligman, 2016; Kotler et al., 2022). Esto crea un trauma que perdura como ansiedad crónica. En mi experiencia, es bueno entrenar nuestras respuestas al miedo exponiéndonos regularmente a situaciones atemorizantes en formas que minimicen el peligro real y nos permitan mantener el control. Por ejemplo, yo practico escalada en roca, un deporte en el que las respuestas de inmovilidad y pánico son bastante obvias. Otros deportes en los que podemos enfrentarnos al miedo son el esquí, el surf y las artes marciales. Para los que son menos aventureros, las montañas rusas y las películas de terror pueden ponerlos en contacto con sus miedos. Sin embargo, es más difícil sentirse en control en esas situaciones, en las que somos espectadores pasivos. Otra cosa que nos puede ayudar es hablar de nuestros miedos con nuestros amigos o en terapia. Sobre todo si buscamos la manera en que podemos llegar a controlarlos. Asume responsabilidad por tus acciones Como ves, volvemos siempre al tema de tomar las riendas de lo que sucede en tu vida. Por supuesto, hay muchas cosas que escapan a nuestro control. Sería una tontería pretender que tenemos superpoderes y somos capaces de imponer nuestra voluntad al mundo. La clave aquí no es el control real que tenemos, sino el sentirnos en control. Esto significa ser proactivos en lugar de pasivos. Una enseñanza importante de las tradiciones espirituales es que debemos desapegarnos de los resultados de nuestras acciones. Lo hacemos lo mejor que podemos y aceptamos el hecho de que no siempre vamos a ganar. El deseo excesivo por un resultado en particular nos lleva a una ansiedad muy poco saludable. También mina nuestra capacidad de concentrarnos en realizar nuestra tarea lo mejor posible. El estado de fluidez mental consiste en estar completamente enfocados en lo que estamos haciendo mientras que nos olvidamos de nosotros mismos. En la fluidez mental, la atención está en lo que estamos haciendo en el presente, y la meta solo se tiene en cuenta como un parámetro más para dirigir la acción. Precipitarnos a la meta de nuestra actividad nos saca de la fluidez mental. Asumir la responsabilidad de nuestras acciones, por lo tanto, consistiría en dos cosas: evitar anhelar un resultado particular y aceptar el resultado final con ecuanimidad. Esto significa no castigarnos si fallamos, pero tampoco enorgullecernos demasiado si tenemos éxito. Asumir la responsabilidad de nuestras acciones no es culparnos ni avergonzarnos. Por supuesto, si hicimos algo poco ético, debemos tomar las medidas adecuadas para que no vuelva a suceder. No te veas como víctima Otro aspecto de asumir la responsabilidad de nuestras acciones es no buscar excusas en circunstancias externas. Por supuesto, existen numerosos factores fuera de nuestro control que afectan al resultado de nuestras acciones. Sería tonto no reconocerlo. Sin embargo, “encontrar excusas” significa dejar de centrarnos en nuestra capacidad de control para fijarnos en cosas que están fuera de nuestro alcance. Esto es una fuga de energía porque, por definición, no podemos cambiar las cosas que están fuera de nuestro control. Centrarse en el control que tenemos, sea poco o mucho, es mucho más efectivo. Hoy vivimos en una cultura de victimismo, especialmente en círculos progresistas. La ideología posmoderna ve el mundo como una lucha de poder entre los oprimidos (negros, mujeres, homosexuales, transgénero, trabajadores, países pobres, etc.) y los opresores (blancos, hombres, heterosexuales, cisgénero, capitalistas, países occidentales, etc.). La política, entonces, se concibe como una lucha para empoderar a los oprimidos y eliminar a los opresores. Por lo tanto, si puedes identificarte con uno de los grupos oprimidos, sientes que perteneces al grupo de las “buenas personas” y puedes beneficiarte de los privilegios que se les otorgan. De lo contrario, eres un opresor y un enemigo. Eso lleva a que todo el mundo intente demostrar que ellos también son víctimas. Últimamente, incluso los conservadores están adoptando esta estrategia. Y así, los hombres y los incels son víctimas del feminismo. Los blancos son víctimas de la acción afirmativa y la cultura de cancelación.. Dejando de lado las ideologías políticas, lo que intento decir es que verse a uno mismo como víctima no es saludable psicológicamente. Es lo opuesto a asumir responsabilidad por tus acciones. Verte como víctima pone el foco en tu desempoderamiento, culpando al mundo por tu situación. Puede que sea verdad que perteneces a un grupo oprimido, pero el victimismo no ayuda a nadie. Si quieres privilegios porque eres una víctima, ¿no es eso ser egoísta? Mejor sería centrar tu lucha política en ayudar a los demás. Eso enfatizaría la medida de control que tienes. Eso sería empoderador. No dejes que te culpen o te avergüencen También vivimos en una cultura en la que culpar y avergonzar se utilizan como armas políticas. Hasta cierto punto, esto es legítimo. Si alguien se comporta de manera poco ética, explotando y oprimiendo a otros, esa persona merece ser culpada y avergonzada. Lo que no es ético es culpar y avergonzar a las personas por pertenecer a un cierto grupo que ha sido etiquetado como opresor. Por ser blancos, o judíos, o hombres, o vivir en un país rico. Esto niega la agencia individual y la libertad. Las personas son responsables de lo que hacen, no de lo que son. Culpar y avergonzar está tan extendido que se han convertido en un reflejo. Completos extraños se te acercan y te culpan y te avergüenzan por cosas que no tienen nada que ver con tus actos. Especialmente en la internet. Hay que tratar a estas personas como tóxicas. Aléjate de ellas. Bloquearlos en la internet. No los tengas como amigos. Tratan de robar tu poder personal. Sin embargo, si un amigo o alguien que te conoce bien te ofrece consejo y critica tus acciones, escúchalo. Recuerda, el saber es poder, y el conocerse a una mismo lo es doblemente. Y no tú puedes verte bien desde dentro. Asumir responsabilidad por tus acciones y la ecuanimidad deben ser su guía en este caso. Seguir un camino con corazón En una perspectiva amplia, necesitas vivir una vida que tenga sentido. Cada uno de nosotros tiene que encontrar lo que eso significa por sí mismo. Probablemente implica una combinación de tener experiencias que te hacen feliz, lograr un crecimiento personal y contribuir al mejoramiento de la sociedad y el mundo. Un camino con corazón es aquel que te hace sentir feliz y realizado mientras lo recorres. Cada paso a lo largo del camino aumenta tu poder personal. Solo estar en ese camino debería bastarte, porque todos los caminos conducen a ninguna parte. Todos viajamos del nacimiento a la muerte. Si tu vida es vacía y miserable, si no encuentras sentido ni propósito, eso quiere decir que tu camino no tiene corazón. Necesitas encontrar uno mejor. El poder personal te impulsa por el camino con un corazón que es tu vida. Referencias Kotler S, Mannino M, Kelso S, Huskey R (2022) First few seconds for flow: A comprehensive proposal of the neurobiology and neurodynamics of state onset. Neuroscience & Biobehavioral Reviews 143:104956. Lee DA, Scragg P, Turner S (2001) The role of shame and guilt in traumatic events: a clinical model of shame-based and guilt-based PTSD. Br J Med Psychol 74:451-466. Lester D (1997) The role of shame in suicide. Suicide Life Threat Behav 27:352-361. Maier SF, Seligman ME (2016) Learned helplessness at fifty: Insights from neuroscience. Psychol Rev 123:349-367. Pichon M, Treves-Kagan S, Stern E, Kyegombe N, Stöckl H, Buller AM (2020) A Mixed-Methods Systematic Review: Infidelity, Romantic Jealousy and Intimate Partner Violence against Women. International journal of environmental research and public health 17. Puente S, Cohen D (2003) Jealousy and the meaning (or nonmeaning) of violence. Personality & social psychology bulletin 29:449-460.

