¿De dónde viene el ego? ¿Por qué es malo? ¿Es posible deshacerse de él?
Una pregunta a mi maestro Zen
Estábamos sentados en nuestros zafus mirando al centro del dojo, la sala de meditación, al lo contrario de lo que hacíamos cuando practicábamos zazen (meditación zen), en cuyo caso nos volvíamos hacia las paredes. A un extremo del dojo había un altar con una estatua de Buda, flores y varitas de incienso. En el otro extremo estaba sentado Dokusho, nuestro maestro zen.
Estábamos en mondo: un período formal de preguntas y respuestas al maestro zen.
Junté mis manos en gasho -el saludo formal-, hice una reverencia y me levanté de mi zafu. Caminé hacia el centro del dojo hasta quedar frente a Dokusho. Le hice una reverencia y me arrodillé para hacerle mi pregunta.
-¿Cómo puedo deshacerme de mi ego?
-No debes deshacerte de tu ego. Hace falta un ego fuerte para practicar Zen. De lo contrario, tu determinación se debilitará y dejarás de practicar.
Me sorprendió su respuesta, pero eso es lo que pasa durante mondo. Las respuestas del maestro están destinadas a desafiar tus suposiciones, a obligarte a mirar las cosas desde otro punto de vista. Pero también me sentí aliviado. Ya no tenía que entender qué era el ego. Ya no tenía que dudar de mí mismo, preguntándome constantemente si tenía demasiado ego. Solo necesitaba ser fuerte y decidido, y seguir practicando Zen.
Eso pasó hace muchos años, allá por los 80, en Madrid. Desde entonces, a menudo me he preguntado si Dokusho tenía razón.
Como sucede a menudo en el zen, tenía razón y estaba equivocado al mismo tiempo.
Vergüenza, orgullo y otras emociones sociales
Eventualmente, dejé de practicar Zen y abandoné el budismo. Me había enseñado muchas cosas, pero ya no estaba de acuerdo con algunas de sus enseñanzas básicas. Pero esa es una historia para otra ocasión.
Sin embargo, nunca abandoné mi afán por comprenderme a mí mismo, de trascender mis limitaciones. Simplemente me alejé de objetivos sublimes como alcanzar el Nirvana para dedicarme a cuestiones más mundanas, como dejar de sufrir, ayudar a los demás, comprenderme a mí mismo y reconciliarme con la muerte.
Una de las cosas de las que me di cuenta fue lo sensible que soy a la vergüenza. A menudo tengo ataques de vergüenza. La más mínima metedura de pata me provoca una vergüenza paralizante y dolorosa. Mi mente recuerda una y otra vez lo sucedido en un bucle sin fin. También hay una vocecita en mi cabeza que dice, siempre en español, “¡qué estupidez!”, dándome con la sensación de que el estúpido soy yo. Esa voz solo habla español, cuando la mayor parte de mi diálogo interno es en inglés, lo que me indica que viene de mi infancia.
Junté estas experiencias con una conversación que entreoí en un congreso del Mind and Life Institute, y tal vez con algunas cosas que he leído, para crear una teoría sobre el origen del Ego. Dice así…
La vergüenza y el orgullo son dos emociones opuestas que la evolución desarrolló en los seres humanos para controlar nuestras interacciones sociales, maximizando la cooperación. Estoy convencido de que llevamos la vergüenza en los genes, ya que desencadena respuestas fisiológicas como sonrojarse y comportamientos universales como encorvarse, quedarse paralizado y retraerse. El orgullo también desencadena comportamientos universales como erguirse y pavonearse.
La vergüenza nos castiga, no sólo cuando hacemos algo mal, sino también cuando no cumplimos con nuestro deber o cuando fracasamos al intentar hacer algo. Recíprocamente, el orgullo recompensa nuestros éxitos.
También creo que nuestro cerebro está programado para que sean otras personas quienes despierten la vergüenza o el orgullo, sobre todo si son gente de nuestro entorno social. Podemos intentar deshacernos de nuestra vergüenza y aumentar nuestro orgullo, pero nos vemos incapaces de hacerlo porque estas emociones surgen automáticamente. Esto tiene sentido desde el punto de vista evolutivo. Si estas emociones evolucionaron para aumentar la cooperación, deberían ser controladas por otros, porque si fuéramos capaces de controlarlas perderían su poder para controlar nuestro comportamiento.
