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  • Un estudio científico revela la áreas del cerebro implicadas en el masoquismo

    El masoquismo activa áreas de la corteza cerebral que median la empatía, las emociones y la consciencia No se encuentran muy a menudo artículos científicos sobre la neurociencia del masoquismo. De hecho, el BDSM sigue siendo un tema tabú en la ciencia porque los investigadores sólo trabajan en temas para los que pueden obtener financiación. En los EE. UU., el Congreso se ha mostrado reacio a dar dinero a agencias gubernamentales como los Institutos Nacionales de Salud (NIH) para que investiguen sobre el sexo, y mucho menos sobre "perversiones" como el BDSM. Por eso me entusiasmó encontrar este estudio, realizado en Alemania por científicos de la Universidad de Heidelberg: Contextual modulation of pain in masochists: involvement of the parietal operculum and insula. S. Kamping, J. Andoh, I. C. Bomba, M. Diers, E. Diesch and H. Flor. Pain 2016, Vol. 157 Issue 2, Pages 445-45. PDF. Modulación contextual del dolor en masoquistas: rol del opérculo parietal y la ínsula. (PDF traducido al español por arween). Utilizaron resonancia magnética funcional (fMRI), una potente técnica de imagen cerebral, para comparar los cerebros de masoquistas y no masoquistas. Un ingenioso diseño experimental combinando resonancia magnética funcional con imágenes masoquistas y dolor les permitió llegar a algunas conclusiones interesantes. Preguntas acerca del masoquismo Éstas son algunas preguntas a las que responde este estudio: ¿Son los masoquistas menos sensibles al dolor? ¿Responde el cerebro de los masoquistas de la misma manera al dolor BDSM (por ejemplo, una azotaina) y a otras formas de dolor ? ¿Existen áreas cerebrales específicamente activadas por el masoquismo? ¿Es adictivo el masoquismo? Diseño experimental El estudio se hizo con 32 participantes: 16 masoquistas y 16 no masoquistas (controles). Los masoquistas fueron 8 hombres y 8 mujeres, mientras que los controles fueron 4 hombres y 12 mujeres. Los masoquistas se reclutaron a través de Internet y en reuniones locales de BDSM. Luego se los evaluó con un cuestionario sobre actividades masoquistas: tenían que considerarse a sí mismos masoquistas, preferir el papel de sumiso y más del 50 % de su actividad sexual tenía que implicar dolor. Se excluyeron del estudio a personas con trastornos mentales o dolor crónico, y aquellas a quienes el comportamiento masoquista les causase “angustia clínicamente significativa” o perjudicase su funcionamiento social. Estos criterios de exclusión son razonables, pero pueden haber sesgado algunas de las conclusiones del estudio. Por ejemplo, yo he visto que los masoquistas con dolor crónico utilizan con éxito el sadomasoquismo para controlar el dolor causado por su enfermedad; véase mi encuesta a 136 masoquistas. Estas personas parecen ser menos sensibles al dolor que los no masoquistas, al contrario de hallado en el estudio. En el estudio también se usaron imágenes masoquistas para evocar sentimientos eróticos en los participantes (masoquistas y controles). Aparentemente, los científicos no se fiaron de sí mismos a la hora de elegir las imágenes BDSM más excitantes, por lo que reclutaron a otros 18 masoquistas para elegir las 10 mejores. Además, se usaron otros tres conjuntos de 10 imágenes que evocan emociones neutras, positivas y negativas, respectivamente. Las imágenes fueron seleccionadas por su impacto y valencia. En este contexto, el impacto o arousal quiere decir hasta qué punto capta nuestra atención una imagen. La valencia se refiere a si la imagen evoca en nosotros atracción (nos gusta) o aversión (nos disgusta). La alegría y la excitación sexual son emociones con valencia positiva, mientras que el miedo, la tristeza, el asco y la ira tienen valencia negativa. En este estudio, se esperaba que una imagen masoquista (como una flagelación) tuviera una valencia positiva para los masoquistas y una valencia negativa para los controles. Se trataba de averiguar cómo se refleja esto en la activación de distintas áreas cerebrales. La técnica central fue la resonancia magnética funcional (fMRI), que se usó para obtener imágenes del cerebro de los sujetos mientras veían las imágenes a través de visores y recibían la estimulación dolorosa en la mano. El fMRI se basa en el hecho de que cuando las neuronas de un área del cerebro se activan, hay más flujo de sangre a esa área. Utiliza potentes campos magnéticos y pulsos de radiofrecuencia para localizar moléculas de hemoglobina oxigenadas en la sangre. Así se pueden identificar áreas del cerebro con aumento y disminución del flujo sanguíneo mientras el cerebro siente dolor o se excita sexualmente. Los aumentos y disminuciones del flujo sanguíneo nos dicen qué áreas del cerebro están más y menos activas, respectivamente. A diferencia de la tomografía por emisión de positrones (PET) y otras técnicas de imagen cerebral, la fMRI no requiere inyectar sustancias a los participantes. Sin embargo, los sujetos deben mantenerse inmóviles dentro del enorme aparato que produce los campos magnéticos. Los resultados de la fMRI se muestran en imágenes tridimensionales del cerebro en las que la actividad cerebral se codifica en colores: amarillo, naranja y rojo muestran una actividad creciente, mientras que el celeste y el azul muestran una actividad cerebral decreciente. Los grises significan que no hay cambios. Conceptos básicos sobre zonas cerebrales Para comprender las imágenes de fMRI, necesitamos saber un poco sobre las áreas del cerebro involucradas en el dolor y la emoción. Por lo tanto, ten un poco de paciencia mientras te resumo la anatomía cerebral relacionada con los resultados de este estudio. El córtex o corteza es la capa externa del cerebro. Está hipertrofiado en los seres humanos, lo que nos confiere nuestras extraordinarias capacidades mentales. Durante la evolución de los simios y los homínidos, creció tanto que la única forma en que pudo caber dentro de nuestro cráneo fue a base de desarrollar numerosas arrugas, llamadas circunvoluciones, separadas por grietas llamadas surcos. Aparte de los surcos, hay tres grietas profundas en la corteza, llamadas fisuras. La más profunda va de delante a atrás, dividiendo al cerebro en los hemisferios derecho e izquierdo. Dentro de esta fisura hay dos zonas del córtex enfrentadas. La parte más profunda de esta zona forma un arco alrededor del centro del cerebro: es el córtex cingulado. Si parte anterior es el córtex cingulado anterior (CCA), que es el encargado de tomar decisiones (Engstrom et al., 2014). Como veremos, es importante en el dolor y el masoquismo. Una segunda fisura es el surco central, que transcurre por los lados del córtex dividiéndolo en corteza frontal y posterior. En términos generales, lo que hay delante del surco central tiene que ver con acción y lo que hay detrás tiene que ver con sensación. La circunvolución vertical justo delante del surco central es la corteza motora primaria, que contiene un mapa de todos los músculos del cuerpo y ejecuta el último paso en el procesamiento del movimiento. La circunvolución vertical justo detrás del surco central es la corteza somatosensorial, que contiene un mapa de toda la superficie de nuestra piel y es donde terminan todas las sensaciones táctiles y dolorosas. La corteza somatosensorial es donde sentimos dónde se encuentra el dolor en el cuerpo. La tercera fisura es el surco lateral, que va de adelante a atrás en el lado del cerebro. El córtex continúa dentro de esta fisura y se expande dentro de cada hemisferio, formando una isla, por lo que se denomina ínsula (Gogolla, 2017). El área del córtex alrededor y dentro del surco lateral se llama opérculo. Como veremos, juega un papel importante en el masoquismo. La ínsula es un área fascinante del cerebro porque es donde se combinan muchas de nuestras emociones. Es responsable de la prominencia de nuestras sensaciones: cuánto nos importa una sensación. Por ejemplo, el dolor, el picor y el placer sexual son sensaciones con alta prominencia. En los seres humanos, la parte anterior de la ínsula es mucho más grande que en otros mamíferos, incluso en los simios. Durante la evolución humana, la función de la ínsula anterior se diferenció entre los hemisferios cerebrales (Craig, 2011). Mientras que la ínsula posterior nos dice cómo nos sentimos en cada momento, la ínsula anterior derecha es capaz de imaginar cómo nos sentiríamos en determinadas circunstancias (Craig, 2009). Es capaz de crear sensaciones hipotéticos. Por lo tanto, es crucial para la empatía (imaginar cómo se siente otra persona) y la teoría de la mente (representar el estado mental de otra persona). El desagrado que produce el dolor es mediado por la ínsula, mientras que la corteza somatosensorial determina la ubicación del dolor. La decisión de hacer algo para eliminar el dolor proviene del ACC. Las sensaciones de dolor suben por la médula espinal y entran en el cerebro, haciendo relevos en un área del tallo cerebral llamada núcleo parabraquial, que se conecta con la amígdala, la parte del cerebro responsable del miedo y la ansiedad. Las vías del dolor continúan hasta el tálamo, que es un área en el centro del cerebro que sirve como un relevo para todas nuestras sensaciones, excepto el olfato. En el tálamo, las neuronas del dolor hacen sinapsis con neuronas que van a tres áreas del córtex: la corteza somatosensorial (¿dónde está el dolor?), la ínsula (¿qué tan intenso es el dolor?) y el ACC (¿qué voy a hacer sobre el dolor?). Intenté condensar esto lo más posible, pero necesitamos esta información para entender los hallazgos de este estudio sobre el masoquismo. ¿Quién dijo que la neurociencia era fácil? Algunos hallazgos interesantes sobre los masoquistas Los masoquistas empezaron a mostrar interés por el masoquismo cuando tenían en promedio 17 años. La edad más temprana fue los 7 años y más tardía los 36. La primera actividad masoquista fue a los 25 años, en promedio, la más temprana nuevamente a los 7 y la más tardía a los 47. Esto muestra que los deseos masoquistas pueden aparecer durante la niñez, incluso antes de que se desarrolle el deseo sexual durante la pubertad. Muchas personas se vuelven masoquistas cuando son adolescentes. Sin embargo, algunos llegan más tarde en la vida, tal vez porque sus amantes los introducen al BDSM. Respuestas a imágenes masoquistas Las imágenes masoquistas produjeron niveles similares de impacto en masoquistas (4,3 ± 1,4) y controles (4,2 ± 1,8), en una escala del 1 al 9. Sin embargo, tuvieron valencia positiva (atracción) en masoquistas (6,2 ± 0,9) y valencia negativa (rechazo) en los controles (3,4 ± 1,2), nuevamente en una escala del 1 al 9. A los masoquistas les gustaban más las imágenes que eran más impactantes, como lo demuestra una alta correlación entre la excitación y la valencia de las imágenes. Todas las demás imágenes (neutrales, positivas y negativas) fueron calificadas de manera similar en cuanto a impacto y valencia por parte de masoquistas y controles. Esto confirma la suposición de los investigadores de que a los masoquistas les gusta ver cosas como flagelaciones o azotainas, mientras que a otras personas no les gustan estas imágenes. Aún así, estas imágenes son igualmente impactantes para todos. A los masoquistas no les gusta el dolor si no es en un contexto erótico Cuando se les aplicó dolor sin mostrar ninguna imagen, los masoquistas y los controles puntuaron el dolor de manera similar en intensidad y desagrado. Sin imágenes, el fMRI mostró una activación similar del cerebro por el dolor en masoquistas y controles. En ambos grupos, el dolor activó áreas cerebrales implicadas en el dolor: tálamo, córtex somatosensorial, ínsula, opérculo y ACC. Estas áreas se activaron en el mismo grado en masoquistas y controles. Esto contradice la creencia popular de que a los masoquistas les gusta cualquier tipo de dolor, en cualquier circunstancia. A los masoquistas solo les gusta el dolor cuando lo experimentan en un contexto erótico. Zonas del cerebro activadas por imágenes masoquistas En esta parte del estudio, a los participantes se les mostraron imágenes masoquistas sin el estímulo doloroso para ver qué áreas del cerebro se activaban. Los masoquistas mostraron una mayor activación del ACC derecho y de la ínsula anterior derecha en respuesta a estas imágenes. Esto me parece fascinante porque muestra que lo que los masoquistas hacen es imaginar lo que sienten los sumisos de la imagen usando su ínsula anterior derecha. La activación del ACC quizás represente su deseo de estar en esa situación. Imágenes masoquistas disminuyen el dolor en los masoquistas En este experimento, los participantes recibieron el estímulo doloroso mientras veían imágenes masoquistas. Se les pidió que puntuaran la intensidad y el desagrado del dolor. Los masoquistas registraron menor intensidad del dolor (2,2 ± 1,5) que los controles (3,5 ± 2). También juzgaron el dolor menos desagradable (1,6 ± 1,2) que los controles (3,2 ± 2,3). Estas disminuciones en la intensidad y el desagrado del dolor fueron tan fuertes como el efecto de opioides como la morfina. Por lo tanto, cuando son capaces de erotizarlo, los masoquistas experimentan que el dolor es menos intenso. Esto indica que activan las vías inhibidoras del dolor que conectan el tallo cerebral con la médula espinal, probablemente las que utilizan endorfinas. La disminución del desagrado del dolor probablemente tiene un mecanismo diferente. Esto se investigó con fMRI en el siguiente experimento. Respuestas cerebrales a combinaciones de imágenes masoquistas y dolor Un fMRI mientras veían imágenes masoquistas y experimentaban dolor mostró diferencias entre masoquistas y controles en las áreas cerebrales que se activaban. Los masoquistas mostraron una mayor activación del opérculo -la parte de la corteza próxima a la ínsula-, la circunvolución frontal superior y la circunvolución frontal media, dos áreas del córtex frontal. La circunvolución frontal superior está involucrada en la consciencia. En los masoquistas, también hubo menor conectividad funcional entre el opérculo y cuatro zonas: la ínsula, la corteza motora, el tálamo derecho y el ACC derecho. Eso no sucedió en los controles. Dado que la corteza motora y el ACC están involucrados en la planificación de las acciones, esto podría significar que los masoquistas no sienten la necesidad de responder al dolor. Las señales negativas del opérculo a la ínsula pueden representar la disminución del desagrado por el dolor en los masoquistas. Un sorprendente resultado negativo fue que el fMRI mostró que en los masoquistas no había activación de la vía de recompensa del cuerpo estriado ventral. Esta vía conecta el área tegmental ventral (VTA) con el núcleo accumbens, donde libera dopamina. Se la ha considerado erróneamente como la vía del placer, porque animales y humanos la estimulan compulsivamente cuando se les implantan electrodos en ella. También es la parte del cerebro donde producen adicción drogas como los opiáceos y la cocaína. Hoy sabemos que esta vía no produce placer, sino motivación y respuestas a recompensas (Salamone y Correa, 2012). En cualquier caso, el hecho de que esta vía de recompensa no se active por el masoquismo demuestra que éste no es adictivo. Conclusiones En resumidas cuentas, el masoquismo es una actividad erótica que depende de fetichizar ciertas relaciones, situaciones, objetos y acciones. En un ambiente BDSM, las respuestas de los masoquistas al dolor cambian drásticamente, de modo que sienten menos dolor y lo encuentran menos desagradable (y probablemente placentero). Esto valida las experiencias de los masoquistas cuando hablan de "espacio de sumisión": un estado alterado de consciencia provocado por experimentar dolor en un contexto BDSM. La experiencia masoquista no es lo mismo que el efecto de los opioides y otras drogas, y no produce adicción, porque no activa la vía de la dopamina del estriado (VTA al núcleo accumbens) que media los efectos de las drogas adictivas. En cambio, activa áreas corticales del cerebro que median las emociones, la empatía, las sensaciones y la consciencia. Por lo tanto, el masoquismo es una compleja experiencia cognitiva y emocional, anclada en una determinada cultura y valores, y que lleva a relaciones íntimas y profundas. Gracias a arwen por ayudar con la traducción y por traducir el artículo científico original. Copyright 2022 Hermes Solenzol.