  • Los orígenes de la dominación-sumisión

    La vergüenza y el orgullo producen una ansiedad que puede ser aliviada por la dominación-sumisión Aunque el sadomasoquismo puede entenderse por la capacidad del dolor para aumentar el placer y por la felicidad que brinda el subidón de endorfinas, la dominación-sumisión en el BDSM no es tan fácil de explicar. La respuesta típica a la pregunta de por qué nos gusta someternos o dominar sigue siendo “porque estás enfermo”. Todos los esfuerzos de la comunidad BDSM a duras penas han conseguido sacar al sadomasoquismo de los libros de diagnósticos de psicología. Los que practicamos el BDSM rechazamos la idea de que el deseo de someterse o dominar proviene de un trauma infantil, pero cuando se nos piden explicaciones alternativas, no tenemos nada que ofrecer. Los pocos estudios que se han realizado revelan que los que practicamos el BDSM somos más sanos psicológicamente. Pero no sabemos por qué. ¿Erotizamos lo que tememos? Una posible explicación es que erotizamos lo que nos da miedo. Por ejemplo, en su podcast The Savage Lovecast, Dan Savage a menudo habla sobre cómo a los hombres homosexuales seguros de sí mismos les gusta que los llamen maricas durante las relaciones sexuales. O cómo a muchas mujeres feministas, que no paran de hablar del poder femenino, les gusta que las dominen en la cama. Esto tiene su lógica. A fin de cuentas, el miedo libera adrenalina, que es un gran afrodisíaco. Sin embargo, el problema con esta idea es que nos trae de vuelta al paradigma del trauma. Hubo sucesos en nuestra infancia que nos asustaron y ahora los exorcizamos al reproducirlos en un ambiente controlado: la sesión de dominación-sumisión. Por lo tanto, esta explicación no me parece satisfactoria. A fin de cuentas, la mayoría de las personas sumisas no tienen miedo de someterse. Lo ven como algo sexy y liberador. Y a los dominantes ciertamente no les da miedo lo que hacen. La vergüenza y el orgullo Hace unos años, di con una explicación de la dominación-sumisión que la presenta como una respuesta saludable a las presiones normales de la vida. Se basa en dos emociones opuestas que juegan un papel fundamental en nuestras vidas: la vergüenza y el orgullo. La vergüenza es una de nuestras emociones más poderosas, tan poderosa que puede llevar al suicidio. Todos hemos oído historias de cómo el matonismo o la persecución por ser homosexual puede llevar a los adolescentes al suicidio. La vergüenza es una emoción que parece ser exclusivamente humana - todavía se debate acaloradamente si los perros sienten vergüenza. Sin embargo, parece estar arraigada en las respuestas fisiológicas. Provoca rubor, que es una respuesta vascular involuntaria, y una postura específica que consiste en dejar caer la cabeza y encoger los hombros. También conduce a la inmovilidad y al retraimiento. Lo opuesto a la vergüenza, el orgullo, nos hace levantar la cabeza, ser socialmente activos y sentirnos llenos de energía. Es probable que el orgullo active el sistema de recompensa en nuestro cerebro que vincula el área tegmental ventral (VTA) del cuerpo estriado con el núcleo accumbens, liberando dopamina en éste. Es una respuesta similar a la que producen drogas adictivas como la heroína y la cocaína. Nos hace sentir bien y querer repetir el comportamiento que desencadenó esta respuesta. La lógica evolutiva de la vergüenza y el orgullo Todo esto viene a demostrar que la vergüenza y el orgullo son parte esencial de la naturaleza humana. Probablemente evolucionaron como indicadores del estatus social. La vergüenza nos advierte que nuestro estatus social ha disminuido, mientras que el orgullo nos dice que nuestro estatus social ha aumentado. En las tribus en las que vivimos durante cientos de miles de años antes de que se formaran las sociedades modernas, el estatus social era una cuestión de vida o muerte. Un alto estatus social te daba acceso preferencial a comida, vivienda, poder y sexo. Un estatus social bajo podría convertirte en un paria, condenándote a una muerte casi segura si perdías el apoyo de tu tribu. De acuerdo con la lógica utilizada de la psicología evolutiva, podemos ver por qué esto es así. La mayor ventaja que tenemos los humanos sobre otros animales es nuestra capacidad de cooperar. En una tribu todo se comparte: la comida, la protección contra los depredadores, el cobijo y el cuidado de los niños. Pero esto crea un problema estratégico: cómo evitar a los tramposos. El tipo que se escaquea de la partida de caza. La mujer que se echa una siesta en lugar de recolectar frutas. Los dos adquirirían una ventaja evolutiva porque obtienen la misma cantidad de comida que los que trabajan con menos gasto de energía. Modelos de ordenador han demostrado que, en una situación así, los genes que codifican estas conductas parásitas se apoderarían de la población en tan solo unas pocas generaciones. Habríamos evolucionado de regreso al tipo de sociedades que tienen los chimpancés, donde no se comparte comida (aparte de los bebés) y hay muy poca cooperación. Es por eso que los humanos desarrollamos poderosas estrategias para eliminar a los parásitos sociales. Una de ellas es lo que se ha dado en llamar "castigo altruista": el deseo de castigar a personas que vemos que se comportan de manera poco ética, incluso si eso requiere un considerable gasto de mucha energía y no nos beneficia personalmente - de ahí el calificativo "altruista". El castigo altruista se basa en emociones como la indignación y la justicia propia. Sin embargo, si esta fuera la única forma de eliminar a los tramposos, tendríamos sociedades con muchos conflictos internos. Y, si bien esta estrategia castiga a los tramposos, no recompensa a los que cooperan. Por lo tanto, las emociones de vergüenza y orgullo evolucionaron como motivadores internos que nos empujan a cooperar. Cuando haces algo contra el bien común, o cuando no cumples con tu deber, la gente que te rodea te hace sentir avergonzado. Por el contrario, cuando logras algo que aumenta el bien común, eres alabado y sientes orgullo. La culpa es la otra emoción para el control social. Sin embargo, la diferencia clave entre la culpa y la vergüenza es que te sientes culpable cuando haces algo malo, mientras que la vergüenza también proviene de no hacer algo bueno o fracasar al intentarlo. La culpa nos dice “has hecho mal”, mientras que la vergüenza nos dice “no has tenido éxito”. ¿Por qué nos da vergüenza el sexo? Pero entonces, ¿por qué nos da vergüenza el sexo? ¿Se trata de un problema cultural, impulsado por la religión y las normas sociales? Pues no del todo. En prácticamente todas las culturas, el sexo se practica en privado. La desnudez (al menos, exponer los genitales) también es un tabú universal. Si la vergüenza está ligada al estatus social, quizás también lo esté el sexo. Y no solo en humanos, sino también en nuestros primos los primates. En las tropas de chimpancés, cuando una hembra entra en celo, casi todos los machos se aparean con ella, pero es el macho alfa quien decide en qué orden y con qué frecuencia. En algunos monos, aparearse con individuos de alto rango aumenta el estatus social, sin importar si eres macho o hembra. Y en muchas especies de monos, el sexo se usa para afirmar el dominio: los individuos de bajo rango ofrecen sus traseros para apaciguar a los dominantes y evitar así que les peguen. Y no sólo se trata de ofrecer el culo, a menudo son follados. Y luego están las bonobos, famosos por su promiscuidad. Usan el sexo para establecer vínculos sociales y para resolver conflictos. Son pan-sexuales y practican el sexo manual, anal y oral, no solo pene-en-vagina. Por lo tanto, incluso en nuestros antepasados los primates, el sexo ha sido cooptado de la mera procreación para ser utilizado para crear vínculos y establecer estatus social. El sexo puede expresar diferentes cosas, no solo amor y vinculación, sino también dominio. En última instancia, el placer (y a veces el dolor) asociado con el sexo nos hace sentir vulnerables y expuestos. Por eso, ser follado ha adquirido un significado cultural de ser humillado, derrotado y puesto en un rol sumiso. Eso pude ser lo que causa la asociación del sexo con la vergüenza. La vergüenza y orgullo en la sociedad moderna Gestionar la vergüenza y el orgullo quizás fue algo sencillo en las tribus de nuestro entorno evolutivo, pero se volvió complicado una vez que tuvo lugar la revolución agrícola, hace 10.000 años. Antes, si cazabas una buena presa, espantabas al oso o recogías una cesta llena de bayas, podías sentirte orgulloso y disfrutar del aprecio de tus compañeros de tribu. Pero, después de la revolución agrícola, el rango de tus éxitos se amplió considerablemente: podías poseer tierras y animales, podías tener bajo tu mando a trabajadores y soldados. Tu éxito nunca era suficiente para sentirte orgulloso. Siempre había alguien por encima de ti. Y también aparecieron muchas más ocasiones de fracasar y sentir vergüenza. En nuestras sociedades industriales modernas, la cosa se ha vuelto aún peor. Desde pequeños se nos enseña a estar orgullosos de nuestros éxitos y avergonzados de nuestros fracasos. "¡El cielo es el límite!" se nos dice, y realmente lo es. ¡Hay tantas cosas en las que podemos tener éxito o fracasar! Leer, matemáticas, deportes, artes, ganar dinero, ser famoso… Interiorizamos estos imperativos culturales para que nadie tenga que repetírnoslo. Somos los jueces más duros de nuestro comportamiento. Y parece que nuestros fracasos siempre cuentan más que nuestros éxitos. Nunca podemos lograr lo suficiente. Vivimos en un estado de constante ansiedad por conseguir el éxito. En última instancia, las emociones paralelas de la vergüenza y el orgullo se unen para generar nuestro sentido de valía personal, nuestra autoestima. Con el tiempo, crean una narrativa interna de quiénes somos: nuestro ego. Continuamente de protegerlo apuntalando nuestro orgullo y ocultando nuestra vergüenza. Esto crea una fuerte tensión psicológica. Nos hace infelices porque nunca somos lo suficiente. Necesitamos seguir una loca carrera para evitar el fracaso y la vergüenza, y conseguir el éxito y el orgullo. La dominación-sumisión alivia la ansiedad que produce la vergüenza Es aquí es donde la dominación-sumisión puede ayudarnos proporcionando una salida a esta carrera loca. La persona sumisa renuncia a su estatus social al asumir el rango más bajo posible. Además, el tener que obedecer elimina la presión de tomar decisiones acertadas. Esa responsabilidad recae ahora en la persona dominante. Por su lado, la persona dominante adquiere un alto estatus social como un simple regalo de la persona sumisa. No tiene que luchar gran cosa por ello. Además, hacer sesiones como dominante conlleva entrar en un estado de fluidez mental (“flow”) - el llamado “top space” - que nos hace sentirnos en control y ejercer una gran creatividad sin esfuerzo aparente. El éxito y el fracaso se eliminan de la ecuación. La persona sumisa otorga poder a la persona dominante simplemente porque esto es mutuamente beneficioso. Todo esto está relacionado con el sexo, ya que, como hemos visto, el sexo es un símbolo poderoso de estatus social. La persona sumisa es utilizada sexualmente por la persona dominante y, paradójicamente, percibe esto como algo liberador porque rompe la tensión psicológica interna creada por la vergüenza y el orgullo. En sesiones donde se utiliza la humillación, la vergüenza se experimenta como algo positivo, y esto nos libera de su poder. Además, dado que la represión internalizada es una poderosa barrera para el placer sexual, cuando las restricciones creadas por normas culturales internalizadas son rotas en el intercambio de poder, el placer y el orgasmo se vuelven más fáciles de lograr. Conclusión En resumidas cuentas, la dominación-sumisión desata poderosas emociones ancladas en nuestro pasado evolutivo. Esto sirve para desprogramar reacciones que la sociedad nos ha enseñado desde pequeños y que están tan arraigadas que no podemos escapar de ellas aun cuando nos damos cuenta de lo infelices que nos hacen. Por eso que percibimos la sumisión como algo liberador y que nos empodera.