Hay otras emociones sociales que colaboran con la vergüenza y el orgullo para controlar las interacciones sociales:
La culpa nos sobreviene cuando dañamos a alguien o a nuestra comunidad. Se diferencia de la vergüenza en que no produce rubor. La desencadenan las malas acciones, no los fracasos.
La indignación nos lleva a culpabilizar a otros.
El desprecio provoca vergüenza en la persona a la que se dirige, produciendo su aislamiento social.
El ridículo es otro desencadenante de la vergüenza. Cuando alguien actúa con orgullo sin merecerlo, se lo ridiculiza para "bajarle los humos".
El humor acompaña al ridículo. Cuando la gente se ríe de ti, eso te avergüenza. El humor sirve para cohesionar al grupo que desprecia a alguien. Pero el humor también le ofrece una salida a la persona que está siendo ridiculizada, cuando acepta su disminución de estatus riéndose de sí misma.
Cómo la vergüenza y el orgullo construyen el ego
Desde el día en que nacemos, nos vemos sujetos al tira y afloja del orgullo y la vergüenza. Rabietas con nuestros padres, aprender a hacer nuestras necesidades, riñas en el jardín de infancia… todo eso nos enseña que para ser queridos no debemos defraudar a los demás.
Pronto comenzamos a internalizar esas directrices. Aprendemos a sentirnos orgullosos y avergonzarnos de nosotros mismos. Así se crea el ego, como un núcleo de los memorias emocionales y hábitos emocionales de orgullo y vergüenza.
La memoria emocional es un tipo de memoria que nos hace sentir una determinada emoción al recibir un determinado estímulo. A menudo sucede que algo activa una memoria emocional, pero no sabemos por qué porque hemos olvidado el evento que creó esa memoria emocional. La memoria emocional es muy persistente y difícil de controlar.
Los hábitos emocionales son los que creamos al reaccionar con la misma emoción repetidamente. Si te permites enfadarte a la menor provocación, acabarás por convertirte en alguien permanentemente enojado. En cambio, si eliges ser paciente una y otra vez, la paciencia se volverá más fácil con el tiempo. Así mismo, la vergüenza y el orgullo generan vías neuronales en nuestro cerebro, de manera que cada vez más sucesos son interpretados a través de esas emociones.
Dije antes que los desencadenantes de la vergüenza y el orgullo son externos, por lo que no podemos hacer que estas emociones aparezcan y desaparezcan a voluntad. La creación del ego no cambia esto, porque el ego es la internalización de todos aquellos que alguna vez nos hicieron sentir avergonzados u orgullosos.
No somos nuestro ego. Nuestro ego no nos pertenece. Somos de nuestro ego.
Es difícil escapar de un agujero negro
Recientemente, tuve una visión de mi ego como un agujero negro. Era enorme, con una fuerza de gravedad tan fuerte que captura todo lo que entra en mi conciencia. Cada cosa que veo, cada sonido, cada sabor, cada olor, cada sentimiento, cada idea, es interpretada en base a su valor para el ego. Retuerce y deforma todo lo que entra en mi mente. Como un agujero negro, ni siquiera la luz puede escapar de él.
Desde sus inicios en la infancia, el ego no para de crecer a lo largo de nuestra vida. Es la base de nuestros valores, porque juzgar es lo que mejor sabe hacer el ego. Nos convence de que no podemos vivir sin él. Cuando se siente amenazado nos dice que estamos en peligro, que nadie nos va a querer, que haremos cosas que nos avergüencen, que dejaremos de hacer lo que necesitamos para vivir y prosperar.
Dokusho tenía razón en que necesitamos un ego fuerte para tener éxito en la vida. Si tenemos una carrera, necesitamos un ego fuerte que nos motive y nos dé la energía necesaria para trabajar duro y tener éxito. Cada vez que holgazaneamos, el ego saca su látigo de vergüenza para obligarnos a esforzarnos. Se alimenta de nuestro entorno laboral, absorbiendo cada elogio, cada diploma, cada aumento de sueldo… Pero también todas nuestras derrotas: el trabajo que perdimos, el amante que nos abandonó, las oposiciones que no ganamos, el artículo que nos rechazaron...