  • Úsalo o piérdelo - el sexo cuando los hombres envejecen

    Practicar el sexo cuando envejeces te mantiene saludable y te ayuda a disfrutar de la vida El pasado mes de enero pasado, en mi cumpleaños, puse la canción de Los Beatles When I'm Sixty-Four. La he venido escuchando desde que tenía 14 años, preguntándome cómo sería yo cuando finalmente llegase a esa edad. Ahora, cincuenta años después, creo que sorprendería a mi antiguo yo si pudiera ver en lo que me he convertido. Todavía practico buceo libre, como lo hacía cuando era adolescente, aunque prefiero ir a lo seguro y bucear con botellas. Esquío en pistas negras. Me hago vías de escalada de primero. Me acabo de jubilar de mi carrera científica y estoy comenzando una nueva como escritor. Nada de eso está en la canción de los Beatles. Sí, arranco las malas hierbas de mi jardín de vez en cuando, pero no tengo nietos sentados en mis rodillas. ¿Quién podía pedir más? Sigo siendo sexual. De eso es de lo que quiero hablar en este artículo, con la esperanza de que pueda ayudar a otros hombres que también envejecen. Las mujeres envejecen de manera diferente a los hombres, especialmente en lo que respecta al sexo. Pasan por la menopausia. Es un tema que abordo en otro artículo. La testosterona te mantiene saludable Hay quien habla de la andropausia, el equivalente masculino de la menopausia, pero los cambios en la sexualidad con la edad en los hombres no son comparables con los de las mujeres. Mientras que la menopausia es un cambio drástico en las hormonas femeninas que se produce en un par de años, los hombres experimentan una disminución gradual de la testosterona. En los 90 se puso de moda en círculos políticamente correctos decir que la testosterona es un veneno, una forma solapada de denigrar a los hombres. El razonamiento era que, como la testosterona promueve la agresión, es culpable de la violencia de los hombres y del abuso de las mujeres. Sin embargo, este artículo científico (Albert et al., 1993) sostiene que, a diferencia de lo que ocurre en otros mamíferos, la agresividad de los humanos es una "agresión defensiva", que aparece en ambos sexos y todas las edades, y por lo tanto independiente de la testosterona. Afortunadamente, llamar veneno a la testosterona parece haber pasado de moda últimamente. En realidad, la testosterona es esencial para la salud de los hombres, tanto física como mental. A medida que envejecemos nos ayuda a mantener la densidad ósea, la masa muscular, la fuerza y la movilidad (Rodrigues Dos Santos y Bhasin, 2021; Snyder et al., 2018). También tiene efectos en el cerebro: cuando nos falta, podemos perder la motivación e incluso nos deprimimos. Y, por supuesto, la testosterona es lo que mantiene vivo nuestro deseo sexual. A medida que disminuye nuestra testosterona con la edad, sentimos menos atracción por las mujeres (o los hombres, si eres gay) y menos deseo de tener relaciones sexuales. También tenemos menos erecciones espontáneas, que son más débiles y duran menos. Teniendo en cuenta todo eso, se puede pensar la solución sería ponerse inyecciones de testosterona. Sin embargo, los médicos son reacios a hacer esto por temor a que la testosterona aumente el riesgo de enfermedades cardiovasculares y el cáncer de próstata. Uno de los estudios (Snyder et al., 2018) que documentó los beneficios de la testosterona en una amplia muestra (788 hombres) de hombres mayores (~ 72 años), también detectó un aumento de placas en la arteria coronaria. Sin embargo, la relación con el cáncer de próstata es mucho más endeble. Otro artículo científico (Slater and Oliver, 2000) mostró que la correlación entre la testosterona y el cáncer de próstata es indirecta: se debe a que los hombres con niveles altos de testosterona tienden a ser más activos sexualmente y contraen más enfermedades de transmisión sexual, que son una causa directa del cáncer de próstata. Por lo tanto, a menos que tus niveles de testosterona sean patológicamente bajos, es mejor evitar las inyecciones de testosterona. Cultivar el deseo Por si acaso, es mejor mantener niveles saludables de testosterona por medios naturales. Esto incluiría los consejos habituales para una buena salud: evitar el sobrepeso, dormir bien, reducir el estrés y hacer ejercicio regularmente. Tener relaciones sexuales y masturbarse contribuye en buena medida a mantener los niveles de testosterona y prolongar tu vida sexual. Puede que algunos no estén de acuerdo. Muchos hemos tenido la experiencia de estar sin sexo, incluso sin masturbarnos, durante varios días, y vimos que eso aumenta nuestro deseo sexual. ¿No significa esto que nuestra testosterona también aumenta? Un estudio científico (Kraemer et al., 1976) en un grupo de 20 hombres jóvenes (20-28 años), les hizo llevar un diario de su actividad sexual durante dos meses y dar muestras de sangre cada dos días para medir sus niveles de testosterona. Encontraron que la testosterona aumentaba cada vez que tenían relaciones sexuales. Además, los niveles de testosterona cayeron después de tres días de abstinencia sexual, lo que indica que la abstinencia sexual reduce la testosterona. Otro estudio (Jannini et al., 1999) examinó a 83 hombres que estaban siendo tratados por impotencia sexual con medicamentos, terapia psicológica o terapia mecánica. Los que lograron una mayor actividad sexual tenían niveles más elevados de testosterona, pero no los que permanecieron impotentes. Teniendo todo esto en cuenta, podemos concluir que mantenerse activo sexualmente cuando se envejece no solo mantiene vivo el deseo sexual, sino que también mejora la salud física y mental al hacer que el cuerpo produzca más testosterona. El sexo también libera otras hormonas y neurotransmisores que mantienen nuestra salud, como la oxitocina, la adrenalina y las endorfinas. Como digo en el mi título, en lo referente al sexo al envejecer, o se usa, o se pierde. No eres un viejo verde El problema que tienen muchos hombres heterosexuales al envejecer es que sus esposas o amantes pierden el deseo sexual cuando pasan la menopausia. Esto no les pasa a todas las mujeres, por supuesto. Para muchas el deseo sexual sigue igual o incluso aumenta después de la menopausia. Pero cuando sucede lo contrario, puede ser un problema. Tu esposa tiene todo el derecho a volverse asexual, pero eso no significa que también tengas que hacerlo tú. No es sólo que tu vida sexual tiene un enorme valor por sí misma, sino que puede ser esencial para mantenerte saludable y ayudarte a combatir el envejecimiento. ¿Quizás es el momento de considerar la no-monogamia? "¡Pero yo soy demasiado mayor para eso!" puedes pensar. Después de muchas décadas en una relación monógama, ¿cómo vas a volver a ligar? Bueno, sí, puede requerir algo de trabajo, negociar con tu esposa y cambiar de actitud, pero se puede hacer. Yo lo hice, aunque tengo que admitir que fue después de varios años de experiencia con el poliamor. Lo primero que debes hacer es luchar contra la discriminación por edad de nuestra sociedad, que te dice que los hombres mayores no deben tener deseos sexuales, y menos aún salir con mujeres jóvenes. Eso los convierte en viejos verdes que se dedican a explotar a las mujeres para satisfacer su deseos enfermizos. Porque a las mujeres sólo les gustan los hombres jóvenes con abdominales marcados, ¿verdad? ¿Qué te hace pensar que querrían tener sexo con alguien como tú? ¿Acaso no te has mirado al espejo? ¡Por favor, no caigas en esa trampa! Tienes mucho que ofrecer a las mujeres. Como, por ejemplo, experiencia, empatía, sentido del humor, sabiduría y compasión. Si miras a tu alrededor, verás que muchos hombres jóvenes no son tan atractivos. Y muchos de ellos no saben cómo tratar a las mujeres. Si cuidas tu cuerpo comiendo bien y haciendo ejercicio -lo que deberías hacer de todos modos, si quieres evitar una muerte prematura-, puedes ser atractivo a pesar de tu edad. Y si ha aprendido a ser paciente, sabio y compasivo, eso puede ser precisamente lo que muchas mujeres están buscando. Pero evita tener una actitud explotadora. Estate preparado para aceptar un no por respuesta. Sé amable y seductor, pregúntale cortésmente y sigue adelante si te rechazan. Probablemente saldrás con mujeres mayores, con cuerpos que han soportado los mismos estragos del tiempo que el tuyo. Bríndales el mismo respeto y compasión que esperas que te den. Aprende que el sexo ocurre en un plano superior, más mental que físico, donde el placer, el humor y la conexión se pueden encontrar más allá de las meras apariencias físicas. Si no consigues ligar o prefieres seguir siendo monógamo, mastúrbate. Hazlo de forma intencionada, no mecánica, dedicándole tiempo, energía y atención. Tal vez sea el momento de pasar del pene a otras partes de tu cuerpo, como los pezones o la próstata. Los mejores orgasmos de tu vida pueden estar en tu futuro… ¿quién sabe? No tengas miedo de usar la pornografía para mantener vivo su deseo sexual. La tensión sexual que despierta también puede aumentar tu testosterona. Sin embargo, para mí la literatura erótica funciona mejor para encender el fuego de mi imaginación. ¿Quién teme al Viagra feroz? Otro extraño mito moderno es que las medicinas para tratar la disfunción eréctil son insalubres, ineficaces o políticamente incorrectas. Nada de eso es cierto. No tengo disfunción eréctil. Empecé a pensar en usar Viagra después de leer Master of O, una novela erótica BDSM de Ernest Greene. En él, un hombre dominante toma Viagra antes de una sesión sadomasoquista impresionar a su sumisa con una buena erección. La idea tenía su atractivo, así que le pedí una receta al médico. Los resultados me gustaron, y a mis amantes también. No es cierto que Viagra sea una droga sexista que solo beneficia a los hombres. Las mujeres heterosexuales a las que les gustan las pollas duras tienen muchas razones para cantar sus alabanzas. Ésta es la base científica. Viagra (sildenafil), Cialis (tadalafil) y Levitra (vardenafil) pertenecen a un grupo de medicamentos llamados inhibidores de la fosfodiesterasa-5 (PDE5). La PDE5 es una enzima que elimina el GMP cíclico, un nucleótido que actúa como segundo mensajero dentro de las células. En los seres humanos, la erección del pene se mantiene mediante la sangre que llena el cuerpo cavernoso en el tallo del pene. Esto requiere GMP cíclico, por lo que cuando es degradado por PDE5 se pierde la erección. Por lo tanto, los inhibidores de PDE5 pueden aumentar la potencia y la duración de una erección. No tienen ningún efecto sobre el cerebro y, por lo tanto, no aumentan el deseo sexual. De hecho, los inhibidores de PDE5 no producen una erección sin un estímulo sexual. De todas formas, sentir que tu pene se pone duro como una piedra es un estímulo psicológico bastante efectivo, tanto para ti como para tus amantes. El efecto de los inhibidores de PDE5 se empieza a sentir a las dos horas. En mi experiencia, el efecto de Cialis dura dos días o incluso más. Estos medicamentos tienen efectos secundarios leves, pero pueden ser más graves en personas con enfermedades oculares o cardiovasculares, por lo que no deben tomarse sin consultar con un médico. Es mejor ceñirse a la dosis más baja que produce efecto. Los inhibidores de la PDE5 no producen dependencia, es decir, que no se vuelven necesarios para tener una erección. Todo lo contrario: al llenar repetidamente el cuerpo cavernoso hasta su máxima capacidad, pueden ayudar a evitar que el pene se encoja a medida que se envejece. Conclusión El envejecer es inevitable. Al final todos tenemos que aceptar nuestro declive irreversible. Sin embargo, como criaturas vivientes que somos, es una obligación luchar contra él hasta la muerte. Encuentro una cierta belleza en esa tensión entre la lucha y la aceptación. Me aferro a la vida, aunque sé que eso es inútil y que al final perderé. La vida es un proceso. La muerte es el único destino. ¿Y qué mejor manera de expresar el amor a la vida que con el sexo?