  • Switch - cuando un dominante se somete

    Retazo de mi novela La tribu de Cecilia Volviendo del trabajo a casa en el coche, Laura empezó a bromear con él sobre lo que iban a hacer. Cuando Julio le planteó sus objeciones, Laura reaccionó de forma calma, asegurándole que comprendía perfectamente la diferencia entre un juego de dominación y el poder real. Si hubiera reaccionado con el talante altanero y exigente de la noche anterior, Julio se habría enfrentado a ella y se habría negado a sometérsele, posiblemente para siempre. Pero Laura era lo suficientemente inteligente para darse cuenta de ello. Cuando llegaron a casa ya estaba todo decidido. Pero el saber que ya no podía volverse atrás no hizo más que aumentar su ansiedad. Dejó su maletín y su chaqueta en el sofá y se volvió hacia Laura con aire incierto. Ella le puso las manos sobre el pecho. -¡Tranquilízate, Julio! Déjame hacer a mí, ya verás como al final te lo pasas bien. Sin embargo, había una traza de ansiedad en sus ojos azules. -Bueno, pero no te pases, ¿eh? Y ya sabes que si digo “calabaza” tienes que parar enseguida. Los dedos de Laura se cerraron sobre su camisa, reteniéndolo contra ella. -Sí, ya lo sé… la dichosa palabra de seguridad. Me parece una buena idea para quitarte los nervios, pero aguanta un poco antes de usarla, ¿vale? -Lo intentaré… -¡Venga, Julio! Si va a ser lo mismo que le has hecho miles de veces a Cecilia, sólo que ahora te toca a ti estar debajo. -Pues para mí es una diferencia bastante fundamental. -Eres igual de fuerte y testarudo, no veo por qué no ibas a aguantar lo que aguanta ella. De todas formas, yo voy a ser mucho menos severa que tú. Venga, vamos a empezar… Julio asintió, nervioso. Laura empezó a desabrocharle los botones de la camisa. Su aliento sonaba entrecortado. -Acaba de desnudarte tú. Julio se sacó la camisa del pantalón y se puso a desabrocharse el resto de los botones. Laura se sentó en el sofá cruzando las piernas seductoramente, sin dejar de mirarlo un solo momento. Se quitó la camisa y la dejó sobre la mesa. Fue a sentarse en el sofá junto a ella para quitarse los zapatos, pero ella negó con la cabeza. -No. Quiero que te los quites ahí, de pie frente a mí. Y no te apoyes en la mesa. Julio se agachó para desatarse los cordones de los zapatos. Luego tuvo que hacer equilibrio sobre un pie y otro para sacarse los calcetines. Los pantalones cayeron al suelo. La miró, interrogante. -¡Vamos! ¿A qué esperas? Quítatelo todo… los calzoncillos… y el reloj también. Julio se bajó los calzoncillos. Los cogió junto con el pantalón y los puso sobre la mesa. Se quitó el reloj y lo puso encima de toda su ropa. Laura se quedó mirándolo apreciativamente, con una sonrisa burlona. -¡Pero mira que estás bueno, condenado! ¿Qué, se te han quitado ya los nervios? … Porque parece que te vas animando. Julio siguió su mirada y se dio cuenta de que estaba medio empalmado. ¿Cómo podía ser? Laura se vino hacia él y le agarró la polla en el puño. Su cuerpo reaccionó completando la erección. Laura acercó su cara a la suya, como si fuera a darle un beso, pero se detuvo a escasos centímetros de sus labios. Olió su aliento dulce mientras ella le decía en una voz grave y sensual: -Quédate aquí. No te sientes. Voy al cuarto a coger unas cosas. Enseguida vuelvo. Solo en el salón, Julio se cruzó de brazos. Cambió el peso de un pie al otro. Oyó a Laura abrir cajones en el dormitorio, objetos que caían al suelo, crujir de bolsas de plástico… El abrir y cerrarse de la puerta del baño. El tintineo lejano de Laura haciendo pis. El agua de un grifo corriendo un buen rato. La puerta del baño otra vez. Ruidos más quedos procedentes del dormitorio. ¡“Enseguida vuelvo”, había dicho! Su erección había desaparecido. Esto empezaba a ser aburrido. Laura debía haber tendido la buena cabeza de prepararlo todo antes de empezar. Era desconsiderado dejarlo así, esperando. Pasó la vista por el salón hasta fijarse en el tocadiscos. ¿Y si ponía música? Seguramente querría tener música mientras jugaban, ¿no? Se arrodilló junto al tocadiscos. Le había dicho que no se sentara, pero no que no se arrodillara, ¿no? De todas formas, iba a ser sólo un momento. Buscando entre los discos dio con The Snow Goose. Lo había oído varias de veces, era música suave y melodiosa, sin letra, muy relajante. Sacó el disco cuidadosamente de su funda, lo puso en el plato y bajó lentamente la aguja al principio de la primera cara. Se volvió y vio sobresaltado que Laura estaba en pie al lado del sofá, mirándolo con una sonrisa ente burlona y desaprobadora, el ceño fruncido. Se había puesto zapatos de tacón y medias negras, minifalda de cuero y una blusa verde oscuro lo suficientemente desabotonada para mostrar que no llevaba sujetador debajo. A su lado había una bolsa de plástico. -Pensé que estaría bien poner música- dijo poniéndose lentamente de pie. -Y yo pensé que te había dicho que te quedaras de pie frente al sofá. -No, me dijiste que no me sentara… Y que ibas a venir enseguida. Como tardabas tanto decidí poner música para ir ganando tiempo… -¡Cállate, Julio! -lo interrumpió ella en un tono que no dejaba lugar a discusión. Julio tomó consciencia de su desnudez, de lo poderosa que parecía Laura en su ropa sexy. También se dio cuenta de lo estúpidas que habían sonado sus excusas. Había conseguido que se sintiera culpable, como si lo hubiera pillado haciendo algo malo. ¡Y lo único que había hecho era poner un disco! -¡Ven aquí! -le ordenó ella-. Date la vuelta y no mires. El tono perentorio de Laura lo irritaba y lo excitaba al mismo tiempo. Su polla se había vuelto a endurecer. Ahora ella lo vería y sabría el efecto que estaba teniendo sobre él. Oyó crujir la bolsa de plástico. No se atrevía a mirar de reojo, estaba seguro de que ella lo descubriría. Laura le cogió una mano y abrochó algo en torno a su muñeca; luego, la otra. Eran las esposas que cuero que Johnny les había dado como regalo de boda. Laura las unió detrás de su espalda con un pequeño mosquetón. -Siéntate aquí -dijo palmeando la mesa de café. Ella se sentó en el sofá frente a él, sacó de la bolsa las tobilleras de cuero que hacían juego con las esposas y se las puso, uniéndolas con otro mosquetón. Luego le ordenó a volver a ponerse en pie. -¿Ves? Ya te dije que te lo ibas a pasar bien -le dijo mirando apreciativamente a su erección. Julio hizo un esfuerzo por sonreír. El corazón le latía agitadamente. -Me estás dominando muy bien… De momento. Laura cruzó las piernas y se abrazó la rodilla con las manos. -Pues tú, de momento, te estás comportando como un sumiso resabidillo y desobediente. No te corresponde a ti juzgar si lo estoy haciendo bien o mal. Veo que tendré que bajarte un poco los humos. Sacó de la bolsa el cepillo del pelo con el que azotaban a Cecilia, sopesándolo ponderosamente. -Creo que esto servirá para cambiar un poco tu actitud. Venga, tiéndete sobre mi regazo… con el culo en alto. Julio tragó saliva, intentando hacerse a la idea de lo que se le avecinaba. Sabía por experiencia lo doloroso que podía resultar ese cepillo. La postura a través del regazo era su favorita para pegarle a Cecilia, pero aplicada a su cuerpo masculino le resultaba incongruente e ignominiosa. -¿Qué pasa? ¿A qué estás esperando? -Es que… Soy un poco grande para ponerme así, ¿no? ¿No sería mejor que me pegaras otra postura? Me podría inclinar sobre la mesa, por ejemplo. Ella lo miró exasperada. -¡Mira, Julio, no me vengas con tonterías! ¡Aquí mando yo! Así que si te digo que te eches sobre mi regazo, te callas y me obedeces, ¿te enteras? Con la voz atragantada, Julio se limitó a asentir. Sus tobillos aprisionados le dificultaban los movimientos. Se las arregló para ir arrastrando los pies hasta el sofá y arrodillarse sobre él. Las manos atadas a la espalda le impedían usar los brazos para tumbarse sobre las piernas de Laura. No era cuestión de dejarse caer sobre ella. Después de pensárselo un momento, se sentó sobre los tobillos, bajó la cabeza hasta apoyarla en su regazo, y reptó sobre ella hasta que su vientre quedó sobre sus muslos entrecruzados. Su pene erguido tropezó con la minifalda de cuero, torciéndose de forma incómoda. Laura lo notó. -A ver, levanta bien el culo, que tenemos que hacer un par de ajustes. Cuando encorvó el trasero para despegarse de ella, Laura le cogió la polla y se la estiró sobre su falda. Cuando volvió a relajarse, la presión le resultó sorprendentemente placentera. -Ahora vas a aprender que no se nos puede violar a las chicas. Cuando decimos que no, es que no. Todo su ser se rebeló contra esa injusta acusación, pero ya sabía que intentar defenderse sólo serviría para dejarlo en ridículo. Sabía que no era más que parte del juego, pero por más que se esforzaba no podía evitar tomárselo en serio. Una parte de sí mismo se sentía profundamente culpable y avergonzada, completamente merecedora del castigo que se avecinaba. Enterró la cara en el asiento del sofá, resignado, anticipando el doloroso picor de los azotes en su piel desnuda. Para su sorpresa, Laura se puso a darle unos golpecitos ridículamente flojos, pero muy seguidos, todos en la misma zona en la parte baja de su nalga izquierda. Sentía los azotitos como alfilerazos picantes que fueron aumentando de intensidad paulatinamente hasta volverse dolorosos. Apretó los dientes, contrayendo los músculos de su cara para evitar quejarse. Si lo hacía iba quedar como un blandengue, incapaz de aguantar unos azotitos que harían reír a Cecilia. -¿Qué? No te quejarás, ¿no? Estoy pegándote flojito, no como haces tú. Laura cambió a la otra