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  • ¿Qué tiene de malo el amor romántico?

    Los mitos que envenenan al amor romántico: exclusividad, posesión, celos, amor eterno, leer la mente y otros Encontrar el amor de tu vida, y mantenerlo vivo, es el objetivo más frecuente y valorado en la cultura moderna. Está a la altura del dinero, la salud y la fama a la hora de juzgar nuestro éxito en la vida. Pero el amor debería ser más fácil de conseguir que la riqueza y la fama, algo que todos deberían alcanzar, ¿no? Por supuesto, hablo de amor romántico. Hay otros tipos de amor: a los hijos, a los padres, a los amigos. También hay formas de amor más abstractas, como el amor a Dios, a nuestro país y a los ideales. Sin embargo, en el amor romántico tiene algo especial que nos obsesiona, mientras que las otras formas de amor se dan por sentadas, o incluso se nos antojan un deber. Hay estudios científicos que enfatizan la importancia del amor romántico al mostrar que los casados tienden a tener mejor salud y longevidad, mientras que la soledad disminuye la salud, especialmente a medida que envejecemos. Aunque esto sea cierto, también es verdad que idealizar el amor aumenta nuestro anhelo por él, nuestra desesperación si no lo encontramos, y nuestro dolor si lo perdemos a causa del abandono o la muerte. Eso tampoco es saludable. El amor romántico comienza con la atracción sexual, crece con el enamoramiento y el cortejo, y termina en el matrimonio - lo que se ha llamado la "escalera mecánica de las relaciones". Dado que el amor romántico sirve de base para el matrimonio, que es la forma de economía personal fomentada las convenciones sociales y las leyes fiscales, existe una fuerte presión cultural para conseguirlo. Por consiguiente, no tener una relación se considera un fracaso, especialmente en las mujeres. Además, como los niños son el futuro de la sociedad y son concebidos y criados dentro del matrimonio, el amor romántico es imprescindible para la supervivencia de nuestra sociedad. La sociedad responde creando gran cantidad de contenido que idealiza el amor romántico, en forma de música, novelas, películas, publicidad y series de televisión. El amor está en todas partes y muchos de nuestros hábitos de consumo giran en torno a él. En realidad, las creencias que tenemos sobre el amor romántico producen una gran cantidad de sufrimiento. La mitad de los matrimonios terminan en divorcio, y muchas relaciones terminan incluso antes de llegar a la boda. Cuando sales con alguien, que te rompan el corazón representa un peligro mayor que cualquier enfermedad de transmisión sexual. Hoy en día se da una crítica creciente, no tanto al amor romántico en sí, sino a muchos de sus mitos, porque producen en nosotros y nuestros amantes expectativas irreales y exigencias onerosas. Formas alternativas de relaciones, como el poliamor y otras variantes de no-monogamia ética, están desdibujando los límites entre el amor romántico y la amistad, y cuestionando muchos de sus supuestos. He enumerado aquí doce de los mitos del amor romántico, tratando de explicar el daño que nos hacen. 1. Contigo no me hace falta nadie más Muchas personas, cuando se enamoran, se vuelcan completamente en la vida de pareja y relegan a sus amistades a un segundo plano. Esto empeora cuando se casan o se van a vivir juntos, ya que la pareja brinda una compañía fácil mientras que las amistades requieren esfuerzo. Esto responde a una de las creencias más básicas del amor romántico: que existe una persona que nos complementa perfectamente. Dado que somos personas muy complejas, con una gran variedad de necesidades, encontrar a alguien que las satisfaga todas es prácticamente imposible. Entrar en una pareja con este tipo de expectativas conduce a la frustración y a exigirle a la otra persona que cambie para ajustarse a nuestros deseos. Además, exigir que nuestro amante cambie para adaptarse a nuestras necesidades tensa la relación. Una actitud más sana es la de valorar nuestras amistades, comprendiendo que cada persona aporta algo distinto a nuestra vida. En el poliamor se va aún más lejos. Propone que al amar a varias personas viviremos una vida más plena, sin tener que exigirle a nadie que se ajuste a nuestros deseos. 2. El flechazo El mito del flechazo o amor a primera vista se basa en esta idea de que existe una persona que nos complementa perfectamente, más la creencia de que existe una forma mágica de reconocer instantáneamente a esa persona.. Esa complementariedad produciría una atracción tan tremenda que cuando las dos personas se encuentran el amor surge de forma instantánea. La realidad es que, si bien hay muchos enamoramientos instantáneos, se basan más bien en una atracción sexual o incluso en una fuerte conexión emocional, cosas que pueden evaporarse fácilmente a medida que nos vamos conociendo. Llevarnos a esa atracción sexual a la cama podría ser una buena primera prueba de su poder. Salir juntos una temporada con actitud atenta, curiosidad y bajas expectativas puede llevarnos a hacernos una idea sobre si formaríamos buena pareja. El amor maduro se basa en el descubrimiento paulatino de la otra persona y nuestra afinidad por ella. 3. Te querré siempre En muchos países occidentales la tasa de divorcio supera ya el 50%. Por lo tanto, está claro que los amores que duran toda la vida son la excepción y no la regla. Y eso sin contar a las separaciones antes del matrimonio y a las parejas infelices que no se atreven a romper. Creer en el amor eterno es absurdo. Mejor empezar una relación contando con que no va a durar para siempre y así la ruptura será menos dolorosa. Así, cuando llegue la ruptura, será menos dolorosa. Estar mentalmente preparado para el declive del amor también nos ayuda a desarrollar la resolución de no herir a nuestro amante cuando suceda. No debe haber culpa ni vergüenza. Las rupturas son parte de la vida. Puede haber relaciones que sí duren “hasta que la muerte nos separe”, pero quizás sea por suerte, por trabajar para mantener la relación o por plantearse las cosas de forma realista desde el principio. 4. Eres mía/mío El amor romántico es posesivo. Se ve a la otra persona como algo que nos pertenece, como una extensión de nosotros mismos. Entonces el formar pareja se vuelve una adquisición, una compra en la que yo intercambio mis deberes hacia ti por tus obligaciones hacia mí. Esta transacción conlleva una pérdida de libertad que convierte al matrimonio en una cárcel. Se insiste así en la “fidelidad”, es decir, en el cumplimiento de un contrato matrimonial cuya primera cláusula es la exclusividad sexual. Es mucho más sano el ver a la otra persona como alguien que se pertenece a sí misma. Las relaciones deben basarse en las experiencias compartidas, en la empatía y en el cuidado mutuo. 5. Los celos son señal de amor La consecuencia lógica de la pareja posesiva son los celos, que además nuestra cultura monógama se ha encargado de convertir en virtud y en barómetro de la intensidad del amor. Los “crímenes pasionales” se romantizan, se comprenden y se perdonan. El resultado son un montón de mujeres maltratadas y asesinadas por hombres que basan su autoestima en su capacidad de convertirlas en sus prisioneras. Sin olvidar a los muchos hombres atrapados por el chantaje emocional, la culpabilización y otras formas de abuso psicológico. La glorificación de los celos hace daño y puede llegar a matar. 6. El amor todo lo perdona Otro mito peligroso que sirve para perpetuar las situaciones de violencia doméstica es el ideal de la mujer de la persona abnegada capaz de perdonarlo todo en nombre del amor. El perdón puede resultar liberador, es cierto, pero siempre que la situación a perdonar haya terminado y el maltratador haya hecho las reparaciones pertinentes. Es mejor perdonar desde una situación de libertad y de una cierta distancia física y emocional. De otra forma, el perdón no es más que una excusa para perpetuar el maltrato. 7. El amor te hará cambiar Otro mito más es considerar el amor como una fuerza mágica capaz de hacer cambiar milagrosamente a una persona. Uno de los tropos más comunes en las novelas románticas es el de la mujer pura e inocente que es capaz de curar a un guerrero herido. ¿Os suena familiar? Éste es el tropo que explotan 50 Sombras de Grey y otras muchas novelas románticas. La realidad es muy distinta. A menudo uno de los miembros de la pareja pugna por hacer cambiar al otro, con el resultado de que la relación degenera en una lucha de poder. Por supuesto, las transformaciones personales son posibles, pero deben de partir del interior de cada persona y no ser impuestas desde afuera, aunque sea en nombre del amor. También encontramos este mito en las personas que nos dicen con aire paternalista “cuando encuentres la mujer (o el hombre) de tu vida, dejarás de ser homosexual, bisexual, feminista, poliamoroso, etc.” 8. El sexo es mejor cuando es con alguien a quien amas Y su reverso: “el sexo sin amor está vacío”. Si bien es cierto que el amor puede aportar empatía y complicidad al sexo, también lo es que el deseo y el amor a menudo van por rumbos distintos. Para muchas personas, el simple hecho de acostarse con alguien distinto aumenta la excitación sexual, mientras que el hacer el amor con la misma persona año tras año llega a aburrir y a quitarle todo el atractivo al sexo. Las experiencias sexuales de una sola noche pueden ser maravillosas aventuras en las que descubrimos el cuerpo y la mente de una persona desconocida, al tiempo que el saber que nunca la volveremos a ver nos confiere una extraña libertad. Los que practicamos la pareja abierta sabemos por experiencia que cuando nuestra pareja hace el amor con otro, vuelve con más ganas y más energía a nuestra cama. Algunas personas experimentan el sexo sin amor como vacío e insatisfactorio. Hay personas que son monógamas por naturaleza, posiblemente por tener una mayor expresión de los receptores de oxitocina y vasopresina en sus cerebros. Sin embargo, también es posible que este sentimiento de vacío se deba a culpa y vergüenza sexual no procesada. En cuanto a lo que el sexo sin amor se experimenta como vacío, esto puede deberse a complejos de culpa de los que no nos hemos sabido librar. 9. El amor verdadero te llena completamente Y su reverso: “una vida sin amor es una vida vacía”. El amor es sólo una faceta de la vida. Querer que otra persona llene completamente nuestra vida crea unas expectativas desmesuradas que conducen a la frustración. Y a culpar a nuestra pareja cuando nos sentimos defraudados. Muchas personas sacrifican su carrera, sus amigos o su aficiones por amor y luego viven lamentándolo. Por otra parte, hay personas que nunca encuentran al amor ideal y aun así viven una vida llena de satisfacciones. Esta idea también hace sufrir a aquellas personas que, por distintas razones, no son capaces de encontrar el amor de su vida. Este mito las hace creer que nunca podrán ser felices. O las hace sentirse avergonzadas por su situación - el cliché de la solterona. Necesitamos combatir estos mitos con evidencia de que es posible vivir una vida feliz estando soltero. Sí, todos tenemos necesidades de sexo y compañía, pero se pueden satisfacer teniendo sexo casual y desarrollando amistades sólidas. 10. Quiero un hombre que me trate como una reina El amor no consiste en que alguien se ponga a tu servicio y te lo solucione todo. Los hombres tienen tendencia a ser independientes financialmente, pero pueden desarrollar dependencia emocional y delegar en las mujeres las tareas del hogar y el cuidado de los hijos. Eso no es amor sino explotación. Las mujeres, por su lado, pueden desear un hombre que las mantenga y las libere de trabajar. Sin embargo, un principio fundamental del feminismo es que las mujeres deben ser autónomas e independientes. Esperar que venga un príncipe azul a solucionarnos la vida es una idea machista. 11. Si me amaras de verdad sabrías lo que quiero Al amor romántico se le atribuyen cualidades mágicas, entre ellas la de leer el pensamiento. La idea es que nuestra conexión es tan fuerte que deberías saber de inmediato lo que quiero. Si no puedes es porque no me haces caso. Lo que significa que no me quieres. Una forma más leve de esta enfermedad es la comunicación pasiva: depender de indirectas, sarcasmos, expresiones faciales, silencios o agresión pasiva para transmitir un mensaje. En su lugar, debemos utilizar la comunicación activa: expresar nuestros pensamientos, sentimientos y deseos de la forma más clara e inequívoca posible. El mito de leer el pensamiento sirve de disculpa para no trabajar adecuadamente la comunicación, lo que es esencial para el éxito de la relación. Nadie, por mucho que te quiera, es capaz de saber lo que piensas y lo que sientes, especialmente en mitad de una pelea, cuando la ira nos nubla el pensamiento. Aunque en algunas relaciones las personas llegan a tener una empatía especial y una gran capacidad para saber cómo se siente la otra persona, esto suele ser el resultado de una labor constante de comunicación y de largas conversaciones íntimas. 12. Lo único que necesitas es amor Lo siento por los Beatles, que compusieron All You Need Is Love. La canción es preciosa, pero tiene una letra estúpida. Durante los años 60 se quiso convertir al amor en la clave para solucionar todos los problemas, desde el racismo hasta la guerra. Y claro, no funcionó. La vida es algo demasiado complejo para intentar solucionarla a base de una emoción, aunque sea tan bonita e importante como el amor. Para resolver los problemas de nuestra sociedad, hacen falta otras cosas, como educación, inteligencia, honestidad, sabiduría y trabajar duro. Lo mismo pasa en nuestras relaciones.

  • En defensa de la infidelidad

    Cuando el adulterio es simplemente la mejor entre varias malas opciones El problema del adulterio Aunque las estadísticas sobre la prevalencia de la infidelidad arrojan resultados muy variados (entre el 25% y el 60% de casos de infidelidad durante la duración de un matrimonio), todo el mundo parece estar de acuerdo que va en aumento en los países occidentales. ¿Es esto una calamidad o un síntoma de la desintegración de la monogamia? A juzgar por lo que leo, parece que muchos de los que practican el poliamor, al tiempo que critican la exclusividad sexual, son moralistas en lo que se refiere a la infidelidad. Como los conservadores, tienden a ver la infidelidad como la traición a una promesa sagrada. Según ellos, si una persona está insatisfecha sexualmente en su pareja, sólo le cabe tres opciones moralmente aceptables: 1) aguantarse, 2) negociar una relación abierta, 3) abandonar la relación. La infidelidad supone una cuarta opción, que creo que puede ser moralmente aceptable en algunos casos. La moral sexual se basa en la autonomía personal Creo que la idea fundamental en la que se debe basar la ética sexual es la autonomía personal. Tiene su raíz en el instinto inherente en todos los seres vivos: proteger la integridad del organismo y cumplir sus funciones biológicas básicas. En los seres humanos, esto se traduce en la idea de que mi cuerpo es mío y hago con él lo que quiero, siempre que no dañe la autonomía personal de otra persona. En un plano negativo, esto trae como consecuencia que nadie tiene derecho a usar mi cuerpo contra mis deseos. Por eso son inmorales la violación, el abuso sexual y otras formas de sexo no consentido. La autonomía personal también debe interpretarse en un plano positivo. Esto significa, entre otras cosas, que cada cual tiene derecho a su satisfacción sexual (de nuevo, siempre que no viole la autonomía personal de otros). Por lo tanto, la represión sexual también viola la autonomía personal y debe ser considerada una forma de maltrato. Al contrario de lo que dice mucha gente, el sexo con alguien fuera de la pareja no es un acto no consentido, porque no daña la autonomía personal de la persona a la que se es infiel. Lo que sí viola es un acuerdo en el que dos personas se han comprometido a ser sexualmente exclusivos. Sin embargo, romper un acuerdo me parece una ofensa mucho menor que el dañar la autonomía personal (como ocurre en la violación). Es importante darse cuenta de que este acuerdo de exclusividad sexual en realidad implica renunciar a una porción considerable de nuestra autonomía personal: antes podía tener relaciones sexuales con quien quisiera tenerlas conmigo, y ahora me veo constreñido a una sola persona. Por lo tanto, cualquier forma de coacción en establecer este acuerdo de exclusividad sexual nos debería resultar inaceptable. Monogamia obligatoria No debemos olvidar que vivimos en una sociedad que impone la monogamia. De hecho, en muchos países del mundo la no-monogamia se castiga con la muerte. Y hasta las sociedades occidentales más abiertas ejercen una presión considerable a favor de la monogamia, usando diferentes sanciones legales, económicas y culturales. Encima, a menudo éstas sanciones van injustamente dirigidas más hacia las mujeres que hacia los hombres. Por esa razón, no podemos considerar al acuerdo de exclusividad sexual implícito en el matrimonio como algo aceptado libremente, sino como algo hecho bajo la presión de un entorno coercitivo. Recordemos que un acuerdo hecho bajo presión no es moralmente vinculante. En la práctica, esto significa que se nos ofrecen dos únicas opciones: una relación monógama o quedarnos solos. A casi nadie se le plantea la opción entre una relación abierta y otra con exclusividad sexual. La monogamia se asume por defecto. Las tres opciones frente a la insatisfacción sexual Consideremos ahora las tres opciones que se le ofrecen a una persona que está sexualmente insatisfecha con su pareja. La primera era aguantarse. En la antigua cultura sexualmente represiva esto ni se cuestionaba. El sexo era considerado como algo superfluo, innecesario para la felicidad de una persona decente (especialmente si era mujer). Pero la nueva cultura sexo-positiva ha cambiado esa perspectiva, proponiendo que es inaceptable para una persona vivir privada sexualmente. Esto no sólo concierne al sexo en general, sino también a las sexualidades alternativas como el BDSM. Si yo soy kinky y mi pareja no lo es, tengo derecho a hacer algo para solucionarlo. Aguantarse ha dejado de ser una opción aceptable. La segunda opción sería la de negociar una relación abierta. Sin embargo, esto es considerablemente difícil. Las relaciones abiertas o de poliamor son todavía infrecuentes. Proponerle una relación abierta a una pareja obcecada en la mentalidad monógama no es sólo fútil, es estúpido. Lo único que conseguiremos es que inmediatamente nos considere sospechosos de querer ponerle los cuernos. La tercera opción es romper la relación. Resulta sorprendente la facilidad con la que mucha gente propone esto … ¡Cómo si romper fuera fácil y no entrañara ningún sufrimiento! Es más bien, es lo contrario. La mayor parte de las veces esta opción es la menos deseable de todas. Vivimos en una sociedad que le otorga una gran cantidad de poder a la institución del matrimonio, sea como poder económico (ahorros compartidos, hipotecas, impuestos, etc.), sea como facilidades de vida (vivienda común, distribución del trabajo, cuidado de los hijos, etc.). Eso hace que romper no sea una simple cuestión de cancelar una relación sexual y emocional, sino algo que desbarajusta por completo la vida. El divorcio resulta casi siempre en una disminución de nuestra calidad de vida. Es fácil cuando eres rico, pero ruinoso si eres pobre. Y claro, también están los hijos, a los que probablemente les importe más bien poco si uno de los padres es ocasionalmente infiel, pero para quienes el divorcio tiene consecuencias devastadoras. Hay que desdramatizar el adulterio Con esto no quiero decir que condone la infidelidad, sino proponer es un tema sumamente complejo que no se presta a juicios fáciles. Si hay algo que está claro es que hace falta desdramatizar el adulterio. Al contrario de lo que leemos en las novelas y vemos en la tele, no vale la pena matar a nadie por eso. A menudo, ni siquiera vale la pena dejar a la persona a la que quieres a causa de una infidelidad. El sexo es sólo sexo. No exageremos lo que significa atribuyéndole un montón de contenidos místicos: “ha dejado de quererme”, “es una persona sin palabra”, “si es capaz de hacer eso, es capaz de cualquier cosa”, “ha traicionado lo más íntimo de nuestra relación”. Sí, en algunos casos ser infiel es algo ruin, que implica traición y falta de honestidad. Pero en otros casos no es más que la menos mala de una serie de malas opciones. Como, por ejemplo, en el caso de una mujer que se ha vuelto económicamente dependiente de su marido al dejar su carrera para tener hijos, y al cabo de los años se encuentra con que él ya no quiere tener relaciones sexuales con ella. El adulterio como rebelión contra la imposición de la monogamia Desde un punto de vista sexo-positivo y no-monógamo, deberíamos apreciar el elemento de rebelión contra el orden establecido que conlleva la infidelidad. Sí, la persona a la que se es infiel sufre, pero parte de la culpa de ese sufrimiento la tiene el haber aceptado la normativa monógama. Porque es esa normativa la que lo ha convencido de que el que te sean infiel es algo tan terrible. Tampoco olvidemos que la normativa de exclusividad sexual crea un desequilibrio de poder a favor de personas sexualmente represivas y en contra del que ansía libertad sexual. En un mundo ideal, todo el que deseara ser poliamorosos podría serlo. Pero estamos lejos de vivir en ese mundo ideal. La realidad es que la no-monogamia ética lo deseáramos es una opción reservada para unos pocos. Así que no deberíamos juzgar a quien tiene que recurrir a opciones menos aceptables.