  • Reflexiones sobre el ego

    ¿De dónde viene el ego? ¿Por qué es malo? ¿Es posible deshacerse de él? Una pregunta a mi maestro Zen Estábamos sentados en nuestros zafus mirando al centro del dojo, la sala de meditación, al lo contrario de lo que hacíamos cuando practicábamos zazen (meditación zen), en cuyo caso nos volvíamos hacia las paredes. A un extremo del dojo había un altar con una estatua de Buda, flores y varitas de incienso. En el otro extremo estaba sentado Dokusho, nuestro maestro zen. Estábamos en mondo: un período formal de preguntas y respuestas al maestro zen. Junté mis manos en gasho -el saludo formal-, hice una reverencia y me levanté de mi zafu. Caminé hacia el centro del dojo hasta quedar frente a Dokusho. Le hice una reverencia y me arrodillé para hacerle mi pregunta. -¿Cómo puedo deshacerme de mi ego? -No debes deshacerte de tu ego. Hace falta un ego fuerte para practicar Zen. De lo contrario, tu determinación se debilitará y dejarás de practicar. Me sorprendió su respuesta, pero eso es lo que pasa durante mondo. Las respuestas del maestro están destinadas a desafiar tus suposiciones, a obligarte a mirar las cosas desde otro punto de vista. Pero también me sentí aliviado. Ya no tenía que entender qué era el ego. Ya no tenía que dudar de mí mismo, preguntándome constantemente si tenía demasiado ego. Solo necesitaba ser fuerte y decidido, y seguir practicando Zen. Eso pasó hace muchos años, allá por los 80, en Madrid. Desde entonces, a menudo me he preguntado si Dokusho tenía razón. Como sucede a menudo en el zen, tenía razón y estaba equivocado al mismo tiempo. Vergüenza, orgullo y otras emociones sociales Eventualmente, dejé de practicar Zen y abandoné el budismo. Me había enseñado muchas cosas, pero ya no estaba de acuerdo con algunas de sus enseñanzas básicas. Pero esa es una historia para otra ocasión. Sin embargo, nunca abandoné mi afán por comprenderme a mí mismo, de trascender mis limitaciones. Simplemente me alejé de objetivos sublimes como alcanzar el Nirvana para dedicarme a cuestiones más mundanas, como dejar de sufrir, ayudar a los demás, comprenderme a mí mismo y reconciliarme con la muerte. Una de las cosas de las que me di cuenta fue lo sensible que soy a la vergüenza. A menudo tengo ataques de vergüenza. La más mínima metedura de pata me provoca una vergüenza paralizante y dolorosa. Mi mente recuerda una y otra vez lo sucedido en un bucle sin fin. También hay una vocecita en mi cabeza que dice, siempre en español, “¡qué estupidez!”, dándome con la sensación de que el estúpido soy yo. Esa voz solo habla español, cuando la mayor parte de mi diálogo interno es en inglés, lo que me indica que viene de mi infancia. Junté estas experiencias con una conversación que entreoí en un congreso del Mind and Life Institute, y tal vez con algunas cosas que he leído, para crear una teoría sobre el origen del Ego. Dice así… La vergüenza y el orgullo son dos emociones opuestas que la evolución desarrolló en los seres humanos para controlar nuestras interacciones sociales, maximizando la cooperación. Estoy convencido de que llevamos la vergüenza en los genes, ya que desencadena respuestas fisiológicas como sonrojarse y comportamientos universales como encorvarse, quedarse paralizado y retraerse. El orgullo también desencadena comportamientos universales como erguirse y pavonearse. La vergüenza nos castiga, no sólo cuando hacemos algo mal, sino también cuando no cumplimos con nuestro deber o cuando fracasamos al intentar hacer algo. Recíprocamente, el orgullo recompensa nuestros éxitos. También creo que nuestro cerebro está programado para que sean otras personas quienes despierten la vergüenza o el orgullo, sobre todo si son gente de nuestro entorno social. Podemos intentar deshacernos de nuestra vergüenza y aumentar nuestro orgullo, pero nos vemos incapaces de hacerlo porque estas emociones surgen automáticamente. Esto tiene sentido desde el punto de vista evolutivo. Si estas emociones evolucionaron para aumentar la cooperación, deberían ser controladas por otros, porque si fuéramos capaces de controlarlas perderían su poder para controlar nuestro comportamiento. Hay otras emociones sociales que colaboran con la vergüenza y el orgullo para controlar las interacciones sociales: La culpa nos sobreviene cuando dañamos a alguien o a nuestra comunidad. Se diferencia de la vergüenza en que no produce rubor. La desencadenan las malas acciones, no los fracasos. La indignación nos lleva a culpabilizar a otros. El desprecio provoca vergüenza en la persona a la que se dirige, produciendo su aislamiento social. El ridículo es otro desencadenante de la vergüenza. Cuando alguien actúa con orgullo sin merecerlo, se lo ridiculiza para "bajarle los humos". El humor acompaña al ridículo. Cuando la gente se ríe de ti, eso te avergüenza. El humor sirve para cohesionar al grupo que desprecia a alguien. Pero el humor también le ofrece una salida a la persona que está siendo ridiculizada, cuando acepta su disminución de estatus riéndose de sí misma. Cómo la vergüenza y el orgullo construyen el ego Desde el día en que nacemos, nos vemos sujetos al tira y afloja del orgullo y la vergüenza. Rabietas con nuestros padres, aprender a hacer nuestras necesidades, riñas en el jardín de infancia… todo eso nos enseña que para ser queridos no debemos defraudar a los demás. Pronto comenzamos a internalizar esas directrices. Aprendemos a sentirnos orgullosos y avergonzarnos de nosotros mismos. Así se crea el ego, como un núcleo de los memorias emocionales y hábitos emocionales de orgullo y vergüenza. La memoria emocional es un tipo de memoria que nos hace sentir una determinada emoción al recibir un determinado estímulo. A menudo sucede que algo activa una memoria emocional, pero no sabemos por qué porque hemos olvidado el evento que creó esa memoria emocional. La memoria emocional es muy persistente y difícil de controlar. Los hábitos emocionales son los que creamos al reaccionar con la misma emoción repetidamente. Si te permites enfadarte a la menor provocación, acabarás por convertirte en alguien permanentemente enojado. En cambio, si eliges ser paciente una y otra vez, la paciencia se volverá más fácil con el tiempo. Así mismo, la vergüenza y el orgullo generan vías neuronales en nuestro cerebro, de manera que cada vez más sucesos son interpretados a través de esas emociones. Dije antes que los desencadenantes de la vergüenza y el orgullo son externos, por lo que no podemos hacer que estas emociones aparezcan y desaparezcan a voluntad. La creación del ego no cambia esto, porque el ego es la internalización de todos aquellos que alguna vez nos hicieron sentir avergonzados u orgullosos. No somos nuestro ego. Nuestro ego no nos pertenece. Somos de nuestro ego. Es difícil escapar de un agujero negro Recientemente, tuve una visión de mi ego como un agujero negro. Era enorme, con una fuerza de gravedad tan fuerte que captura todo lo que entra en mi conciencia. Cada cosa que veo, cada sonido, cada sabor, cada olor, cada sentimiento, cada idea, es interpretada en base a su valor para el ego. Retuerce y deforma todo lo que entra en mi mente. Como un agujero negro, ni siquiera la luz puede escapar de él. Desde sus inicios en la infancia, el ego no para de crecer a lo largo de nuestra vida. Es la base de nuestros valores, porque juzgar es lo que mejor sabe hacer el ego. Nos convence de que no podemos vivir sin él. Cuando se siente amenazado nos dice que estamos en peligro, que nadie nos va a querer, que haremos cosas que nos avergüencen, que dejaremos de hacer lo que necesitamos para vivir y prosperar. Dokusho tenía razón en que necesitamos un ego fuerte para tener éxito en la vida. Si tenemos una carrera, necesitamos un ego fuerte que nos motive y nos dé la energía necesaria para trabajar duro y tener éxito. Cada vez que holgazaneamos, el ego saca su látigo de vergüenza para obligarnos a esforzarnos. Se alimenta de nuestro entorno laboral, absorbiendo cada elogio, cada diploma, cada aumento de sueldo… Pero también todas nuestras derrotas: el trabajo que perdimos, el amante que nos abandonó, las oposiciones que no ganamos, el artículo que nos rechazaron... Tanto el orgullo como la vergüenza alimentan al ego por igual. El ego utiliza estas emociones para construir la imagen de quiénes somos, y nos la enseña continuamente para aguijonearnos. ¿Por qué es malo el ego? El problema es que a menudo el ego acaba por controlar completamente nuestras vidas. Crece y crece hasta hacerse tan grande que ocupa toda nuestra conciencia. Debido a que la naturaleza del ego son el ansia - de éxito y alabanzas - y el miedo - al fracaso y los reproches -, el ego nos hace infelices. Su víctima es ese niño inocente que quería jugar. El adolescente que miraba el mundo con asombro y quería saber por el simple placer de saber. El joven que quería amar y ser amado. Las personas que tienen éxito a menudo son infelices porque el éxito ha creado un ego tan fuerte que se han convertido en sus esclavos y no pueden liberarse de él. Pagaron un alto precio por su éxito: un ego insaciable que se ha apoderado de toda su vida, sin dejarles espacio para respirar. El ego nos hace vivir vidas falsas porque establece metas en función de lo que esperan de nosotros los demás y la sociedad, en lugar de lo que realmente necesitamos. Crea espejismos y los imbuye de ansiedad para hacernos perseguirlos. Se apodera de nuestras percepciones: en el momento en que algo entra en nuestra conciencia, se juzga en términos de las ansias del ego. De esa manera, comenzamos a perseguir la fama, el dinero y símbolos de estatus que en realidad no necesitamos. Vemos nuestras vidas a través de la óptica distorsionada de ganar y perder prestigio. Otro problema es que nos identificamos con nuestro ego. Ocupa tanto espacio en nuestra mente que no somos capaces de ver nada más. En consecuencia, todo lo que amenace al ego se convierte en una amenaza existencial para nosotros. No podemos abandonar el ego porque eso nos hace sentir que nos morimos. Pero el ego no es más que una serie de hábitos emocionales que crean una imagen de nosotros mismos cuando, en realidad, somos la totalidad de nuestra mente, tanto el consciente como el inconsciente. Somos mucho más grandes y poderosos que nuestro ego. La trampa del ego Muchas filosofías y prácticas espirituales que supuestamente deberían liberarnos del sufrimiento en realidad acaban por alimentar el ego, que nos da palmaditas en la espalda después de cada meditación, cada sesión de yoga, cada servicio religioso, cada manifestación, diciéndonos que debemos sentirnos orgullosos porque somos tan espirituales, tan iluminados, tan santos, tan comprometidos políticamente... Algunas filosofías, como el estoicismo, incluso brindan apoyo intelectual al ego al ofrecernos un modelo falso de nuestra mente en el que hay una parte que debe controlar al resto de la mente. Muchos modelos de la mente se basan en este dualismo. El superego y el id. Racionalidad e instintos. El consciente y el inconsciente. Al ego le gustan estas ideas porque se ve a sí mismo como la parte de la mente que debe ejercer el control. La práctica de la meditación acaba por reforzar el ego cuando lo convierte en la parte de la mente que nos obliga a prestar atención a algo, como la respiración, los chakras o lo que sea. Por eso prefiero formas de meditación que abren la mente a todo lo que sucede, en lugar de intentar concentrarla en algo. También son problemáticos conceptos de la mente que idolatran la consciencia y la convierten en el centro de todo. En realidad, sirven para defender al ego porque éste se disfraza abrogándose el nombre de consciencia. Al contrario: la meditación debería abrirnos al inconsciente, rompiendo las barreras entre el consciente y el inconsciente para dejar que las sensaciones, los sentimientos y las ideas fluyan libremente entre los dos. La trampa del ego dificulta cualquier trabajo interno el seguir un camino espiritual. Cualquier labor de este tipo necesita desafiar al ego y a la visión distorsionada de nuestras vidas que crea. Pero el ego se protegerá, distrayéndonos de ese trabajo con falsas medidas de progreso como cuántas horas de meditación estamos haciendo o cuánto dinero hemos donado a la causa. Seguir a un maestro, gurú, religión o secta nos atrapa en el juego del ego al hacernos dependientes de la aprobación de estas personas, en lugar de darnos libertad interior. Jiddu Krishnamurti nos advirtió sobre eso. El ego herido Los fracasados también tienen ego, pero el suyo, en lugar de acumular éxitos, acumula fracasos. Sufren de baja autoestima a causa de toda una vida de derrotas que los llenan de vergüenza. Eso crea un estado mental de parálisis, incapaz de una genuina felicidad. Esa parálisis también los priva de la creatividad que necesitarían para lograr cualquier éxito en el futuro. No importa si es verdad que han fracasado, porque a veces tenemos un ego tan exigente que nos hace ver un fracaso donde no lo hay. No te parece suficiente vender un millón de ejemplares de tu novela; lo importante es que no te han dado el Premio Nobel de Literatura. Los fracasados a menudo tratan de adormecer su ego con alcohol, drogas, dándose al juego o algún otro tipo de adicción. La adicción al éxito del ego sienta las bases para eso. Los egos heridos son muy sensibles a la vergüenza. Enseguida se ofenden por cualquier cosa que les parezca una humillación. La mera presencia de personas con éxito les recuerda sus fracasos, lo que se manifiesta como envidia y alegrarse del mal ajeno. La gente tiende a evitar los egos heridos y eso también les hace daño, porque el rechazo es una forma de desprecio. Anhelan elogios, que absorben como esponjas y demandan sin cesar. El dilema del ego Nos enfrentamos a un trágico dilema. O construimos un ego fuerte que nos lleve al éxito en nuestra vida, pero que a la vez nos haga infelices, o nos convertimos en tontos felices que nunca triunfarán por falta de ego. En la antigua Grecia, algunos filósofos vieron este dilema y optaron por lo segundo. Se llamaban a sí mismos los Cínicos: los que viven como perros, ya que vivían como animales, disfrutando del presente y de los placeres sencillos de la vida, evitando las preocupaciones, el dinero, la fama y todo lo que pudiera convertirse en una trampa del ego. Actuaban de forma desvergonzada a propósito. Sin embargo, la mayoría de la gente prefiere tener un ego fuerte que vivir como un perro. El Camino del Guerrero Creo que hay una solución a este dilema. Se llama el “Camino del Guerrero”… Lo que me parece un nombre horrible, porque viene de guerra y “guerrero” suena como algo que le encantaría ser al ego. Sin embargo, consiste en aprender a actuar de forma que no se alimente al ego. Encontré por primera vez el Camino del Guerrero al leer los libros de Carlos Castaneda cuando era joven. Castaneda presentó una tesis doctoral en UCLA sobre antropología en la que relató sus experiencias con don Juan Matus, un hechicero yaqui del norte de México. Lo publicó como el libro Las Enseñanzas de Don Juan, que fue un éxito internacional y fue seguido por una serie de libros sobre el mismo tema. Don Juan le dio a Carlos Castaneda una variedad de psicodélicos como peyote, hongos Psilocybe y Datura. Además del uso de psicodélicos, don Juan le enseñó a Castaneda una filosofía práctica llamada el Camino del Guerrero, que consiste en perder la importancia personal, borrar nuestra historia personal, responsabilizarnos de nuestras acciones y usar la muerte como consejera. Las dos primeras cosas están relacionadas con borrar el ego. Al terminar de leer toda la serie de libros de Castaneda, acabé convencido de que son obras de ficción, que es el consenso entre los expertos. Sin embargo, el Camino del Guerrero me impresionó mucho y se convirtió en parte de mi filosofía personal. Volví a encontrarme con el Camino del Guerrero en un libro muy recomendado por mis compañeros de escalada: The Rock Warrior’s Way de Arlo Ilgner. El libro enseña un entrenamiento mental para escaladores basado en la filosofía de Carlos Castaneda, el Estoicismo y el Budismo Zen, que sirve para mejorar la concentración, el rendimiento y el disfrute. En concreto, analiza cómo el ego merma el rendimiento del escalador al impedirle darse pasos de “forma impecable”: con total concentración y compromiso. Incorporé sus consejos a mi escalada y mejoré un montón. Sobre todo me ayudó a evitar el “miedo fantasma”, una ansiedad paralizante que me invade antes de hacer una vía de escalada complicada. Pero lo mejor fue ver que las enseñanzas de este libro pueden aplicarse, no solo a la escalada, sino a muchos aspectos de mi vida. La concentración impecable en lo que hago, el compromiso con mis decisiones, el aceptar responsabilidad por mis actos, el perder la importancia personal y el tener a la muerte como consejera ayudan a desarrollar una forma de vida que deja a un lado al ego para actuar con la totalidad de uno mismo. Mushotoku: concentrarse en los actos en vez de las alabanzas Volviendo al Zen, el Camino del Guerrero me recuerda la enseñanza de mushotoku: “Mushotoku es la actitud del no ganancia, de no querer obtener nada para uno mismo.” Taisen Deshimaru. Taisen Deshimaru fue maestro de Dokusho, quien viajó de Sevilla a París para estudiar con él. El mushotoku soslaya el ansia inherente al ego al enseñarnos a concentrarnos en los actos y no en sus objetivos, sobre todo los elogios que nos damos a nosotros mismos. Los actos realizados con mushotoku no deben producirnos ninguna ganancia. Hacer cosas con mushotoku requiere mente plena (“mindfulness”) y meta-atención: el prestar atención a cómo prestamos atención. Es complicado. Una parte de la mente intenta controlar a otras partes de la mente, lo que es difícil sin causar divisiones y conflicto interno. Es fácil caer en la autocrítica, lo que nos lleva de vuelta al juego de elogios y vergüenza del ego. Compasión por uno mismo No hay que confundir la compasión por uno mismo (“self-compassion” en inglés) con la autocompasión o lástima por uno mismo (“self-pity” en inglés). La autocompasión surge del ego herido, que piensa que no recibe el tratamiento que se merece. Se basa en la importancia personal y en no asumir responsabilidad por nuestras acciones. Es exigir de los demás los cuidados que no estamos dispuestos a darnos a nosotros mismos. La compasión por uno mismo, en cambio, es tomar la decisión de cuidarnos, siendo conscientes de nuestras necesidades y limitaciones. El ego a menudo pone en peligro nuestro bienestar en su incesante búsqueda de éxito y alabanzas. La trampa del ego en la que caemos cuando perseguimos grandiosos objetivos profesionales, espirituales o políticos convierte la abnegación en virtud, lo que nos lleva a una vida desprovista de diversión, alegría y descanso. La compasión por uno mismo requiere un tipo especial de atención plena que nos permita escuchar lo que nos dice nuestro cuerpos y nuestro inconsciente sobre lo que necesitamos. Nos hace saber que somos frágiles y mortales, que la energía y ​​la salud no se pueden dar por supuestas, que nuestro tiempo en este mundo es limitado y debe usarse sabiamente. La compasión por uno mismo pone límites al ego, defendiéndonos ante él. Se ríe de nuestros fracasos con buen humor y utiliza nuestra curiosidad natural para aprender de ellos. En lugar de los espejismos de grandeza del ego y el derrotismo del ego herido, la compasión por uno mismo se basa en la realidad de nuestras limitaciones y los caprichos del acontecer. La compasión por uno mismo evoluciona naturalmente hacia la compasión por los demás al darnos cuenta de que todos somos igualmente frágiles, limitados y sujetos a la aleatoriedad de la vida. La mala suerte nos golpea a todos, y es cruel hacer que la gente pague por ella. Es importante destacar que cuando nos acostumbramos a luchar con nuestro ego, vemos cómo todos los que nos rodean son también esclavos de sus egos. Cuando nos atacan y se enfadan, están defendiendo sus egos de la misma manera que lo hacemos nosotros. Conclusion Puede que sea imposible vivir completamente sin ego. Pero podríamos reducirlo a un tamaño manejable, para que no llene tanto nuestra consciencia y nuble nuestra mente. Nos podríamos volver más conscientes de cómo nos hace daño, para así empezar para disminuir nuestro sufrimiento. Gradualmente, podemos empezar a liberar más espacio en nuestra mente para que lo llenen la alegría, la curiosidad, el retozo y la maravilla. Reflexiones Sobre el Ego se publicó por primera vez en el blog Sexo, Ciencia y Espíritu.

