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Mi niñez bajo el Opus Dei durante la dictadura franquista

A veces el privilegio y la opresión se combinan de forma extraña

Cathedral of Santiago de Compostela
The cathedral of Santiago de Compostela

Como mi padre me arrastró pataleando al Opus Dei

Cuando tenía siete años, mi padre me arrastró, llorando y pataleando por las escaleras, a un club infantil del el Opus Dei. Eran siete pisos, sin ascensor.

Era como si mi persona progresista actual se hubiera encarnado en mi cuerpo infantil y se resistía a ir allí.

Bueno, en realidad lo que pasó fue que había escuchado a mis padres decir que el Opus Dei me haría un niño bueno, y yo no quería ni oír hablar de eso. ¿Acaso no era ya lo suficientemente bueno?

La rabieta se me pasó en el momento en que abrieron la puerta y me encontré cara a cara con Elías, un chaval de mi clase que se había convertido en mi mejor amigo. Y me hacían falta amigos, ya que un par de años antes mi familia se había mudado de Tenerife a Santiago de Compostela, después de pasar mis primeros cinco años en Roma. Con tanto cambio, estaba un poco desubicado. Así que dejé de llorar, me tranquilicé y le eché una ojeada al sitio.

Esa fue la única vez que vi a Elías en aquel club del Opus Dei, el Club Senra. Supongo que sus padres no eran tan conservadores como los míos.

El Opus Dei

Mi padre sabía perfectamente qué era el Opus Dei: una organización católica conservadora que había adquirido un gran poder político en el régimen fascista del general Francisco Franco.

Mi tío José Luís, el hermano menor de mi padre, era miembro numerario del Opus Dei y vivía en la sede de la organización en Roma.

Los miembros numerarios deben vivir en castidad (es decir, no se les permite casarse ni tener relaciones sexuales), pobreza (dan sus ganancias a la organización) y obediencia (siguen las instrucciones de la organización transmitidas a través de su director espiritual). Sin embargo, lo hacen como un contrato con el Opus Dei y no como votos, como hacen los frailes.

Mi padre era miembro supernumerario del Opus Dei, una categoría creada para personas casadas. Viven en castidad “dentro de su matrimonio”, pagan tributo a la organización y obedecen a su director espiritual, aunque con más libertad que los miembros numerarios.

Ah, y tienen que ofrecer en sacrificio a su hijo mayor. Que en este caso era yo.

Bueno, es broma. Lo que realmente sucede es que tienen que meter a sus hijos en clubes como el Senra, donde se los prepara y adoctrina. Luego, cuando cumplen los 14 años, se les pide que se unan al Opus Dei.

Mis hermanos menores no escaparían a ese destino. Mis dos hermanos pronto se unirían a mí en el Club Senra. Mi hermana seguiría un camino diferente, ya que en el Opus Dei hay una estricta separación entre hombres y mujeres. Con el tiempo se convirtió en miembro numeraria, aunque no duró mucho dentro de la organización.

La carrera de mi padre

Ser miembro del Opus Dei le vino muy bien a mi padre. Era catedrático de Derecho Romano en la Universidad de Santiago. Para cuando me llevó al Club Senra, en 1964, ya era decano de la Facultad de Derecho. Tenía sólo 36 años.

En 1968, las manifestaciones estudiantiles que comenzaron con los disturbios de mayo del 68 en París sacudieron a Santiago de Compostela, una ciudad pequeña llena de estudiantes. Por aquel entonces no era la capital de Galicia, sólo se sustentaba de su famosa catedral y de la universidad.

Un grupo de estudiantes se encerró dentro del rectorado, negándose a salir a menos que se cumplieran sus demandas. Franco decidió que el rector de la universidad era demasiado blando. Era necesario poner a un hombre duro en su lugar. Ese hombre duro era mi padre.

Mucho más tarde, mi padre me contó que su manera de lidiar con ese problema no fue enviar a la policía, como Franco esperaba, sino ofrecer a los estudiantes un lugar para reunirse en el Burgo de las Naciones, un conjunto de barracones que se había construido para albergar a los peregrinos durante aquel Año Santo.

Yo tenía once años. Ser hijo del rector de la universidad me plantó de lleno en la clase alta de esa ciudad de provincias. Antes de mudarnos a Santiago, habíamos vivido con bastante humildad, primero en Roma y luego en La Laguna, en Tenerife. Pero ahora vivíamos sin pagar alquiler en un lujoso apartamento en el campus, rodeado de jardines y a pocos pasos de los bosques de pinos y robles de las afueras de la ciudad.

El Club Senra

Irónicamente, pertenecer al Club Senra era uno de mis mayores privilegios. En teoría, la función del era que los niños participaran en actividades como aeromodelismo, fotografía, montañismo, química, dibujo y electrónica. Las clases las impartían estudiantes universitarios e incluso uno de los profesores de mi colegio. Disfruté mucho haciendo aviones y saliendo al campo a volarlos. Al final acabé participando en todas las actividades.

Buildings in Santiago de Compostela
El edificio gris del medio es donde antes estaba el Club Senra.