  • ¿Se pueden evitar los celos?

    De todas las emociones negativas y destructivas que se pueden tener, los celos son sin duda la que cuenta con mejor prensa. Las novelas, las películas, las series de televisión… todas están de acuerdo en reafirmar la misma creencia: los celos son una parte inevitable de toda relación amorosa. Muchas veces se va incluso más lejos, para afirmar que los celos son una señal de amor. Sin embargo, los celos son la causa de una desmesurada cantidad de sufrimiento. Muchas parejas entran en una dinámica de celos, sospechas, prohibiciones y lucha por la libertad que a menudo llevan a la destrucción de la relación. Lo vemos por todas partes: infidelidad sexual que lleva inmediatamente al divorcio, dejando una estela de familias rotas y niños que tienen que aprender a luchar para mantener su relación con sus dos padres. En los casos más extremos, los celos son la causa de la violencia de género que produce un daño extremo, incluso la muerte, a muchas mujeres. ¿Es verdad que los celos son una parte inevitable de la naturaleza humana? ¿Que tenemos que aceptarlos como centinelas de la sacrosanta pareja monógama? ¿O es posible amar dejando que la persona que amamos sea amada por otros? Cada vez más gente elige vivir en relaciones que desafían al canon de la monogamia, como las parejas abiertas y el poliamor. Sí, es verdad que aún en este tipo de relaciones también se dan los celos, pero no se aceptan como algo positivo, sino como un obstáculo a vencer. El primer paso para evitar los celos es comprenderlos. Para empezar, hay varios tipos distintos de celos… Celos de sexo. Los más corrientes. Surgen cuando nuestra pareja tiene relaciones sexuales, o desea tenerlas, con otra persona. Se suelen manifestar como asco al imaginar a la persona amada follando con otro o con otra: nos fijamos en la repulsión que nos produce un cuerpo extraño en contacto con el cuerpo que deseamos. También provoca ira hacia el rival y hacia nuestro compañero o compañera, que puede llevar, como es bien sabido, hasta la violencia física y el asesinato. Hoy se especula que este tipo de celos se da más en los hombres que en las mujeres y pueden estar relacionados con la hormona social vasopresina, que produce un apego basado en la posesividad y la territorialidad. Celos de amor. Algunas personas pueden tolerar que su pareja tenga relaciones sexuales, siempre y cuando se mantengan en un nivel superficial y no lleven al enamoramiento. Otras veces los celos de amor se dan al mismo tiempo que los celos de sexo, sólo que el sexo con otra persona se rechaza más que nada porque tememos que es una señal de amor. Aunque también despiertan la ira, los celos de amor suelen venir acompañados de tristeza, desesperanza y pérdida de la seguridad en uno mismo. Cabe especular que son más propios de la mujer que del hombre y que están relacionados con la oxitocina que, como la vasopresina, motiva el comportamiento monógamo. Sin embargo, al contrario que la vasopresina, el apego que produce la oxitocina se basa más en el deseo de amparar que en la posesividad. Envidia. A veces es difícil distinguir la envidia de los celos. Por ejemplo, si a mí me gusta Fulanita y ella empieza a salir con otro, lo que siento hacia él se debería llamar envidia, ya que al no tener yo una relación con Fulanita, no habría celos propiamente dichos. Casos más claros serían, por ejemplo, cuando se envidia el amor que vemos en otra pareja. Existen varias razones para pensar que los celos no son inevitables. La más convincente es que existen hoy en día miles de personas que practican la pareja abierta y el poliamor, y que no sienten celos cuando su amado o amada tienes relaciones sexuales con otros (celos de sexo), o incluso cuando se enamora de otra (celos de amor). Pero, ¿no será esto porque algunas personas son naturalmente no-monógamas? Desde que se descubrió el papel que juegan la oxitocina y la vasopresina en la monogamia (véase mi blog anterior sobre la oxitocina), se ha especulado que hay personas que producen una mayor cantidad de estos péptidos (o de sus receptores) y son naturalmente monógamas, mientras que otras personas serían naturalmente “infieles” por la razón contraria. Personalmente, prefiero creer que el ser humano tiene la capacidad de controlar sus propios sentimientos y estilo de vida, y no es un simple esclavo de su bioquímica. No nos confundamos, no estoy diciendo que las emociones se pueden controlar a base de un esfuerzo de la voluntad. Al contrario: una vez presente en nuestra mente, cualquier emoción es muy difícil de suprimir. Si estamos enfadados, o tristes, o asqueados, seguramente seguiremos así durante un tiempo. Pero también es verdad que las emociones se pueden controlar evitando que aparezcan en primer lugar, o acortando su duración a base de no alimentarlas si ya han aparecido. En el caso concreto de los celos, si hemos decidido vivir sin ellos podemos introducir una serie de cambios en nuestra forma de pensar que a la larga los hagan menos frecuentes y menos dolorosos, llegando incluso a hacerlos desaparecer. Esto es lo que yo aconsejaría… Examina tus creencias. Si sigues convencido de que tienes la obligación de estar celoso, de que los celos contribuyen a la estabilidad de la pareja, o de que son una señal de amor, difícilmente podrás evitarlos. Si te sientes celosa, reconócelo. Primero, delante de ti misma, y luego cuéntaselo a tu pareja. Pero esto no quiere decir que reacciones con ira o culpabilizándola. Al contrario, si le haces saber que a pesar de estar celoso luchas por evitarlo, la tendrás de tu lado. Si sientes celos de sexo, examina esa imágenes que te producen tanta repugnancia. A la mayor parte de la gente les excita la imagen de dos personas haciendo el amor. ¿Por qué no sentir lo mismo si la imagen incluye a la persona a la que quieres? ¿Qué detalles en la imagen de tu amada haciendo el amor con otro te dan asco? Toma conciencia de toda esa propaganda encubierta a favor de los celos con las que se nos bombardea a diario. Niégate a participar en esas convenciones sociales que refuerzan la idea de los celos como algo positivo: el hablar de “cuernos”, de “infidelidad”, de “engaño”, para referirse a las relaciones sexuales fuera del corsé de la monogamia. El sexo es sólo eso: sexo. No es engaño si no se miente sobre ello. No es infidelidad si mantenemos el amor y la lealtad a nuestra pareja, si la tratamos con respeto y con cariño. Los celos de amor suelen ser un síntoma de inseguridad. Ese miedo a ser abandonada, a que te dejen de querer, viene de una baja autoestima. Si estuvieras segura de que eres lo mejor para él, no tendrías tanto miedo a que te abandone. Nunca se te ocurra poner celosa a tu pareja para asegurarte su amor. Sólo conseguirás lo contrario: que la sospecha y la mentira se instalen en tu relación. ¿Qué hay de malo en que alguien quiera a la persona que tú quieres? Si es tan maravillosa, y tú la quieres, ¿por qué no la va a querer alguien más? El amor no se rige por las leyes de la aritmética. No es que tengamos una cantidad fija de amor que haya que repartir entre varias personas. El amor no es cuantificable. Por lo tanto, cuando tu pareja le da a alguien su amor, no te lo quita a ti. Existe una emoción positiva opuesta a los celos. En inglés se le ha llamado “compersion”, por lo que quizás la podamos traducir al castellano como “compersión”. Se refiere a la alegría que se siente cuando la persona a la que amamos es amada por otros. Incluso a excitarse sexualmente con la imagen de nuestra pareja haciendo el amor con otros. Si alguna vez sientes algo así, aprécialo. La compersión anuncia el fin de los celos. Quizás todo esto te parezca utópico, pero lo cierto es que cada vez somos más los que vivimos sin celos. Hablamos con nuestra mujer sin pudor de las chicas que nos gustan. Nos tomamos una cerveza con nuestra amante y sonreímos mientras ella nos cuenta su aventura sexual de la noche anterior. Es una forma bonita de vivir porque, en definitiva, vivir rodeados de amor no puede ser malo… aunque ese amor no vaya siempre dirigido a nosotros.

  • Mentiras sobre la prostitución: 1) Equiparar la prostitución con la trata de personas

    La mayoría de las prostitutas eligen su trabajo. La verdadera inmoralidad de la trata de personas debería ser la explotación de las inmigrantes de países pobres. Diferencias entre prostitución y esclavitud sexual La gran mentira sobre la prostitución es equipararla con la trata de personas. Ha sido denunciada en prestigiosas revistas médicas, como The Lancet (Butcher, 2003; Steen et al., 2015) y otras (Decker, 2013). Pero los políticos no hacen caso. Usan las palabras “prostitución” y “tráfico” indistintamente, como si fueran lo mismo. Es cierto que algunas prostitutas son obligadas a ejercer este trabajo. Las definiciones comunes de tráfico sexual se basan en dos criterios distintos: 1) menores que son explotados sexualmente (Willis y Levy, 2002), o 2) adultos que realizan trabajo sexual "en condiciones de fuerza, fraude o coerción" (Decker, 2013; Steen et al., 2015). El trabajo sexual forzado no debe llamarse prostitución, sino esclavitud sexual. Los científicos también han señalado que esta mentira tiene graves consecuencias, no solo para las trabajadoras sexuales, sino también para la población en general, porque socava gravemente la prevención del SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual (Ditmore y Saunders, 1998; Steen et al. ., 2015). ¿Qué porcentaje de prostitutas son involuntarias? La excusa para esta confusión deliberada es que la mayoría de las prostitutas son traficadas, como proclamó El País en su editorial del 4 de septiembre de 2018, sin prueba alguna. De hecho, no está nada claro cuántas mujeres a las que se les paga por sexo son obligadas a hacerlo ("traficadas"). Esto no es casualidad. Da la impresión de que investigar sobre este tema se suprime de forma deliberada. O quizás sea que es extremadamente difícil hacer estadísticas sobre un negocio en el que el trabajador, el cliente y el empresario corren el riesgo de ir a la cárcel. las pocas veces que se investigación este tema es en países en vías de desarrollo del sur de Asia, como la India, Tailandia o Bangladesh (Decker, 2013). Luego, sus conclusiones se aplican automáticamente a la hora de crear legislación en Europa y Estados Unidos. Un estudio realizado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, Trata de personas hacia Europa con fines de explotación sexual (detalles en las páginas 7-9) aborda la dimensión de la prostitución en Europa y el porcentaje que sería explotación sexual. Número de víctimas de trata identificadas en Europa occidental y central (en 2006): 7,300 víctimas. Suponiendo que sólo se identifica una de cada 20 víctimas, la cifra total sería de 7,300 x 20 = 146,000 víctimas. Esta suposición es del informe de la ONU, no mía. Número estimado de prostitutas en 25 países europeos: 700,000 prostitutas. Extrapolando a la población total de Europa, daría alrededor de un millón de prostitutas. 146,000 víctimas / 1,000,000 prostitutas = 14.6% de las prostitutas son víctimas de explotación sexual en Europa. En un estudio realizado por Aella en su blog Knowingless, se comparan diferentes fuentes para la cantidad de prostitutas traficadas en los EE. UU.: “Entonces, en los EE. UU.: el informe Trafficking In Persons (Trata de personas) dice ~ 16,000 traficadas al año (si asumimos que pasan 2 años en esta situación, serían ~ 32,000 mujeres traficadas con fines sexuales). El informe del Centro de Derechos Humanos dice que 4,600 mujeres son objeto de trata sexual, el estudio de Ohio dice (¿quizás?) ~76,000 son objeto de trata sexual, y el mío dice ~39,000 son objeto de trata sexual. No sé si promediar esto es correcto, pero lo hice de todos modos, eso nos dejaría con 37,900 mujeres traficadas (o ~0.01 % de la población de EE. UU.)". What Percentage of Sex Workers in the US are Trafficked (¿Qué porcentaje de trabajadoras sexuales en los EE. UU. son traficadas?) por Aella. Aella estima que el número de trabajadoras sexuales en los EE. UU. está entre 830,000 y 1,200,000, que es similar al número de Europa. De estas cifras concluye: “Entonces: dada mi estimación de la prevalencia del tráfico sexual, calculo que alrededor del 3.2% de las trabajadoras sexuales activas en los EE. UU. son objeto de trata sexual”. What Percentage of Sex Workers in the US are Trafficked? (¿Qué porcentaje de trabajadoras sexuales en los EE. UU. son traficadas?) por Aella. Usando los números que da Aella, los límites superior e inferior del porcentaje de prostitutas víctimas de trata en los EE. UU. serían 9.5% y 0.38%. Incluso el porcentaje superior es más bajo que la estimación del estudio de la ONU en Europa. Yo creo que asumir que sólo se identifica 1 de cada 20 víctimas es incorrecto. Esta suposición es una mera conjetura y puede cambiar significativamente los porcentajes resultantes. En cualquier caso, incluso las estimaciones más altas muestran que es falso equiparar la prostitución con la trata de personas. La gran mayoría de las prostitutas eligen este trabajo voluntariamente. La verdadera trata de personas: la inmigración de países pobres Un hecho que rara vez se discute sobre la trata de personas es que mucha gente quiere ser traficada. Quieren emigrar de los países pobres de África, el sur de Asia, América Central y Sudamérica a los países ricos de Europa y América del Norte. Están tan desesperados que están dispuestos a arriesgar sus vidas para conseguirlo. Ser explotadas laboralmente, incluido en el trabajo sexual, no es lo peor a lo que se enfrentan. Mucho peor es morir, perder a sus hijos, ser esterilizadas a la fuerza, o ser encarceladas a manos del mismo Estado que santurronamente predica contra los horrores de la prostitución. Las mujeres indocumentadas de México o América Central que cruzan la frontera hacia los EE. UU. asumen que es muy probable que sean violadas en el camino. Estas mujeres, y las que cruzan el Mediterráneo en precarias embarcaciones para llegar a España, Italia o Grecia, tienen que entregar grandes sumas de dinero a sus coyotes o contrabandistas. A menudo, no tienen dinero a mano, por lo que asumen una deuda con los contrabandistas. La prostitución es simplemente una forma rápida de pagar esa deuda. Habrá quien diga que esto es sexo bajo coacción, pero el hecho de que el sexo esté involucrado no es el principal problema moral en esta situación. Lo importante es la injusticia económica que fuerza a la gente a llegar a estos extremos. Ha habido casos en los que mujeres inmigrantes han sido encerradas en fábricas secretas y obligadas a trabajar largas horas cosiendo en lo que puede describirse como la esclavitud moderna. Otras mujeres han sido obligadas a trabajar como criadas internas en casas de ricos. A menudo, les quitan sus hijos para chantajearlas. La inmoralidad de confundir prostitución y trata de personas La mayoría de las prostitutas lo son voluntariamente. La mayoría de las mujeres en la trata de personas no son prostituidas. Estas dos cosas se confunden a propósito para promover una ideología represiva que de otro modo sería tremendamente impopular. Este es un gran fracaso ético. Implica hacer la vista gorda ante una injusticia mayor que la explotación sexual: la gran diferencia de riqueza entre los países ricos y los países pobres a los que colonizaron en el pasado y que siguen explotando económicamente. El hambre y la violencia hacen que la vida en algunos de estos países pobres sea tan dura que los riesgos de la migración son la opción más racional. Si vivieras allí, tú también querrías ser parte de la trata de personas. Referencias Butcher K (2003) Confusion between prostitution and sex trafficking. Lancet 361:1983. Decker MR (2013) Sex trafficking, sex work, and violence: evidence for a new era. Int J Gynaecol Obstet 120:113-114. Ditmore M, Saunders P (1998) Sex work and sex trafficking. Sex Health Exch:15. Steen R, Jana S, Reza-Paul S, Richter M (2015) Trafficking, sex work, and HIV: efforts to resolve conflicts. Lancet 385:94-96. Willis BM, Levy BS (2002) Child prostitution: global health burden, research needs, and interventions. Lancet 359:1417-1422.

