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Escenas kinky de mi nueva novela: El rojo, el facha y los narcos

Hermes Solenzol

Actualizado: 29 ene

Man in an old-fashion suit hitting the naked bottom of a woman  bending over the back of an armchair
Foto antigua en la exposición Kink Out en Los Ángeles, 2023.

Benito volvió a mirar lo que pasaba en la mesa de al lado. Arsenio le acababa de desgarrar las bragas a la puta que tenía sobre el regazo, dejando al desnudo los dos globos insolentes de sus nalgas. Cogió una aceituna del platillo. Típico de Arsenio.

La cosa tenía morbo. Su erección luchaba con la tela de sus calzoncillos.

Pero no podía permitir que nada de eso lo distrajese de su misión.

-¡Eh, mírame, que esto es importante! -le dijo a Benito-. Si la policía empieza a investigar, todo se va a ir a la mierda. ¡Lo sabes perfectamente!

-¿Y qué coño quieres que haga?

-No te preocupes, Luis -dijo Laura-. Ya sé que mi padre mandó ayer a la policía a buscarme, si es eso lo que le vas a decir… ¡Au!

Se interrumpió en respuesta a algo doloroso que le había hecho Benito.

-A ti nadie te ha pedido tu opinión. ¡Calladita estás más guapa!

Sonó un trallazo.

-¡Ayyy! -gritó la puta de la mesa de al lado-. ¡Tengo una aceitunita metida en el culo!

Arsenio le había pegado en el culo con el cinturón. A Luis no había nada lo excitase más que pegarle a una tía en culo con un cinturón. Tuvo que luchar por concentrarse.

-¡Tienes que soltarla, Benito! Su padre nos va a estar mandando a la policía hasta dar con ella. Esta situación es insostenible.

-Ya le he advertido a ese mamón que si vuelve a hacerlo le mandaremos un trocito de su yerno.

* * *

-Ha falsificado usted esta carta de recomendación -dijo Luis-. ¿Sabe que puedo demandarla por falsificar este documento? Eso equivale a una estafa.

Con todo descaro, Nina se sentó a su lado en el sofá.

-¿Y qué ganaría usted con eso? Yo no tengo un duro, ya se lo he dicho. No creo que me metan en la cárcel por una carta de recomendación.

-Falsa. Una carta de recomendación falsa. ¡Reconózcalo, Nina!

-Creo que, si a estas alturas no me ha echado de su despacho, es porque quiere algo de mí. ¿Qué es, don Luis?

-¿Está insinuando que quiero aprovecharme de usted?

-No lo sé. Me muero de curiosidad.

Esbozó una tímida sonrisa.

-No ha reconocido usted que la carta de recomendación es falsa.

-¿Y por qué iba a hacerlo?

Lo miraba con expresión entre seria y divertida. A ella también le estaba gustando el juego.

-Pues porque, si lo hace, igual hasta la contrato.

-¿Estaría usted dispuesto a contratar a una mentirosa?

-Sí. A una mentirosa y una embaucadora. Eso puede serme útil porque, la verdad, llevo asuntos muy delicados en mi despacho. Secretaria viene de secreto, y necesito a alguien que sea capaz de proteger los míos con la misma desfachatez que usted se ha defendido en esta entrevista.

Su sonrisa se volvió más franca.

-¡Quién lo iba a decir! En ese caso, lo reconozco: la carta de recomendación es falsa. Entonces, ¿me va usted a contratar?

Se lo estaba poniendo demasiado fácil.

-Hay otra condición.

-¿Cuál?

-Que quede claro que, si me vuelve usted a mentir, le voy a poner el culo como un tomate.

* * *

Cecilia lo cogió de la mano y lo llevó al dormitorio principal, donde dormía con Julio y Laura. Cerró la puerta, se dio la vuelta y se subió la minifalda.

-¡Mira cómo me ha puesto el culo Julio!

Lo tenía rosa desde las caderas a la mitad de los muslos, con rallajos de un rojo encendido en el centro de las nalgas.