A medida que crecí, me invitaron a ir allí todos los días después del colegio para estudiar y hacer los deberes. Esas sesiones diarias de estudio eran interrumpidas por media hora de meditación, que consistía en la lectura de puntos de Camino, con largas pausas silenciosas entre punto y punto.

Camino es un libro escrito por Monseñor Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei y ahora un santo. Consta de 999 puntos o párrafos cortos. Los más controvertidos (puntos 387-400) alientan a los miembros a practicar la “santa intransigencia” (una exhortación al dogmatismo), la “santa coerción” (“usar la fuerza […] para salvar la vida de aquellos que estúpidamente persisten en cometer suicidio del alma ) y la “santa desvergüenza” (poder declarar con valentía que uno es católico religioso).

Esto os puede dar una idea de la naturaleza militante de la organización. De hecho, Camino se parece bastante al Libro Rojo de Mao, con sus 427 puntos.

Una vez a la semana tenía que acudir a una entrevista con mi director espiritual, quien era miembro del Opus Dei, pero no sacerdote. La confesión con un sacerdote se hacía por separado. Si bien la confesión se mantiene estrictamente en secreto, el director espiritual tenía libertad para comunicar todo lo que yo le dijera a la jerarquía del Opus Dei.

¡Pero la sala de estudio era genial! Me encantaba la disciplina y el silencio estricto. Estaba rodeado de estudiantes universitarios a los que podía pedir ayuda sobre cualquier tema. Matemáticas, química, física… fuera lo que fuese pase, siempre tenía un experto a mano. Mis notas, que ya eran bastante buenas, mejoraron.

Mi colegio, y problemas en la calle

Sólo tenía un rival para ser el primero de la clase: mi amigo Elías. Era el favorito de mis compañeros: inteligente, deportista y un pelín rebelde. Yo era un empollón y un enchufado, el epítome del privilegio de la clase política. Todos vitoreaban a Elías cuando me ganaba.

Old school in Santiago de Compostela.
Mi antiguo colegio en Santiago.

A mí no me importaba demasiado. A mí también me caía bien Elías, pero yo no podía ser como él, por mucho que me empeñara.

No entendía nada de lo que pasaba a mi alrededor.

Mis compañeros hablaban en clave de temas políticas que escapaban a mi comprensión.

Los estudiantes luchaban en las calles con la policía.

Durante la noche aparecían banderas rojas en los árboles, que quitaban enseguida.

También borraban enseguida las pintadas con oscuros lemas políticos.

Y mi padre hablaba por teléfono todas las noches, gritando órdenes sobre cómo controlar a los estudiantes.

Algunos de mis compañeros me despreciaban, otros me adulaban, pero todos me temían a causa de mi padre. Incluso mis profesores.

A mis compañeros de clase les pegaban regularmente, pero nadie se atrevía a tocarme.

Yo vivía en un mundo de fantasía, leyendo ciencia ficción sin parar y enamorándome de la ciencia. Me empezaron a llamar el científico en el colegio.

Improvisé un laboratorio de química en el desván, donde fabricaba bombas fétidas y algunos explosivos reales. Sabía lo suficiente de química y era lo suficientemente estúpido como para representar un peligro real. Afortunadamente, no llegó a pasar nada.

Educado por el Opus Dei

Pero el verdadero peligro, sin que yo lo supiera, era el Opus Dei.

A medida que me acercaba a los 14 años, mi director espiritual comenzó a apretarme los tornillos. Me advirtieron que tuviera cuidado con los libros que leía, lo que hizo saltar mis alarmas. Me encantaba la lectura, que se había ampliado de novelas (Julio Verne, H. G. Wells, E. R. Burroughs, Lovecraft, Isaac Asimov) a libros ficción sobre ciencia y temas esotéricos.

Los del Opus también me invitaron a participar en retiros religiosos. Fui a uno en Portugal, y a otro durante el verano en un colegio de Vigo. Luego a un viaje a Roma para conocer a Monseñor Escrivá de Balaguer, el Padre.

Los retiros incluían largas horas de oración, pero también paseos, natación y otras actividades. La oración silenciosa concordaba con mi naturaleza introvertida y comencé a hacerla diariamente. También me atraía el misticismo.

Sin embargo, nunca pude conectar con el amor católico por la Virgen y los santos. La liturgia me parecía incomprensible. El Rosario me aburría.

Por otra parte, yo era católico hasta la médula: había nacido en Roma, donde mi padre me hizo bautizar en la basílica de San Pedro del Vaticano. Y ahora estaba viviendo en Santiago de Compostela, el legendario lugar de enterramiento del apóstol Santiago y el segundo destino de peregrinación católica más importante en el mundo, después de Roma.

Mi confesor, que no era del Opus

Cuatro cosas prepararon mi salida de la tutela del Opus Dei.

El primero fue don Aurelio, un sacerdote que daba clases de religión en mi colegio. Alguna vez escuché a Elías decir que en su apartamento daba confesiones y consejos a los alumnos, incluso dándoles una copa de vino de misa. Pensé que eso sonaba bien, así que lo intenté.