Tanto el orgullo como la vergüenza alimentan al ego por igual. El ego utiliza estas emociones para construir la imagen de quiénes somos, y nos la enseña continuamente para aguijonearnos.
¿Por qué es malo el ego?
El problema es que a menudo el ego acaba por controlar completamente nuestras vidas. Crece y crece hasta hacerse tan grande que ocupa toda nuestra conciencia.
Debido a que la naturaleza del ego son el ansia - de éxito y alabanzas - y el miedo - al fracaso y los reproches -, el ego nos hace infelices. Su víctima es ese niño inocente que quería jugar. El adolescente que miraba el mundo con asombro y quería saber por el simple placer de saber. El joven que quería amar y ser amado.
Las personas que tienen éxito a menudo son infelices porque el éxito ha creado un ego tan fuerte que se han convertido en sus esclavos y no pueden liberarse de él. Pagaron un alto precio por su éxito: un ego insaciable que se ha apoderado de toda su vida, sin dejarles espacio para respirar.
El ego nos hace vivir vidas falsas porque establece metas en función de lo que esperan de nosotros los demás y la sociedad, en lugar de lo que realmente necesitamos. Crea espejismos y los imbuye de ansiedad para hacernos perseguirlos. Se apodera de nuestras percepciones: en el momento en que algo entra en nuestra conciencia, se juzga en términos de las ansias del ego. De esa manera, comenzamos a perseguir la fama, el dinero y símbolos de estatus que en realidad no necesitamos. Vemos nuestras vidas a través de la óptica distorsionada de ganar y perder prestigio.
Otro problema es que nos identificamos con nuestro ego. Ocupa tanto espacio en nuestra mente que no somos capaces de ver nada más. En consecuencia, todo lo que amenace al ego se convierte en una amenaza existencial para nosotros. No podemos abandonar el ego porque eso nos hace sentir que nos morimos.
Pero el ego no es más que una serie de hábitos emocionales que crean una imagen de nosotros mismos cuando, en realidad, somos la totalidad de nuestra mente, tanto el consciente como el inconsciente. Somos mucho más grandes y poderosos que nuestro ego.
La trampa del ego
Muchas filosofías y prácticas espirituales que supuestamente deberían liberarnos del sufrimiento en realidad acaban por alimentar el ego, que nos da palmaditas en la espalda después de cada meditación, cada sesión de yoga, cada servicio religioso, cada manifestación, diciéndonos que debemos sentirnos orgullosos porque somos tan espirituales, tan iluminados, tan santos, tan comprometidos políticamente...
Algunas filosofías, como el estoicismo, incluso brindan apoyo intelectual al ego al ofrecernos un modelo falso de nuestra mente en el que hay una parte que debe controlar al resto de la mente. Muchos modelos de la mente se basan en este dualismo. El superego y el id. Racionalidad e instintos. El consciente y el inconsciente. Al ego le gustan estas ideas porque se ve a sí mismo como la parte de la mente que debe ejercer el control.
La práctica de la meditación acaba por reforzar el ego cuando lo convierte en la parte de la mente que nos obliga a prestar atención a algo, como la respiración, los chakras o lo que sea. Por eso prefiero formas de meditación que abren la mente a todo lo que sucede, en lugar de intentar concentrarla en algo.
También son problemáticos conceptos de la mente que idolatran la consciencia y la convierten en el centro de todo. En realidad, sirven para defender al ego porque éste se disfraza abrogándose el nombre de consciencia. Al contrario: la meditación debería abrirnos al inconsciente, rompiendo las barreras entre el consciente y el inconsciente para dejar que las sensaciones, los sentimientos y las ideas fluyan libremente entre los dos.
La trampa del ego dificulta cualquier trabajo interno el seguir un camino espiritual. Cualquier labor de este tipo necesita desafiar al ego y a la visión distorsionada de nuestras vidas que crea. Pero el ego se protegerá, distrayéndonos de ese trabajo con falsas medidas de progreso como cuántas horas de meditación estamos haciendo o cuánto dinero hemos donado a la causa.