  • Un hechizo para dejar de sufrir por amor

    Retazo de mi novela Desencadenada Sabugueiro da folla repinicada polo Maio estralando de brancas frores collereiche un ramallo na madrugada pra facer un feitizo prós meus amores. [...] Pra este amor, sabugueiro, que me entolece, túas frores seguras menciña son, que ti tambén froreces cando frorece, vermeliño de rosas, meu corazón. Para facer un feitizo, canción de Na Lúa, letra de Fermín Bouza-Brey. Madrid, jueves 16 de marzo, 1978 Cecilia sintió una necesidad imperiosa de ver al Chino, de oírlo hablar con su voz calma, segura. En la calle soplaba un viento fresco de la sierra que zarandeaba las ramas aun desnudas de los árboles, los tiernos brotes que anunciaban la primavera apenas visibles en la luz tenue del atardecer. El viento arreciaba a ratos, revolviéndole el pelo, impidiéndole avanzar. Últimamente parecía que todo era así: a cada paso que daba, en cada cosa por la que luchaba, tenía que enfrentarse con fuerzas empeñadas en frustrarla. El anuncio de neón en letras rosa y púrpura estaba apagado, pero el portón de madera estaba entreabierto. Tony organizaba las botellas en las estanterías tras el bar. El Chino limpiaba mesas con una bayeta, pero se detuvo y se le acercó nada más verla. -Hola, Cecilia -le dijo, el rostro tan inexpresivo como de costumbre. -Hola, Yi Shen… ¿puedo hablar contigo un momento? Él le indicó que se sentara en una de las mesas. -Tiene que ser breve, porque estamos a punto de abrir -dijo sentándose a su lado. -Será sólo un momento. -Así que las cosas no van bien… -apuntó Yi Shen. Dejó caer la cabeza sobre sus manos, dejando escapar un suspiro de desaliento. -¡No podían ir peor! Mi mejor amiga, la que decía que me iba a ayudar a recuperar a mi novio, ha acabado liándose con él. El Chino le pasó los dedos suavemente por un mechón de pelo. -Debes de estar sufriendo mucho por eso. Hablaba con voz tranquila, que la calmaba y la ayudaba a deshacer el nudo que llevaba en la garganta, permitiéndole hablar sin estallar en sollozos. -Sí… he estado sufriendo todos estos meses. Nunca pensé que se podía sufrir tanto por amor. No sé si vale la pena… quizás sea mejor no enamorarse -dijo con amargura-. ¡Pero ya estoy harta, Chino! Quiero dejar de sufrir, pero no sé cómo. -No es necesario sufrir tanto. Se puede amar sin sufrir. -¿De verdad crees que eso es posible? ¿Cómo se puede evitar sufrir si estás tan enamorada como yo, y van y te dejan? Los ojos de Yi Shen se clavaron en los suyos, brillando intensamente. -Sí que creo que es posible dejar de sufrir. Es más, quizás sea la única cosa en la que creo: que existe el sufrimiento y que es posible superarlo. Eso es lo que creemos los budistas, en que existe una vía para evitar el sufrimiento. -Ya: el Nirvana. En eso es en lo que creéis los budistas, ¿no? Pero yo no creo que pueda alcanzar el Nirvana… ¿Tú has alcanzado el Nirvana, Yi Shen? -El Nirvana no es lo que tú te crees, no es un estado místico, fuera de este mundo. El Nirvana es simplemente saber cómo poner coto a tu sufrimiento, ser lo suficientemente sabios para vivir siendo felices. -¿Y cómo se puede hacer eso? ¿Cuál es la forma de dejar de sufrir? -La clave para dejar de sufrir es el desapego. La gente sufre por amor porque confunde el amor con la posesión. Piensa que aman, pero sólo quieren. Desean algo para ellos mismos y cuando no lo consiguen se sumergen en el dolor. Pero el amor verdadero es el que busca dar, no recibir. -No sé… a mí todo eso me suena a patrañas religiosas. Está muy bien eso de que amar es sólo dar, pero no es verdad, también queremos recibir. Necesitamos que nos amen. Amar si ser amados sólo lleva a la frustración. -Olvídate de tus creencias, Cecilia. Muchas veces creemos en cosas que nos hacen sufrir. Por ejemplo, se nos dice una y otra vez que el amor verdadero es eterno. Pero no hay nada eterno, la gente cambia constantemente y lo que sienten cambian con ellos. Quien te quiere hoy dejará de quererte mañana, o tal vez seas tú quien deje de quererle. Esa es la realidad. -Entonces es cierto lo que te decía antes: es mejor no enamorarse… Pero en el fondo me parece una postura muy cínica, la verdad. -No, no te estoy diciendo eso. Sí que hay que enamorarse. El amor es lo mejor que hay en la vida, y no podemos dejar de vivir. No podemos vivir creyendo que somos frágiles como el cristal y rodearnos de una armadura para protegernos de lo que pueda hacernos sufrir. Lo que realmente nos ayuda a no sufrir es darnos cuenta de que todo es transitorio y así no aferrarnos a nada. Hay que vivir el presente, sin preocuparse tanto de si lo que tenemos hoy lo tendremos mañana. Fíjate en lo que sientes, en la situación en la que te encuentras aquí y ahora. ¿Acaso no es el aferrarte a tu novio lo que te hace sufrir? Si él quiere dejarte, tienes que dejar que se vaya. Si de verdad lo quieres, debes empezar por respetar su libertad de seguir el camino que él elija seguir. -En eso tienes razón: la libertad es lo más importante para él. Si siente que se la quito, nunca más me volverá a querer. De todas formas, no veo cómo puedo dejar de aferrarme a él. Ya sé que si no lo hago no voy a dejar de sufrir, pero simplemente soy incapaz de hacerlo. -Dejar de sufrir es posible, pero no es fácil. Es mejor atacar el problema por otro lado: reconociendo y comprendiendo nuestras emociones. Son las emociones negativas las que se apoderan de nosotros y nos hacen sufrir. -¿Las emociones negativas? -Sí: el miedo, la ira, la tristeza, los celos, la culpa, la vergüenza… -Sí, cuando estuve aquí en nochebuena me hablaste de la tristeza. Me dijiste que nos seduce con su melancolía y que nos quita la energía. -Sí, eso te dije. Pero la tristeza también tiene su lado positivo, porque nos enseña el camino de la compasión. En este mundo tan lleno de sufrimiento, el que no se entristece alguna vez es que no tiene corazón. -¿No quedamos en que las emociones negativas son las que nos hacen sufrir? -Sí, pero creo que tu problema ahora mismo no es la tristeza. Es la ira. -¿Cómo lo sabes? -Porque tienes demasiada energía para estar bajo el hechizo de la tristeza. Debes de sentir mucha rabia por lo que te han hecho. -Sí, es cierto. ¿Pero qué le voy a hacer? ¿Cómo no voy a enfadarme después de lo que me han hecho? -No te lo han hecho a ti, ellos han hecho lo que querían hacer. Han seguido su camino, simplemente. Eres tú la que lo ves todo a través del prisma de tus deseos. Pero debes comprender que no importa lo que hagan los demás, tus emociones son tuyas, tú eres la que las sientes. Si tus propias emociones te hacen sufrir, la culpa es tuya y de nadie más. -¡Pero también es culpa suya! Son ellos los que me traicionaron, los que me hicieron daño. Si no me enfado es que no tengo corazón, como tú decías antes de la tristeza. -Cecilia, debes de tener mucho cuidado con la ira. De todas las emociones negativas, es la más dañina y la más peligrosa. En cuanto notes los primeros signos de rabia en tu pecho, apágalos como quien apaga un fuego. La cólera mata el amor, nos lleva derechos al odio. -¿Qué quieres decir con eso de que mata el amor? -El amor que sientes es algo muy valioso para ti, ¿verdad? -¡Claro que sí! Es lo más bonito que he sentido en mi vida. -Y debería seguir siéndolo. Aunque nunca más volvieras a estar con él, el recuerdo de ese amor te podría acompañar toda la vida. En tu mano está el guardar ese recuerdo como un tesoro. Sin embargo, si te centras en cómo te ha dejado y en la rabia que eso te causa, esa rabia borrará el amor que sientes, incluso hará que tu amor se convierta en odio. Tu ira se convertirá en una barrera infranqueable que nunca te permitirá recordar ese amor. Habrás perdido ese recuerdo para siempre, y en su lugar tendrás sólo un pozo de rencor. Cecilia se acordó de su madre y Jesús; aunque ella lo había perdido para siempre, al menos había conseguido guardar el recuerdo de su amor intacto. Ese recuerdo era el mayor tesoro que tenía. -Tienes razón… ¿Pero qué puedo hacer para dejar de estar enfadada con ellos? -Simplemente sigue tu camino, haz lo que sientes que tienes que hacer, y deja que ellos sigan el suyo. Quién sabe, tal vez más adelante tu camino se vuelva a cruzar con el de él. Si ahora no alimentas tu rencor, tal vez un día te sea posible retomar esa relación. -No creo que eso sea posible, las cosas han ido demasiado lejos. -No intentes adelantarte al futuro, que siempre estará lleno de sorpresas. Tampoco te aferres al pasado, pues ya no existe. Vive el presente, sigue tu camino paso a paso, a donde te lleve. Disfruta de tu vida, pues en definitiva es lo único que tienes. No se le había ocurrido mirarlo desde ese punto de vista. Aunque, si lo pensaba bien, eso era precisamente lo que había estado haciendo desde que volvió de Santiago: recuperar sus propios sentimientos. Dio un profundo suspiro de alivio. Se metió los dedos de las dos manos en el pelo y se lo peinó hacia atrás, luego lo sacudió. Se sorprendió al darse cuenta de que estaba sonriendo. Encuentra más escenas como ésta en la novela Desencadenada.

  • El tesoro de echarte de menos

    Pasaje de mi novela Amores imposibles Julio y Sabrina atravesaron la Alameda de Santiago y siguieron por la Herradura. El suelo estaba cubierto de barro húmedo y resbaladizo. ‑¿A dónde me llevas? -le preguntó a Sabrina-. ¿A la Residencia? Pensaba que íbamos a una pensión. ‑Sí, encontré una barata en el Pombal. Pero es más agradable ir por el parque. Oye, ¿de qué estabas hablando con Carlos? ‑De sus problemas con Elisa. Por lo visto le propuso practicar el sadomaso y ella se puso hecha una furia. ‑Sí, a mí también me ha estado calentando la cabeza con eso -dijo Sabrina. ‑¿Qué te ha dicho? ‑Pues que el sadomasoquismo es la peor forma de perpetuar la opresión de la mujer por el hombre. Que los sádicos son personas enfermas que asocian el dolor con el placer para reproducir traumas de la infancia… O para compensar su propia impotencia dominando a las mujeres. No sé, Julio, a mí me parece que hay un poco de verdad en todo eso. ‑Pues yo acabo de pasar por una temporada en la que también pensaba eso. Pero ahora he cambiado de idea. Creo que el sadomaso no es más que otra forma de vivir el sexo. Que mezclar placer y dolor nos hace disfrutar más. ‑Sí, eso es lo que yo noto. Cuando me das azotes en el culo me pongo a cien, y luego tengo unos orgasmos muy fuertes. Pero lo otro que me dijiste el otro día, lo de la sumisión, eso ya no me parece bien. Yo soy una mujer liberada, no sumisa. No me quiero someter a un hombre. Al contrario, creo que las mujeres todavía estamos muy oprimidas por los hombres y tenemos que acabar de liberarnos. ‑¡Por supuesto que las mujeres tenéis que liberaros! Yo también soy feminista. Pero la sumisión de la que te hablaba es algo completamente distinto. Es algo erótico, que se hace por morbo. La azotaina es un castigo, y por lo tanto una forma de dominación. Se puede llevar un poco más lejos, atándote para que no puedas moverte mientras te manoseo y te follo. Con un poco más de control ni siquiera las cuerdas hacen falta, porque haces lo que te ordeno y te pones como yo quiero. Eso es la sumisión. Pero se hace sólo durante un rato, de mutuo acuerdo. Luego se vuelve a una relación en pie de igualdad. ‑Pero, si empiezas por ahí, al final acabas acostumbrándote a someterte y puede empezar a meterse en el resto de tu vida. Te puede crear un dependencia psicológica. ‑Pues, que yo sepa, eso no pasa. Cecilia nunca se volvió dependiente de mí. ‑¿Estás seguro? ‑Ya te lo he dicho: Cecilia es una de las mujeres más independientes que conozco. Y, a pesar de eso, puede ser de lo más sumisa en la cama. De todas formas, hoy no vamos a hacer nada de eso. Te doy unos cuantos azotes y luego follamos. ‑Y luego me das por culo, querrás decir. ‑Bueno, si todavía quieres. ‑¡Claro que quiero! Llevo mucho tiempo pensando en eso. Quiero que seas tú el primero en estrenar mi culo… Y, por lo visto, no nos queda mucho tiempo para hacerlo. * * * La pensión estaba en un edificio antiguo, con un portal enmarcado en granito esculpido con filigranas ocultas por el musgo y los líquenes. Al otro lado del portón de madera había una pequeña mesa atravesada en el hueco de la escalera. Tras ella, una mujer mayor con gafas y pelo grisáceo los miró con escepticismo. Sabrina le dijo algo en gallego y le pasó dos billetes de mil pesetas. La mujer asintió y le dio una llave con un pesado llavero de metal. ‑Habitación vinte e dous, o segundo piso a dereita ‑les dijo. Era un cuarto pequeño, con un armario desvencijado y una cama que era poco más que un somier con un cabezal de madera antigua. Pero la ventana daba al Parque de la Herradura, llenándolo todo del color verde de los robles y la hierba. Julio se plantó frente a la ventana, contemplando el fulgor de las gotitas de lluvia en las plantas. Sabrina lo abrazó por detrás, apoyando la cabeza en su hombro. ‑El cuarto no es gran cosa, pero la vista vale la pena ‑le dijo Sabrina. ‑Eso mismo estaba pensando yo. ‑Y esta vista, ¿qué te parece? Sabrina se sacó el vestido por la cabeza. En lugar de ropa interior llevaba unas picardías de encaje violeta de una pieza. Le dejaban al descubierto las caderas y el culo, y le transparentaban los pezones y el pubis. ‑¡Pero bueno! ¿Llevabas eso debajo? ‑bromeó mientras se le acercaba despacio‑. ¡Esta vez te has pasado de zorra, Sabrina! Julio se pegó a ella y le puso las manos en el trasero. ‑Así que vestida para matar ¿eh? Esas cosas sólo se las ponen las chicas malas. Y a las chicas malas se les da unos buenos azotes en el culo. * * * Julio contempló el pompis de Sabrina sobre su regazo, sonrosado por la tanda de azotes que le había dado. ‑Bueno, creo que ya has tenido bastante. Vamos a echarle una ojeada a ese culito virgen. Se inclinó para coger el bote de lubricante de la mesilla de noche. Le separó las nalgas y dejó caer unas gotas de líquido viscoso sobre el botón fruncido de su ano. ‑¡Ay! ¡Está frío! ‑se quejó ella, dando pataditas al colchón. ‑No te preocupes, que enseguida lo vamos a calentar. Puso el dedo sobre su ano y empezó a acariciarlo, dándole vueltas. Sabrina apretó las nalgas. Julio le dio un azote con la mano izquierda. ‑Se buenecita ¿eh? O te vuelvo a zurrar. Rodeó dos veces más el ano antes de introducirle el dedo. * * * Colocó a Sabrina doblada sobre el borde del colchón y se arrodilló tras ella. Su ano quedaba un poco alto para alcanzarlo con su polla. La agarró de las caderas y tiró de ella para separarla de la cama, hasta que ella pudo poner las rodillas en el suelo. Su culito, caliente y sonrosado por los azotes, quedaba ahora perfectamente a su alcance. Separándole una nalga con una mano y empuñando su verga en la otra, la apuntó a su objetivo. El ano de Sabrina parecía ridículamente pequeño comparado con su glande. Cogió el bote de lubricante de la cama y volvió a dejar caer varias gotas sobre su pene, untándolo bien con la mano. ‑Bueno, llegó el momento de la verdad. ¿Estás lista? ‑Sí… Aunque con un poco de miedo. No seas bruto, ¿vale? Basculó el pubis hacia adelante. Su glande se aplastó contra una firme resistencia. Presionó. Empujó tanto que su pene empezó a doblarse. Se retiró un poco, se lo cogió con la mano y apoyó el pulgar sobre el glande para dirigirlo con precisión a su objetivo. Esta vez la punta del glande se hundió en el ano de Sabrina, avanzando hacia el interior con súbita facilidad. ‑¡Ay, ay, ay! ¡Qué daño! ¡Sácamela, por favor! Julio se retiró apresuradamente. Sabrina se dejó caer al suelo hecha un ovillo. ‑Lo siento… ‑empezó a decir él. ‑¡No puedo! ‑lloriqueó ella‑. ¡No puedo, Julio! Duele demasiado. No puedo darte mi culo. No voy a ser capaz de someterme a ti. Eso no es para mí. Se dejó caer en el suelo a su lado y la abrazó. ‑No importa si no puedo follarte el culo ‑dijo acariciándole la cara. Yo no te lo pedí… Fuiste tú quien lo sugeriste. Pensé que te gustaría, como lo de los azotes. ¡Venga, no llores, Sabrina! Lo hacemos de otra manera. Esto no tiene la menor importancia. ‑¡Sí que la tiene! Me vas a dejar. ‑Yo… Lo siento, Sabrina. Todo esto es un error, y es culpa mía. Yo sabía desde el principio que no iba a funcionar. No debería haber empezado a salir contigo, cuando estoy a punto de volver a Madrid. Sabrina se sentó en el suelo, llorando desconsoladamente. ‑Estás temblando. Venga, vamos a meternos en la cama. Las sábanas estaban húmedas y frías. Sabrina se abrazó a él. La vio secarse las lágrimas con los nudillos y hacer un esfuerzo para dejar de llorar. ‑No es un error. ¡No digas eso, por favor! Estar contigo, aunque sólo sea unos pocos días, es lo mejor que me ha pasado en mi vida. Fui yo quien te lo pidió. Fui yo quien te sedujo… Y no me arrepiento. No me arrepiento de haberme enamorado de ti. ‑Te dije que te ibas a hacer daño. ‑El daño vale la pena. Te voy a echar de menos, ya lo sé. Te echaré de menos toda la vida… Y guardaré el echarte de menos como un tesoro. Porque es mejor echar de menos algo precioso que se ha tenido, que nunca haberlo tenido en primer lugar. Julio se quedó ponderando lo que le acababa de decir. Había una profunda verdad en eso. Intuía que si lograba entenderla se aclararían todas las cosas que le preocupaban. ‑Quizás tengas razón. Quizás nuestra relación valga la pena, aunque sepamos que se va a terminar. Si eso es lo que tú quieres, yo estoy dispuesto a dártelo. Sabrina le clavó la mirada. ‑¿De verdad harías eso por mí? ‑Sí. Estos pocos días que nos quedan, seré tuyo. ‑Entonces… ¿me querrás? ¿Podrás quererme, aunque sólo sea por unos pocos días? ‑Claro que te quiero, Sabrina. Te quiero mucho. La besó y le acarició el culo. Aún lo tenía caliente. Es un alivio poder decírtelo. Porque es la pura verdad. * * * Julio acarició las nalgas sonrosadas y calientes de Sabrina mientras contemplaba su polla moverse en vaivén entre ellas. El ano, que presentía que ya nunca sería suyo, permanecía firmemente cerrado un centímetro más arriba. ‑Me pones como antes y hacemos como que me estás dando por culo ‑le había dicho Sabrina. En definitiva, daba lo mismo. Sabrina era suya, mucho más de lo que nunca había deseado que lo fuera. Y, al serlo, hacía que él también le perteneciera a ella. Y esa era una ecuación que ni una enculada ni el sadomaso iban a cambiar. ‑Te quiero, Julio. ¡Te quiero! ‑dijo ella, acercándose al orgasmo. ‑Yo también, Sabrina. Yo también.

