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En defensa de la infidelidad

Cuando el adulterio es simplemente la mejor entre varias malas opciones

Woman binds man with chain
Shutterstock Photo ID: 345126524, by beeboys.

El problema del adulterio

Aunque las estadísticas sobre la prevalencia de la infidelidad arrojan resultados muy variados (entre el 25% y el 60% de casos de infidelidad durante la duración de un matrimonio), todo el mundo parece estar de acuerdo que va en aumento en los países occidentales.

¿Es esto una calamidad o un síntoma de la desintegración de la monogamia?

A juzgar por lo que leo, parece que muchos de los que practican el poliamor, al tiempo que critican la exclusividad sexual, son moralistas en lo que se refiere a la infidelidad. Como los conservadores, tienden a ver la infidelidad como la traición a una promesa sagrada.

Según ellos, si una persona está insatisfecha sexualmente en su pareja, sólo le cabe tres opciones moralmente aceptables: 1) aguantarse, 2) negociar una relación abierta, 3) abandonar la relación. La infidelidad supone una cuarta opción, que creo que puede ser moralmente aceptable en algunos casos.

La moral sexual se basa en la autonomía personal

Creo que la idea fundamental en la que se debe basar la ética sexual es la autonomía personal. Tiene su raíz en el instinto inherente en todos los seres vivos: proteger la integridad del organismo y cumplir sus funciones biológicas básicas. En los seres humanos, esto se traduce en la idea de que mi cuerpo es mío y hago con él lo que quiero, siempre que no dañe la autonomía personal de otra persona.

En un plano negativo, esto trae como consecuencia que nadie tiene derecho a usar mi cuerpo contra mis deseos. Por eso son inmorales la violación, el abuso sexual y otras formas de sexo no consentido.

La autonomía personal también debe interpretarse en un plano positivo. Esto significa, entre otras cosas, que cada cual tiene derecho a su satisfacción sexual (de nuevo, siempre que no viole la autonomía personal de otros). Por lo tanto, la represión sexual también viola la autonomía personal y debe ser considerada una forma de maltrato.

Al contrario de lo que dice mucha gente, el sexo con alguien fuera de la pareja no es un acto no consentido, porque no daña la autonomía personal de la persona a la que se es infiel.

Lo que sí viola es un acuerdo en el que dos personas se han comprometido a ser sexualmente exclusivos. Sin embargo, romper un acuerdo me parece una ofensa mucho menor que el dañar la autonomía personal (como ocurre en la violación).

Es importante darse cuenta de que este acuerdo de exclusividad sexual en realidad implica renunciar a una porción considerable de nuestra autonomía personal: antes podía tener relaciones sexuales con quien quisiera tenerlas conmigo, y ahora me veo constreñido a una sola persona. Por lo tanto, cualquier forma de coacción en establecer este acuerdo de exclusividad sexual nos debería resultar inaceptable.

Monogamia obligatoria

No debemos olvidar que vivimos en una sociedad que impone la monogamia. De hecho, en muchos países del mundo la no-monogamia se castiga con la muerte. Y hasta las sociedades occidentales más abiertas ejercen una presión considerable a favor de la monogamia, usando diferentes sanciones legales, económicas y culturales. Encima, a menudo éstas sanciones van injustamente dirigidas más hacia las mujeres que hacia los hombres.

Por esa razón, no podemos considerar al acuerdo de exclusividad sexual implícito en el matrimonio como algo aceptado libremente, sino como algo hecho bajo la presión de un entorno coercitivo. Recordemos que un acuerdo hecho bajo presión no es moralmente vinculante.

En la práctica, esto significa que se nos ofrecen dos únicas opciones: una relación monógama o quedarnos solos. A casi nadie se le plantea la opción entre una relación abierta y otra con exclusividad sexual. La monogamia se asume por defecto.

Las tres opciones frente a la insatisfacción sexual

Consideremos ahora las tres opciones que se le ofrecen a una persona que está sexualmente insatisfecha con su pareja.