Seguir a un maestro, gurú, religión o secta nos atrapa en el juego del ego al hacernos dependientes de la aprobación de estas personas, en lugar de darnos libertad interior. Jiddu Krishnamurti nos advirtió sobre eso.
El ego herido
Los fracasados también tienen ego, pero el suyo, en lugar de acumular éxitos, acumula fracasos. Sufren de baja autoestima a causa de toda una vida de derrotas que los llenan de vergüenza. Eso crea un estado mental de parálisis, incapaz de una genuina felicidad. Esa parálisis también los priva de la creatividad que necesitarían para lograr cualquier éxito en el futuro.
No importa si es verdad que han fracasado, porque a veces tenemos un ego tan exigente que nos hace ver un fracaso donde no lo hay. No te parece suficiente vender un millón de ejemplares de tu novela; lo importante es que no te han dado el Premio Nobel de Literatura.
Los fracasados a menudo tratan de adormecer su ego con alcohol, drogas, dándose al juego o algún otro tipo de adicción. La adicción al éxito del ego sienta las bases para eso.
Los egos heridos son muy sensibles a la vergüenza. Enseguida se ofenden por cualquier cosa que les parezca una humillación. La mera presencia de personas con éxito les recuerda sus fracasos, lo que se manifiesta como envidia y alegrarse del mal ajeno. La gente tiende a evitar los egos heridos y eso también les hace daño, porque el rechazo es una forma de desprecio. Anhelan elogios, que absorben como esponjas y demandan sin cesar.
El dilema del ego
Nos enfrentamos a un trágico dilema. O construimos un ego fuerte que nos lleve al éxito en nuestra vida, pero que a la vez nos haga infelices, o nos convertimos en tontos felices que nunca triunfarán por falta de ego.
En la antigua Grecia, algunos filósofos vieron este dilema y optaron por lo segundo. Se llamaban a sí mismos los Cínicos: los que viven como perros, ya que vivían como animales, disfrutando del presente y de los placeres sencillos de la vida, evitando las preocupaciones, el dinero, la fama y todo lo que pudiera convertirse en una trampa del ego. Actuaban de forma desvergonzada a propósito.
Sin embargo, la mayoría de la gente prefiere tener un ego fuerte que vivir como un perro.
El Camino del Guerrero
Creo que hay una solución a este dilema.
Se llama el “Camino del Guerrero”… Lo que me parece un nombre horrible, porque viene de guerra y “guerrero” suena como algo que le encantaría ser al ego. Sin embargo, consiste en aprender a actuar de forma que no se alimente al ego.
Encontré por primera vez el Camino del Guerrero al leer los libros de Carlos Castaneda cuando era joven. Castaneda presentó una tesis doctoral en UCLA sobre antropología en la que relató sus experiencias con don Juan Matus, un hechicero yaqui del norte de México. Lo publicó como el libro Las Enseñanzas de Don Juan, que fue un éxito internacional y fue seguido por una serie de libros sobre el mismo tema. Don Juan le dio a Carlos Castaneda una variedad de psicodélicos como peyote, hongos Psilocybe y Datura. Además del uso de psicodélicos, don Juan le enseñó a Castaneda una filosofía práctica llamada el Camino del Guerrero, que consiste en perder la importancia personal, borrar nuestra historia personal, responsabilizarnos de nuestras acciones y usar la muerte como consejera. Las dos primeras cosas están relacionadas con borrar el ego. Al terminar de leer toda la serie de libros de Castaneda, acabé convencido de que son obras de ficción, que es el consenso entre los expertos. Sin embargo, el Camino del Guerrero me impresionó mucho y se convirtió en parte de mi filosofía personal.
Volví a encontrarme con el Camino del Guerrero en un libro muy recomendado por mis compañeros de escalada: The Rock Warrior’s Way de Arlo Ilgner. El libro enseña un entrenamiento mental para escaladores basado en la filosofía de Carlos Castaneda, el Estoicismo y el Budismo Zen, que sirve para mejorar la concentración, el rendimiento y el disfrute. En concreto, analiza cómo el ego merma el rendimiento del escalador al impedirle darse pasos de “forma impecable”: con total concentración y compromiso. Incorporé sus consejos a mi escalada y mejoré un montón. Sobre todo me ayudó a evitar el “miedo fantasma”, una ansiedad paralizante que me invade antes de hacer una vía de escalada complicada.