Me gustó don Aurelio, así que decidí convertirlo en mi confesor habitual.

En el Opus Dei me habían aconsejado tener un confesor habitual, pero no les gustó nada cuando les dije que había elegido a don Aurelio. Sin embargo, como se trataba de un sacerdote católico, no tenían ningún argumento para oponerse.

En secreto, mi decisión se basó en querer tener un asesor que no tuviera relación con mi padre y con el Opus Dei.

Estaba comenzando la pubertad y, como era de esperar, tenía problemas con el sexo. Estaba en una escuela sólo para chicos, por lo que tenía poco contacto con las chicas. Mi hermana y sus amigas parecen vivir en una realidad aparte.

El sexo me daba miedo, no sólo porque vivía en una sociedad profundamente represiva, sino también porque tenía fantasías sadomasoquistas que encontraba profundamente inquietantes. No era cuestión de hablarles de eso a la gente del Opus, cuyas prácticas religiosas incluían la autoflagelación y el uso del cilicio.

Don Aurelio no sabía mucho sobre sadomasoquismo, pero me explicó muchas otras cosas sobre el sexo y me dijo que no me preocupara.

Era un sacerdote progresista que celebraba misa acompañado de batería y guitarras eléctricas. Me animó a empezar a salir con chicas. ¡Incluso me presentó a una!

También señaló algunas cosas a tener en cuenta en el Opus Dei, como la forma en que utilizan los empleos y otros beneficios para manipular a la gente.

El retorno de los brujos

Lo segundo que me alejó del Opus fue leer el libro El retorno de los brujos.

Nuevamente, fue mi amigo Elías quien lo recomendó. Fue el primer libro de no ficción que leí. Despertó mi interés por los extraterrestres, los antiguos astronautas, la alquimia, la magia y todo tipo de cosas esotéricas que luego caerían bajo la etiqueta de New Age.

Pero lo que realmente capturó mi imaginación fue la posibilidad de tener experiencias místicas que pudieran revelar conocimientos ocultos sobre el Universo. Eso me llevó a interesarme por el yoga y el budismo, creando una salida para mi misticismo que competía con el catolicismo.

El apostolado sale al revés

El tercer factor que me alejó del cristianismo fue el propio Opus Dei.

A medida que avanzaba en mi práctica religiosa, empezaron a animarme a hacer apostolado, es decir, a tratar de convertir a su rama conservadora del cristianismo a algunos de mis compañeros de clase.

Pero no podía ser cualquiera.

La estrategia del Opus Dei es reclutar sólo a tipos con éxito, inteligentes, ricos, con influencias y guapos. Así que me enviaron tras algunos de mis compañeros de clase más inteligentes y sofisticados.

Eso les salió por la culata. Cuando le dije a mi compañero Ramón que quería hablar con él de cosas importantes, se entusiasmó. No me di cuenta de que sabía mucho de filosofía y política, materias en las que yo tenía grandes lagunas. Pero había leído lo suficiente como para interesarme profundamente en lo que él me tenía que contar.

Pasamos una tarde paseando por el jardín de La Herradura bajo el húmedo clima gallego, profundamente inmersos en nuestra conversación.

Las semillas que plantó en mi mente tardaron en germinar. Pero al final lo hicieron.

Mis nuevos vecinos

La cuarta cosa que me influyó fue que nos mudamos a un nuevo apartamento, también en el campus universitario, donde había nuevos vecinos. Gabriel era un año mayor que yo y José un año menor, pero los dos hermanos encajaron bien con mis dos hermanos mayores y conmigo.

Nos gustaba la ciencia, el ajedrez, los acuarios y deambular por los bosques. Me introdujeron a la música, poniendo a The Beatles y a Simon & Garfunkel sin parar cuando estábamos juntos.

Su padre era profesor de química en la universidad y Gabriel estaba tan fascinado por la ciencia como yo. Eventualmente vendría conmigo a algunos retiros del Opus Dei y supuestamente era un objetivo de mi apostolado, pero la influencia fue casi siempre al revés.

Nos mudamos a Madrid

Entonces sucedió algo que marcaría el fin de mis despreocupados años de infancia en Santiago. Ascendieron a mi padre. En principio, le dieron un puesto de Director General en el Ministerio de Educación y Ciencia, pero eso era sólo en preparación para un objetivo más audaz. Se iba a convertir en el rector fundador de una nueva universidad que abarcaría todo el territorio de España: una universidad por correo siguiendo el modelo de la Open University británica.

Hoy en día, la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), fundada por mi padre, es la universidad más grande de España.

Tuve que despedirme de mis nuevos amigos Gabriel y José, de mi consejero intermitente Elías y de la sabia guía de don Aurelio.

Me enfrentaba a nuevos retos en la gran ciudad de Madrid.

Sin saberlo, también tendría que afrontar mi creciente disonancia cognitiva entre las enseñanzas conservadoras del Opus Dei y mis nuevas ideas sobre ciencia y misticismo.

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