nalga, siguiendo la misma técnica. Eso le proporcionó un alivio temporal, pero pronto el dolor volvió a adquirir la misma intensidad. Se sentía confuso, abrumado por un montón de sentimientos irracionales: culpa por pegarle a Cecilia demasiado fuerte, por haber desobedecido antes a Laura; humillación por ser tan sensible al dolor; inseguridad ante su falta de valor para afrontar esa sesión. Y, por encima de todo, la idea de que había violado a Laura, de que de verdad se merecía ese castigo, lo llenaba de una absurda vergüenza. -¿Qué te parecen mis azotitos, Julio? -volvió a preguntarle Laura. No podía contestarle, se sentía paralizado. No sabía qué hacer excepto esperar a que todo terminara. Laura se detuvo. -¿Julio? ¿Qué pasa? ¿Por qué no me dices nada? Pensó en algo que decir, pero no se le ocurrió nada. El dolor había desaparecido, dejando un vago calor en su trasero, pero en vez de alivio sentía humillación porque el fin de los zotes significaba que Laura había descubierto su debilidad. -¿Te pasa algo? -insistió Laura, acariciándole suavemente las nalgas. Se quedaron los dos en silencio. Notaba la respiración entrecortada. El contacto delicado de los dedos de Laura en sus nalgas le habría resultado agradable si no fuera porque le recordaba su humillación, y que el castigo no había terminado todavía. Esto sólo podía ser una tregua antes de la fase más severa que inevitablemente le seguiría. -No te voy a volver a pegar hasta que me digas que estás bien -le dijo Laura, como adivinándole el pensamiento. Mejor seguir callado, entonces… Hasta que consiguiera adivinar qué coño le estaba pasando. Esto no podía ser normal. -Fue una buena idea lo de poner música… Es muy bonita, ¿qué es? -Es del grupo Camel… El ganso de nieve. La respuesta le salió automáticamente. Era fácil, inmediata. Lo sacó de su mutismo. -¿Qué te pasa? ¿Quieres que paremos? Era una oferta sincera, pero no pudo evitar oír la decepción en su voz. -No… No sé qué me pasa, Laura… Te juro que no lo sé. -Quiero que me digas exactamente lo que sientes. ¿Qué demonios le estaba pasando? ¿Cómo había llegado a esa situación? ¿Por qué le pasaba esto a él? Se suponía que conocía el sadomasoquismo… Y ahora resultaba que no era más que un idiota engreído, que le hacía a sus amantes cosas que él mismo era incapaz de soportar. -No puedo, Laura. Yo mismo no lo sé. -Vale, pues no importa. No le des más vueltas. Relájate. Escucha la música… Era imposible olvidar la postura en que estaba, el escozor de sus nalgas, la decepción que sin duda le estaría causando a Laura. Pero ella tenía razón: cuanto más se empeñara en comprender lo que le estaba pasando, menos lo conseguiría. Tenía que salir de ese mal rollo como fuera. En realidad, no era difícil concentrarse en la música. De alguna manera, se había vuelto brillante, cada nota sonaba de forma nítida, transmitiéndole una precisa emoción. -Es preciosa esta música -dijo Laura-. No recuerdo haberla escuchado nunca. Laura parecía estar en completa sintonía con sus pensamientos. La caricia de sus dedos dejó de parecerle humillante. Al contrario, le transmitía su cariño y su preocupación por él. -Te la puse una vez, pero estabas distraída. -Pues es perfecto para esto. Fue una buena idea el ponerlo. A mí se me hubiera pasado. -Sí, pero te desobedecí al hacerlo. Debía haberte esperado de pie frente al sofá, como me ordenaste. Estaba aburrido y un poco molesto porque tardabas tanto, así que busqué algo con qué entretenerme. -Obedecer no es nada fácil, Julio. El ser sumiso requiere todo un aprendizaje, no surge espontáneamente… Al menos, eso es lo que me pasa a mí. -Ahora que lo dices, es verdad. Toda mi vida he luchado contra la gente que me daba órdenes. Obedecer siempre me ha parecido una derrota, algo humillante. -Sí, y ahora de lo que se trata es que te entregues de forma sincera. Que lo hagas por amor… Porque, en definitiva, es eso por lo que lo haces, ¿no? ¿Era verdad que lo hacía por eso? Comprendió que, en realidad, tenía dos motivos. Uno era, efectivamente, el hacerle ese regalo a Laura, que ella tanto deseaba. El otro era el responder a un reto, el de ser capaz de ser sumiso. Se dio cuenta de que esos dos motivos eran en realidad incompatibles. En vez de entregarse a Laura la había resistido, buscando reafirmar su ego. Y así se había estrellado, porque Laura lo había enfrentado enseguida con sus fallos, negándole la satisfacción de enorgullecerse de lo que hacía. -No, Laura, también lo hago por mí, para demostrarme a mí mismo que soy capaz de hacerlo. Pero me he dado una hostia porque he visto que no es verdad, que no sirvo para esto. De ahí viene el problema. -¡Ah! Ya veo… Pero no es verdad que lo estés haciendo mal, Julio. Lo estabas haciendo muy bien… Quizás es que yo te lo puse un poco difícil. -No sé, Laura… Siento mucha vergüenza… Por no saber obedecerte, por no aguantar el dolor… porque me tengas así. -¿Así? ¡Pero si ésta es tu postura favorita con Cecilia! -Sí, pero yo no soy Cecilia. Ella está muy sexy con el culo en alto. Yo me siento ridículo… Me doy asco. -Ya veo… Escucha Julio, lógicamente, no te sientes atraído por tu cuerpo, porque no te gustan los hombres. Pero intenta verte a través de mis ojos. Para mí eres tan sexy como ella. Los músculos de tus hombros son preciosos -le dijo mientras se los acariciaba-. Tienes un espalda triangular que es toda una delicia -sus dedos bajaron por los lados de su columna vertebral-. Y tu culo… ¡Tienes el culo de hombre más bonito que he visto en mi vida, y no te exagero nada! -Entonces, cuando me pegas sientes lo mismo que yo cuando le doy azotes a Cecilia… -Exactamente… ¿Por qué te crees que tenía tantas ganas de hacerlo? ¡No sabes lo contenta que me puse cuando me dijiste que haríamos esto! Da igual que no nos salga bien, es normal, es la primera vez… Pero, por favor, no te desanimes, dime que lo volveremos a intentar. -No te he pedido que pares… Podemos seguir. -¿Estás seguro? Si hay algo que no te gusta, lo podemos cambiar. -Bueno, sí… No me digas que lo haces como castigo… Eso me descoloca completamente. Me gusta lo que me acabas de decir, lo mucho que valoras que me entregue a ti. -¡Claro, por supuesto! Ahora veo dónde me equivoqué… Mira, vamos a probar una cosa… Te voy a dar un azote con el cepillo. Uno sólo, pero va a ser muy fuerte. Quiero que lo aceptes por mí. ¿Vale? -De acuerdo. Efectivamente, fue un buen golpe con el cepillo, justo en medio de la nalga derecha. -¡Ay! -gritó él. -Duele, ¿eh? Te ha dejado una buena marca. -Sí, pica un montón, pero no ha sido tan terrible como me esperaba… Dame otro. Laura no se hizo de rogar. El cepillo cayó con fuerza, esta vez en su nalga izquierda. -¡Au! ¡Ay, ay, ay! -gritó. Curiosamente, aunque el dolor era más fuerte que con los azotitos de antes, el poder quejarse lo hacía más soportable. -Has sido muy valiente en pedirme tú mismo que te dé otro azote. Además, me gusta oírte quejarte. Antes, cuando estabas tan callado, me estabas empezando a asustar. -Me alegra que te guste oírme quejarme… A mí también me resulta más fácil así. -Pues me alegro, porque yo no quiero renunciar a darte una buena paliza. Además, creo que te va a sentar de maravilla. Sin esperar a que él diera su asentimiento, Laura se puso a darle golpes fuertes pero espaciados. Eso le daba tiempo a absorberlos. -¡Joder, Julio, hay que ver la paliza que te estoy pegando! ¡Se te está poniendo el culo precioso! Estos sí que son azotes de verdad. Los están encajando como un hombre. Era humillante, pero de alguna manera ese tipo de burlas lo animaba. De todas formas, apenas podía pensar en otra cosa que en el escozor de los azotes. Gritó y se retorció, frotando su verga endurecida contra la minifalda de cuero. -Bueno, creo que ya te vale -le dijo ella, terminando la paliza antes de lo que él esperaba. Hubiera podido seguir. Dolía, pero había encontrado la manera de aguantarlo. Tampoco podía negar que había llegado a excitarlo el ardor en su culo, la forma en que Laura lo había dejado a su merced. Sin embargo, no osó rechistar. Laura le había impuesto su voluntad, no tanto con los azotes sino por la forma en que lo había ayudado a salir de su parálisis. Laura le soltó el mosquetón de las tobilleras. Lo sentó sobre sus muslos, el culo protestando contra la tela ásperas de las medias. Lo besó. -Has sido muy valiente. Normalmente se habría rebelado contra esa frase condescendiente, pero ahora lo hacía sentirse contento y agradecido. Sabía que debía dejar de juzgarse a sí mismo si no quería volver a caer en la trampa del ego. Laura era la única que tenía derecho a juzgarlo. Su aprobación era un premio que no podía ser discutido. Laura lo llevó a frente a la pared al lado de la puerta, donde lo hizo arrodillarse tocando la pared con la nariz. Eso le impidió ver lo que pasaba a su alrededor. De nuevo oyó crujir la bolsa de plástico, ruido de ropa deslizándose sobre la piel, otros sonidos que no pudo identificar. La primera parte de El ganso de nieve llegó a su final. Se hizo el silencio. Julio apretó la nariz contra la pared. Laura se le acercó por detrás y le soltó las manos. -Levántate y dale la vuelta al disco. Se había quitado la camisa y la minifalda. Tampoco llevaba bragas, pero sobre el liguero llevaba puesto un arnés que sostenía un consolador, negro y delgado, apuntando amenazante hacia él. Julio se lo quedó mirando, como hipnotizado. -Dale la vuelta al disco, Julio. Se arrodilló junto al tocadiscos. Las manos le temblaban mientras sostenían el disco. La aguja hizo un ruido grosero cuando aterrizó de mala manera sobre los surcos.