  • Cómo llegar al espacio de sumisión ("Sub Space")

    En el BDSM, el espacio de sumisión es un estado alterado de consciencia que se consigue a través del dolor y la sumisión El espacio de sumisión no es un solo estado mental, sino varios. Las personas varían mucho en su capacidad para entrar en el espacio de sumisión y en el tipo de espacio de sumisión que consiguen. Aunque he escrito bastante sobre los mecanismos neurofisiológicos que producen el espacio de sumisión, todo esto sigue siendo muy especulativo. Por lo tanto, aunque puedo daros algunos consejos sobre cómo entrar en el espacio de sumisión, en última instancia esto depende de cada uno. Debo enfatizar que el factor más importante para determinar el éxito de una sesión es la capacidad del dominante para comunicarse y leer las respuestas del sumisa, y para modificar lo que hace de acuerdo con ello. El intentar aplicar una simple receta no producirá buenos resultados e incluso puede conducir al desastre. De todos modos, vamos a intentarlo. Preparar la sesión Mucho de lo que sucede en una sesión depende del estado de ánimo antes de la sesión, por lo que es bueno comenzar a prepararla con varios días de antelación. Esto puede hacerse como parte de negociar la sesión. Puede consistir en amenazas más o menos explícitas, preguntas exploratorias, recopilación de fantasías y algunos ejercicios de preparación. Abstenerse de la masturbación y la actividad sexual un día antes de una sesión puede ayudar a aumentar la tensión sexual. Cómo empezar Los cuidados previos pueden ser una buena manera de prevenir los bajones después de una sesión. Son parecidos a los cuidados posteriores, sólo que tienen lugar justo antes de una sesión. El dominante debe recordarle a la sumisa la palabra de seguridad, asegurarle que se respetará y decirle palabras de aliento para empezar a crear empatía. Los participantes deben comenzar centrándose completamente el uno en el otro, excluyendo las distracciones. Vendar los ojos a la sumisa puede hacer maravillas para que se concentre en sus sensaciones. El dominante debe hablar con una voz clara, lenta, sensual, segura y profunda para lograr un cierto efecto hipnótico. Luego viene desnudar a la sumisa, lo que la hará consciente de cada parte del cuerpo que queda expuesta y lo vulnerable que eso la vuelve. Se puede agregar un poco de bondage y dejar que la sumisa considere su situación en silencio durante unos minutos. Usando el dolor Aunque no es estrictamente necesario, el dolor es el camino más seguro y más corto hacia el espacio de sumisión. El dolor debe ser sensual y nunca superar la capacidad de la sumisa para procesarlo. Dolor sensual es el que se aplica a zonas erógenas (las nalgas con azotes, los pezones con pinzas, etc.) y estimula la piel, produciendo una sensación de calor. Combinar el dolor con las caricias suele funcionar. Un mecanismo básico en nuestra médula espinal llamado la "puerta del dolor" hace que el tacto elimine el dolor. Por ejemplo, si se da un varazo en el culo y luego se acaricia la piel lesionada, se sentirá como si la mano borrara el dolor. Tanto el dolor como las caricias ayudarán a dirigir la atención de la sumisa a las sensaciones y la conducirán al espacio de sumisión. Si no quieres usar el dolor, caricias continuas por todo el cuerpo desnudo también pueden producir un estado alterado de consciencia. No hace falta que la estimulación sea sexual; eso lo podemos guardar para más adelante. Sin embargo, estimular los pezones libera oxitocina, una hormona que produce vinculación, por lo que ayudará a que la sumisa se identifique con el dominante y fomentará el espacio de sumisión de basado en la serotonina y la dopamina. El subidón de adrenalina Una vez que se ha calentado a la sumisa, se puede aplicar un dolor más intenso, lo que debe hacerse de forma continua. Para llevarla a un espacio de sumisión de adrenalina, se puede animar a la sumisa a que se debata, grite y se queje. Esto fomenta la reacción de lucha/huida, la liberación de adrenalina y los consiguientes aumentos en el ritmo cardíaco y la respiración. Si se usa el impacto, la cadencia de los golpes debe ser regular, continua e implacable, para transmitir el mensaje de que el dominante no va a ceder, que esto puede durar para siempre. Se pude incluso decir esto en voz alta, intentando de provocar miedo con amenazas. Sin embargo, llegará el momento en que la sumisa abandona la lucha. Dejará de retorcerse y gritar, y colgar fláccida de sus ataduras. Puede incluso haber lágrimas y sollozos (¡comprueba si está bien!). Todo esto nos indica que está lista para la siguiente fase. El subidón de endorfinas Con el tipo adecuado de estímulos, el cuerpo tiende a pasar naturalmente del subidón de adrenalina al subidón de endorfinas. Para que eso suceda, la estimulación con dolor debe continuar pero ralentizarse un poco. Algo que suele funcionar es alternar las caricias con golpes fuertes. El dominante debe usar una voz sensual para susurrar palabras de aliento en los oídos de la sumisa. Para ayudarla a incrementar su sumisión, dile lo feliz que te hace que esté soportando todo ese dolor por ti. Quítale el miedo, no conviene en esta fase. Dile que no le va a pasar nada, y luego pégale fuerte. En el subidón de endorfinas, la sumisa va a tener problemas para hablar; si lo hace, será con dificultad y con voz de sueño. Su ritmo cardíaco será bajo no querrá moverse. Ella no sabe lo que quiere, pero si dejas de pegarle te sorprenderá ver que no quiere que pares. Quiere que la sesión dure para siempre. La fase de sumisión Otro tipo de espacio de sumisión es un estado mental de auténtica sumisión y rendición, probablemente mediado por la serotonina y la dopamina. Como dije antes, estimular los pezones puede fomentar esto al liberar oxitocina. Después de pasar por el pico de adrenalina y el subidón de endorfinas, la sumisa deberá estar tranquila y lista para seguir órdenes. Pedir a los sumisos algún servicio (dar un masaje, chupar la polla, comer el coño, etc.) puede ayudar a sacarlos del estado pasivo del subidón de endorfinas para disfrutar de su sumisión con una mente más clara. La fase de sexo Claro que no todas las sesiones necesitan incorporar sexo. Pero, cuando lo hacen, es mejor que tenga lugar al final, ya que tener orgasmos al principio pueden interferir con los otros estados mentales. De todas formas, hay algunas mujeres que se corren con suma facilidad. En ese caso, se pueden usar sus orgasmos para consolidar su espacio de sumisión. En una relación de dominación-sumisión, y no de sadomasoquismo, el sexo debe transmitir a la sumisa la idea de que están siendo utilizada para el placer del dominante. En ese caso, deberá tener orgasmos sólo con permiso o cuando se le ordene tenerlos. Cuidados posteriores Para evitar los bajones de sumisión, toda sesión de BDSM deberá terminar con cuidados posteriores. En primer lugar, se deben eliminar las ataduras y la estimulación. En segundo lugar, es frecuente que la sumisa necesite ser abrigada, especialmente si ha habido un fuerte subidón de adrenalina. El sistema nervioso simpático se activa durante ese pico de adrenalina, lo que hace que al final de la sesión se active el sistema parasimpático. Esto tiene como efecto el cambiar el flujo sanguíneo de la periferia al interior del cuerpo, ralentizando el metabolismo y el ritmo cardíaco, todo lo cual produce frío. Es necesario establecer una conexión emocional, apacible y no demasiado intrusiva. Éste no es el momento de analizar la sesión, sino de ayudar a la sumisa a aterrizar de una experiencia extrema física y mentalmente. Bueno, aquí lo tienes. Ésta es mi opinión sobre cómo llegar al espacio de sumisión. Combina sus diferentes fases como quieras y diviértete.