  • Dominando a Marcos

    Pasaje de mi novela Desencadenada Afuera reinaba una luz gris de atardecer. El cielo se había encapotado con nubes oscuras y altas que anunciaban tormenta. Las golondrinas surcaban veloces el cielo, celebrando la primavera con sus chillidos. -No te creas nada de lo que te digan esas -dijo Marcos, ajustando su paso al suyo-, sobre todo esa Carolina. ¡No sé por qué me ha cogido tanta tirria, coño! -¿Entonces no es verdad que tienes eyaculación precoz? -¡Qué va! Lo que pasa es que Carolina tiene trucos para hacer que te corras a destiempo. Así luego no tiene que poner el culo. -¿Y Verónica también? -¡Verónica es una calientapollas! El otro día estuvimos hablando casi una hora. No dejaba de inclinarse hacia delante para que le viera las tetas. Pero luego, nada, no quiso venirse conmigo al hotel. Marcos siguió charlando entre calada y calada que le daba a su cigarrillo. Cecilia dejó de prestarle atención, enfrascada en planear lo que le iba a hacer. Nada más entrar en la habitación del Hotel Los Ángeles, Marcos encendió otro cigarrillo. Se puso a danzar una especie de baile nervioso. -Apágalo -le dijo Cecilia. -¿Qué? -la miró, incrédulo. -Que apagues el cigarrillo y te desnudes. -Serás tú la que te tienes que desnudar, que para eso te pago. Cecilia se le acercó despacio. Los tacones de las botas la hacían tan alta como él. Se paró muy cerca de él, sin tocarlo. Sin dejar de mirarle a los ojos, le quitó el cigarrillo de entre los dedos y lo aplastó en el cenicero. Marcos la dejó hacer, fascinado. Cecilia lo agarró suavemente de las solapas y lo atrajo hacia sí. -Creo que no has entendido bien lo que te dijo el Chino -le dijo sin subir la voz-, tienes que hacer todo lo que yo te diga. Y aguantar todo lo que yo quiera hacerte, lo que te será aún más difícil. Si te portas como un valiente tendrás tu recompensa. ¡Te lo vas a pasar de puta madre, ya lo verás! -Ya, porque tú lo digas… -dijo, escéptico. -Confía en mí. Venga, bájate los pantalones. Él dio un paso atrás, mirándola con sospecha. -Antes dime qué me vas a hacer. -Mira, me estoy cansando de tus tonterías. Voy a contar hasta tres, y si no te has bajado los pantalones, me piro. Uno… Marcos se desbrochó el cinturón, se bajó la cremallera y dejó caer los pantalones al suelo. -Eso está mejor. Ahora quítate la chaqueta. Marcos tiró la chaqueta sobre la cama. -No seas desordenado. No querrás que te doble yo la ropa, ¿no? Venga, ponla en esa silla. Marcos recogió la chaqueta de la cama. Fue a llevarla a la silla que ella le indicaba, pero se dio cuenta de que los pantalones le impedían andar. Se quedó dudando si quitárselos. -¡Venga, que no tenemos toda la noche! Marcos fue hasta la silla dando traspiés. Colgó la chaqueta en el respaldo. No estaba tan mal, ahora que se había quitado su estúpida indumentaria. Tenía las piernas bonitas, musculosas, y cara de niño caprichoso. -Ahora bájate los calzoncillos. -¿Y tú cuándo te vas a desnudar? -Cuando me salga de las narices -dijo tranquilamente-. ¿Qué pasa, que tengo que volver a contar? Marcos se bajó los calzoncillos de un tirón. Su expresión oscilaba entre el temor y la ira. Cecilia se le volvió a acercar. Esta vez le dio un besito en los labios. -¡Eso está muy bien! ¿Ves? creo que nos vamos a entender muy bien, tú y yo. Le cogió el pene suavemente entre los dedos. En un segundo lo tuvo completamente duro. Lo soltó de inmediato. Marcos resopló, impaciente. Afuera se oyó un trueno, retumbando entre los edificios. -No te muevas, ahora mismo vuelvo. Sacó del bolso una cuerda fina y suave. Con ella en la mano, se arrodilló delante de él. Marcos le puso la mano en el pelo, sin duda esperando una felación. Ella se la apartó de un cachete. Le acarició los huevos, rodeándole el escroto con los dedos y estirando hacia abajo como le había enseñado Johnny. Le pasó la cuerda por detrás de los testículos. -¡Pero qué coño haces! ¿Te has vuelto loca? Marcos la apartó de un empujón, haciéndola caerse de culo en el suelo en una postura muy poco digna, enseñando las bragas. Tuvo que apoyarse en la cama para volver a ponerse en pie. No era fácil, con esos tacones tan altos. Se ajustó la minifalda. Volvió a oírse un trueno, como una advertencia de que ese tipo de juegos podían resultar peligrosos. Metió la cuerda en el bolso y se dirigió a la puerta. ¡Todo esto ha sido una estupidez, diga lo que diga el Chino! Es una pena, me estaba poniendo muy cachonda. -¡Espera, no te vayas! -le suplicó Marcos. -Lo siento, Marcos, creo que todo esto no ha sido una buena idea -le dijo con franqueza-. El Chino te devolverá el dinero. -Perdona, tía… ¡Perdóname, joder! Es que me asusté. No me di cuenta de lo que hacía. Sonaba como un niño atemorizado delante de la maestra. -Muy bien, si no quieres que me vaya tendrás que aceptar un castigo. -¿Qué castigo? -dijo alarmado. -Unos buenos azotes en el culo. No va a aceptar eso ni borracho. ¡Mejor, así terminamos de una vez con esta farsa! La polla de Marcos, que había empezado a flaquear, se volvió repentinamente rígida como una estaca. -¿Me vas a hacer mucho daño? ¡Vaya, si te tengo en mi poder! ¿Así que eres un pelín masoca, eh Marcos? -¡Pues claro que te voy a hacer daño! Si no, no sería un castigo. -No se lo irás a decir a las otras ¿no? -Lo que pase hoy en esta habitación no lo sabrá nadie, te lo prometo. Entonces, ¿aceptas tu castigo? -Bueno -dijo con voz casi imperceptible. -Ponte a gatas en la cama. Esta vez Marcos la obedeció sin rechistar. Poniendo una rodilla sobre la cama, Cecilia apoyó su mano izquierda sobre la cadera de Marcos, subiéndole la camisa para descubrirle bien el trasero. Tenía un culo estrecho, de nalgas alargadas, la piel muy blanca, casi sin vello. Empezó a pegarle flojito, pero enseguida arreció los golpes. Quería oírlo quejarse y lo consiguió. La piel blanca pronto adquirió un bonito tono sonrosado, volviéndose suave y cálida al tacto. Tuvo que obligarse a parar; hubiera seguido azotándolo durante horas, pero Marcos no era Johnny. -Espero que esto te sirva de lección. Si no te portas bien, te volveré a pegar. Ahora túmbate bocarriba. Él hizo lo que le pedía. Tenía el rostro ruborizado, la polla muy tiesa. Cecilia sacó del bolso la cuerda, el lubricante y los guantes de látex. Mejor que Marcos supiera lo que se avecinaba, para que no hubiera más sorpresas. -Ahora escúchame -le dijo sentándose en la cama a su lado-. Te voy a atar los cojones con esta cuerda. No te preocupes, que no te va a hacer daño. Es para que no te corras antes de tiempo. Ya se lo he hecho antes a otros tíos y no ha pasado nada. -Y los guantes, ¿para qué son? -Para darte un masaje anal-. Él abrió los ojos, asustado. Se apresuró a seguir, para tranquilizarlo-. Luego vamos a follar, largo y tendido, y tú no te vas a correr hasta que yo te lo permita. ¡Verás lo que vas a disfrutar! Deseó poder estar tan segura como sonaba. -¿No me vas a dejar que te toque? -Si te portas bien y te dejas hacer lo que te he dicho, podrás tocarme todo lo que quieras mientras follamos. Ahora estate quietecito. Nada de empujones, ¿eh?, o te ato las manos y te vuelvo a zurrar. -No me moveré, te lo prometo-. Metió las manos bajo la nuca para que viera que era verdad. Los testículos se le habían apretado contra el cuerpo. Tuvo que estar un rato estirándole y masajeándole el escroto para ablandárselo. Lo rodeó con varias vueltas de cuerda, dejándole los huevos apretados al extremo de un largo pedúnculo de piel. -¿Ves como no duele? Marcos se incorporó para examinar su faena -Me da un poco de miedo. ¿Estás segura de que no me va a pasar nada malo? -Lo único que te va a pasar es que no te vas a poder correr hasta que te quite la cuerda. -¿Entonces, para qué me vas a… hacerme lo otro? -Porque te va a poner en el estado de ánimo en el que yo te quiero. Y además te va a gustar, ya lo verás. -Creo que me voy a morir de vergüenza. Cecilia le sonrió. Sabía perfectamente cómo se sentía. Se tumbó sobre él y lo besó en los labios con ternura. -Es lo normal -le susurró, acariciándole la cara y mirándolo a los ojos-. Pero no voy a dejar que me folles si antes no te follo yo a ti. Ya sé tus secretos. Te gustó que te pegara, ¿a que sí? Pues esto aún te va a gustar más. Voy a ser tu maestra, la que te va a descubrir todos los misterios de tu cuerpo. Tendrás que compartir todas tus intimidades conmigo. Y si te da vergüenza, pues peor para ti. Él asintió levemente. Cecilia le desabotonó la camisa con gestos juguetones. Se la abrió y le acarició los pezones hasta que se le pusieron duros. A continuación se arrodilló a su lado, se puso un guante en la mano derecha y se untó el dedo índice con lubricante. -Vuélvete -le ordenó. Marcos gimió como un crío cuando se sintió penetrado. Su cuerpo se tensó. Cecilia le dio un par de azotes con la mano izquierda, al tiempo que se abría camino más profundamente con la derecha. Él pareció resignarse, pero su respiración seguía siendo agitada. Le costó un buen rato alcanzar el bulto redondo que Johnny le había enseñado que era la próstata. Se la empezó a masajear. -¿Qué, te gusta esto? -Me hace sentirme muy raro. Me dan ganas de mear. Eso no era lo que se esperaba. Recordó que Johnny le había dicho que el tío tenía que estar excitado para que diera resultado. -¿Ves? A esto le llaman ir a por lana y salir trasquilado -empezó a decirle con su voz más seductora-. Querías follarme y soy yo la que te follo. Luego te dejaré que me la metas. Pero antes me tendrás que comer bien el conejito. Porque no querrás metérmela a palo seco, ¿no? El cuerpo de Marcos dio una sacudida, empezó a mecerse al compás del movimiento de su dedo. -¿Ves? Ya te decía yo que te iba a gustar. Si es que estabas muy nervioso. Esto te va a dejar más suave que un guante. Tan suave como mi conejito por dentro. Verás lo que vas a disfrutar, follándolo largo y tendido. Continuó su tratamiento un buen rato, hasta que él empezó a gemir y a suspirar de placer y ella empezó a sentir la urgencia de su propio deseo. Se incorporó y se quitó el guante. Se metió los dedos de las dos manos en el pelo, peinándoselo hacia atrás, sacudiendo la melena. -Quítate la camisa, pero déjate los pantalones y los calzoncillos en los tobillos. Se desnudó ante él, sin dejar de sonreírle, contoneándose en un pequeño striptease. Él la miraba, embelesado. Su verga se irguió rápidamente. Cecilia se sentó en la cabecera de la cama, abriendo mucho las piernas. -Cómeme -le ordenó. Aunque Marcos no era tan experto como Johnny, no le faltaba entusiasmo. La hubiera llevado hasta el orgasmo con su lengua, pero ella no se lo quiso permitir. -Y ahora, por fin ha llegado el momento que has estado esperando. Marcos hizo ademán de incorporarse, pero ella le puso la mano en el pecho y lo hizo volver a echarse sobre la cama. Su polla había recuperado toda su gloriosa rigidez. Le puso un condón y se colocó a horcajadas sobre él. -Coge aire y contén la respiración -le dijo. Marcos la miró sorprendido, pero hizo lo que le pedía. Ella le agarró la verga y se penetró con ella hasta quedar sentada sobre su pelvis, completamente empalada. Se relajó, buscando reducir el abrazo de su vagina sobre el pene. -Ya puedes respirar… Respira hondo y despacio. -¿No me vas a dejar que me mueva? -No, me voy a mover yo. Quieres que dure, ¿no? Alargó la mano, buscando la cuerda con la que le había atado los cojones. Se puso a deshacer el nudo. Era complicado hacerlo sin mirar, pero no quería interrumpir su penetración. -¿Sientes que te vas a correr? Él negó con la cabeza. Cecilia apoyó las manos sobre su pecho para empezar un movimiento de vaivén suave, subiendo y bajando en torno a su pene. Marcos alargó una mano y le acarició una teta, con la otra le estrujó el culo. -Bueno, tú verás lo que haces… -le dijo con picardía. -No me voy a correr. Todavía no. -¿Vamos, entonces? -¡Venga! Lo cabalgó cada vez más rápido, apretándole el pene con la vagina en las subidas, abriéndose a él en las bajadas. Para su sorpresa, aun con eso Marcos no eyaculó. Aguantas, ¿eh? ¡Pues a tomar por saco! Cerró los ojos y se abandonó a su placer, siguiendo el ritmo que le pedía el cuerpo. Las manos de Marcos le estrujaban la teta y el culo. Empezó a gemir, a gritar. -¡Ahora, Marcos, ahora! -rugió cuando sintió que el clímax era ya inevitable. En medio de las oleadas del orgasmo sintió vagamente las pulsaciones del pene de Marcos bombeando semen dentro de ella. Quiso dejar de gritar. Apretó los labios, pero los alaridos continuaron. No salían de su boca, sino de la de Marcos.