Pero lo mejor fue ver que las enseñanzas de este libro pueden aplicarse, no solo a la escalada, sino a muchos aspectos de mi vida. La concentración impecable en lo que hago, el compromiso con mis decisiones, el aceptar responsabilidad por mis actos, el perder la importancia personal y el tener a la muerte como consejera ayudan a desarrollar una forma de vida que deja a un lado al ego para actuar con la totalidad de uno mismo.
Mushotoku: concentrarse en los actos en vez de las alabanzas
Volviendo al Zen, el Camino del Guerrero me recuerda la enseñanza de mushotoku:
“Mushotoku es la actitud del no ganancia, de no querer obtener nada para uno mismo.” Taisen Deshimaru.
Taisen Deshimaru fue maestro de Dokusho, quien viajó de Sevilla a París para estudiar con él.
El mushotoku soslaya el ansia inherente al ego al enseñarnos a concentrarnos en los actos y no en sus objetivos, sobre todo los elogios que nos damos a nosotros mismos. Los actos realizados con mushotoku no deben producirnos ninguna ganancia.
Hacer cosas con mushotoku requiere mente plena (“mindfulness”) y meta-atención: el prestar atención a cómo prestamos atención. Es complicado. Una parte de la mente intenta controlar a otras partes de la mente, lo que es difícil sin causar divisiones y conflicto interno. Es fácil caer en la autocrítica, lo que nos lleva de vuelta al juego de elogios y vergüenza del ego.
Compasión por uno mismo
No hay que confundir la compasión por uno mismo (“self-compassion” en inglés) con la autocompasión o lástima por uno mismo (“self-pity” en inglés). La autocompasión surge del ego herido, que piensa que no recibe el tratamiento que se merece. Se basa en la importancia personal y en no asumir responsabilidad por nuestras acciones. Es exigir de los demás los cuidados que no estamos dispuestos a darnos a nosotros mismos.
La compasión por uno mismo, en cambio, es tomar la decisión de cuidarnos, siendo conscientes de nuestras necesidades y limitaciones. El ego a menudo pone en peligro nuestro bienestar en su incesante búsqueda de éxito y alabanzas. La trampa del ego en la que caemos cuando perseguimos grandiosos objetivos profesionales, espirituales o políticos convierte la abnegación en virtud, lo que nos lleva a una vida desprovista de diversión, alegría y descanso.
La compasión por uno mismo requiere un tipo especial de atención plena que nos permita escuchar lo que nos dice nuestro cuerpos y nuestro inconsciente sobre lo que necesitamos. Nos hace saber que somos frágiles y mortales, que la energía y la salud no se pueden dar por supuestas, que nuestro tiempo en este mundo es limitado y debe usarse sabiamente. La compasión por uno mismo pone límites al ego, defendiéndonos ante él. Se ríe de nuestros fracasos con buen humor y utiliza nuestra curiosidad natural para aprender de ellos. En lugar de los espejismos de grandeza del ego y el derrotismo del ego herido, la compasión por uno mismo se basa en la realidad de nuestras limitaciones y los caprichos del acontecer.
La compasión por uno mismo evoluciona naturalmente hacia la compasión por los demás al darnos cuenta de que todos somos igualmente frágiles, limitados y sujetos a la aleatoriedad de la vida. La mala suerte nos golpea a todos, y es cruel hacer que la gente pague por ella.
Es importante destacar que cuando nos acostumbramos a luchar con nuestro ego, vemos cómo todos los que nos rodean son también esclavos de sus egos. Cuando nos atacan y se enfadan, están defendiendo sus egos de la misma manera que lo hacemos nosotros.
Conclusion
Puede que sea imposible vivir completamente sin ego. Pero podríamos reducirlo a un tamaño manejable, para que no llene tanto nuestra consciencia y nuble nuestra mente. Nos podríamos volver más conscientes de cómo nos hace daño, para así empezar para disminuir nuestro sufrimiento. Gradualmente, podemos empezar a liberar más espacio en nuestra mente para que lo llenen la alegría, la curiosidad, el retozo y la maravilla.
Reflexiones Sobre el Ego se publicó por primera vez en el blog Sexo, Ciencia y Espíritu.
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