  • En defensa de la infidelidad

    Cuando el adulterio es simplemente la mejor entre varias malas opciones El problema del adulterio Aunque las estadísticas sobre la prevalencia de la infidelidad arrojan resultados muy variados (entre el 25% y el 60% de casos de infidelidad durante la duración de un matrimonio), todo el mundo parece estar de acuerdo que va en aumento en los países occidentales. ¿Es esto una calamidad o un síntoma de la desintegración de la monogamia? A juzgar por lo que leo, parece que muchos de los que practican el poliamor, al tiempo que critican la exclusividad sexual, son moralistas en lo que se refiere a la infidelidad. Como los conservadores, tienden a ver la infidelidad como la traición a una promesa sagrada. Según ellos, si una persona está insatisfecha sexualmente en su pareja, sólo le cabe tres opciones moralmente aceptables: 1) aguantarse, 2) negociar una relación abierta, 3) abandonar la relación. La infidelidad supone una cuarta opción, que creo que puede ser moralmente aceptable en algunos casos. La moral sexual se basa en la autonomía personal Creo que la idea fundamental en la que se debe basar la ética sexual es la autonomía personal. Tiene su raíz en el instinto inherente en todos los seres vivos: proteger la integridad del organismo y cumplir sus funciones biológicas básicas. En los seres humanos, esto se traduce en la idea de que mi cuerpo es mío y hago con él lo que quiero, siempre que no dañe la autonomía personal de otra persona. En un plano negativo, esto trae como consecuencia que nadie tiene derecho a usar mi cuerpo contra mis deseos. Por eso son inmorales la violación, el abuso sexual y otras formas de sexo no consentido. La autonomía personal también debe interpretarse en un plano positivo. Esto significa, entre otras cosas, que cada cual tiene derecho a su satisfacción sexual (de nuevo, siempre que no viole la autonomía personal de otros). Por lo tanto, la represión sexual también viola la autonomía personal y debe ser considerada una forma de maltrato. Al contrario de lo que dice mucha gente, el sexo con alguien fuera de la pareja no es un acto no consentido, porque no daña la autonomía personal de la persona a la que se es infiel. Lo que sí viola es un acuerdo en el que dos personas se han comprometido a ser sexualmente exclusivos. Sin embargo, romper un acuerdo me parece una ofensa mucho menor que el dañar la autonomía personal (como ocurre en la violación). Es importante darse cuenta de que este acuerdo de exclusividad sexual en realidad implica renunciar a una porción considerable de nuestra autonomía personal: antes podía tener relaciones sexuales con quien quisiera tenerlas conmigo, y ahora me veo constreñido a una sola persona. Por lo tanto, cualquier forma de coacción en establecer este acuerdo de exclusividad sexual nos debería resultar inaceptable. Monogamia obligatoria No debemos olvidar que vivimos en una sociedad que impone la monogamia. De hecho, en muchos países del mundo la no-monogamia se castiga con la muerte. Y hasta las sociedades occidentales más abiertas ejercen una presión considerable a favor de la monogamia, usando diferentes sanciones legales, económicas y culturales. Encima, a menudo éstas sanciones van injustamente dirigidas más hacia las mujeres que hacia los hombres. Por esa razón, no podemos considerar al acuerdo de exclusividad sexual implícito en el matrimonio como algo aceptado libremente, sino como algo hecho bajo la presión de un entorno coercitivo. Recordemos que un acuerdo hecho bajo presión no es moralmente vinculante. En la práctica, esto significa que se nos ofrecen dos únicas opciones: una relación monógama o quedarnos solos. A casi nadie se le plantea la opción entre una relación abierta y otra con exclusividad sexual. La monogamia se asume por defecto. Las tres opciones frente a la insatisfacción sexual Consideremos ahora las tres opciones que se le ofrecen a una persona que está sexualmente insatisfecha con su pareja. La primera era aguantarse. En la antigua cultura sexualmente represiva esto ni se cuestionaba. El sexo era considerado como algo superfluo, innecesario para la felicidad de una persona decente (especialmente si era mujer). Pero la nueva cultura sexo-positiva ha cambiado esa perspectiva, proponiendo que es inaceptable para una persona vivir privada sexualmente. Esto no sólo concierne al sexo en general, sino también a las sexualidades alternativas como el BDSM. Si yo soy kinky y mi pareja no lo es, tengo derecho a hacer algo para solucionarlo. Aguantarse ha dejado de ser una opción aceptable. La segunda opción sería la de negociar una relación abierta. Sin embargo, esto es considerablemente difícil. Las relaciones abiertas o de poliamor son todavía infrecuentes. Proponerle una relación abierta a una pareja obcecada en la mentalidad monógama no es sólo fútil, es estúpido. Lo único que conseguiremos es que inmediatamente nos considere sospechosos de querer ponerle los cuernos. La tercera opción es romper la relación. Resulta sorprendente la facilidad con la que mucha gente propone esto … ¡Cómo si romper fuera fácil y no entrañara ningún sufrimiento! Es más bien, es lo contrario. La mayor parte de las veces esta opción es la menos deseable de todas. Vivimos en una sociedad que le otorga una gran cantidad de poder a la institución del matrimonio, sea como poder económico (ahorros compartidos, hipotecas, impuestos, etc.), sea como facilidades de vida (vivienda común, distribución del trabajo, cuidado de los hijos, etc.). Eso hace que romper no sea una simple cuestión de cancelar una relación sexual y emocional, sino algo que desbarajusta por completo la vida. El divorcio resulta casi siempre en una disminución de nuestra calidad de vida. Es fácil cuando eres rico, pero ruinoso si eres pobre. Y claro, también están los hijos, a los que probablemente les importe más bien poco si uno de los padres es ocasionalmente infiel, pero para quienes el divorcio tiene consecuencias devastadoras. Hay que desdramatizar el adulterio Con esto no quiero decir que condone la infidelidad, sino proponer es un tema sumamente complejo que no se presta a juicios fáciles. Si hay algo que está claro es que hace falta desdramatizar el adulterio. Al contrario de lo que leemos en las novelas y vemos en la tele, no vale la pena matar a nadie por eso. A menudo, ni siquiera vale la pena dejar a la persona a la que quieres a causa de una infidelidad. El sexo es sólo sexo. No exageremos lo que significa atribuyéndole un montón de contenidos místicos: “ha dejado de quererme”, “es una persona sin palabra”, “si es capaz de hacer eso, es capaz de cualquier cosa”, “ha traicionado lo más íntimo de nuestra relación”. Sí, en algunos casos ser infiel es algo ruin, que implica traición y falta de honestidad. Pero en otros casos no es más que la menos mala de una serie de malas opciones. Como, por ejemplo, en el caso de una mujer que se ha vuelto económicamente dependiente de su marido al dejar su carrera para tener hijos, y al cabo de los años se encuentra con que él ya no quiere tener relaciones sexuales con ella. El adulterio como rebelión contra la imposición de la monogamia Desde un punto de vista sexo-positivo y no-monógamo, deberíamos apreciar el elemento de rebelión contra el orden establecido que conlleva la infidelidad. Sí, la persona a la que se es infiel sufre, pero parte de la culpa de ese sufrimiento la tiene el haber aceptado la normativa monógama. Porque es esa normativa la que lo ha convencido de que el que te sean infiel es algo tan terrible. Tampoco olvidemos que la normativa de exclusividad sexual crea un desequilibrio de poder a favor de personas sexualmente represivas y en contra del que ansía libertad sexual. En un mundo ideal, todo el que deseara ser poliamorosos podría serlo. Pero estamos lejos de vivir en ese mundo ideal. La realidad es que la no-monogamia ética lo deseáramos es una opción reservada para unos pocos. Así que no deberíamos juzgar a quien tiene que recurrir a opciones menos aceptables.

  • ¿Qué tiene de malo el amor romántico?