  • Un estudio científico revela la áreas del cerebro implicadas en el masoquismo

    El masoquismo activa áreas de la corteza cerebral que median la empatía, las emociones y la consciencia No se encuentran muy a menudo artículos científicos sobre la neurociencia del masoquismo. De hecho, el BDSM sigue siendo un tema tabú en la ciencia porque los investigadores sólo trabajan en temas para los que pueden obtener financiación. En los EE. UU., el Congreso se ha mostrado reacio a dar dinero a agencias gubernamentales como los Institutos Nacionales de Salud (NIH) para que investiguen sobre el sexo, y mucho menos sobre "perversiones" como el BDSM. Por eso me entusiasmó encontrar este estudio, realizado en Alemania por científicos de la Universidad de Heidelberg: Contextual modulation of pain in masochists: involvement of the parietal operculum and insula. S. Kamping, J. Andoh, I. C. Bomba, M. Diers, E. Diesch and H. Flor. Pain 2016, Vol. 157 Issue 2, Pages 445-45. PDF. Modulación contextual del dolor en masoquistas: rol del opérculo parietal y la ínsula. (PDF traducido al español por arween). Utilizaron resonancia magnética funcional (fMRI), una potente técnica de imagen cerebral, para comparar los cerebros de masoquistas y no masoquistas. Un ingenioso diseño experimental combinando resonancia magnética funcional con imágenes masoquistas y dolor les permitió llegar a algunas conclusiones interesantes. Preguntas acerca del masoquismo Éstas son algunas preguntas a las que responde este estudio: ¿Son los masoquistas menos sensibles al dolor? ¿Responde el cerebro de los masoquistas de la misma manera al dolor BDSM (por ejemplo, una azotaina) y a otras formas de dolor ? ¿Existen áreas cerebrales específicamente activadas por el masoquismo? ¿Es adictivo el masoquismo? Diseño experimental El estudio se hizo con 32 participantes: 16 masoquistas y 16 no masoquistas (controles). Los masoquistas fueron 8 hombres y 8 mujeres, mientras que los controles fueron 4 hombres y 12 mujeres. Los masoquistas se reclutaron a través de Internet y en reuniones locales de BDSM. Luego se los evaluó con un cuestionario sobre actividades masoquistas: tenían que considerarse a sí mismos masoquistas, preferir el papel de sumiso y más del 50 % de su actividad sexual tenía que implicar dolor. Se excluyeron del estudio a personas con trastornos mentales o dolor crónico, y aquellas a quienes el comportamiento masoquista les causase “angustia clínicamente significativa” o perjudicase su funcionamiento social. Estos criterios de exclusión son razonables, pero pueden haber sesgado algunas de las conclusiones del estudio. Por ejemplo, yo he visto que los masoquistas con dolor crónico utilizan con éxito el sadomasoquismo para controlar el dolor causado por su enfermedad; véase mi encuesta a 136 masoquistas. Estas personas parecen ser menos sensibles al dolor que los no masoquistas, al contrario de hallado en el estudio. En el estudio también se usaron imágenes masoquistas para evocar sentimientos eróticos en los participantes (masoquistas y controles). Aparentemente, los científicos no se fiaron de sí mismos a la hora de elegir las imágenes BDSM más excitantes, por lo que reclutaron a otros 18 masoquistas para elegir las 10 mejores. Además, se usaron otros tres conjuntos de 10 imágenes que evocan emociones neutras, positivas y negativas, respectivamente. Las imágenes fueron seleccionadas por su impacto y valencia. En este contexto, el impacto o arousal quiere decir hasta qué punto capta nuestra atención una imagen. La valencia se refiere a si la imagen evoca en nosotros atracción (nos gusta) o aversión (nos disgusta). La alegría y la excitación sexual son emociones con valencia positiva, mientras que el miedo, la tristeza, el asco y la ira tienen valencia negativa. En este estudio, se esperaba que una imagen masoquista (como una flagelación) tuviera una valencia positiva para los masoquistas y una valencia negativa para los controles. Se trataba de averiguar cómo se refleja esto en la activación de distintas áreas cerebrales. La técnica central fue la resonancia magnética funcional (fMRI), que se usó para obtener imágenes del cerebro de los sujetos mientras veían las imágenes a través de visores y recibían la estimulación dolorosa en la mano. El fMRI se basa en el hecho de que cuando las neuronas de un área del cerebro se activan, hay más flujo de sangre a esa área. Utiliza potentes campos magnéticos y pulsos de radiofrecuencia para localizar moléculas de hemoglobina oxigenadas en la sangre. Así se pueden identificar áreas del cerebro con aumento y disminución del flujo sanguíneo mientras el cerebro siente dolor o se excita sexualmente. Los aumentos y disminuciones del flujo sanguíneo nos dicen qué áreas del cerebro están más y menos activas, respectivamente. A diferencia de la tomografía por emisión de positrones (PET) y otras técnicas de imagen cerebral, la fMRI no requiere inyectar sustancias a los participantes. Sin embargo, los sujetos deben mantenerse inmóviles dentro del enorme aparato que produce los campos magnéticos. Los resultados de la fMRI se muestran en imágenes tridimensionales del cerebro en las que la actividad cerebral se codifica en colores: amarillo, naranja y rojo muestran una actividad creciente, mientras que el celeste y el azul muestran una actividad cerebral decreciente. Los grises significan que no hay cambios. Conceptos básicos sobre zonas cerebrales Para comprender las imágenes de fMRI, necesitamos saber un poco sobre las áreas del cerebro involucradas en el dolor y la emoción. Por lo tanto, ten un poco de paciencia mientras te resumo la anatomía cerebral relacionada con los resultados de este estudio. El córtex o corteza es la capa externa del cerebro. Está hipertrofiado en los seres humanos, lo que nos confiere nuestras extraordinarias capacidades mentales. Durante la evolución de los simios y los homínidos, creció tanto que la única forma en que pudo caber dentro de nuestro cráneo fue a base de desarrollar numerosas arrugas, llamadas circunvoluciones, separadas por grietas llamadas surcos. Aparte de los surcos, hay tres grietas profundas en la corteza, llamadas fisuras. La más profunda va de delante a atrás, dividiendo al cerebro en los hemisferios derecho e izquierdo. Dentro de esta fisura hay dos zonas del córtex enfrentadas. La parte más profunda de esta zona forma un arco alrededor del centro del cerebro: es el córtex cingulado. Si parte anterior es el córtex cingulado anterior (CCA), que es el encargado de tomar decisiones (Engstrom et al., 2014). Como veremos, es importante en el dolor y el masoquismo. Una segunda fisura es el surco central, que transcurre por los lados del córtex dividiéndolo en corteza frontal y posterior. En términos generales, lo que hay delante del surco central tiene que ver con acción y lo que hay detrás tiene que ver con sensación. La circunvolución vertical justo delante del surco central es la corteza motora primaria, que contiene un mapa de todos los músculos del cuerpo y ejecuta el último paso en el procesamiento del movimiento. La circunvolución vertical justo detrás del surco central es la corteza somatosensorial, que contiene un mapa de toda la superficie de nuestra piel y es donde terminan todas las sensaciones táctiles y dolorosas. La corteza somatosensorial es donde sentimos dónde se encuentra el dolor en el cuerpo. La tercera fisura es el surco lateral, que va de adelante a atrás en el lado del cerebro. El córtex continúa dentro de esta fisura y se expande dentro de cada hemisferio, formando una isla, por lo que se denomina ínsula (Gogolla, 2017). El área del córtex alrededor y dentro del surco lateral se llama opérculo. Como veremos, juega un papel importante en el masoquismo. La ínsula es un área fascinante del cerebro porque es donde se combinan muchas de nuestras emociones. Es responsable de la prominencia de nuestras sensaciones: cuánto nos importa una sensación. Por ejemplo, el dolor, el picor y el placer sexual son sensaciones con alta prominencia. En los seres humanos, la parte anterior de la ínsula es mucho más grande que en otros mamíferos, incluso en los simios. Durante la evolución humana, la función de la ínsula anterior se diferenció entre los hemisferios cerebrales (Craig, 2011). Mientras que la ínsula posterior nos dice cómo nos sentimos en cada momento, la ínsula anterior derecha es capaz de imaginar cómo nos sentiríamos en determinadas circunstancias (Craig, 2009). Es capaz de crear sensaciones hipotéticos. Por lo tanto, es crucial para la empatía (imaginar cómo se siente otra persona) y la teoría de la mente (representar el estado mental de otra persona). El desagrado que produce el dolor es mediado por la ínsula, mientras que la corteza somatosensorial determina la ubicación del dolor. La decisión de hacer algo para eliminar el dolor proviene del ACC. Las sensaciones de dolor suben por la médula espinal y entran en el cerebro, haciendo relevos en un área del tallo cerebral llamada núcleo parabraquial, que se conecta con la amígdala, la parte del cerebro responsable del miedo y la ansiedad. Las vías del dolor continúan hasta el tálamo, que es un área en el centro del cerebro que sirve como un relevo para todas nuestras sensaciones, excepto el olfato. En el tálamo, las neuronas del dolor hacen sinapsis con neuronas que van a tres áreas del córtex: la corteza somatosensorial (¿dónde está el dolor?), la ínsula (¿qué tan intenso es el dolor?) y el ACC (¿qué voy a hacer sobre el dolor?). Intenté condensar esto lo más posible, pero necesitamos esta información para entender los hallazgos de este estudio sobre el masoquismo. ¿Quién dijo que la neurociencia era fácil? Algunos hallazgos interesantes sobre los masoquistas Los masoquistas empezaron a mostrar interés por el masoquismo cuando tenían en promedio 17 años. La edad más temprana fue los 7 años y más tardía los 36. La primera actividad masoquista fue a los 25 años, en promedio, la más temprana nuevamente a los 7 y la más tardía a los 47. Esto muestra que los deseos masoquistas pueden aparecer durante la niñez, incluso antes de que se desarrolle el deseo sexual durante la pubertad. Muchas personas se vuelven masoquistas cuando son adolescentes. Sin embargo, algunos llegan más tarde en la vida, tal vez porque sus amantes los introducen al BDSM. Respuestas a imágenes masoquistas Las imágenes masoquistas produjeron niveles similares de impacto en masoquistas (4,3 ± 1,4) y controles (4,2 ± 1,8), en una escala del 1 al 9. Sin embargo, tuvieron valencia positiva (atracción) en masoquistas (6,2 ± 0,9) y valencia negativa (rechazo) en los controles (3,4 ± 1,2), nuevamente en una escala del 1 al 9. A los masoquistas les gustaban más las imágenes que eran más impactantes, como lo demuestra una alta correlación entre la excitación y la valencia de las imágenes. Todas las demás imágenes (neutrales, positivas y negativas) fueron calificadas de manera similar en cuanto a impacto y valencia por parte de masoquistas y controles. Esto confirma la suposición de los investigadores de que a los masoquistas les gusta ver cosas como flagelaciones o azotainas, mientras que a otras personas no les gustan estas imágenes. Aún así, estas imágenes son igualmente impactantes para todos. A los masoquistas no les gusta el dolor si no es en un contexto erótico Cuando se les aplicó dolor sin mostrar ninguna imagen, los masoquistas y los controles puntuaron el dolor de manera