La primera era aguantarse. En la antigua cultura sexualmente represiva esto ni se cuestionaba. El sexo era considerado como algo superfluo, innecesario para la felicidad de una persona decente (especialmente si era mujer). Pero la nueva cultura sexo-positiva ha cambiado esa perspectiva, proponiendo que es inaceptable para una persona vivir privada sexualmente. Esto no sólo concierne al sexo en general, sino también a las sexualidades alternativas como el BDSM. Si yo soy kinky y mi pareja no lo es, tengo derecho a hacer algo para solucionarlo. Aguantarse ha dejado de ser una opción aceptable.

La segunda opción sería la de negociar una relación abierta. Sin embargo, esto es considerablemente difícil. Las relaciones abiertas o de poliamor son todavía infrecuentes. Proponerle una relación abierta a una pareja obcecada en la mentalidad monógama no es sólo fútil, es estúpido. Lo único que conseguiremos es que inmediatamente nos considere sospechosos de querer ponerle los cuernos.

La tercera opción es romper la relación. Resulta sorprendente la facilidad con la que mucha gente propone esto … ¡Cómo si romper fuera fácil y no entrañara ningún sufrimiento! Es más bien, es lo contrario. La mayor parte de las veces esta opción es la menos deseable de todas.

Vivimos en una sociedad que le otorga una gran cantidad de poder a la institución del matrimonio, sea como poder económico (ahorros compartidos, hipotecas, impuestos, etc.), sea como facilidades de vida (vivienda común, distribución del trabajo, cuidado de los hijos, etc.).

Eso hace que romper no sea una simple cuestión de cancelar una relación sexual y emocional, sino algo que desbarajusta por completo la vida. El divorcio resulta casi siempre en una disminución de nuestra calidad de vida. Es fácil cuando eres rico, pero ruinoso si eres pobre. Y claro, también están los hijos, a los que probablemente les importe más bien poco si uno de los padres es ocasionalmente infiel, pero para quienes el divorcio tiene consecuencias devastadoras.

Hay que desdramatizar el adulterio

Con esto no quiero decir que condone la infidelidad, sino proponer es un tema sumamente complejo que no se presta a juicios fáciles.

Si hay algo que está claro es que hace falta desdramatizar el adulterio. Al contrario de lo que leemos en las novelas y vemos en la tele, no vale la pena matar a nadie por eso. A menudo, ni siquiera vale la pena dejar a la persona a la que quieres a causa de una infidelidad.

El sexo es sólo sexo. No exageremos lo que significa atribuyéndole un montón de contenidos místicos: “ha dejado de quererme”, “es una persona sin palabra”, “si es capaz de hacer eso, es capaz de cualquier cosa”, “ha traicionado lo más íntimo de nuestra relación”.

Sí, en algunos casos ser infiel es algo ruin, que implica traición y falta de honestidad.

Pero en otros casos no es más que la menos mala de una serie de malas opciones. Como, por ejemplo, en el caso de una mujer que se ha vuelto económicamente dependiente de su marido al dejar su carrera para tener hijos, y al cabo de los años se encuentra con que él ya no quiere tener relaciones sexuales con ella.

El adulterio como rebelión contra la imposición de la monogamia

Desde un punto de vista sexo-positivo y no-monógamo, deberíamos apreciar el elemento de rebelión contra el orden establecido que conlleva la infidelidad.

Sí, la persona a la que se es infiel sufre, pero parte de la culpa de ese sufrimiento la tiene el haber aceptado la normativa monógama. Porque es esa normativa la que lo ha convencido de que el que te sean infiel es algo tan terrible.

Tampoco olvidemos que la normativa de exclusividad sexual crea un desequilibrio de poder a favor de personas sexualmente represivas y en contra del que ansía libertad sexual.

En un mundo ideal, todo el que deseara ser poliamorosos podría serlo. Pero estamos lejos de vivir en ese mundo ideal. La realidad es que la no-monogamia ética lo deseáramos es una opción reservada para unos pocos. Así que no deberíamos juzgar a quien tiene que recurrir a opciones menos aceptables.

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