    Los mitos que envenenan al amor romántico: exclusividad, posesión, celos, amor eterno, leer la mente y otros Encontrar el amor de tu vida, y mantenerlo vivo, es el objetivo más frecuente y valorado en la cultura moderna. Está a la altura del dinero, la salud y la fama a la hora de juzgar nuestro éxito en la vida. Pero el amor debería ser más fácil de conseguir que la riqueza y la fama, algo que todos deberían alcanzar, ¿no? Por supuesto, hablo de amor romántico. Hay otros tipos de amor: a los hijos, a los padres, a los amigos. También hay formas de amor más abstractas, como el amor a Dios, a nuestro país y a los ideales. Sin embargo, en el amor romántico tiene algo especial que nos obsesiona, mientras que las otras formas de amor se dan por sentadas, o incluso se nos antojan un deber. Hay estudios científicos que enfatizan la importancia del amor romántico al mostrar que los casados tienden a tener mejor salud y longevidad, mientras que la soledad disminuye la salud, especialmente a medida que envejecemos. Aunque esto sea cierto, también es verdad que idealizar el amor aumenta nuestro anhelo por él, nuestra desesperación si no lo encontramos, y nuestro dolor si lo perdemos a causa del abandono o la muerte. Eso tampoco es saludable. El amor romántico comienza con la atracción sexual, crece con el enamoramiento y el cortejo, y termina en el matrimonio - lo que se ha llamado la "escalera mecánica de las relaciones". Dado que el amor romántico sirve de base para el matrimonio, que es la forma de economía personal fomentada las convenciones sociales y las leyes fiscales, existe una fuerte presión cultural para conseguirlo. Por consiguiente, no tener una relación se considera un fracaso, especialmente en las mujeres. Además, como los niños son el futuro de la sociedad y son concebidos y criados dentro del matrimonio, el amor romántico es imprescindible para la supervivencia de nuestra sociedad. La sociedad responde creando gran cantidad de contenido que idealiza el amor romántico, en forma de música, novelas, películas, publicidad y series de televisión. El amor está en todas partes y muchos de nuestros hábitos de consumo giran en torno a él. En realidad, las creencias que tenemos sobre el amor romántico producen una gran cantidad de sufrimiento. La mitad de los matrimonios terminan en divorcio, y muchas relaciones terminan incluso antes de llegar a la boda. Cuando sales con alguien, que te rompan el corazón representa un peligro mayor que cualquier enfermedad de transmisión sexual. Hoy en día se da una crítica creciente, no tanto al amor romántico en sí, sino a muchos de sus mitos, porque producen en nosotros y nuestros amantes expectativas irreales y exigencias onerosas. Formas alternativas de relaciones, como el poliamor y otras variantes de no-monogamia ética, están desdibujando los límites entre el amor romántico y la amistad, y cuestionando muchos de sus supuestos. He enumerado aquí doce de los mitos del amor romántico, tratando de explicar el daño que nos hacen. 1. Contigo no me hace falta nadie más Muchas personas, cuando se enamoran, se vuelcan completamente en la vida de pareja y relegan a sus amistades a un segundo plano. Esto empeora cuando se casan o se van a vivir juntos, ya que la pareja brinda una compañía fácil mientras que las amistades requieren esfuerzo. Esto responde a una de las creencias más básicas del amor romántico: que existe una persona que nos complementa perfectamente. Dado que somos personas muy complejas, con una gran variedad de necesidades, encontrar a alguien que las satisfaga todas es prácticamente imposible. Entrar en una pareja con este tipo de expectativas conduce a la frustración y a exigirle a la otra persona que cambie para ajustarse a nuestros deseos. Además, exigir que nuestro amante cambie para adaptarse a nuestras necesidades tensa la relación. Una actitud más sana es la de valorar nuestras amistades, comprendiendo que cada persona aporta algo distinto a nuestra vida. En el poliamor se va aún más lejos. Propone que al amar a varias personas viviremos una vida más plena, sin tener que exigirle a nadie que se ajuste a nuestros deseos. 2. El flechazo El mito del flechazo o amor a primera vista se basa en esta idea de que existe una persona que nos complementa perfectamente, más la creencia de que existe una forma mágica de reconocer instantáneamente a esa persona.. Esa complementariedad produciría una atracción tan tremenda que cuando las dos personas se encuentran el amor surge de forma instantánea. La realidad es que, si bien hay muchos enamoramientos instantáneos, se basan más bien en una atracción sexual o incluso en una fuerte conexión emocional, cosas que pueden evaporarse fácilmente a medida que nos vamos conociendo. Llevarnos a esa atracción sexual a la cama podría ser una buena primera prueba de su poder. Salir juntos una temporada con actitud atenta, curiosidad y bajas expectativas puede llevarnos a hacernos una idea sobre si formaríamos buena pareja. El amor maduro se basa en el descubrimiento paulatino de la otra persona y nuestra afinidad por ella. 3. Te querré siempre En muchos países occidentales la tasa de divorcio supera ya el 50%. Por lo tanto, está claro que los amores que duran toda la vida son la excepción y no la regla. Y eso sin contar a las separaciones antes del matrimonio y a las parejas infelices que no se atreven a romper. Creer en el amor eterno es absurdo. Mejor empezar una relación contando con que no va a durar para siempre y así la ruptura será menos dolorosa. Así, cuando llegue la ruptura, será menos dolorosa. Estar mentalmente preparado para el declive del amor también nos ayuda a desarrollar la resolución de no herir a nuestro amante cuando suceda. No debe haber culpa ni vergüenza. Las rupturas son parte de la vida. Puede haber relaciones que sí duren “hasta que la muerte nos separe”, pero quizás sea por suerte, por trabajar para mantener la relación o por plantearse las cosas de forma realista desde el principio. 4. Eres mía/mío El amor romántico es posesivo. Se ve a la otra persona como algo que nos pertenece, como una extensión de nosotros mismos. Entonces el formar pareja se vuelve una adquisición, una compra en la que yo intercambio mis deberes hacia ti por tus obligaciones hacia mí. Esta transacción conlleva una pérdida de libertad que convierte al matrimonio en una cárcel. Se insiste así en la “fidelidad”, es decir, en el cumplimiento de un contrato matrimonial cuya primera cláusula es la exclusividad sexual. Es mucho más sano el ver a la otra persona como alguien que se pertenece a sí misma. Las relaciones deben basarse en las experiencias compartidas, en la empatía y en el cuidado mutuo. 5. Los celos son señal de amor La consecuencia lógica de la pareja posesiva son los celos, que además nuestra cultura monógama se ha encargado de convertir en virtud y en barómetro de la intensidad del amor. Los “crímenes pasionales” se romantizan, se comprenden y se perdonan. El resultado son un montón de mujeres maltratadas y asesinadas por hombres que basan su autoestima en su capacidad de convertirlas en sus prisioneras. Sin olvidar a los muchos hombres atrapados por el chantaje emocional, la culpabilización y otras formas de abuso psicológico. La glorificación de los celos hace daño y puede llegar a matar. 6. El amor todo lo perdona Otro mito peligroso que sirve para perpetuar las situaciones de violencia doméstica es el ideal de la mujer de la persona abnegada capaz de perdonarlo todo en nombre del amor. El perdón puede resultar liberador, es cierto, pero siempre que la situación a perdonar haya terminado y el maltratador haya hecho las reparaciones pertinentes. Es mejor perdonar desde una situación de libertad y de una cierta distancia física y emocional. De otra forma, el perdón no es más que una excusa para perpetuar el maltrato. 7. El amor te hará cambiar Otro mito más es considerar el amor como una fuerza mágica capaz de hacer cambiar milagrosamente a una persona. Uno de los tropos más comunes en las novelas románticas es el de la mujer pura e inocente que es capaz de curar a un guerrero herido. ¿Os suena familiar? Éste es el tropo que explotan 50 Sombras de Grey y otras muchas novelas románticas. La realidad es muy distinta. A menudo uno de los miembros de la pareja pugna por hacer cambiar al otro, con el resultado de que la relación degenera en una lucha de poder. Por supuesto, las transformaciones personales son posibles, pero deben de partir del interior de cada persona y no ser impuestas desde afuera, aunque sea en nombre del amor. También encontramos este mito en las personas que nos dicen con aire paternalista “cuando encuentres la mujer (o el hombre) de tu vida, dejarás de ser homosexual, bisexual, feminista, poliamoroso, etc.” 8. El sexo es mejor cuando es con alguien a quien amas Y su reverso: “el sexo sin amor está vacío”. Si bien es cierto que el amor puede aportar empatía y complicidad al sexo, también lo es que el deseo y el amor a menudo van por rumbos distintos. Para muchas personas, el simple hecho de acostarse con alguien distinto aumenta la excitación sexual, mientras que el hacer el amor con la misma persona año tras año llega a aburrir y a quitarle todo el atractivo al sexo. Las experiencias sexuales de una sola noche pueden ser maravillosas aventuras en las que descubrimos el cuerpo y la mente de una persona desconocida, al tiempo que el saber que nunca la volveremos a ver nos confiere una extraña libertad. Los que practicamos la pareja abierta sabemos por experiencia que cuando nuestra pareja hace el amor con otro, vuelve con más ganas y más energía a nuestra cama. Algunas personas experimentan el sexo sin amor como vacío e insatisfactorio. Hay personas que son monógamas por naturaleza, posiblemente por tener una mayor expresión de los receptores de oxitocina y vasopresina en sus cerebros. Sin embargo, también es posible que este sentimiento de vacío se deba a culpa y vergüenza sexual no procesada. En cuanto a lo que el sexo sin amor se experimenta como vacío, esto puede deberse a complejos de culpa de los que no nos hemos sabido librar. 9. El amor verdadero te llena completamente Y su reverso: “una vida sin amor es una vida vacía”. El amor es sólo una faceta de la vida. Querer que otra persona llene completamente nuestra vida crea unas expectativas desmesuradas que conducen a la frustración. Y a culpar a nuestra pareja cuando nos sentimos defraudados. Muchas personas sacrifican su carrera, sus amigos o su aficiones por amor y luego viven lamentándolo. Por otra parte, hay personas que nunca encuentran al amor ideal y aun así viven una vida llena de satisfacciones. Esta idea también hace sufrir a aquellas personas que, por distintas razones, no son capaces de encontrar el amor de su vida. Este mito las hace creer que nunca podrán ser felices. O las hace sentirse avergonzadas por su situación - el cliché de la solterona. Necesitamos combatir estos mitos con evidencia de que es posible vivir una vida feliz estando soltero. Sí, todos tenemos necesidades de sexo y compañía, pero se pueden satisfacer teniendo sexo casual y desarrollando amistades sólidas. 10. Quiero un hombre que me trate como una reina El amor no consiste en que alguien se ponga a tu servicio y te lo solucione todo. Los hombres tienen tendencia a ser independientes financialmente, pero pueden desarrollar dependencia emocional y delegar en las mujeres las tareas del hogar y el cuidado de los hijos. Eso no es amor sino explotación. Las mujeres, por su lado, pueden desear un hombre que las mantenga y las libere de trabajar. Sin embargo, un principio fundamental del feminismo es que las mujeres deben ser autónomas e independientes. Esperar que venga un príncipe azul a solucionarnos la vida es una idea machista. 11. Si me amaras de verdad sabrías lo que quiero Al amor romántico se le atribuyen cualidades mágicas, entre ellas la de leer el pensamiento. La idea es que nuestra conexión es tan fuerte que deberías saber de inmediato lo que quiero. Si no puedes es porque no me haces caso. Lo que significa que no me quieres. Una forma más leve de esta enfermedad es la comunicación pasiva: depender de indirectas, sarcasmos, expresiones faciales, silencios o agresión pasiva para transmitir un mensaje. En su lugar, debemos utilizar la comunicación activa: expresar nuestros pensamientos, sentimientos y deseos de la forma más clara e inequívoca posible. El mito de leer el pensamiento sirve de disculpa para no trabajar adecuadamente la comunicación, lo que es esencial para el éxito de la relación. Nadie, por mucho que te quiera, es capaz de saber lo que piensas y lo que sientes, especialmente en mitad de una pelea, cuando la ira nos nubla el pensamiento. Aunque en algunas relaciones las personas llegan a tener una empatía especial y una gran capacidad para saber cómo se siente la otra persona, esto suele ser el resultado de una labor constante de comunicación y de largas conversaciones íntimas. 12. Lo único que necesitas es amor Lo siento por los Beatles, que compusieron All You Need Is Love. La canción es preciosa, pero tiene una letra estúpida. Durante los años 60 se quiso convertir al amor en la clave para solucionar todos los problemas, desde el racismo hasta la guerra. Y claro, no funcionó. La vida es algo demasiado complejo para intentar solucionarla a base de una emoción, aunque sea tan bonita e importante como el amor. Para resolver los problemas de nuestra sociedad, hacen falta otras cosas, como educación, inteligencia, honestidad, sabiduría y trabajar duro. Lo mismo pasa en nuestras relaciones.