  • Capturados por los narcos gallegos

    Pasaje de mi novela Para volverte loca Punta de Couso, miércoles 2 de julio, 1980 Julio no pegó ojo en toda la noche, dándole vueltas a todas las variantes de los planes que habían hecho. Antes del amanecer, un tipo joven vino a traerles zumo de naranja de bote, que les dio a beber sin desatarlos. Luego los sacaron al pasillo. Junto al portón que daba al mar estaban Fandiño y don Francisco, vestidos con impermeables de marinero. Junto a ellos había dos hombres jóvenes. Parecían nerviosos. Aparecieron Cipriano y el otro tipo que los había detenido. -As planeadoras xa están na rampla, patrón -dijo Cipriano en gallego. -Abre a porta -dijo Fandiño. Fandiño sacó una pistola y abrazó a Laura por detrás, pegándose a ella. -Tú te vienes conmigo, guapa. Rogelio, tú a la segunda planeadora. A Julio se le cayó el alma a los pies. Pensaban usarlos como escudos humanos. No se le había ocurrido esa posibilidad. Laura no podría escaparse con una pistola pegada a ella. Le hizo un gesto de resignación. Mejor que no intentara nada. Las dos planeadoras estaban alineadas en la rampa sobre sus remolques. Eran enormes, con seis motores fueraborda cada una. Fandiño fue con Laura a cubierto de la segunda planeadora. La hizo subir a la primera y empujó el remolque al mar. Se hundió en el agua, dejando a flote a la planeadora. Fandiño retuvo la embarcación con un cabo y saltó a bordo. Los motores ronronearon. Fandiño maniobró para acercar la motora a la rampla. -Ahora nos toca a nosotros -Don Francisco sacó su pistola y lo abrazó por la espalda. Fueron a cubierto de la segunda planeadora hasta detenerse bajo la popa. Cipriano, mirando con ansiedad al monte a su izquierda, empezó a empujar el segundo remolque al agua. Entonces empezaron los disparos. Cipriano cayó al suelo, herido de bala. Trozos de plástico de la segunda planeadora volaron sobre sus cabezas. Don Francisco lo agarró por la muñeca y lo metió de un empujón en la planeadora de Fandiño, tirándosele encima. Los motores rugieron. La motora empinó la proa e hizo un giro pronunciado a la derecha, escorando para protegerlos de los disparos. Julio oyó varias balas incrustarse en el casco. Don Francisco rodó a un lado. Osó levantar la cabeza. Se dirigían hacia las mejilloneras a una velocidad prodigiosa. Mirando hacia atrás, vio que Cipriano se arrastraba sobre el muelle. Los hombres de Benito habían bajado a la rampla y empujaban a la otra planeadora al agua. Una mejillonera pasó al lado como una exhalación. Fandiño esperó que varias mejilloneras más se interpusieran entre ellos y los hombres de Benito. Con un giro pronunciado a la izquierda, puso proa a mar abierto. Fandiño y don Francisco miraban al caserón de donde habían salido. Los hombres de Benito habían echado la segunda planeadora al agua y la estaban abordando. Laura estaba en la proa, echa un ovillo. Le indicó con la cabeza que saltara al agua. Estaban todavía cerca de la costa. Laura no pareció entenderlo. Caminando sobre sus rodillas, fue hacia ella. Apenas había dado dos pasos cuando el salto de la planeadora sobre una ola lo hizo caer al suelo. Cuando se incorporó tenía a don Francisco al lado, apuntándolo con la pistola. Le indicó por gestos que fuera a sentarse junto a Laura. Él se sentó más atrás, sin dejar de apuntarlos. Julio luchó por desatarse, pero no conseguía encontrar el cabo correcto para deshacer el lazo. Don Francisco no le quitaba el ojo de encima. Cuando finalmente consiguió soltar sus ataduras, los acantilados de la punta de Couso ya se habían quedado atrás. Laura le devolvió una mirada desalentada. Ella también debía haberse desatado, pero sería suicida intentar nada ahora. Uno de los dos se iba a llevar un tiro, seguro. Y la costa quedaba ya demasiado lejos. La planeadora daba botes en las olas. El sol despuntó tras los montes, arrancando reflejos en algo que se movía junto a la punta de Couso. Era la otra planeadora, que había salido en su persecución. * * * Laura se cogió las manos a la espalda y apretó el cuerpo contra la borda para ocultar que se había desatado. No era fácil, con los botes que la planeadora daba en las olas. Don Francisco tuvo que guardarse la pistola para poder agarrarse a la borda. Pero la costa estaba tan lejos que sería un suicidio intentar ganarla a nado. Don Francisco miraba nerviosamente hacia atrás. Las dos planeadoras iban a la misma velocidad. No les darían alcance hasta que llegaran a su destino, que seguramente sería un barco que les pasaría la cocaína en mar abierto. Julio reptó para poder hablarle al oído. Aun así, tuvo que gritar para hacerse oír por encima del rugir de los motores y los golpes de la embarcación contra las olas. -Vamos a pasar cerca de las Islas de Ons. Si saltamos al agua, podremos llegar a ellas. Ladeó el cuerpo para mirar hacia adelante. La planeadora se dirigía a mar abierto, pero un poco a la derecha quedaba la la Isla de Onza, más pequeña de las Islas de Ons. Al otro lado, a la distancia, se divisaban las escarpadas montañas de las Islas Cíes. ¡Es una locura! El agua está helada, moriremos de hipotermia antes de llegar a la isla. ¿Pero qué alternativa nos queda? Seguramente planean tirarnos al agua en mar abierto para que nadie nos encuentre. Si saltamos, al menos tendremos una posibilidad. Tenía que estar preparada para cuando llegaran a la altura de las islas. Fandiño iba al timón en medio de la barca, mirando hacia adelante con concentración para sortear las olas. El problema era don Francisco, que seguía junto a ellos. Su vista oscilaba entre ellos y la embarcación que los perseguía. La isla de Onza se acercaba rápidamente por la derecha: una loma de tojos verde oscuro. Ahora casi eclipsaba la isla de Ons. Pero parecía imposiblemente lejos. -¡Ahora, Laura! ¡Tú primero! -le gritó Julio al oído. Se puso en pie y se agarró a la borda. El agua pasaba a una velocidad espantosa. ¿Podría sobrevivir el impacto? ¡No seas tonta, Laura, es como caerse haciendo esquí acuático! Pero la duda la había hecho perder un tiempo precioso. Don Francisco se abalanzó hacia ella gritando algo incomprensible. La cogió por los brazos. Julio se puso en pie y le pegó a don Francisco un fuerte puñetazo, pero él no la soltó. Julio agarró a don Francisco por las solapas de su impermeable y tiró de él hacia la borda. Laura comprendió lo que intentaba hacer. Se dejó caer hacia atrás. Con su peso combinado, arrastraron a don Francisco. Cayeron los tres al agua. Continúa en Náufragos en la isla de Onza.

  • Náufragos en la isla de Onza

    Pasaje de mi novela Para volverte loca. Continuación de Capturados por los narcos gallegos. -¡Vamos, Laura! -le dijo Julio-. Ahora viene lo más difícil. Tenemos que llegar a la isla. Por primera vez, Laura notó lo fría que estaba el agua. La isla se veía lejana, pero no debía estar a más de dos o tres kilómetros de distancia. Había nadado trechos más largos en Mallorca. El problema iba a ser la hipotermia. Dio un par de brazadas tentativas. -La ropa no me deja nadar -le dijo Julio-. ¿Me la quito? -Sí, mejor nos quedamos en ropa interior. La ropa mojada no nos protegerá del frío. -Vale, pero no te quites los zapatos. Nos harán falta para andar por la isla. Laura se quitó la camisa y la dejó hundirse en el mar. Julio le sostuvo las zapatillas mientras se quitaba los pantalones. Se volvió a calzar los tenis, anudándolos bien fuerte para que no se le cayeran al nadar. Luego ella sostuvo los botines de Julio mientras él se desnudaba. En sujetador y bragas podía nadar tan libremente como con un traje de baño. Se impuso un ritmo firme pero pausado. El ejercicio la ayudaría a entrar en calor. * * * Nadar a crawl contra las olas no era fácil, pero Julio sabía que era manera más rápida y eficaz de moverse. Ninguna energía se malgastaba en mantener la cabeza fuera del agua, el cuerpo ofrecía la menor resistencia posibles, y brazos y piernas trabajaban con su mejor rendimiento. Aun así, cuando giraba la cabeza para tomar aire, a veces se le metía agua en la boca, rompiendo el ritmo de su respiración. Las olas chocaban contra sus brazos cuando los movía hacia delante, minando su inercia. Le parecía estar siempre en el mismo sitio. Bajo él, la negrura de las profundidades amenazaba con tragárselo. Las olas chocaban contra él una y otra vez. Dentro de su cabeza sonaba burlona la canción que habían cantado en la fiesta del bautizo: ¡Ondiñas veñen, ondiñas veñen, ondiñas veñen e van! ¡Non te vayas Rianxeira, que te vas a marear! Estaba tan exhausto, tan concentrado en mantener el ritmo de sus brazos nadando al crawl, que no podía evitar que esa estrofa se repitiese machaconamente, hasta que parecía que las propias olas la cantaban al chocar contra su cuerpo. Volvió a tragar agua y esta vez no tuvo más remedio que detenerse, tosiendo y jadeando. La isla parecía imposiblemente lejos. No se veían más que olas rompiendo contra los acantilados. Aunque consiguieran llegar, morirían pulverizados contra las rocas. Nunca había pensado que fuera a morir así, ahogado en el mar. Ahora sí que no volvería a ver a Cecilia. Al menos no moriría solo. Tendría a Laura a su lado. La vio esperándolo unos metros más adelante. Le dio alcance y se abrazó a ella. -¡Calma, calma! No… me… ahogues -dijo ella entre un castañeo de dientes. -Sólo quiero… abrazarme a ti. Quiero que… muramos juntos. -¡No digas tonterías! Vamos… a llegar a la isla. No vamos… a morir. -¡Ya no puedo más! No tengo fuerzas… en los brazos y las piernas. Ella le cogió la nuca, acercando su cara a la suya. -¡No digas tonterías, Julio! Eres mucho más fuerte que yo. -Sí, pero no soy tan buen nadador. Y… este agua… tan fría. -Sí… es la hipotermia… le quita fuerzas a los músculos… La única solución es moverse… Seguir generando calor. -Pero… no hay más que rompientes. Moriremos destrozados… en las rocas. -Hay una playa… Se ve un poco de la arena. Era verdad: se veía una mota blanca entre las rocas. Se imaginó una playa soleada, invitándolo a echarse en la arena a dejar que el sol le desentumeciera los huesos. Eso lo animó. -¡Es verdad! -¡Tenemos que llegar, Julio! Aunque le parecía imposible, consiguió dar una brazada. Luego otra, y otra. Los brazos le pesaban como si fueran de plomo. Le parecía que sus piernas habían dejado de moverse, que se arrastraban en el agua tras él. Pasó una eternidad. La playa se veía ahora claramente, la arena blanca resplandeciendo bajo el sol. Le pareció ver manchas marrones bajo él, en el fondo del mar. Laura se había detenido otra vez a esperarlo. -Se ve… el fondo… Son algas. ¡Lo vamos a conseguir, Julio! La manchas marrones eran algas. No tenía fuerzas para contestarle. Metió la cabeza en el agua y se esforzó en levantar el brazo una vez más. Y otra. Y otra. * * * Laura sintió crecer la esperanza en su corazón. Estaban al pairo de la isla, ya no había olas. El viento rizaba apenas el agua. Hacía tiempo que Julio se había vuelto incapaz de hablarle, pero seguía nadando, despacio, mecánicamente, pero sin detenerse. A la izquierda apareció un espigón de rocas que ofrecía una salida del agua, pero habría mejillones que podían cortarlos. Mejor seguir un poco más en el agua y salir por la arena. Apenas se lo pudo creer cuando al fin sus dedos se enterraron en la arena de la orilla. Intentó ponerse en pie, pero la cabeza le daba vueltas. A su lado, Julio salió del agua a gatas. Lo imitó. Se arrastraron como pudieron sobre la arena húmeda de la bajamar, luego sobre arena seca que le quemaba las manos. Julio se desplomó a su lado. Lo sacudió. Estaba inconsciente. Vagamente se dio cuenta de la amenaza que representaba quedarse dormidos, casi desnudos, bajo el sol fulgurante de principios de verano. Se puso a cubrir el cuerpo de Julio con arena. El estar bocabajo le protegería la cara de las quemaduras. Luego se acostó también y se enterró como pudo. * * * El sol estaba en el cenit cuando Julio se despertó. Tenía arena en la boca y la nariz. Se levantó, escupiendo y resoplando, dejando que la arena que lo cubría se escurriese a su alrededor. Laura estaba a su lado, medio cubierta de arena. Le cogió la mano y le tomó el pulso. Su corazón latía con regularidad. Tenía los tobillos y los hombros enrojecidos donde no se los cubría la arena. Se puso a enterrarla sistemáticamente hasta que no quedó nada de ella expuesto al sol, salvo la melena rubia que le tapaba la cara. ¿Qué hacer ahora? Para llegar a la isla de Ons tendrían que atravesar la isla de Onza en toda su longitud y luego nadar otro buen trecho. No estaban en condiciones de hacerlo. Por la noche haría frío y estaban prácticamente desnudos. Tenía que hacer fuego. Se puso en pie trabajosamente. Tenía agujetas en los brazos, pero sus piernas parecían haber recobrado las fuerzas. En las rocas que separaban la cala del mar abierto encontró varios trozos de madera que había traído el mar, así como redes, bolsas de plástico, y botellas de plástico y de vidrio. Una de ellas atrajo su atención: era una botella de vidrio claro, de ginebra Larios. Lo importante es que tenía los lados curvados. La llevó a la orilla de la playa y se puso a quitarle la etiqueta con arena. -¿Qué haces con esa botella? Levantó la mirada hacia Laura. Se puso en pie y la abrazó. -¡Lo conseguimos, Laura! ¡Hemos sobrevivido! -Sólo si conseguimos salir de este puto islote. -¿Ahora te vas a poner de mal humor? Has nadado como una campeona. El que casi se ahoga fui yo. -Te quedaste inconsciente en cuanto llegamos a la playa. ¿No sabes que es peligroso quedarse dormido al sol? -Perdona. Se me olvidó traerme la crema solar. Eso consiguió arrancarle una sonrisa. -Te enterré para que no te quemaras. Pero yo no conseguí enterrarme tan bien, y ahora tengo un horrible dolor de cabeza. -A lo mejor un bañito te sentaría bien. -¡Tonto! -Le dio un empujón cariñoso-. ¡He tenido baño suficiente para todo el verano! -Tenemos que prepararnos. Se nos echa la noche encima y va a hacer frío. -¿No deberíamos seguir? La isla de Ons está habitada. -Sí, pero para llegar hasta allí tenemos que cruzar esta isla y luego atravesar el estrecho a nado. Estamos demasiado débiles. Mejor lo intentamos mañana. -Pero si nos quedamos aquí nos vamos a debilitar aún más. Aquí no hay comida, ni agua. -Hay mejillones en las rocas. Son muy nutritivos y nos ayudarán a quitarnos la sed. -O sea, que quieres que juguemos a los Robinsones… Aún no me has dicho qué estás haciendo con esa botella. ¿Es que has encontrado una fuente? -No, la estoy limpiando para hacer un fuego. -¿Con la botella? Lo que hay que hacer es frotar dos palitos, como los salvajes. -¡Tú has visto muchas películas, Laura! ¡Lo de frotar palitos es un curre que no veas! Creo que la botella dará mejor resultado. Tú puedes ayudarme juntando madera. He visto unos buenos trozos en las rocas. Y en el monte hay tojos secos. Acabó de limpiar la botella, la llenó de agua del mar y la llevó al final de la playa, donde Laura había juntado varios trozos de madera. -Lo de los tojos secos no ha podido ser. Intenté subir al monte, pero hay demasiada maleza. Me arañé las piernas. Julio suspiró. No se le podía pedir que evolucionara de pija a Robinson Crusoe en un par de horas. -Lo haré yo. Tú ponte a coger mejillones, antes de que suba más la marea. Laura tenía razón: la isla estaba cubierta de altas matas de tojos que le impedían el paso. Pero al secarse dejaban unos troncos resecos que arderían bien. Con un poco de estoicismo y alguna que otra maldición consiguió arrancar un par de matorrales resecos, con la mayor parte de sus hojas de púas. Se pasó un buen rato juntándolo todo y llevándolo a la esquina al fondo de la playa donde planeaba pasar la noche. Vio con satisfacción que Laura había juntado varias tablas y troncos. Había incluso una caja de las de fruta, que vendría de maravilla para empezar el fuego. Miró al sol. Mejor poner en marcha su plan mientras estaba alto. Laura se acercó trayendo una red rota y una bolsa de plástico llenas de mejillones. -La marea está subiendo a toda pastilla, será mejor que me ayudes a coger más mejillones. -Ahora lo urgente es encender el fuego, antes de que baje más el sol. Ayúdame. Dispuso la mata de tojos secos con algunos troncos a su alrededor. Tapando la boca de la botella con la mano para que no se saliera el agua, la inclinó de tal manera que enfocaban la luz del sol sobre el tojo seco. -¡Ah, has hecho una lupa! ¡Eres un genio, Julio! Él no estaba tan seguro. En vez de concentrar la luz en un punto, la botella creaba una línea brillante que no conseguía prender los pinchos secos del tojo. -¿Por qué no pruebas con esto? Laura le ofrecía un trozo del cartón que formaba el fondo de la caja de fruta. ¡Buena idea! El color oscuro ayudaría a absorber el calor del sol. Mantuvo la botella sobre el cartón, haciendo un esfuerzo para mantener el foco concentrado sobre el mismo sitio. No era fácil. Tenía los brazos tan cansados que le temblaban las manos y el brillo del sol enfocado sobre el cartón le hacía llorar los ojos. Estaba a punto de darse por vencido cuando vio salir humo. Al cabo de un rato más se formaron unos pequeños puntos rojos. Pero no conseguía hacer llamas. La mano de Laura se acercó, temblorosa, sosteniendo un trozo de una bolsa de papel. -Es el único papel que he conseguido encontrar -murmuró. Julio sopló con cuidado. El papel se oscureció, luego salió un pequeña llama. -¡Los tojos, rápido! En un momento la mata de tojos secos chisporroteaba alegremente. Julio fue añadiendo troncos de tojos, luego dispuso varias tablas alrededor del fuego. -Tenemos que mantenerlo hasta la noche sin gastar demasiada madera. -¡Estoy muerta de sed, Julio! ¿No has visto agua por ningún sitio? -No, la isla es demasiado pequeña para tener ningún riachuelo. Voy a coger más mejillones, nos ayudarán a calmar la sed. -¿Tú crees? Ha llovido un montón durante el mes de junio. Tiene que haber algo de agua en la isla, por pequeña que sea. -Vale, pues a ver si la encuentras -le dijo con escepticismo.