similar en intensidad y desagrado. Sin imágenes, el fMRI mostró una activación similar del cerebro por el dolor en masoquistas y controles. En ambos grupos, el dolor activó áreas cerebrales implicadas en el dolor: tálamo, córtex somatosensorial, ínsula, opérculo y ACC. Estas áreas se activaron en el mismo grado en masoquistas y controles. Esto contradice la creencia popular de que a los masoquistas les gusta cualquier tipo de dolor, en cualquier circunstancia. A los masoquistas solo les gusta el dolor cuando lo experimentan en un contexto erótico. Zonas del cerebro activadas por imágenes masoquistas En esta parte del estudio, a los participantes se les mostraron imágenes masoquistas sin el estímulo doloroso para ver qué áreas del cerebro se activaban. Los masoquistas mostraron una mayor activación del ACC derecho y de la ínsula anterior derecha en respuesta a estas imágenes. Esto me parece fascinante porque muestra que lo que los masoquistas hacen es imaginar lo que sienten los sumisos de la imagen usando su ínsula anterior derecha. La activación del ACC quizás represente su deseo de estar en esa situación. Imágenes masoquistas disminuyen el dolor en los masoquistas En este experimento, los participantes recibieron el estímulo doloroso mientras veían imágenes masoquistas. Se les pidió que puntuaran la intensidad y el desagrado del dolor. Los masoquistas registraron menor intensidad del dolor (2,2 ± 1,5) que los controles (3,5 ± 2). También juzgaron el dolor menos desagradable (1,6 ± 1,2) que los controles (3,2 ± 2,3). Estas disminuciones en la intensidad y el desagrado del dolor fueron tan fuertes como el efecto de opioides como la morfina. Por lo tanto, cuando son capaces de erotizarlo, los masoquistas experimentan que el dolor es menos intenso. Esto indica que activan las vías inhibidoras del dolor que conectan el tallo cerebral con la médula espinal, probablemente las que utilizan endorfinas. La disminución del desagrado del dolor probablemente tiene un mecanismo diferente. Esto se investigó con fMRI en el siguiente experimento. Respuestas cerebrales a combinaciones de imágenes masoquistas y dolor Un fMRI mientras veían imágenes masoquistas y experimentaban dolor mostró diferencias entre masoquistas y controles en las áreas cerebrales que se activaban. Los masoquistas mostraron una mayor activación del opérculo -la parte de la corteza próxima a la ínsula-, la circunvolución frontal superior y la circunvolución frontal media, dos áreas del córtex frontal. La circunvolución frontal superior está involucrada en la consciencia. En los masoquistas, también hubo menor conectividad funcional entre el opérculo y cuatro zonas: la ínsula, la corteza motora, el tálamo derecho y el ACC derecho. Eso no sucedió en los controles. Dado que la corteza motora y el ACC están involucrados en la planificación de las acciones, esto podría significar que los masoquistas no sienten la necesidad de responder al dolor. Las señales negativas del opérculo a la ínsula pueden representar la disminución del desagrado por el dolor en los masoquistas. Un sorprendente resultado negativo fue que el fMRI mostró que en los masoquistas no había activación de la vía de recompensa del cuerpo estriado ventral. Esta vía conecta el área tegmental ventral (VTA) con el núcleo accumbens, donde libera dopamina. Se la ha considerado erróneamente como la vía del placer, porque animales y humanos la estimulan compulsivamente cuando se les implantan electrodos en ella. También es la parte del cerebro donde producen adicción drogas como los opiáceos y la cocaína. Hoy sabemos que esta vía no produce placer, sino motivación y respuestas a recompensas (Salamone y Correa, 2012). En cualquier caso, el hecho de que esta vía de recompensa no se active por el masoquismo demuestra que éste no es adictivo. Conclusiones En resumidas cuentas, el masoquismo es una actividad erótica que depende de fetichizar ciertas relaciones, situaciones, objetos y acciones. En un ambiente BDSM, las respuestas de los masoquistas al dolor cambian drásticamente, de modo que sienten menos dolor y lo encuentran menos desagradable (y probablemente placentero). Esto valida las experiencias de los masoquistas cuando hablan de "espacio de sumisión": un estado alterado de consciencia provocado por experimentar dolor en un contexto BDSM. La experiencia masoquista no es lo mismo que el efecto de los opioides y otras drogas, y no produce adicción, porque no activa la vía de la dopamina del estriado (VTA al núcleo accumbens) que media los efectos de las drogas adictivas. En cambio, activa áreas corticales del cerebro que median las emociones, la empatía, las sensaciones y la consciencia. Por lo tanto, el masoquismo es una compleja experiencia cognitiva y emocional, anclada en una determinada cultura y valores, y que lleva a relaciones íntimas y profundas. Gracias a arwen por ayudar con la traducción y por traducir el artículo científico original. Copyright 2022 Hermes Solenzol.

  • La neurociencia del orgasmo vaginal

    Estudios científicos refutan la idea de que el clítoris es la única fuente de orgasmos en la mujer El dogma clítoris-céntrico Es una controversia que ha durado cien años. Desde los primeros estudios sobre sexología, se creía que el clítoris era la única fuente de orgasmos femeninos. Que la penetración vaginal producía orgasmos estimulando indirectamente el clítoris. Por lo tanto, la mejor manera para que las mujeres alcancen el orgasmo es estimular directamente el clítoris. Por ejemplo, Alfred Kinsey escribió: “Las paredes de la vagina normalmente son insensibles. […] Todos los datos clínicos y experimentales muestran que la superficie del cérvix es la parte más completamente insensible de la anatomía genital femenina”. (Kinsey et al., 1953, Sexual behaviour in the human female). Sin embargo, los propios datos de Kinsey contradicen estas afirmaciones: el 84 % de las mujeres que examinó respondieron a la presión en el cérvix y el 93 % de ellas respondieron a la presión en la pared anterior de la vagina (Jannini et al., 2012). La idea de que la vagina no es una fuente de placer se basó en la observación de que el clítoris tiene muchas terminaciones nerviosas, mientras que la vagina tiene menos. Sin embargo, la vagina tiene las suficientes terminales nerviosas para participar en la respuesta sexual, particularmente en sus partes más profundas. Además, la abundante inervación de una determinada zona del cuerpo no se corresponde con la intensidad de la sensación suscitada allí, sino con su precisión. Por ejemplo, las yemas de los dedos y la lengua están profusamente inervadas porque tienen una fina discriminación táctil. Algunas fibras nerviosas pueden producir una fuerte sensación (dolor, picor o placer) si su señal se amplifica en el sistema nervioso. “Ipse dixit es un término que denota una declaración, afirmada pero no probada, que debe ser aceptada como un acto de fe en quien la hace. Después de Kinsey, Masters and Johnson y Hite, este fue el caso del dogma clitorocéntrico del orgasmo femenino. Los frutos crecientes de la investigación cambiarán definitivamente este paradigma”. (Jannini et al., 2012). Los orgasmos vaginales y el punto G Un grupo numeroso de mujeres sintió que la idea de que los orgasmos se originan en el clítoris representaba su propia experiencia. Pero un grupo aún mayor sintió que no. Que preferían tener orgasmos por penetración. “Sin embargo, las mujeres describen anecdóticamente dos tipos de orgasmo. El orgasmo del clítoris obtenido por la estimulación externa directa se describe como “cálido” o “eléctrico”, y el vaginal, obtenido por una penetración vaginal, se describe como “pulsátil”, “profundo” y generalmente más intenso”. (Jannini et al., 2012). El 69% por ciento de las mujeres prefieren alcanzar el orgasmo a través de la penetración (Blair et al., 2018). Esto se atribuyó a tener experiencias sexuales normativas que enfatizan el orgasmo masculino. Lo que no hace más que repetir algunas creencias políticas que se presentan como feministas pero que, en realidad, invalidan los sentimientos de un gran grupo de mujeres, a quienes se considera con escasa educación sexual y con el cerebro lavado por el patriarcado. De hecho, como analizo en otro artículo, la existencia de los orgasmos vaginales está sumida en la ideología política. La controversia comenzó con la afirmación por parte de Sigmund Freud de que las mujeres que tienen un orgasmo por estimulación del clítoris eran psicosexualmente inmaduras. En 1976, Shere Hite respondió con The Hite Report, en el que utilizó cuestionarios informales para afirmar que la mejor manera de que las mujeres alcancen el orgasmo era tocándose el clítoris. Eventualmente, esto llevó a la creencia de que la mayoría de las mujeres no tienen un orgasmo con la penetración, lo cual refuté en un artículo anterior. Algunos sexólogos, sin embargo, empuñaron la bandera del orgasmo vaginal. A base de escuchar a las mujeres, Beverly Whipple y John Perry redescubrieron un área sensible en la pared anterior de la vagina que se hincha cuando se la estimula y puede desencadenar el orgasmo y la eyaculación femenina (Addiego et al., 1981). Lo llamaron el punto Grafenberg, o punto G, en honor a Ernst Grafenberg, quien lo describió allá por 1950. De hecho, el punto G ya estaba descrito en el Kamasutra y en textos taoístas del siglo IV, y en documentos de muchas otras civilizaciones (Korda et al., 2010). Las preguntas que hay que responder Dada la controversia política que rodea a este tema, ¿es posible encontrar alguna evidencia científica que lo aclare? Dado que el orgasmo es una experiencia subjetiva, comparar orgasmos de diferentes mujeres parece un problema filosófico insoluble. Los sentimientos subjetivos de los orgasmos son qualia, experiencias conscientes que no pueden transmitirse de una persona a otra. Sin embargo, los científicos no se dan por vencidos tan fácilmente como los filósofos. Saben que las experiencias subjetivas pueden estudiarse investigando sus correlatos neuronales en el cerebro. Lo que necesitamos es evidencia fáctica que responda las siguientes preguntas: ¿Puede la estimulación vaginal por sí sola desencadenar un orgasmo? ¿Es este orgasmo diferente del orgasmo del clítoris? Hay otras preguntas relacionadas, como si realmente existe el punto G, cuál es su anatomía y función, la naturaleza de la eyaculación femenina y la relación del clítoris interno con la vagina. Sin embargo, en este artículo se centrará en estas dos preguntas, que establecen si los orgasmos vaginales son reales y diferentes de los orgasmos del clítoris. Imágenes de resonancia magnética funcional (fMRI) Hoy en día, los científicos tienen varios métodos para estudiar la actividad del cerebro en personas despiertas que realizan diferentes actividades. Incluyen electroencefalograma (EEG), tomografía por emisión de positrones (PET) y fMRI. La fMRI se usa para determinar qué partes del cerebro están activas en diferentes condiciones. Cuando un área del cerebro tiene mayor actividad neuronal, sus células consumen más oxígeno. Esto provoca un aumento del flujo de sangre a esta área para reponer el oxígeno, lo que se denomina respuesta hemodinámica. fMRI mide cambios en las propiedades magnéticas de los átomos de hierro en la molécula de hemoglobina de la sangre cuando el oxígeno se une y se separa de ellas. La actividad de las áreas del cerebro luego se representa luego en tres dimensiones. A