  • La secretaria que se ganó una azotaina

    Escena de spanking de mi nueva novela El rojo, el facha y el golpe de estado. Luis fue a apoyarse en el escritorio, acariciándose el mentón. ¿Cómo podía haberle hecho eso Nina? ¿Acaso no se daba cuenta de que darle esa información al Gavilán le daba poder sobre ellos? Pero sin duda era eso lo que buscaba el Gavilán. Dividirlos. Quitarle una aliada. Como antes le había quitado a Jorge, su chófer y guardaespaldas. Había que aclarar esa situación inmediatamente. Llamó a Nina al despacho. Nina entró con expresión preocupada. -Cierre la puerta, Nina, por favor. Nina lo miró sorprendida. No había nadie más que ellos en la oficina. De todas formas, cerró la puerta. -Usted dirá, don Luis. -El Gavilán me acaba de decir que usted le ha dicho que follamos. Nina bajó la mirada y se retorció las manos. -¿Es cierto? ¿Le ha dicho usted eso? -insistió. -Bueno, yo no se lo dije -dijo ella sin levantar la mirada-. Él me lo sacó. -¿Cómo que se lo sacó? -Él… me preguntó si lo hacíamos. Como no le contesté, dedujo que sí. Luego no me atreví a negárselo. -Nina, sé perfectamente que es usted capaz de mentir con absoluto desparpajo. Por eso la contraté, ¿recuerda? -Sí, ya lo sé… Pero no al Gavilán… Me da demasiado miedo. -¿Cómo que le da miedo? Nina lo miró a los ojos. -Es un tipo muy peligroso. ¡Usted lo sabe perfectamente, don Luis! A mí me descoloca por completo. Por eso no fui capaz de mentirle. -¡Esto es muy serio Nina! La primera vez que lo hicimos, aquella noche en Sasamón, le dije claramente que nadie debía saberlo. ¡Ahora, sabe dios a quién más se lo contará el Gavilán! Y eso nos pone en peligro. A los dos. Usted ya sabe que éste es un trabajo arriesgado. Pensé que era usted más valiente. -¡No se trata de ser valiente, don Luis! Se trata de ser prudente. Sé que si le cuento todo lo que hace el Gavilán, usted se enfrentará a él. ¡Y eso sí que nos pondría en peligro a los dos! -¿Cómo que lo que hace el Gavilán? ¿Acaso le ha hecho algo? Nina volvió a bajar la mirada. -¡Respóndame, Nina! ¿Le ha hecho algo el Gavilán? ¿Le ha metido mano? Nina lo miró, ceñuda. -¡Sí, me ha estado metiendo mano! Eso es lo que estaba haciendo cuando me preguntó si usted me follaba… Y cuando te preguntan algo con la mano dentro de las bragas, a una le resulta difícil mentir. Luis se pasó la mano por el pelo, luchando contra la indignación que le producía la imagen que Nina le acababa de sugerir. ¡Menuda zorra está hecha! dijo la voz de su padre. -¡Yo no quería, don Luis! Siempre le dije que parara, incluso lo aparté a empujones. ¡Se lo juro! Pero él me acorralaba y me sujetaba las manos. Es más fuerte que yo, y yo no podía hacer nada. -¡Claro que podía hacer algo! Podía haber dado una voz, y yo hubiera salido de mi despacho y puesto fin a ese atropello. -¿Sí? ¿Y entonces qué hubiera pasado? Usted peleándose con el Gavilán, con sus pobres piernas ortopédicas. Y, encima, seguro que va armado. Por eso no grité, don Luis, para protegerle a usted. Porque sé cómo es, conozco su coraje. Sé que no hubiera podido contenerse. Luis se la quedó mirando. La voz de Nina sonaba compungida, reflejando la angustia que debía haber sentido todo ese tiempo. A saber cuándo el Gavilán había empezado con sus tropelías. Pero su compasión por ella luchaba contra la humillación que contenían sus palabras. “Sus pobres piernas ortopédicas.” Él no era hombre suficiente para protegerla. Y eso que lo había visto venir. De hecho, le había preguntado varias veces si estaba bien. Y ella le había dicho que no pasaba nada. Le había mentido. -Yo le pregunté varias veces si pasaba algo, Nina. Y usted me dijo que no. Usted me mintió. Los dos se quedaron mirándose en silencio, sopesando el peso de esa acusación. -No, no le mentí. Es solo que… no se lo quise contar. Ya le he explicado por qué. Era para protegerlo… Porque sé cómo son los hombres. Lo en serio que se toman estas cosas… Y, total, a mí tampoco me importaba tanto que me tocara. ¡Menuda zorra! volvió a decir la voz de su padre. -¡Sí que me mintió, Nina! Yo le pregunté abiertamente si pasaba algo, y usted me dijo que no. ¿Acaso tengo que recordarle nuestro acuerdo? ¿Lo que le dije cuando la contraté? ¿La promesa que nos hicimos en la cama? Todo eso fue muy importante para mí. Ahora veo que no lo fue para usted. Nina se le acercó, los puños cerrados, lágrimas en los ojos. -¡Claro que lo fue! ¡Fue la promesa más importante que he hecho en mi vida! Yo pensaba que no la había roto, pero ahora veo que sí… Lo hice sin darme cuenta. ¡Qué estupidez! dijo la voz de su padre. -¡“Sin darme cuenta”! ¿Miente usted sin darse cuenta? Nina llegó junto a él. Tímidamente, alargó las manos hacia su pecho. Él le agarró las muñecas. -¡Ya lo sé! ¡Soy una estúpida! ¡Me miento hasta a mí misma! Debí darme cuenta de lo que hacía… ¡Perdóneme, por favor! No soporto la idea de que haya usted perdido su confianza en mí. La cólera que le despertaba el ultraje que le había hecho el Gavilán, la mentira de Nina y su propia desvalidez luchaba contra la comprensión por lo que había debido pasar Nina. Intentó apaciguar la oleada de ira, esforzándose por pensar y hablar de forma racional. -Lo que quiero, Nina -dijo sacudiéndola ligeramente por los brazos-, es que comprenda que usted no tiene derecho a tomar decisiones por mí. No necesito que me proteja del Gavilán, ni de mi propia ira. No seré tan fuerte como él, pero sí que soy más listo. Y, desde que perdí mis piernas, tengo mucho más autocontrol. No tiene usted derecho a ocultarme nada. Por eso es mi secretaria; no sólo para guardar mis secretos, sino para no tener secretos para mí. Porque mi poder se basa en tener información fidedigna. Creí que éramos un equipo en eso, que usted me iba a ayudar. Pero me ha fallado. Nina soltó una de sus manos y se secó las lágrimas con los nudillos, dejando un churrete de rímel en su sien. -Sí, ahora lo entiendo, don Luis. Lo ha explicado usted la mar de bien. Debería haberlo entendido antes, ya lo sé. Debo de ser muy estúpida. -No es usted nada estúpida, Nina. Eso es lo que me hace más difícil perdonarla. Nina dejó caer la cabeza. -Siento mucho no haber sabido cumplir mi promesa, don Luis -murmuró-. Supongo que usted sí que cumplirá la suya. La idea le había estado rondando la cabeza, pero pensó que no era más que una peligrosa fantasía. La vida le había ensañado en varias ocasiones que pegarle a una mujer era una forma segura de volverla contra él. -Ya… la azotaina. -Si eso consigue que usted me perdone… -dijo ella sin levantar la mirada del suelo. -Sí que lo conseguiría… -Pues entonces, adelante. Le puso dos dedos bajo el mentón para obligarla a mirarlo. -No quiero que usted se quede resentida contra mí. -¿Resentida? ¡Al contrario! Aliviada, si es que consigo recuperar su confianza. Los ojos de Nina le dijeron lo que sentía mejor que sus palabras. -Muy bien. Entonces arrodíllese en el sofá -dijo soltándola. Nina volvió a mirar al suelo y no se movió. -¿Qué pasa? ¿No me ha oído? -Sí que le he oído, don Luis. ¡Creo que voy a morirme de vergüenza! -¿De eso se trata, no? De que pague usted por sus culpas para que luego pueda yo perdonarla. -Es que… No soporto la idea de que vaya usted a castigarme. Y lo más humillante de todo es que sé perfectamente que me merezco ese castigo… ¡y mucho más! Se acercó a ella y le volvió a coger el mentón para mirarla a los ojos. -Quizás saber que se merece usted una azotaina sea castigo suficiente. -¡No diga usted tonterías, don Luis! ¿Cómo va a ser castigo suficiente? Si me deja usted irme de rositas, nunca podré estar segura de que me ha perdonado. -No puedo arriesgarme a perderla, Nina. Se ha vuelto usted una pieza imprescindible en mi trabajo. Por eso el Gavilán ha hecho todo esto. Por eso me contó lo que usted le dijo. Quiere enfrentarnos y ponerla a usted bajo su control. Como hizo con Jorge. -¡Claro! Ahora lo entiendo. Es usted muy listo, don Luis. Está clarísimo que ese es el plan del Gavilán para controlarnos. Pero no le vamos a dejar salirse con la suya, ¿verdad? Nina le acarició la mano con la que le sujetaba el mentón. La vio mirarlo de una forma que había aprendido a reconocer. Nina había desarrollado una curiosa habilidad para saber cuando debía ofrecerle un polvo o una mamada. De la misma forma, ahora sabía que tenía otros motivos para querer darle una azotaina, aparte de castigarla. -Por supuesto que no. Por eso le voy a poner el culo como un tomate, Nina. Y a usted le va a dar vergüenza y le va a doler. Porque será un castigo de verdad. ¡Qué estupidez! dijo la voz de su padre. -Eso mismo es lo que yo iba a decirle, don Luis. Que estoy dispuesta a sufrir ese castigo si con eso consigo que usted vuelva a confiar en mí. -Entonces, vaya a arrodillarse en el sofá. Esta vez, Nina lo obedeció de inmediato. Se quitó los zapatos y se encaramó al sofá. -¿Aquí? -Un poco más a la izquierda. Temblando de anticipación, Luis se sentó en el sofá a la derecha de Nina. La obligó a tenderse bocabajo sobre su regazo. Nina escondió la cara entre las manos, pegándola al asiento del sofá. Luis se puso a pegarle sobre la falda. Al cabo de un rato, Nina levantó la cabeza. -Tengo la obligación de no ocultarle nada, jefe. Por eso, debo decirle que esto está siendo un castigo más simbólico que otra cosa. -Ya lo sé… Los azotes sobre la falda no duelen. Así que levántesela. -Sé que me voy a arrepentir de habérselo dicho. Pero era mi obligación. Nina tiró de su falda marrón hasta dejársela apilada en la cintura. Llevaba unas bragas de encaje negro que le dejaban al descubierto la parte inferior del pompis. Bragas de zorra, dijo la voz de su padre. Se puso a azotarla con brío en la piel que las bragas dejaban expuesta. -¿Qué? Ahora el castigo ya no es tan simbólico, ¿no? -No, don Luis… Ahora los azotes sí que pican. -Pues esto no ha hecho más que empezar. Se merece usted una buena paliza… por haberme traicionado… por haberme mentido… por haberme defraudado -dijo acompasando sus palabras con sonoros cachetes. -¡Ay, don Luis! ¡No me diga usted eso, que bastante vergüenza estoy pasando! -¡Pues más vergüenza debería darle! ¡Ande, bájese las bragas! Se merece ser azotada con el culo al aire. -Total, ya me lo ha visto usted un montón de veces -dijo Nina, tironeando de sus bragas hasta que las tuvo a medio muslo. Pero el culo de Nina en pompa sobre sus muñones, con el color sonrosado que le habían dejano los azotes, era lo más voluptuoso que había visto nunca. “Sus pobres piernas ortopédicas”, volvió a oírla decir. Se imaginó las manos del Gavilán dentro de sus bragas, despertando su placer y sometiéndola a su control. Más que los celos, lo abrumaron la impotencia, la posesividad y la frustración. De alguna forma, la rabia compaginaba perfectamente con el placer que le producía verla indefensa y expuesta sobre su regazo, llevándolo a azotar con más brío en ese culo sensual. Quería dejarle a Nina un recuerdo imborrable de ese castigo. Quería que aprendiera a temer su potencia varonil. Y a no compadecerse nunca más de sus pobres piernas ortopédicas. Con su pompis ya de un rojo encendido, Nina empezó a dar muestras de que el dolor empezaba a hacer mella en ella, soltando grititos y quejidos, dando pataditas, crispando las nalgas y los dedos de los pies. Pero eso no hacía sino endurecerle más la polla y aumentar su frenesí. Se percató de que ella había dejado de agitarse. Había enterrado el rostro en las manos y yacía inerte en su regazo, sacudiéndose apenas con cada cachete. Lo invadió el temor de haber ido demasiado lejos, de haber cruzado la raya que la volvería en su contra. -Muy bien -le dijo-. Creo que ya ha tenido usted bastante. Tiró de su cadera para hacerla volverse hacia él. El rostro de Nina era un desastre de churretes de rímel y pintalabios. Ella se apresuró a ocultarlo en su hombro, abrazándolo. Sintió en ardor de sus nalgas contra su polla, pero enseguida ella se revolvió para para apoyar la cadera en su regazo, en vez del trasero. -Perdone… Voy a tener crudo lo de sentarme por una temporada -bromeó ella con lágrimas en la voz. Luis le acarició el culo enfebrecido, aliviado de que ella no estuviera resentida. -Ha sido una buena paliza, desde luego… Espero que le sirva de escarmiento. -No se preocupe, hoy me ha dado usted unas cuantas lecciones que nunca olvidaré. Espero que al menos me perdone. -¡Claro que la perdono, Nina! Quizás incluso me haya pasado un poco con el castigo. -No me merecía otra cosa… Pero sí, ha sido doloroso y humillante… Pero ya ha visto que estoy dispuesta a expiar mis faltas y a sufrir por usted. Espero haber vuelto a ganarme su confianza. -Completamente. Lo pasado, pasado está. Ahora podremos afrontar juntos los problemas. Nina volvió la cara para mirarlo. -Perdone que se lo diga, pero creo que usted… se ha emocionado un pelín al castigarme. No he podido evitar darme cuenta. -Nina le pasó la mano por la delantera del pantalón, donde abultaba su verga-. ¿Quiere que se la chupe? -Ha sido al verle el culo… -dijo azorado-. Ya sabe cómo me pone. Nina se arrodilló a su lado y se puso a desabrocharle el cinturón y los pantalones. -Bueno, también debe ser muy excitante darle su merecido a una mequetrefe como yo, ¿no? Y a lo mejor hasta le gusta más mi culito después de ponérmelo como un tomate. -Eso no lo voy a negar. Me encanta su culo cuando está rojo y calentito. Nina acabó de abrirle el pantalón. Tiró de los calzoncillos hacia abajo para extraerle la polla. Se la acarició como sólo ella sabía hacerlo, endureciéndola como una piedra. -¡Y qué mejor manera de acabar mi castigo que hacerlo disfrutar aún más! Nina se inclinó hacia adelante. Sintió le calor y la humedad de su boca envolverle la polla. Estaba tan excitado que lo haría correrse en un santiamén. Pero eso no era lo que él quería. La agarró del pelo para obligarla a sacarse su polla de la boca. -Lo que quiero es sentir ese pompis caliente contra mi vientre mientras me la follo. ¡Qué estupidez! dijo la voz de su padre. Nina soltó una risita. -Eso estaría bien, ¿verdad? Lo malo es que yo también disfrutaría con eso… Y ya no sería un castigo. -El castigo ya lo he dado por terminado. Lo que deberíamos hacer ahora es volver a sellar nuestro pacto de lealtad. Como la primera vez. Nina se enderezó y lo besó en los labios. -Gracias, jefe… Porque la verdad es que la azotaina me ha dejado muy mojada. ¿Ve? -dijo guiando su mano a su coño-. No me lo explico, porque me dolió un montón. Pero me gustó que no vacilara en darme mi merecido… Pude sentir su hombría en cada azote que me daba. Y sentirlo restregar mi culo dolorido mientras me folla será un colofón perfecto para la azotaina. Luis consideró las posibilidades. Quería follarla por detrás, pero no le era posible arrodillarse con sus piernas ortopédicas. -Mueva usted la mesita para hacer sitio sobre la alfombra. Pero, primero, desnúdese. Nina saltó de su regazo. Se acabó de bajar las bragas. Luego se quitó la falda, la camisa y el sujetador. Cuando terminó de apartar la mesita de café, Nina se arrodilló frente a él. Le quitó los zapatos y luego lo ayudó a bajarse los pantalones y los calzoncillos. Luis se deslizó hasta el suelo. Nina le puso un condón y se tendió en la alfombra junto a él. La agarró por los hombros para hacerla girarse y darle la espalda, cogiéndola por las caderas para pegarla contra sí. Su pompis le calentó le vientre como una estufa. -Métasela, Nina. -¡Siempre lo tengo que hacer yo todo! ¡Súbase la falda, Nina! ¡Bájese las bragas, Nina! ¡Desnúdese, Nina! ¡Métase mi polla, Nina! -Porque está usted a mi servicio -dijo dándole un azote en el lateral del culo. -¡Ah, claro! Se me había olvidado. Nina se apartó de él para cogerle la verga. Contoneándose un poco, acertó a encajarla en su abertura. Con un empellón, Luis la penetró hasta el fondo. -¡Joder! -gritó Nina-. ¡Cómo me arde el culo! Un par de embestidas más la llevaron al orgasmo más escandaloso que la había visto tener nunca. Él tampoco pudo aguantar mucho más. Se corrió dentro de ella, notando el exquisito calor de su trasero. La culpa lo asaltó en cuanto dejó de eyacular. Nina le había sido leal desde el principio. El Gavilán la había sometido a las peores indignidades, pero ella no se había quejado para no causarle problemas. Y, como toda recompensa, él le había dado una soberana paliza. Y todo porque a él se la ponía dura pegarle a las mujeres. Era indigno de él ser así. Era injusto tratar a Nina de esa manera. -¡Menudo polvazo! -exclamó Nina-. Jefe, la próxima vez que me castigue, no debe dejar que me corra. -¿Qué próxima vez? Pensaba que ya no tendría que volver a castigarla. ¿O es que ya está planeando volver a mentirme? Nina se dio la vuelta y le acarició la mejilla. -Claro que no jefe. Le voy a ser leal… siempre. Pero una es humana y es inevitable cometer errores. Es bueno saber que puedo conseguir su perdón sufriendo un castigo. Y, de paso, proporcionarle a usted un poco de diversión.