  • Debate sobre la prostitución

    ¿Se debe prohibir la prostitución? Este es un debate que aparece en mi novela La tribu de Cecilia y que creo que es muy relevante sobre el tema de la prohibición de la prostitución. Tiene lugar en la ficticia Liga Lesbiana de Lavapiés en 1980, pero los argumentos que se esgrimen son los mismo que hoy en día. Esta vez fue Josefa quien planteó el tema: -Pasamos ahora a tratar el último punto del orden del día. Se trata de la prostitución. Resulta que no todo lo que la democracia nos ha traído a España es bueno. En Madrid y en todas las ciudades importantes de este país se ha denunciado un aumento considerable del número de burdeles, mientras que la policía y el gobierno no hacen nada para impedirlo. Como pasa con el tema de la pornografía, se da por sentado que es algo irremediable que pasa en todas las sociedades libres. Pero nosotras no podemos quedarnos aquí sentadas mientras muchas mujeres son sometidas a los extremos más horrorosos de explotación machista. ¡Tenemos que hacer algo, compañeras! Laura vio que Cecilia había levantado la cabeza y escuchaba con atención, frunciendo gradualmente el ceño. ¡Joder, joder, joder! ¡Ahora sí que la hemos liado! Se arrepintió de haber traído a Cecilia a esa reunión. ¿Cómo no se había dado cuenta de que seguramente tratarían el tema de la prostitución? Ya habían discutido la pornografía y el sadomasoquismo, era completamente de esperar que lo siguiente a tocar fuera la prostitución, ¿no? Y claro, Cecilia no se iba a callar. -Cecilia, por favor… -le susurró. -¿Qué? -dijo Cecilia volviéndose a mirarla. -Por lo que más quieras, no se te ocurra decirles que has sido puta -le suplicó. -¿Y por qué no? -¡Pues porque te van a destrozar! La última vez que estuve aquí se me ocurrió decirles que me gustaba el sadomasoquismo y no veas cómo me pusieron. -¡Pues hiciste muy bien, Laura! Hay que ser valiente y defender nuestras ideas. A eso es a lo que hemos venido, ¿no? -Ya, Cecilia, pero todo tiene un límite… Hay cosas que no se las puedes ir diciendo a todo el mundo. Josefa las miraba irritada desde la mesa. Sin duda sus cuchicheos la habían molestado. -Lo que tenemos que hacer es comenzar una labor educadora de esas pobres mujeres -decía Vicenta-. Tenemos que hablarles de feminismo, de la dignidad del cuerpo de la mujer, del valor de la sexualidad para desarrollar la intimidad en un plano de igualdad. Pero también debemos hacerlas conscientes de la cadena de explotación de la mujer que durante siglos ha ido construyendo el patriarcado. De que en esta sociedad las relaciones sexuales son usadas por los hombres como instrumento de opresión de la mujer. De que nuestra sexualidad es algo demasiado precioso para poder ser comprado con unas simples monedas… -Pero vamos a ver, Vicenta -la interrumpió Martina-. ¿Tú has parado alguna vez en la calle a alguna puta para decirle todas esas cosas? Porque, si es así, me gustaría mucho saber su respuesta. Hubo algunas risitas contenidas. -¡Silencio! -exclamó Josefa desde la mesa-. Estamos tratando un tema muy serio. No creo que la explotación sexual de la mujer sea cosa de risa. -Compañera Martina -dijo Mercedes-, me gustaría mucho saber qué quieres decir con eso. ¿No crees que lo mejor que podemos hacer para acabar con la prostitución es educar a esas mujeres? A mí no me acaba de parecer bien que se las persiga y se las encarcele, por eso creo que un remedio basado en la educación es lo mejor que podemos hacer dentro de una estrategia no represiva. -Compañera Mercedes -la sonrisa que le dirigió Martina no estaba exenta de un cierto sarcasmo-, lo que quiero decir es que ese “remedio basado en la educación” al que te refieres se basa en la asunción de que nosotras sabemos más que ellas. De que, como decía antes Vicenta, las putas son unas pobres mujeres ignorantes que no saben lo que les conviene, así que necesitan que vengamos nosotras con nuestra educación y nuestras brillantes ideas feministas a sacarlas de esa horrible situación en que se han metido. Pero dudo mucho que las putas estén de acuerdo con vosotras a ese respecto, por lo que sospecho que si Vicenta se acerca a una de ellas para contarle todo eso que decía antes, la respuesta de la puta seguramente será mandarla a tomar por culo. Por eso se lo pregunté, para saber si me equivoco o no. Esta vez las risas fueron más descaradas. Cecilia tenía una sonrisa de oreja a oreja. Bueno, por lo menos con esto vamos a conseguir que le caiga mejor Martina. -¡Pero es que sí que son unas pobres mujeres ignorantes! -saltó Lucy-. Muchas de ellas son drogadictas que se tienen que prostituir para poder comprar heroína, o cocaína, o lo que sea que se meten. A otras les tienen comido el coco su chulo, que las enamoran para manipularlas psicológicamente… Os puede parecer mentira, pero se han hecho muchos estudios sobre esto. Y no olvidemos que todavía hay bolsas de pobreza en España donde la mejor opción de una mujer para sobrevivir es vender su cuerpo. Cecilia levantó la mano para hablar. Laura se preparó para lo peor. Por suerte, nadie le hizo caso. Josefa, en vez de moderar la discusión, se otorgó el turno de palabra a sí misma. -¡Muy bien dicho, compañera! Esa es la realidad: se trata de mujeres en situaciones extremas que las obligan a venderse a los hombres. Por eso mismo no creo que una solución basada únicamente en la educación, como propugnaba la compañera Vicenta, sea la más eficaz. No, es la responsabilidad del estado el cerrar esos burdeles y rescatar a esas mujeres de la calle para darles una opción mejor. -¿“Rescatarlas de la calle”? -replicó Martina-. ¡Por favor, Josefa, vamos a dejarnos de expresiones hipócritas! Llama a las cosas por su nombre. A lo que te refieres es a seguir haciendo lo que se hacía durante la dictadura: detenerlas y meterlas en la cárcel. A ver cómo consigues explicarnos que eso se hace por su bien, porque a mí me parece una actitud tan prepotente y paternalista como las del patriarcado. Cecilia volvió a levantar la mano. Nuevamente se la ignoró. -A ver, allí al fondo… Cristina, ¿qué nos tienes que decir? -Estoy de acuerdo con Martina en que meter en la cárcel a las prostitutas es una actitud excesivamente represiva que sólo conduce a marginarlas aún más. Pero Josefa tiene toda la razón: este problema no se puede solucionar sin la intervención del estado. La policía tiene que cerrar esos burdeles, porque detrás de ellos hay mafias internacionales muy poderosas que seducen a las mujeres con promesas de trabajo y luego las convierten en esclavas sexuales. Esas mafias tienen comprada a la policía y seguramente a más de un político. Por eso no se hace nada y cada vez hay más burdeles y más prostitutas. ¡Esto hay que denunciarlo y pararlo ya! -¡Es verdad! -gritó Lucy-. ¡Lo que hay que hacer es dejar en paz a las prostitutas y meter en la cárcel a los chulos y a los puteros! Cecilia, quien no había bajado la mano en ningún momento, se puso en pie. -Bueno, ya veo que aquí nadie respeta el turno de palabra. Llevo un buen rato con la mano levantada y no se me hace ni caso. Mientras tanto, hay otras que ni siquiera se molestan en pedir la palabra y hablan cuando les da la gana. -Ya te he visto, compañera. Enseguida te doy tu turno, pero creo que Cristina todavía tiene la palabra. -No, ya he acabado -dijo Cristina. ¡Qué educada se ha vuelto de repente! Pensé que haría todo lo posible por impedirle hablar a Cecilia. -¡Ah, vale! Entonces adelante. -¡Cecilia, por favor, no lo digas! -le susurró. Cecilia respiró profundamente, como solía hacer cuando quería calmarse a sí misma. -Estoy de acuerdo con Martina en que tenéis una actitud condescendiente y paternalista frente a las prostitutas. Aquí se han dicho muchas cosas que no son verdad. No es verdad que las prostitutas sean drogadictas, quizás haya alguna que lo sea, pero lo mismo pasa en otras profesiones. Tampoco es verdad que a las prostitutas las obligue su chulo… Por supuesto, una mujer que se prostituye se encuentra en una situación muy vulnerable, precisamente por la persecución por parte de la ley que algunas queréis perpetuar. Las pueden maltratar los clientes o un chulo y no pueden denunciarlo sin exponerse a que las arresten a ellas por prostitución. Por eso creo que los bares de putas que hay ahora suponen una mejora para las condiciones de trabajo de las prostitutas, porque las defienden contra todo tipo de abusos. A cambio de un porcentaje preestablecido de su ganancia, la prostituta tiene garantizado un sitio seguro de trabajo y alguien que la defienda en caso necesario. ¡Menos mal! Parece que va a plantear el tema sólo en un plano teórico. -¡Pero bueno, tía, tú qué coño sabes de cómo trabajan las prostitutas! -le dijo Lucy con aire burlón-. ¡Si sólo hace falta verte! ¿Qué pasa, que has hecho estudios sobre la prostitución en la universidad? -¡No, Cecilia! ¡No entres al trapo! -le volvió a suplicar. Pero por la forma en que Cecilia apretó los puños supo que era inútil. -Sé perfectamente como trabajan las prostitutas porque trabajo en un bar de putas. Concretamente en Angelique, que está en la Avenida del Brasil. Si no me creéis, id a verme algún martes o jueves por la noche. Allí me encontraréis, poniendo copas detrás de la barra. Conozco bien a mis compañeras y sé que ninguna va allí obligada por ningún chulo ni por ninguna mafia. Todas están contentas con su trabajo. Sólo conozco a una que fue drogadicta, pero se desenganchó de la heroína precisamente con la ayuda de uno de los hombres que lleva el local. Y no, no lo lleva ninguna mafia. Angelique lo abrieron un par de amigos míos para darles a las chicas un sitio seguro para trabajar. Se produjo un profundo silencio. Laura enterró la cara en las manos. En seguida se dio cuenta de que con eso no hacía sino empeorar las cosas, y volvió a mirar a su alrededor con aire indiferente. -¡Vaya! ¡Si ahora va a resultar que los chulos son unos angelitos que sólo quieren el bien de las prostitutas! -dijo Josefa. -Yo sólo puedo hablar por Angelique y por mis amigos que lo llevan. Ganan dinero, por supuesto, pero también trabajan duro y se arriesgan un montón. Quizás otros sitios funcionen de otra forma. No soy una ilusa, sé que hay explotadores en todos los negocios. Pero si los hay más en la prostitución será porque la situación de ilegalidad nos coloca en una posición vulnerable donde no podemos acudir a la protección de la ley. -Pero vamos a ver, Cecilia -dijo Mercedes con voz preocupada-. ¿Nos estás diciendo que trabajas como prostituta en ese sitio? -No. Trabajo poniendo copas, llevando las cuentas y organizando el funcionamiento del local. Llevo allí ya casi dos años, por eso conozco bien el negocio. -¿Pero por qué te buscaste precisamente ese trabajo? Por tu forma de hablar veo que eres una mujer culta. Podrías trabajar en muchas otras cosas. -Sí, claro. Soy licenciada en física y estoy haciendo mi tesis doctoral, pero eso no me da dinero, así que me he buscado ese trabajo para ganar algo de dinero por las noches sin que me quite demasiado tiempo para mis estudios. Di con él por casualidad, como pasan muchas cosas en la vida, a través de un amigo… Pero, si quieres que te sea sincera, lo que me atrajo de la prostitución fue mi fascinación por el sexo. Creo que el sexo puede servirnos para romper los condicionamientos mentales que nos impone la sociedad. Al liberarnos de nuestras represiones somos capaces de ser más libres y más felices. En la prostitución encontré una manera de aprender sobre el sexo, viendo cómo son los clientes, lo que buscan, lo que los satisface, y hablando con las mujeres que tienen mayor experiencia en esas materias. De pie en medio de la asamblea, con el pelo aún desordenado por el viento, hablando con convicción y con calma, Cecilia irradiaba un poder irresistible. Laura recordó como le temblaba la voz a ella la vez que se enfrentó a esta misma asamblea y se sintió tremendamente orgullosa de ella. No fue la única en notarlo. Martina se inclinó hacia ella y le dijo: -¡Guau! ¡Tu chica es increíble, princesa! El tono de la reunión había cambiado drásticamente. Ahora todas guardaban un silencio reverencial, quizás porque lo que les había dicho Cecilia las había hecho pensar, o quizás porque no atrevían a contradecir su lógica y su experiencia. Sin embargo, Josefa señaló al final de la sala: -Sí, allí al final… Cristina tiene la palabra. Cecilia retomó su asiento. Cristina era ahora quien se puso en pie para hablar. -La compañera nos ha dado buenos argumentos y no cabe duda de su experiencia en ese terreno. Me parece particularmente interesante lo que ha dicho al final: que el sexo es la llave para nuestra libertad y nuestra felicidad. Yo estoy de acuerdo, pero pienso que precisamente por eso debemos aborrecer la prostitución. Como mujeres, sabemos que el sexo está intrínsecamente unido a nuestras emociones. Es la llave de nuestra intimidad, nos abre el corazón y nos vuelve vulnerables. Precisamente por eso, sólo debemos hacer el amor con alguien a quien queremos y que nos corresponda en ese amor. Cuando una mujer intercambia sexo por dinero, esa capacidad de abrirse al amor, de hacerse vulnerable, queda dañada. De ahí viene ese sentimiento de suciedad, de indiferencia hacia todo, que irradian las prostitutas. Cuando un hombre paga por poseer a una mujer, sabe que está comprando algo más que sexo, está apoderándose de algo esencial para ella… Y echándolo a perder para siempre. ¡Claro! Por eso había dejado hablar a Cecilia. Cristina era veterana de cien asambleas. Contaba con dejar en ridículo a Cecilia y por extensión a ella. De hecho, su facilidad de palabra, su indudable cultura, habían sido las cosas que más le habían atraído de Cristina. Pero también sabía lo competitiva que era. Cristina no soportaba ver que salía con una mujer que, encima de ser guapa y sexy, era capaz de meterse en el bolsillo a toda la asamblea con su inteligencia y su oratoria. A la fuerza tenía que ganarle esa partida a Cecilia. Pero Cecilia no se dejó arredrar. Levantó la mano y cuando le dieron la palabra volvió a ponerse en pie. Todas la miraron expectantes. -Cristina nos ha mostrado una visión del sexo que en realidad no es muy distinta de la que nos ofrece la Iglesia y el puritanismo. La Iglesia nos dice que debemos mantener puro nuestro cuerpo porque es el templo del Espíritu Santo… y patrañas similares. Los puritanos de la era victoriana pensaban que las mujeres debíamos ser seres angelicales, maternales y protectores, ajenos al deseo que ensucia el corazón de los hombres… Otra patraña que condenó a mucha mujeres a vidas de frustración sexual. Sí, el sexo es capaz de abrirnos el corazón al amor, pero sólo si nosotras queremos. El sexo es infinitamente variado y complejo, todo un arco iris de posibilidades. Puede ser tierno o salvaje, íntimo o distante, superficial o profundo. Por eso, no creo que cuando una prostituta otorga sexo a cambio de dinero pierda algo más que unos pocos minutos de su vida. El sexo no la daña, no la ensucia, no la hace perder nada esencial. Es simplemente follar un ratito y luego se acabó. Creo que no hace falta ser puta para haber experimentado eso, ¿no? Todas hemos echado alguna vez un polvo intrascendente y no creo que eso nos haya hecho ningún daño. Todas las putas que conozco tienen pareja. Entienden que follar con un cliente y con su pareja son dos cosas distintas. No sé si estaréis de acuerdo conmigo en todo esto, pero hay una cosa que sí os pido: por favor, no depreciéis a las prostitutas. Son mujeres como cualquiera de nosotras, que se merecen nuestro respeto, que no las tratemos como personas sucias o dañadas… Ni con condescendencia y paternalismo, como si fuéramos superiores a ellas. Cecilia se sentó. Josefa volvió a señalar al fondo de la sala. Para su sorpresa, vio que quien se había puesto de pie para hablar no era Cristina, sino Lola, la chica que la acompañaba. -Le estoy muy agradecida a Cecilia por haber dicho eso que ha dicho al final -dijo con la voz quebrada de una mujer asustada-, porque si no hubiera dicho eso yo no me hubiera atrevido a contaros lo que os voy a contar ahora… Me casé con un hombre que me trató muy mal. Nunca me pegó, es verdad, pero lo que me hacía era peor… No paraba de criticarme, de meterse conmigo, de decirme que no servía para nada. Al casarnos nos fuimos de Sevilla y nos vinimos a vivir a Madrid, con lo que yo perdí el contacto con toda mi familia y con mis amigas. También dejé mi trabajo. Al principio todo eso me pareció bien… no me di cuenta de que al volverme económicamente dependiente de él le daba el poder de controlarlo todo en mi vida. Por ejemplo, muchas veces le pedí dinero para comprarme un billete de tren para ir a Sevilla a ver a los míos, pero no me lo quiso dar. Tampoco le gustaba nada que saliera de casa, se ponía muy celoso. Allí metida en ese piso, sin nada que hacer salvo limpiar y ver la tele, empecé a deprimirme. Me acabé creyendo todo lo que me decía, que no valía para nada, que ese tipo de vida era todo a lo que yo podía aspirar. -Lola, cariño -la interrumpió Cristina-. Te estás saliendo del tema. No creo que a las demás les interese conocer los detalles de tu vida privada. -Es verdad, compañera -añadió Josefa-. Estábamos hablando de la prostitución. Todo eso nos lo tenías que haber contado antes, cuando hablábamos sobre la violencia doméstica. -¡Déjala, Josefa! -se plantó Mercedes-. Lola nos estaba contando algo tremendamente importante para ella. ¿Cómo vamos a luchar contra la violencia doméstica si nosotras mismas silenciamos a sus víctimas? Síguenos contando, Lola… Martina dio tres sonoras palmadas de aprobación. -Es que… Es que sí que tiene que ver con la prostitución -sollozó Lola-, porque a eso fue a lo que llegué al final. -¡Lola! -exclamó Cristina-. ¡Cómo se te ocurre contarles eso! -¡Joder, Cristina! -dijo Martina-. ¿Quieres dejarla hablar de una puñetera vez? -Es verdad. Espérate a que acabe, y luego te doy a ti la palabra -le dijo Mercedes. Laura sintió vergüenza ajena por Cristina. Lola le acababa de hacer lo que ella había temido que le hiciera Cecilia. Lola dirigió una mirada temerosa a Cristina, pero luego se enderezó y siguió hablando. -Sí, al final llegué a la prostitución, y eso fue lo que me salvó. Yo estaba muy, muy mal, tan deprimida que no conseguía salir de la cama… A veces incluso pensaba en matarme. Un día de los que no podía levantarme mi marido me echó una de sus broncas. Me insultó, como siempre, pero esa fue la primera vez que me llamó puta. No sé cómo, pero eso me hizo reaccionar. Pensé: “Conque puta, ¿eh? ¡Pues ahora te vas a enterar!” Me fui de casa y… y me puse a trabajar en una barra americana de esas… No es que estuviera bien, pero fue mejor de lo que yo me esperaba. Ganaba más dinero del que necesitaba para vivir y, sin los insultos de mi marido, enseguida se me pasó la depresión. Al cabo de unos meses, con mis ahorrillos, mi buena ropa y mi piso de alquiler, conseguí encontrar un trabajo de contable, que era lo que hacía antes. Así que dejé la barra americana… ¡Y aquí estoy! Bueno, os he contado mi historia para que os deis cuenta de que algunas mujeres se hacen putas no porque sean drogadictas, ni porque las obligue su chulo o una mafia, sino simplemente porque así consiguen salir adelante. Se volvió a producir un profundo silencio. -Cristina, tienes la palabra- dijo Josefa. Pero Cristina había enterrado la cara entre las manos. Sacudió la cabeza, negándose a contestar. -Bueno, después de ese testimonio tan impresionante, creo que lo mejor será dar por terminada la asamblea -dijo Mercedes-. Creo que todas necesitamos reflexionar sobre lo que hemos oído.