¿Por qué me hacen esto? ¿Por qué se empeña Julio en restregarme por las narices que puede poseer a Cecilia en formas que yo nunca me atrevería a hacerlo?

-Como estábamos solos, Julio me ha zurrado de lo lindo, primero con la mano y luego con el cinturón. Además, me ha puesto esto -señaló con el dedo un círculo negro que le cubría el ano-. Lo llamamos butt plug. Es un tapón de goma que se mete en el culo.

-¡Vale tía, ya sabes lo mucho que me mola tu culo! Pero es que estas cosas me descolocan un poco.

Para su sorpresa, Cecilia se arrodilló frente a él.

-Julio me ha ordenado que te pida… no, que te suplique… que me des por culo. Sólo me puedo sacar el plug para que tú me metas la polla.

-¿Y si yo no quiero?

Cecilia levantó la vista hacia él, sorprendida.

-¿Y por qué no ibas a querer?

* * *

Luis la cogió del brazo. Nina opuso resistencia al principio, pero luego se dejó llevar a la mesa que había junto a la ventana. Retiró la silla y la empujó hasta dejarla doblada sobre la mesa. Dejó el cinturón junto a la cara de Nina, donde pudiera verlo bien. Le bajó las bragas, que se deslizaron por sus medias hasta sus tobillos.

El culo redondo de Nina, enmarcado por abajo por sus medias negras, era toda una provocación.

Cogió el cinturón y lo dobló para darle la medida adecuada. Sin muletas, su equilibrio sobre sus prótesis era precario, así que se agarró con la mano izquierda al respaldo de una silla.

Cogió el cinturón y apuntó cuidadosamente a las nalgas que se le ofrecían.

El trallazo reverberó por toda la habitación.

-¡Ay, don Luis, por favor! -chilló Nina-. ¡Usted no sabe lo que duele esto!

-Sí que lo sé -masculló. Y le volvió a pegar.

Esta vez el grito de Nina fue incoherente. Pero fue una buena chica y no intentó levantarse de la mesa.

Dos azotes más y Nina se disolvió en un mar de lágrimas.

-¡Por favor, por favor, don Luis, pare! -sollozó-. ¡No más, por favor! ¡Le diré la verdad!

-¿Ah, sí? ¿Y cuál es la verdad, señorita Saturnina?

* * *

-Tú sabes lo que me pasa, Julio -dijo Sabrina.

-Quiero que tú me lo digas.

-No puedo resistirme a ti, Julio. En tus brazos, soy débil. Puedes hacer conmigo lo que quieras, Julio.

El cuerpo desnudo de la meiga se le ofrecía, indefenso. Lo volvió a invadir un vivo deseo, pero ya no era el deseo de Lorenzo, sino con el sadismo brutal de Julio.

-Has sido mala -dijo la voz de Julio-. Y ya sabes lo que le hago yo a las niñas malas.

Tirándole de un brazo, la hizo ponerse bocabajo para exponerle las nalgas, dos pequeños globos insolentes. Entonces supo lo que sentía Julio: que el pompis está destinado a ser azotado. La palidez de ese culo pedía a gritos ser transformada en un rosa chillón por unos buenos azotes.

Se puso a darle azotes. Sabrina acusaba cada cachete con un chillido de dolor. Pero, por primera vez en su vida, eso lo animaba a seguir, en vez de hacerlo sentirse culpable. La azotaba metódicamente, con la atención determinada de la fiera que acecha a su presa. Sentía una mezcla de deseo sexual y saña. El dolor que le provocaba lo nutría. Con cada golpe, sentía una corriente eléctrica recorriéndole el cuerpo, embriagándolo con un poder salvaje.

¡Por eso les gusta tanto el sadomasoquismo a Cecilia y Julio! Es su forma de conseguir poder personal.

-Así es como me vas a devolver la energía que me quistaste, ¿verdad?

-No lo sé, Julio… -sollozó Sabrina.

-¿Cómo que no lo sabes? -detuvo la azotaina.

-No hay ninguna energía que te pueda devolver.

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