diferencia del EEG, la resonancia magnética funcional puede generar imágenes de la actividad de áreas cerebrales profundas. Las mujeres parapléjicas pueden tener orgasmos Una oportunidad para responder a la primera de las preguntas se presentó cuando la doctora Beverly Whipple se encontró con el caso de mujeres con secciones completas de la médula espinal. Los nervios que recogen las sensaciones del área genital (nervios pélvico, pudendo, hipogástrico y esplácnico inferior) llevan información al cerebro entrando en la médula espinal en sus segmentos inferiores y luego mandando información por el tracto espinotalámico. Si la médula espinal se secciona por encima de estos segmentos inferiores, se interrumpe el tracto espinotalámico. Todas las sensaciones por debajo de la cintura, incluidas las del clítoris, la vagina y el ano, no pueden llegar al cerebro. Por lo tanto, las mujeres con lesiones medulares completas no deberían poder sentir sus genitales y, en consecuencia, tener orgasmos. ¡Y sin embargo, sí que los tienen! Pueden sentir cuando menstrúan y cuando sus vaginas son penetradas. Experimentan placer en la vagina, que a veces conduce al orgasmo. Pero no pueden sentir su clítoris. ¿Cómo es posible? Sus ginecólogos les dijeron que estaban experimentando un placer fantasma, algo similar a las sensaciones fantasma que los amputados sienten como provenientes de sus extremidades amputadas. Pero estas mujeres estaban experimentando placer con penes y consoladores reales, no con los fantasmas. fMRI en mujeres parapléjicas El doctor Barry Komisaruk planteó la hipótesis de que las sensaciones de sus vaginas se comunicaban al cerebro el nervio vago. A diferencia de los nervios sensoriales que mencioné anteriormente, el vago lleva la sensación de los órganos internos directamente al cerebro, sin pasar por la médula espinal. ‘Vagus’ significa ‘errante’ en latín, porque este nervio serpentea dentro del cuerpo, transportando información desde el corazón, el estómago, los intestinos y otros órganos internos hasta el cerebro. Los cuerpos de las neuronas que envían axones en el nervio vago están en el ganglio petroso, situado cerca de la base del cráneo. Entran en el cerebro en el núcleo del tracto solitario (NTS). Para probar esta hipótesis, Komisaruk, Whipple y sus colaboradores seleccionaron cuidadosamente a cinco mujeres con secciones completas de la médula espinal (Komisaruk et al., 2004; Komisaruk and Whipple, 2005). Estas desafortunadas mujeres tenían lesiones en la médula espinal por heridas de bala, que proporcionan un corte limpio de la médula espinal sin la compresión que producen los accidentes de coche, las caídas y otros tipos de accidentes similares. Las lesiones por compresión de la médula espinal dificultan determinar hasta qué punto los axones en el tracto espinotalámico han sido afectados. Otro criterio para seleccionar a las mujeres para este estudio fue que su lesión medular estuviera por encima del segmento espinal T10 (décima vértebra torácica), para descartar por completo que algunas ramas de los nervios genitales pudieran entrar en la médula espinal por encima de la lesión. Lo primero que hicieron Komisaruk y sus colaboradores fue usar fMRI para determinar si el NTS se activaba cuando estas mujeres se estimulaban la vagina con un consolador. Esto significaría que la sensación de la vagina era transportada por el nervio vago y entra al cerebro en el NTS. Efectivamente, la parte inferior del NTS se activó por estimulación vaginal en las cinco mujeres. El NTS está organizado formando un mapa rudimentario del cuerpo, por lo que su parte superior corresponde a la boca y la inferior a los genitales. Cuando a las mujeres se les dio una bebida de sabor fuerte para dar sensación en la boca, se activó la parte superior del NTS. Esto confirmó la hipótesis de que el nervio vago transporta información desde la vagina al cerebro independientemente de la médula espinal. Así que la inervación supuestamente escasa de la vagina cumple una función importante. Representación cerebral de orgasmos vaginales en mujeres parapléjicas Tres de las cinco mujeres de este estudio experimentaron orgasmos por estimulación vaginal. Esto ofreció la oportunidad de usar fMRI para determinar las áreas del cerebro que se activan por orgasmos vaginales. Dado que los orgasmos en estas mujeres se desencadenaron exclusivamente desde la vagina, esto puede arrojar algo de luz sobre la segunda de las preguntas anteriores: ¿son los orgasmos vaginales diferentes de los orgasmos del clítoris? Las áreas del cerebro activadas por los orgasmos vaginales fueron las mismas las tres mujeres. Hago una lista a continuación, con una breve explicación de la función de cada área. Amígdala. Ésta es la parte del cerebro que media el miedo y la ansiedad, pero también está involucrada en otras emociones, como la ira y la agresión. En una de las mujeres que tuvo orgasmos múltiples que duraron 3 minutos, la amígdala estuvo activa durante estos 3 minutos, pero no durante los 2 minutos siguientes. Núcleo accumbens. Quizás hayas oído decir que cuando experimentamos placer se libera dopamina en el cerebro. Lo que realmente sucede es que se activa una vía mesolímbica que va desde el área tegmental ventral (VTA) hasta el núcleo accumbens, donde libera dopamina. Los opiáceos, la nicotina, la cocaína, las anfetaminas y otras drogas adictivas activan esta vía, lo que produce dependencia. Este estudio mostró la activación del núcleo accumbens durante los orgasmos vaginales, lo cual es de esperar de un estímulo placentero. Sin embargo, esto no significa que los orgasmos sean adictivos. Ínsula. 'Ínsula' significa 'isla' en latín. Esta es un área de la corteza cerebral que forma una isla de materia gris dentro de la materia blanca de los hemisferios cerebrales. La ínsula está asociada a todo tipo de emociones. Por ejemplo, media el componente emocional del dolor, que es lo que lo hace desagradable. También está involucrado en el picor, el asco, la ira, la confianza y (¡por supuesto!) el placer sexual (Craig, 2002). Córtex del cíngulo anterior (CCA). Se trata de una parte del córtex ubicada en el interior de la fisura que separa los dos hemisferios cerebrales. Es uno de los destinos de las vías de dopamina procedentes del VTA. El ACC, junto con la ínsula y la corteza somatosensorial, se encuentra al final de las vías neurales que transmiten el dolor. Su principal función es motivarnos a tomar decisiones. Hippocampo significa 'caballito de mar' en latín porque tiene la forma de este peculiar pez. Es esencial para la formación de la memoria y el almacenamiento de recuerdos a corto plazo. Sus vínculos con la amígdala median un papel en las emociones. Cerebelo. Este "pequeño cerebro" en la parte posterior del cráneo modula la contracción muscular durante el movimiento. Su activación durante el orgasmo puede reflejar las contracciones y espasmos musculares durante los orgasmos. Núcleo paraventricular del hipotálamo. El hipotálamo es la parte del cerebro que modula las funciones del cuerpo, generando sensaciones como la sed, el hambre y el deseo sexual. Se encuentra encima de la glándula pituitaria, a través de la cual controla el sistema endocrino, que libera hormonas en el cuerpo. Por ejemplo, el sistema hipotálamo-hipófisis-suprarrenal controla la liberación de adrenalina y cortisol durante el estrés. El hecho de que el núcleo paraventricular se active durante los orgasmos vaginales es muy importante porque libera oxitocina a la sangre. Esto media la contracción de los pezones, el útero y la vagina durante el orgasmo y podría ser responsable de la vinculación afectiva que produce el acto sexual (Stein, 2009). La secuencia de activación de estas áreas cerebrales durante el orgasmo es la siguiente. La amígdala y la ínsula se activan durante la preparación del orgasmo. Poco después entra en el juego el córtex del cíngulo anterior. En el momento del orgasmo, se activan el núcleo accumbens, el núcleo paraventricular del hipotálamo y el hipocampo, mientras que aumenta la activación de la ínsula. fMRI del cerebro durante orgasmos clitorianos En un estudio posterior (Wise et al., 2017), el grupo de Komisaruk estudió a diez mujeres mientras llegaban al orgasmo a través de la estimulación del clítoris, administrada por ellas mismas o por su pareja. Dado que no encontraron diferencias entre los orgasmos autoinducidos y los inducidos por la pareja, combinaron ambos conjuntos de datos para analizarlos juntos. A diferencia del estudio en mujeres con lesión de la médula espinal, el objetivo era obtener una buena resolución temporal de los eventos antes, durante y después del orgasmo. Yo quería comparar este estudio con el de los orgasmos vaginales para ver si encontraba diferencias en la activación cerebral entre ellos, pero los autores no hicieron eso en su artículo. Por lo tanto, las conclusiones que extraigo a continuación son mías y no de los autores. Predeciblemente, los orgasmos clitorianos activaron varias de las regiones activadas por los orgasmos vaginales, incluyendo la amígdala, el núcleo accumbens, la ínsula, el córtex del cíngulo anterior, el hipocampo y el cerebelo. Pero, además, se activaron regiones del cerebro no mencionadas en el estudio sobre los orgasmos vaginales: El opérculo es el área de la corteza que rodea la invaginación que produce la ínsula. Es la principal zona del cerebro que se activa en los masoquistas cuando se les muestran imágenes de dolor masoquista (Kamping et al., 2016). Media las respuestas emocionales al dolor y al placer. La corteza frontal es el área del cerebro involucrada en la toma de decisiones complejas, el establecimiento de objetivos y la inhibición del comportamiento. En particular, el estudio con estimulación del clítoris menciona la corteza orbitofrontal, que es un "punto caliente hedónico". El giro angular está involucrado en el procesamiento de la información visual, particularmente durante la lectura y otras tareas de cognición espacial. También interviene en el recuerdo, la atención y la teoría de la mente (la capacidad de imaginarnos los estados mentales de otras personas). El giro angular del hemisferio derecho está asociado a las experiencias extracorporales, que los autores relacionan con los estados alterados de conciencia producidos por el orgasmo. Una diferencia interesante entre los orgasmos clitorianos y vaginales está en el hipotálamo. Mientras que los orgasmos vaginales en mujeres parapléjicas activaron el núcleo paraventricular del hipotálamo, los orgasmos clitorianos reclutaron los cuerpos mamilares, que están involucrados en la memoria episódica. Dado que el núcleo paraventricular produce la liberación de oxitocina en la sangre, esto podría significar que los orgasmos vaginales liberan más oxitocina y, por lo tanto, conducen a un vínculo afectivo más fuerte. Orgasmos mentales Algunas mujeres también pueden tener orgasmos sólo con imágenes mentales, sin ninguna estimulación genital o de otra parte del cuerpo (Whipple et al., 1992). El fMRI mostró que estos orgasmos activan el núcleo accumbens, el córtex del cíngulo anterior, el hipocampo y el núcleo paraventricular del hipotálamo, pero no la amígdala o el cerebelo (Komisaruk y Whipple, 2005). Esto indica que esas cuatro regiones del cerebro están específicamente relacionadas con el orgasmo, mientras que la amígdala puede estar relacionada con la sensación genital y el cerebelo con la tensión muscular. Un gran