  • Historia de una derrota

    Pasaje de mi novela "La tribu de Cecilia" que narra el fin de la Guerra Civil en España El conferenciante era un hombre mayor, pero alto, erguido y atractivo. Cecilia calculó que rondaría los setenta años, basándose en el hecho de que debía tener más de veinte cuando empezó la Guerra Civil. Sin embargo, los años no habían conseguido doblarle el espinazo ni despojarle de su cabellera de rizos rebeldes. Se movía con gestos bruscos y energéticos. En su habla se notaba un ligero acento mejicano. El aula del Colegio Nicolás Salmerón estaba llena hasta los topes. Sin duda, los organizadores del PCE no habían contado con que su exigua publicidad iba a atraer a tanta gente. “La Guerra Civil vista por un agente de la República en el extranjero”, decían las cuartillas fotocopiadas con una foto irreconocible del conferenciante que habían pegado en los muros de las obras, las farolas y las paredes del metro. Hubo una breve introducción en la que el conferenciante fue calificado de “luchador por la clase obrera”, “héroe del pueblo” y “defensor del proletariado”. Cuando le llegó el turno, él sonrió con modestia y negó con la cabeza. -No soy proletario, ni obrero, ni mucho menos un héroe. Mis padres eran profesionales de clase media, cultos y progresistas. Me enviaron a un buen colegio de la Institución Libre de Enseñanza en Madrid, y luego a la Escuela de Ingenieros de Caminos. Tuve suerte: la guerra comenzó justo el verano en que terminé la carrera. Mientras estudiaba me había vuelto muy activo políticamente, colaborando con las campañas de las Juventudes Socialistas en apoyo del Frente Popular, así que enseguida me vi en el centro de todo el follón. Yo estaba del lado de los socialistas de Julián Besteiro, a quien admiraba por su actitud racional y moderada. Cecilia escuchaba fascinada. Recordaba vagamente quién era Julián Besteiro de cuando había leído “La Guerra Civil Española” de Hugh Thomas. El conferenciante pasó a relatar su servicio en las milicias del frente del Guadarrama. No duró mucho allí. Su activismo político combinado con sus conocimientos de ingeniería y de inglés pronto lo convirtieron en asesor militar encargado de la organización logística de la guerra. Viajó mucho, visitando los frentes de la Mancha, Guadalajara y Aragón. Estuvo un rato contándoles interesantes anécdotas de su experiencias con las comunas anarquistas que se habían organizado en varios pueblos. Cecilia notó que nunca se refería a los enemigos de la República como los “nacionales”; al principio de la guerra eran los “sublevados”, luego “franquistas” o “fascistas”. En el verano del 38, habiendo perdido la cornisa cantábrica, con los fascistas cortando la comunicación entre el centro y Cataluña, y amenazando Valencia, la República había decidido lanzar una ofensiva desesperada en la Batalla del Ebro. La operación tenía una finalidad tanto militar como propagandística: las tensiones de Inglaterra y Francia con la Alemania nazi habían alcanzado un punto crítico, lo que le había dado al gobierno de Negrín renovadas esperanzas de que la contienda española se viera asimilada en una guerra europea a gran escala. O que, al menos, los ingleses y los franceses entendieran por fin que apoyar a la República estaba a favor de sus propios intereses. Como parte de esa labor y debido a sus conocimientos de inglés y de logística militar, al conferenciante se le encargó ir a Inglaterra a reforzar de la misión diplomática en Londres dirigida por el embajador Pablo de Azcárate. El conferenciante daba paseos nerviosos de un lado al otro, las manos en la espalda, mirando más al suelo que a su audiencia. -No me hizo ninguna gracia tener que dejar España. Me parecía cobarde irme a un destino seguro en el extranjero mientras mis compañeros morían como moscas en el frente. Además, yo tenía una amante en Madrid de la que estaba muy enamorado, y no me permitían llevármela a Londres conmigo. Me aterraba la idea de que pudiera morir durante mi ausencia. Al final tuve que aceptar. En una guerra es importante mantener la disciplina y obedecer órdenes. Detuvo sus paseos, encaró a la audiencia y se frotó la barbilla, pensativo. Durante unos segundos se hizo un extraño silencio en el aula. Luego prosiguió su charla. -Mi destino en Londres me resultó incómodo desde el principio. Yo soy un hombre práctico, me gusta la acción. Las intrigas y los vericuetos de la diplomacia iban contra mi carácter. Me resultaba difícil contener mis ganas de liarme a golpes con esos ingleses tan estirados que se negaban a comprender la magnitud de lo que estaba sucediendo en España. En cierto modo, era peor que luchar en el frente. Cada día nos traía nuevas frustraciones. Los ingleses, bajo el gobierno de Neville Chamberlain, se habían negado a apoyar a la República desde el principio y no había manera de hacerlos cambiar de opinión. El mismo Churchill, por aquella época, no era mucho mejor que Chamberlain. Incluso se negó a darle la mano a Azcárate una vez. Eran todos unos hipócritas, cerrando los ojos no sólo al sufrimiento del pueblo español sino al desastre que les deparaba el futuro. La política de supuesta “no intervención” sólo servía para que Hitler y Mussolini le enviaran más y más armas y tropas a Franco, mientras que nosotros sólo contábamos con el apoyo de Stalin, por el que pagábamos un altísimo precio político. Azcárate se concentraba en denunciar los crímenes de los fascistas, como los bombardeos de la población civil por los aviones alemanes. Teníamos la esperanza de que finalmente los ingleses y los franceses acabarían de ver la verdadera naturaleza de Hitler y Mussolini, y que eso los podría de nuestro lado. Lo malo es que había muchos conservadores en el gobierno británico que odiaban a los comunistas por encima de todo. Temían que la revolución de la clase obrera que había ocurrido en España se extendiera también por Inglaterra. Muchos confiaban en que Hitler comenzaría una guerra con Stalin y que ambos se destruirían mutuamente, dejando a las potencias capitalistas instaladas en el poder. Hizo una nueva pausa, con un gesto atormentado. Cecilia tuvo la impresión de que seguía luchando en la Guerra Civil, como si no hubiera pasado el tiempo. -Entonces, a finales de septiembre, ocurrió el desastre… el suceso que nos hizo perder la guerra y dio la puntilla a la República. No me refiero a la Batalla del Ebro… creo que hubiéramos podido resistir el embate de los fascistas si no hubiéramos estado tan completamente desmoralizados. Me refiero a los Acuerdos de Múnich. Fue un pacto vergonzoso, en el que Inglaterra y Francia le cedían a Alemania los Sudetes, que eran parte de Checoeslovaquia, para así intentar postergar una guerra inevitable. Con los Acuerdos de Múnich se terminaron nuestras esperanzas de que los ingleses le declararan la guerra a Hitler y se pusieran de nuestro lado. Se peinó el pelo hacia atrás con los dedos y empezó otra vez a caminar de un lado al otro, agitado. -Yo ya no tenía nada que hacer en Londres. Pedí permiso para volver a España, pero me lo negaron. Ese mes de octubre las cosas empeoraron rápidamente para la República Española. Las fuerzas franquistas fueron reconquistando poco a poco el territorio que habían perdido en la Batalla de Ebro. En noviembre y en diciembre empezaron a avanzar otra vez. Entraron en Cataluña, barriendo nuestras defensas. Yo ya no aguantaba más, si no volvía a España enseguida perdería la oportunidad de reunirme con mi novia. Ella acabaría atrapada en una España franquista mientras yo permanecería exiliado en el extranjero… Si es que no le ocurría algo horrible. Conchita era muy joven, una adolescente apenas. Había perdido a sus padres en los bombardeos de Madrid. Cecilia se tensó de repente, presa de un súbito reconocimiento. -¡Ay, Cecilia, suéltame! ¡Me haces daño! -se quejó Malena. Inconscientemente, le había estado apretando la mano a Malena. -¡Es él, Malena! ¡Es Jesús! -¿Quién es Jesús? -¡Shhh! ¡Calla! -Por fin, a primeros de año, me dieron permiso para volver a España -continuó diciendo Jesús-. La cosa no era nada fácil: los franquistas avanzaban rápidamente por Cataluña, así que cruzar la frontera estaba fuera de cuestión. Mi única oportunidad era coger un barco en el sur de Francia que me llevara a Valencia, Alicante o Cartagena, en la zona de costa que aún estaba en poder de la República. Viajé hasta Marsella sin mayor problema, pero apenas había barcos que zarparan para España. En varios que lo hacían no me quisieron admitir. Pasó una semana, luego otra. El 26 de enero cayó Barcelona y una enorme masa de refugiados entró en el sur de Francia. Las autoridades francesas empezaron a buscarme para meterme en uno de los campos de refugiados. Por fin conseguí que unos marineros comunistas me metieran a escondidas en un barco con destino Alicante. Jesús parecía haberse olvidado de su audiencia, era como si hablara consigo mismo. -No llegué a Madrid hasta bien entrado febrero. La situación en la ciudad era lamentable: había mucha hambre y todo el mundo daba la guerra por perdida. Conchita se alegró muchísimo al verme, temía que me hubieran matado. Estaba demacrada. En el apartamento donde vivía hacía un frío horrible, llevaban todo el invierno sin calefacción. Yo apenas pude mejorar su situación, mis antiguos amigos no podían ayudarme. A Cecilia se le saltaron las lágrimas. Ya no le quedaba ninguna duda de que estaba oyendo la historia de su madre de labios de ese extraño en el que había pensado tantas veces. -¡Cecilia! ¿Qué te pasa? ¡Estás llorando! -Le dijo Malena alarmada. -¡Calla, Malena! Luego te lo cuento. Jesús se detuvo en sus paseos, pareció darse cuenta de que estaba dando una conferencia para gente a la que poco le importaban sus problemas personales. -Acababa de celebrarse una reunión de comunistas en Madrid. A duras penas, en medio de un clima de derrotismo, habían acordado seguir la lucha hasta el final. A los que pensábamos así nos llamaban los “Numantinos” pues, como los antiguos habitantes de Numancia, preferíamos morir peleando. Yo, por mi parte, me reuní con mis antiguos compañeros socialistas, quienes me contaron que había en marcha un plan para rendirse a Franco, liderado por los más altos mandos del ejército republicano: el coronel Casado, el coronel Muedra y el general Matallana. Por desgracia, mi antiguo héroe Julián Besteiro era también uno de los cabecillas. La noticia me dejó anonadado. Por lo visto, Casado y sus compinches pensaban entregar a los líderes comunistas a Franco para ganarse su perdón. ¡Cómo habíamos podido llegar al extremo de conspirar unos contra otros, de planear abiertamente una traición a la República! Además, gracias a la información a la que había tenido acceso en Londres, yo sabía que rendirnos a Franco sería un desastre. Los fascistas habían promulgado una ley que criminalizaba a todos los políticos de izquierdas de la República, incluso los que habían sido elegidos años antes de la guerra. No me cabía ninguna duda de que una rendición a Franco acabaría en un baño de sangre. Decenas de miles de personas serían ejecutadas. También estaba seguro de que, a pesar de los Acuerdos de Múnich, la paz de Inglaterra y Francia con Hitler no iba a durar. Si conseguíamos aguantar unos meses más, la ansiada guerra europea vendría a rescatarnos. Resolví unirme en secreto a los comunistas, que eran los únicos que estaban decididos a seguir luchando. La mayor parte de los socialistas y de los anarquistas apoyaban a Casado. Sin embargo, mantuve mis contactos con los socialistas para así tener acceso a información sobre el golpe de estado que estaban preparando. No me fue difícil; en realidad, no hacían gran cosa por ocultar sus planes. -¡Cecilia! ¿Qué está pasando? ¿Quién es ese hombre? -le volvió a preguntar Malena con impaciencia. -El novio de mi madre durante la guerra… ¡Calla, por favor! No me quiero perder nada de lo que diga. -Así fue como me enteré de que Casado se había reunido con dos espías de la Quinta Columna franquista -seguía contando Jesús-. Hice todo lo posible para comunicárselo al gobierno de Negrín, pero no lo conseguí hasta que vino a Madrid el 24 de febrero. El día antes, Casado había prohibido la publicación de Mundo Obrero por urgir continuar la resistencia. -¿El novio de tu madre? ¡Ah sí, el de la foto! ¿Pero cómo puedes estar segura de que es él? -Estoy segurísima. Mi madre es la Conchita de la que habla. ¡Ahora cállate, por favor! -Negrín y los comunistas, viendo que estaba de su lado y que poseía información valiosa, tanto nacional como internacional, me invitaron a una reunión muy importante del gobierno en Elde, un pueblo de la provincia de Alicante que se había convertido en la capital provisional de la República. Yo no sabía qué hacer… Por un lado, estaba dispuesto a trabajar por la República, hasta el final. Por el otro, no quería abandonar una vez más a Conchita, quien me necesitaba desesperadamente. Al final, ganó mi conciencia revolucionaria y me fui a Elde. La situación era desoladora. Inglaterra, Francia y un montón de países más acababan de reconocer al gobierno de Franco. Azaña había dimitido como Presidente de la República y nadie sabía qué hacer para impedir un avance demoledor de los franquistas. Mientras tanto, el coronel Casado y el general Matallana campaban a sus anchas diciéndole a todo el mundo que pensaban rebelarse contra el gobierno… ¡Se lo dijeron hasta al mismísimo general Miaja, el defensor de Madrid! Negrín conocía perfectamente las conspiraciones de Casado, pero no hacía nada para atajarlas. A principios de marzo tuvo lugar un incidente vergonzoso en Cartagena. Negrín había nombrado a Francisco Galán, un comunista, como jefe de la base naval. Pero cuando acudió a ocupar el cargo se encontró con que el almirante Buiza estaba sublevado contra el gobierno. Al final acordaron hacer zarpar a la flota republicana, con ellos dos, Buiza y Galán, a bordo. Aprovechando la oportunidad, unos quintacolumnistas falangistas salieron de sus escondrijos y se hicieron con el control del centro de Cartagena. Menos mal que al día siguiente una brigada de comunistas llegó desde Valencia y acabó con ellos. Encima, consiguieron hundir al Castillo de Olite, un buque franquista que traía refuerzos. Mientras tanto, Casado permanecía en Madrid, desobedeciendo órdenes explícitas de Negrín de presentarse en Elda. Cecilia se sintió tentada de ponerse en pie y gritarle: “¡Jesús, soy la hija de Conchita!” Pero, además de que eso sería una grave falta de etiqueta, se moría de ganas de oírle contar por qué al final terminó abandonando a su madre en Madrid. Si sabía que la hija de Conchita estaba entre su audiencia, quizás cambiaría su historia. Decidió que sería mejor abordarlo al final de su conferencia. -Todo eso me hizo darme cuenta de que si Casado daba su golpe de estado en Madrid y los comunistas se atrincheraban en Elde, me arriesgaba a quedarme otra vez separado de Conchita. Decidí volver a Madrid enseguida. No conseguí transporte hasta el seis de marzo, que resultó ser demasiado tarde. Ese mismo día Casado dio por fin su golpe de estado y formó el Consejo de Defensa Nacional. Las tropas comunistas que guardaban las afueras de Madrid se sublevaron de inmediato contra Casado y entraron en la ciudad. Sin noticias de lo que estaba ocurriendo, un grupo de compañeros comunistas y yo nos dirigíamos a Madrid. En las afueras nos topamos con las tropas de Cipriano Mera, un dirigente anarquista que estaba del lado de Casado, quienes nos detuvieron y nos cogieron prisioneros. Pasé una noche horrible, pensando que mis compañeros y yo íbamos a ser entregados a los franquistas como parte de las condiciones de rendición. Sin embargo, al día siguiente nos liberaron. Más tarde me enteré de que Negrín tenía en su poder al general Matallana y que Casado lo había amenazado con fusilar a todos sus ministros si no lo liberaba. Negrín accedió a liberar a Matallana y Casado le correspondió liberando a sus prisioneros comunistas, nosotros entre ellos. A pesar de todo, Cipriano Mera no nos permitió continuar el viaje hasta Madrid. Nos mandó con una escolta de vuelta a Elde. Allí nos encontramos con que Negrín, el resto del gobierno y los principales dirigentes comunistas acababan de abandonar España en avión. Mis compañeros de viaje encontraron sitio en un barco que los llevaría a Francia, pero yo seguía decidido a volver a Madrid. No tuve suerte, nadie quería ir en esa dirección. Al contrario, cada vez llegaban más refugiados del interior. A los pocos días, los casadistas acabaron de derrotar a los comunistas en Madrid. Jesús hizo una pausa. Se volvió a pasar los dedos entre el pelo. Siguió hablando en voz más queda. -Me enteré de que había una orden de detención contra mí… Al parecer, al final los socialistas se habían enterado de que le había estado pasando información al gobierno de Negrín. O quizás no fuera eso… En realidad, estaban persiguiendo a todos los comunistas. Se me volvió a presentar una oportunidad de coger un barco para Francia, y esta vez la aproveché. Si no lo hubiera hecho, seguramente habría acabado delante de un pelotón de fusilamiento de los franquistas. Aún y así, me he arrepentido toda mi vida de coger ese barco. Esto último lo dijo en voz tan baja que Cecilia apenas alcanzó a escucharlo. Después, como despertando de un sueño, añadió con su habitual voz decidida: -Y ese es el final de la historia que os puedo contar… La República Española duró sólo unos pocos días más. Si queréis conocer lo que pasó en esos días tendréis que leer los libros de historia, porque yo no lo presencié. Muchas gracias por vuestra atención.

  • ¿Qué haces cuando la policía te detiene por puta?

    Principio de mi novela Para volverte loca Madrid, madrugada del viernes 11 de abril, 1980 Era casi la una de la madrugada cuando la policía irrumpió en Angelique. Apenas quedaban un par de clientes hablando con las chicas. Cecilia se había puesto a hacer las cuentas del negocio sobre la barra del bar. De improviso, el portón de madera que daba a la calle se abrió de golpe y Miguel, el vigilante que tenían afuera, entró en el local andando de espaldas con las manos en alto. Detrás de él, pistola en mano, entró un madero con bigote. Le seguían otros policías, muchos policías. Cecilia no esperó a ver cuántos eran, se dejó caer tras el mostrador y se hizo un ovillo junto a una caja de botellas de cerveza. -¡Qué nadie se mueva! -oyó gritar al policía, seguido de los lamentos de las chicas y pasos apresurados por todo el local. -¡Vosotros dos, mirad que hay detrás de esa puerta! ¡Y vosotros, los servicios! ¡Venga, que no se os escape nada! Oyó el golpear de las puertas de las taquillas donde las chicas guardaban la ropa de calle. Más pasos apresurados, órdenes y quejidos. Empezaba a confiar que no la encontraran cuando vio al madero del bigote asomarse por encima del mostrador. -¡Tú! ¡Qué haces ahí! ¿No he dicho que no se moviera nadie? -Eso es lo que hago. No moverme. -¡No te hagas la lista! ¡Venga, sal de ahí inmediatamente! Se puso en pie lentamente, levantando las manos por si acaso. El policía aún tenía la pistola en la mano. Llevaba galones dorados en el uniforme. Recordó que Julio le había explicado que eso quería decir que era un sargento. -¿Eres la encargada de este sitio? -No, yo sólo atiendo el bar. El sargento la recorrió con la mirada. Le gustaba vestirse sexy cuando trabajaba en Angelique. Esa noche se había puesto un corsé de cuero negro con escote; minifalda, también de cuero, encima de medias de red y zapatos de tacón que la hacían más alta. Para el sargento era una puta más. -Y esto, ¿qué es? -dijo cogiendo el block donde había estado haciendo números. -Las cuentas de las consumiciones -le respondió sin vacilar. -¿Sólo las consumiciones? Eso ya lo veremos -dijo metiéndose el cuaderno en el bolsillo-. ¡Venga, date la vuelta! Para su alarma, el policía le esposó las manos tras la espalda. Sólo una vez antes le habían puesto unas esposas, y no había salido muy bien parada. El corazón empezó a latirle con fuerza. -¿Por qué me esposa? ¿De qué se me acusa? -protestó. -¡Tú a callar! Ya te lo explicarán en la comisaría. ¡Venga, vamos! La pusieron en fila con las otras tres chicas: Tatiana, Celeste y Encarna. Las hicieron salir de Angelique y la metieron en un furgón de la policía. No había ni rastro de los clientes, ni del vigilante. * * * En la comisaría no se molestaron en tomarles la declaración. La detuvieron el tiempo justo para quitarle las esposas. Luego las llevaron derechas a una celda y las encerraron. -¡Ay, dios mío! ¿Pero cómo ha podido pasar esto? -se quejó Tatiana-. ¿No tenía el Chino un acuerdo con la pasma? Tatiana era belleza exótica con piel color flan, ojos almendrados y pelo azabache. Vestía un chaleco sin mangas que a cada movimiento se abría en el centro para mostrar sus pechos perfectos. Ahora eso la hacía parecer terriblemente vulnerable. Cecilia la abrazó y le hizo un ademán a las otras dos de que se acercaran -¡Shhh! ¡No digáis nada! -les susurró-. No mencionéis al Chino ni digáis nada de Angelique. Recordad lo que dicen en las series de la tele: tenéis derecho a guardar silencio, y todo lo que digáis podrá ser usado en contra vuestra. -¡Qué va! ¡Si nos han pillado in fraganti! ¡Se nos va a caer el pelo! -sollozó Encarna, la más nueva. Era una chica menuda, con muchas curvas y el pelo corto y rizado. -No, Encarna. No nos han pillado haciendo nada ilegal. Nosotras sólo estábamos trabajando en un bar dándole conversación a los clientes. Más allá de eso, no pueden demostrar nada. El único peligro es irse de la lengua. ¡Así que ya sabéis lo que tenéis que hacer! Siguió intentando calmarlas, pero no sirvió de mucho. Al cabo de un rato las tres estaban llorando a moco tendido. Cecilia se sentó en la estrecha banqueta que había pegada a la pared, se metió los dedos en el pelo e intentó pensar. Lo fundamental era hacerles saber a Julio y a Laura lo que había pasado. Laura llamaría a su padre y enseguida encontrarían a un abogado que la sacaría de allí. No podían retenerla sin cargos y, en definitiva, ella no estaba haciendo nada ilegal. Sólo servir copas en un bar. De hecho, si se hubiera ido al hotel con un cliente no la habrían pillado. Y esa noche, por primera vez en mucho tiempo, había estado a punto de hacerlo. Es que Arturo se le había puesto muy pesado. Estaba encoñado con ella desde el primer día que la vio. Y a ella, la verdad, tampoco la desagradaba ese caballero de cuarenta y tantos años, bien educado, con buena forma física y rostro apacible de rasgos elegantes. Le había explicado mil veces que ella sólo se dedicaba a poner copas y a hacer las cuentas dos noches a la semana, para que el Chino pudiera ir a dar clases a Shaolin, su centro de artes marciales. Pero nada, cada vez que la veía tras la barra se iba derecho a ella y se ponía a charlar y a tirarle los tejos. La verdad es que su obsesión por ella la halagaba. A base de confidencias habían terminado por hacerse amigos. Arturo le contaba lo mal que se llevaba con su mujer, como ella se dedicaba a comerle la moral a todas horas, criticando todo lo que hacía, encontrándole falta en todo, haciéndose la víctima. Utilizaba el sexo como chantaje. Hasta que, en una de sus peores peleas, él se hartó y le dijo que ya no pensaba volver a follar con ella. Fue entonces cuando empezó a irse de putas. Cecilia estaba segura de que el matrimonio de Arturo había pasado el punto de no retorno. Le había dicho un montón de veces que lo que tenía que hacer esa separarse de ella. Arturo ponía un montón de pegas: que si el divorcio todavía no había llegado a España, que si no tenía suficiente dinero, que si no quería perder a sus hijas… En el equipo de música había estado sonando Dreamer de Supertramp. Todavía tenía esa canción metida en la cabeza. Hablaba de un estúpido soñador que pierde contacto con la realidad y luego se lamenta de lo que le pasa. Había pensado que se refería a Arturo, pero en realidad hablaba de ella. No le habían faltado advertencias de que podía pasarle esto. Pero ella, con su estúpida cabezonería, se había empeñado en seguir trabajando en Angelique. Esa noche se había sentido muy cerca de Arturo. Hasta había empezado a contarle cosas de su vida personal, cosa que nunca hacía con los clientes. Le había soltado que tenía cinco amantes, tres hombres y dos mujeres, para desanimarlo y escandalizarlo. Pero él se lo había tomado como lo más normal. Entonces se había puesto a explicarle que estaba casada con Julio y con Laura. Y que, aunque poca gente estaba dispuesta a aceptar lo del trío, los tres vivían juntos y se querían un montón. Y encima iban a tener un hijo. Laura estaba embarazada. Le contó que además era la amante de Lorenzo y Malena, quien a su vez estaba liada con Laura, así que habían llegado a formar una familia de cinco, una tribu… Allí fue cuando Arturo se perdió, así que no llegó a contarle que también follaba a veces con Johnny, el propietario de Angelique. Arturo había acabado yéndose al hotel con Verónica. Si lo hubiera hecho ella, como le pedía el cuerpo, no la habría pillado la pasma. Miró a través de las rejas, a ver si veía a algún policía para pedirle que le dejaran hacer una llamada por teléfono. Tenía derecho a eso, ¿o no? Era difícil sustraerse del estado de desesperación de las otras. La canción Dreamer seguía repitiéndose obsesivamente en su cabeza. Se había empeñado en vivir en una fantasía, creyendo que todo el mundo comprendía su lucha por la liberación sexual, su dichosa revolución erótica. Se había obcecado en seguir trabajando en Angelique, contra los deseos de Laura, contra las advertencias de su padre… No… Aquello no habían sido advertencias, sino amenazas. Al cabo de un rato oyó abrirse la puerta. Dos grises avanzaron por el pasillo ante las celdas. Entre ellos llevaban a Verónica. ¡Vaya! Así que tampoco me habría servido de nada irme al hotel con Arturo. Metieron a Verónica en la celda con ellas. Cecilia la abrazó. Verónica era una mujer alta, algo mayor que las otras, con rasgos angulosos y un cuerpo fornido pero bien formado. -¡Joder, qué marrón! Entro en Angelique tan tranquila después trincarme al Arturo, y me doy de bruces con un puñado de maderos. ¿Qué ha pasado? -No lo sé. Entraron de repente y nos arrestaron a todas. ¿Han detenido a Arturo? -No. Tuvo la buena idea de irse derechito a casa desde el hotel. ¿Qué nos van a hacer? ¿Os han dicho algo? -No, nada. Oye, si te interrogan, tú no sueltes prenda, ¿vale? No nos pueden obligar a hablar si no es delante de un abogado. -Ni tú tampoco, Cecilia… Se le acercó aún más y le susurró al oído: -Nosotras dos tenemos que tener mucho cuidado, porque si se enteran que estábamos de encargadas nos pueden acusar de ser proxenetas. ¡Y eso es mucho peor que ser puta! Cecilia sintió un miedo helador por dentro. No se le había ocurrido considerar esa posibilidad. -¿Y si se lo dicen las otras? -Tendremos que convencerlas de que no lo hagan. Tú habla con Tatiana, que te llevas muy bien con ella. Yo sé cómo convencer a Celeste y Encarna. Estaba hablando con Tatiana cuando apareció el sargento que la había detenido. -¡Cecilia Madrigal! ¿Cuál de vosotras es Cecilia Madrigal? Cecilia dudó si contestar. ¿La llamaban para algo bueno o para algo malo? Quizás Julio y Laura se habían enterado de lo que había pasado y le habían encontrado un abogado. No, imposible. Eran las dos de la madrugada. Julio y Laura estarían durmiendo. Pero, si el Chino se había enterado de lo ocurrido, lo primero que haría sería llamarlos a ellos, ¿no? Mientras estaba con esas elucubraciones el sargento la señaló a ella. -¡Tú! ¿Eres tú Cecilia Madrigal? -Sí, soy yo -dijo con voz dubitativa. -¡Entonces por qué no contestas cuando te llamo! ¿Estás tonta o qué? ¡Venga, acércate! Cecilia se acercó a las rejas. -¡Date la vuelta! -dijo el sargento sacando las esposas. -No quiero que me vuelva a esposar. Quiero que me deje hacer una llamada por teléfono para encontrar un abogado que me defienda. -He dicho que te des la vuelta, puta de mierda -dijo él, hablando despacio y claro para sonar más amenazador-. O entro en la celda y te breo a hostias. Y luego te pongo las esposas. Cecilia obedeció. El policía le cerró las esposas muy apretadas, haciéndole daño. Luego abrió la celda. -Sígueme -le ordenó. La llevó a un cuartucho de paredes desnudas y tubos fluorescentes en el techo, con dos sillas y una mesa metálica en el centro. El sargento se repantigó en una de las sillas, poniendo los pies sobre la mesa. Cecilia fue a sentarse en la otra silla, pero él la detuvo. -¿Te he dado permiso para que te sientes? ¡Quédate ahí, donde pueda verte bien! Cecilia se enderezó, separando un poco los pies para guardar equilibrio mejor sobre sus zapatos de tacón. Se sentía completamente ridícula en ese atuendo, que antes le había parecido tan excitante. El policía se sacó del bolsillo el cuaderno donde había estado haciendo las cuentas y empezó a pasar las hojas. -Diez mil pesetas… ocho mil pesetas… ¡doce mil pesetas! ¿Esto es lo que le cobráis a los clientes por las bebidas? -No pienso contestar a ninguna de sus preguntas si no es en presencia de mi abogado -le dijo, reuniendo todo el valor que pudo. El policía cerró el cuaderno de golpe y bajó los pies de la mesa. -¿Te crees muy lista, verdad? Tú has visto muchas películas, nena. Pero la realidad es muy distinta, ya lo verás. Se puso en pie bruscamente y salió de la habitación. Cecilia intentó ordenar sus ideas. ¿Cómo era posible que la trataran de esa manera? Esto era completamente ilegal. No le dio tiempo a pensar demasiado. La puerta se volvió a abrir. Entró el sargento seguido de dos hombres de paisano. Uno llevaba algo en las manos. -Se buenecita y no te haremos daño -le dijo el policía, rodeándola. Los dos hombres desplegaron lo que traían. Era una camisa de fuerza. -¿Qué? ¡No pueden hacerme eso! ¡No tienen ningún derecho! La poseyó un miedo tan intenso que actuó sin darse cuenta de lo que hacía. Eludiendo al sargento, dio una patada a la camisa de fuerza, que salió volando por los aires junto con su zapato de tacón. Luego bajó la cabeza y embistió como un toro contra el que la llevaba, cayendo con él al suelo. No sirvió de nada, por supuesto. El sargento se le echó encima, inmovilizándola con su peso. En cuanto le quitó las esposas le retorció el brazo tras la espalda, aplastándola contra el suelo. Soltó un alarido de dolor. El sargento disminuyó la presión sobre su brazo. Los dos hombres se pusieron a trabajar pausadamente y con habilidad. Primero le metieron en la manga sin salida el brazo que le policía no le inmovilizaba. Haciéndola girar, cerraron la camisa por delante. Luego, entre los dos forzaron su otro brazo dentro de la otra manga. Acabaron la faena tumbándola sobre su vientre mientras le cerraban la camisa de fuerza por detrás. Incapaz de resistirse, Cecilia terminó llorando en silencio. La pusieron en pie, haciendo equilibrios sobre el zapato de tacón que le quedaba. No se molestaron en traerle el otro. -Es por su bien, señorita -le dijo uno de los hombres a modo de disculpa-. Estará usted mucho más cómoda con la camisa de fuerza que con las esposas. Tenemos un viaje muy largo por delante.

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