variedad de orgasmos Los estudios con mujeres parapléjicas proporcionan evidencia suficiente de que la estimulación exclusiva de la vagina y el cérvix pueden desencadenar el orgasmo. Esto indica que las mujeres pueden llegar al orgasmo sólo con penetración vaginal. Si el clítoris interno, las glándulas de Skene o la inervación de la vagina y el cérvix son el desencadenante de estos orgasmos es una pregunta interesante que se abordará en futuros artículos. También hay evidencia de que los orgasmos vaginales y los orgasmos del clítoris activan diferentes áreas cerebrales. Esto respalda la experiencia de muchas mujeres, que dicen que los orgasmos provocados por el clítoris y la vagina se notan diferentes. Esto no quiere decir que haya sólo dos tipos de orgasmos, clitorianos y vaginales. De hecho, Komisaruk y sus colaboradores destacan en sus estudios sobre los orgasmos vaginales que estos se desencadenan estimulando la vagina y el cérvix, que algunas mujeres consideran diferentes tipos de orgasmos. Los orgasmos también pueden ser provocados por el coito anal. Se notan diferentes porque el ano es una zona erógena muy sensible. Dado que sólo dos delgadas membranas separan el recto de la vagina, el sexo anal estimula la pared anterior de la vagina, lo que puede provocar un orgasmo de manera similar al coito vaginal. Los orgasmos en las mujeres también pueden desencadenarse sin ningún tipo de estimulación genital: estimulando los pezones, por spankings y otras formas de juego BDSM, por el ejercicio (Herbenick et al., 2021), y mediante imágenes mentales (Whipple et al., 1992). Esto demuestra que los orgasmos ocurren en el cerebro. Que el estímulo provenga del clítoris, la vagina, el ano u otra parte del cuerpo parece ser algo incidental. Al menos, en las mujeres. ¿Podrían también los hombres disfrutar de esta maravillosa variedad de orgasmos? Hay hombres que afirman que pueden llegar al orgasmo estimulando su próstata a través del coito anal la penetración con un dildo. Tal vez los orgasmos prostáticos sean el equivalente masculino de los orgasmos vaginales femeninos. ¿Pero pueden los hombres también llegar al clímax con azotes, ejercicios o imágenes mentales? Quizá haya una brecha del orgasmo, pero en sentido contrario al habitualmente propuesto. Si bien es cierto que algunas mujeres tienen dificultades para alcanzar el orgasmo, otras son capaces de llegar al clímax repetidamente y con una intensidad extraordinaria, lo que causaría la envidia de cualquier hombre. ¿Por qué importa todo esto? Es posible que hayamos estado llevando mal a cabo la educación sexual al enseñar a las mujeres que el clímax debe lograrse principalmente estimulando el clítoris. Un estudio usando cinco encuestas nacionales sobre sexo en Finlandia (Kontula y Miettinen, 2016) encontró que el porcentaje de mujeres jóvenes (18-34 años) que alcanzan el orgasmo durante las relaciones sexuales disminuyó desde 1999 a 2015. La capacidad de alcanzar el orgasmo no mejoró desde los años 70 hasta la actualidad en cualquiera de los grupos de edad. Esto es sorprendente, dado que Finlandia está catalogada como uno de los países líderes en igualdad de género, y que se han logrado avances sustanciales en la educación sexual y la liberación de las mujeres desde los años 70. ¿Por qué no se ha traducido esto en una mejor capacidad de las mujeres para llegar al clímax durante el sexo? Es posible que la causa sea el aumento del estrés y las presiones mentales a medida que las mujeres se incorporaron a la fuerza laboral y asumen carreras más exigentes. Sin embargo, el estudio sobre mujeres finlandesas apunta a causas directamente relacionadas con el sexo. Sorprendentemente, las mujeres que se masturban con más frecuencia tienen orgasmos menos frecuentes durante el coito que mujeres que se masturban con menos frecuencia. Esto contradice el supuesto de que la masturbación es la mejor manera para que las mujeres aprendan a alcanzar el clímax. Quizás demasiado énfasis en la estimulación del clítoris encierra a las mujeres en una vía única para alcanzar el orgasmo, en lugar de animarlas a explorar otras zonas erógenas y la gran variedad de posibles experiencias orgásmicas. En esto las mujeres se han vuelto como los hombres, a quienes se les ha enseñado que el pene debe ser la única fuente de placer sexual. Éstas son algunas de las cosas que contribuyen tener orgasmos más frecuentes en las relaciones sexuales: Darle importancia a los orgasmos. Una alta autoestima sexual (“soy buena en la cama”). Alto deseo sexual y motivación sexual. Comunicación abierta y fácil con la pareja en temas de sexo. Capacidad para concentrarse en el momento y atención plena durante el sexo. Apreciar el sexo. Buenas técnicas sexuales. Talento para ser excitada por la estimulación sexual. Sesiones de sexo frecuentes y duraderas. Novedad. Fantasías sexuales y juegos de rol. Estimulación anal. Dejar ir el control. “Se debe alentar a las mujeres a sentirse bien con la variedad de formas en que experimentan el placer sexual, sin establecer objetivos específicos (como encontrar el punto G, experimentar la eyaculación femenina o experimentar un orgasmo vaginal). La sexualidad saludable comienza con la aceptación de uno mismo, además de un énfasis en el proceso, más que en las metas, de las interacciones sexuales”. Dra. Beverly Whipple(Jannini et al., 2012). Referencias Addiego F, Belzer EG, Comolli J, Moger W, Perry JD, Whipple B (1981) Female ejaculation: A case study. The Journal of Sex Research 17:13-21. Blair KL, Cappell J, Pukall CF (2018) Not All Orgasms Were Created Equal: Differences in Frequency and Satisfaction of Orgasm Experiences by Sexual Activity in Same-Sex Versus Mixed-Sex Relationships. The Journal of Sex Research 55:719-733. Craig AD (2002) How do you feel? Interoception: the sense of the physiological condition of the body. NatRevNeurosci 3:655-666. Herbenick D, Fu T-c, Patterson C, Dennis Fortenberry J (2021) Exercise-Induced Orgasm and Its Association with Sleep Orgasms and Orgasms During Partnered Sex: Findings From a U.S. Probability Survey. Arch Sex Behav 50:2631-2640. Jannini EA, Rubio-Casillas A, Whipple B, Buisson O, Komisaruk BR, Brody S (2012) Female orgasm(s): one, two, several. The journal of sexual medicine 9:956-965. 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  • Responsabilidades de personas dominantes y sumisas

    Lista de responsabilidades que se derivan de las reglas ‘seguro, sensato y consensuado’ del BDSM Respondiendo a la pregunta de una amiga nueva en el BDSM, escribí una lista de responsabilidades del dominante y de la sumisa. Es una pregunta difícil de contestar, ya que hay muchos tipos de relaciones BDSM. Existen diferencias fundamentales entre las relaciones en las que los participantes están “en rol” todo el tiempo y el caso más común en el que los roles de dominante y sumisa sólo se adoptan temporalmente durante una sesión. Pero sí se pueden esbozar unas obligaciones generales que se podrían aplicar a la mayoría de las relaciones. En principio, estarían basadas en las normas "seguro, sensato y consentido" que delimitan el BDSM del maltrato. En la siguiente lista utilizo el género femenino para la persona sumisa y masculino para la persona Dominante, pero que quede claro que estos roles los pueden asumir personas de cualquier género, en cualquier tipo de combinaciones. Responsabilidades de personas dominantes Conocer y respetar los límites de la sumisa. Conocer las fantasías y las necesidades de la sumisa. Negociar con la sumisa la relación y las sesiones, estableciendo límites y una palabra de seguridad. Crear sesiones que satisfagan las necesidades de la sumisa, y no sólo las suyas propias. Detener las sesión y cuidar de la sumisa si ella dice la palabra de seguridad. No tomar represalias contra la sumisa por usar la palabra de seguridad. Respetar y proteger en todo momento la seguridad física de la sumisa. Abstenerse de prácticas que puedan causar daño psicológico o emocional a la sumisa. No usar el chantaje emocional ni otras formas de manipulación psicológica, a no ser que se hayan discutido, evaluado y consensuado. Proporcionar cuidados posteriores a la sumisa después de la sesión. No interferir indebidamente en la vida de la sumisa, incluyendo su entorno laboral, financiero, familiar o de amistades. No aislar socialmente a la sumisa. No espiar, acechar o violar la intimidad de la sumisa. Controlar sus propias emociones durante la sesión, evitando actuar desde la ira, los celos y otras emociones destructivas. Asumir responsabilidad si algo sale mal en una sesión, pedirle disculpas a la sumisa y hacer lo posible por remediar el daño hecho. En caso de que la sumisa sufra daño físico, ataque de pánico o cualquier otro tipo de emergencia, quedarse a su lado, ayudarla y hacer todo lo posible para remediar su situación, incluido el buscar ayuda profesional o llevarla a emergencias. Si se ha negociado el uso de castigos, usarlos de forma justa y mesurada. Respetar la privacidad, intimidad y reputación de la sumisa en conversaciones con otras personas. Si se juega por sesiones, tratar a la sumisa de igual a igual fuera de las sesiones, de forma respetuosa y amable. No usar el poder que da el rol de dominante para explotar o sacar partido de la sumisa. Interesarse por la salud, el bienestar y la felicidad de la sumisa fuera de la relación, con cariño, compasión y amabilidad. Responsabilidades de personas sumisas Negociar la relación y las sesiones con honestidad y buena fe. Hacer conocer sus límites al dominante. Conocer sus fantasías y necesidades en el BDSM, y hacérselas saber al dominante. Estar dispuesta a servir y a obedecer al dominante dentro de los límites establecidos, o a aceptar las consecuencias. Usar la palabra de seguridad cuando sea necesario para proteger su seguridad física y mental. No abusar de la palabra de seguridad como forma de manipular al dominante o dirigir la sesión. Asumir su parte de la responsabilidad si algo sale mal en una sesión por no usar la palabra de seguridad, no dejar claros los límites o no haber negociado bien la sesión. No usurpar la autoridad del Dominante dándole instrucciones durante la sesión (‘topping from de bottom’), a no ser que se haya consensuado de antemano. No usar el chantaje emocional, acusaciones infundadas de maltrato, ni otras formas de manipulación psicológica. Contribuir a los cuidados posteriores y evaluación de la sesión al finalizar ésta. Mantener a raya emociones destructivas como la ira o los celos, deteniendo la sesión si éstas se vuelven incontrolables. A no ser que la relación de dominación-sumisión sea a tiempo completo, reconocer que fuera de la sesión el dominante no actúa como tal ni es responsable de la sumisa. El trato será de igual a igual. No comportarse como sumisa en momentos o situaciones en que el dominante no ha aceptado jugar su papel. No espiar, acechar o violar la intimidad del dominante. Si se ha negociado el uso de castigos, cumplirlos de forma honesta, usando la palabra de seguridad si el castigo llega a perjudicar su seguridad física o mental. Respetar la vida laboral, financiera, familiar y de amistades del dominante. Respetar la privacidad, intimidad y reputación del dominante en conversaciones con otras personas. Interesarse por la salud, el bienestar y la felicidad del dominante fuera de la relación, con cariño, compasión y amabilidad.

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