  • Todos los jefes se tiran a sus secretarias

    Escena erótica de la novela que estoy escribiendo: El rojo, el facha y el golpe de estado. Luis es un abogado joven, doble amputado y facha. Se ve obligado a compartir habitación con su secretaria Saturnina (Nina para los amigos y todos los demás) en una pequeña fonda de Sasamón, a donde les han llevado sus oscuros negocios. Sasamón (Burgos), viernes 25 de julio, 1980 Nina se puso a completar sus notas. Luis se metió en el cuarto de baño. Puso el tapón en la bañera y abrió los grifos. Se desnudó y se sentó al borde de la bañera para quitarse las piernas ortopédicas. Al quitarse la segunda, perdió el equilibrio y cayó de espaldas en la bañera, con un gran salpicón de agua y golpeándose la cabeza contra la pared. Nina entró corriendo en el cuarto de baño. -Jefe, ¿qué le ha pasado? ¿Está bien? Luis se agarró al borde de la bañera y consiguió sentarse. Se secó los ojos con los nudillos para mirarla. Era totalmente humillante verse desnudo y desvalido frente a ella. -No es nada. Me caí al quitarme las piernas ortopédicas. Estoy bien. -Debería haberme pedido que lo ayudara. Total, no tengo otra cosa que hacer… Nina se sentó al borde de la bañera. Cogió una toalla del lavabo y se la puso en la nuca. Cuando la retiró, estaba manchada de sangre. -Va a poner el agua perdida de sangre. Vamos a ver… Nina desenrolló algo de papel higiénico, lo dobló y se lo puso en la nuca. -Mejor. Sujételo con la mano… Así. ¿Quiere que lo lave yo? -No, Nina, mejor que lo haga yo… -¡Pero qué ganas tiene usted de complicarse la vida, jefe! Ande, échese en el agua. Nina lo sujetó por los hombros y lo ayudó a echarse de espaldas. Luis cerró los ojos y se permitió relajarse. Le dolía la cabeza y el trasero de la caída. La verdad es que se sentía un poco conmocionado. Respiró profundo, esperando que se le pasara el dolor. Si Nina se empeñaba en hacer de madre, ¿por qué no dejarla? Total, ya lo había visto desnudo. Desde que perdió las piernas, bañarse se había convertido en una tarea difícil y arriesgada. Carolina, su esposa, a menudo lo ayudaba a hacerlo. Sintió la mano de Nina agarrarle el muñón izquierdo. Abrió los ojos, alarmado. Nina miraba fascinada el trozo de muñón que salía del agua, pastilla de jabón en la mano. Tenía un feo color purpúreo, con arrugas donde la piel sellaba el fémur roto. Había visto sus muñones mil veces y todavía no se acostumbraba a ellos. Siempre le había dado vergüenza que le vieran los muñones. Nadie lograba disimular el asco. A Carolina le había costado meses superarlo. Pero no había ningún asco en el rostro de Nina. Sólo curiosidad y dedicación. Se puso a enjabonarle el muñón. El contacto delicado de los dedos con su piel era delicioso. Luis cerró los ojos y se abandonó a la sensación. Cuando terminó, metió los brazos en el agua en busca del muñón derecho. Luis abrió los ojos y vio que estaba empapándose las mangas de la camisa. -Se está usted mojando la ropa, Nina. -Sí, es verdad -dijo Nina inspeccionándose la camisa-. ¡Anda, si hasta tengo manchas de sangre! Bueno, ya que está usted desnudo, supongo que no le importará si me la quito. Sin esperar a su respuesta, Nina dejó la pastilla de jabón en la jabonera y se desabotonó la camisa. Se la quitó y la puso sobre la cisterna del váter. Su sujetador era de un negro profundo sobre la piel blanca. Sus pechos se adivinaban redondos y firmes. Presintió cómo iba a terminar aquello. Podía pararlo ahora. Echarla del cuarto de baño y así no ponerle los cuernos a Carolina. Pero, ¿por qué no aprovecharse de una oportunidad que sin duda no volvería a presentarse? ¿Por qué no podía tirarse él a su secretaria, como hacían todos los jefes? Ella lo estaba pidiendo a gritos. Otra mujer hubiera salido del cuarto de baño al verlo desnudo, en vez de aprovecharse de su desvalidez para tocarlo. Y Nina no había vacilado ni un segundo en quitarse la camisa. ¡Menuda zorra que te has agenciado, Luis! dijo la voz de su padre en su cabeza. Será una zorra, papá. Pero es mi zorra. Pero lo que no podía consentir era que fuera ella quien siguiera llevando la iniciativa. -Siga usted desnudándose, Nina. -Don Luis, creo que ha malinterpretado usted mis intenciones. Yo sólo quería ayudarlo. -Creo que he entendido sus intenciones perfectamente, Nina. -Don Luis, seguramente usted querrá serle fiel a su esposa. Y no convertirme en la secretaria que se acuesta con el jefe. Quizás tenía razón. Su hermana podía ser una zorra, su madre una adúltera y su padre un putero, pero él no tenía que ser como ellos. Él podía ser un hombre virtuoso, como predicaban Marco Aurelio y los filósofos estoicos que lo habían ayudado a salir de la depresión y a no quitarse la vida cuando perdió las piernas. La mirada de Nina se cruzó con la suya. En sus ojos leyó una lujuria inconfundible. Nunca pensó que volvería a despertar un deseo tan intenso en una mujer. Necesitaba desesperadamente saber si era verdad. -Usted me ha dicho muchas veces que estaba a mi disposición para lo que necesitase. Y yo ahora necesito verla desnuda. -Es verdad, se lo he dicho muchas veces. Y lo dije completamente en serio. Y que conste que no es porque usted me pague, sino porque quiero servirlo desde el fondo de mi corazón. Porque usted creyó en mí y me dio una oportunidad cuando yo no me la merecía. No esperaba oír algo tan íntimo. Pero, en realidad, coincidía perfectamente con la conversación personal que habían tenido la noche anterior. -Ya lo sé. Está usted en deuda conmigo. Y siempre he tenido intención de cobrarme esa deuda. -Usted es quien está casado, no yo. Es su decisión. Haré lo que usted me mande, jefe. -Entonces desnúdese. No me haga volver a repetírselo. Nina dobló los brazos tras la espalda para desabrocharse el sujetador. Lo dejó sobre la camisa. No tenía los pechos muy grandes, pero sus pezones eran gruesos y oscuros. Nina lo miraba mirarla sin azoramiento ni orgullo. Descorrió la cremallera lateral de la falda y la dejó caer al suelo. La recogió y al puso sobre el resto de su ropa. Se quitó los zapatos con los pies. Se sentó en el váter para desenrollarse las medias. Luego se puso en pie y se bajó las bragas. Una pelambrera negra ocultaba sus secretos más íntimos. Su cuerpo desnudo era aún más hermoso de como se lo había imaginado, con un vientre plano, gráciles caderas, y muslos musculosos y aun así femeninos. -Dese la vuelta, Nina. Quiero verle el culo. ¡Menuda estupidez! dijo la voz de su padre en su cabeza. Nina le dio la espalda. Tenía unos hoyuelos muy monos sobre nalgas redondas y respingonas. Luis sintió su verga endurecerse. -¿Le gusta mi trasero, jefe? -Tiene usted un culo precioso, Nina. Ella se volvió a enfrentarlo. -¿Me hace un hueco en la bañera? ¿O prefiere que lo lave desde fuera? Luis se deslizó hasta el final de la bañera, haciéndole sitio. Nina se metió en el agua, arrodillándose frente a él. Cogió la pastilla de jabón y se puso a enjabonarle el pecho. -Es usted un hombre muy atractivo, don Luis. Su corazón dio un vuelco al oírla decir eso. -No diga usted tonterías, Nina. Un inválido como yo no puede considerarse atractivo. -Perdone, jefe, pero es usted quien dice tonterías. Hay muchas cosas en un hombre que pueden ser atractivas, aparte de las piernas. Como un pecho musculoso, unos hombros fuertes -dijo mientras se los enjabonaba- y un rostro elegante. Eso sin contar con un cerebro brillante, que siempre ha sido lo que más me ha gustado de usted. -Es usted muy halagadora, Nina. Es una pena que también sea un poco mentirosilla. -Pero, después de aquella primera mentira, le prometí que nunca más volvería a mentirle, ¿se acuerda? Y usted me dijo que me daría una azotaina si me volvía a pillar en otra mentira. -Espero que los dos sepamos cumplir nuestras promesas. -Yo lo estoy haciendo, desde luego. Cuando le digo que me gusta, es la pura verdad. Échese para atrás, por favor. Luis se recostó, dejando su cuerpo flotar en el agua. Nina le agarró el muñón derecho, y él lo sacó del agua. Nina se lo besó. Luego se puso a enjabonárselo, bajando por el muslo hasta dar con su polla erguida. La envolvió con el puño. -¿Quiere que me ocupe de esto también? Luis le agarró la muñeca y la forzó a soltar su verga. Se incorporó y la miró a los ojos. -Lo que quiero, Nina, es follarla. Si a usted no le importa, claro está. -Ya veo que no se anda usted con rodeos, jefe. ¿Entonces, vamos a ser eso? ¿El jefe y la secretaria que se acuestan juntos? -No veo por qué no. Me parece una tradición muy respetable. Y yo soy muy tradicionalista. -¿Y su mujer? ¿También respeta ese tipo de tradiciones? -Más le vale, después de todo lo que he hecho por ella. -¿Entonces, se lo va usted a contar? -¡Por supuesto que no! Y a usted más le vale no decírselo a nadie, ¿entendido? -Como usted me explicó el primer día, la palabra secretaria viene de secreto. Quizás por eso haya tantas secretarias que se acuestan con su jefe. -Que quede claro que, en el día a día, tiene usted que comportarse como si nada de esto haya pasado. Nada de besos, ni abrazos, ni pullas íntimas. Aunque no haya nadie delante. Nina hizo un mohín de disgusto. -¿Está usted seguro? Si vamos a ser amantes, a mí no me importaría que me toqueteara de vez en cuando. Puede servirle para aliviar el estrés. -De momento, será mejor que cuidemos los dos el decoro. No debemos perder nunca de vista la profesionalidad y el mutuo respeto. -Eso sí que lo entiendo, don Luis. Usted siempre me ha tratado con mucho respeto. Es usted todo un caballero, y yo lo aprecio por eso. Nina le lavó la cabeza, luego se aseó ella también. La miró mientras ella, de rodillas frente a él, se enjabonaba los pechos, el vientre, los muslos, el culo y la entrepierna, dejándolo apreciar la firmeza de su cuerpo. Contuvo su ansia de tocarla, dejando que ese ritual que se había establecido entre ellos siguiera su curso natural. Ya tendría tiempo de sobra para manosearla. Cuando terminó de lavarse, Nina le puso los pies en los hombros, se pinzó la nariz y se sumergió completamente en el agua, haciendo subir el nivel peligrosamente cerca del borde. -¿Y ahora qué hace? -dijo retorciéndose la melena para escurrirla-. ¿Se pone las piernas ortopédicas para luego quitárselas en la cama? Era un proceso tedioso. En casa, a veces reptaba desde el cuarto de baño adosado hasta su cama, que no era más que un colchón sobre el suelo para que le resultara más fácil subirse a ella. Pero eso era algo demasiado indigno para hacerlo delante de Nina. -No hay otro remedio. -Podría llevarlo yo en brazos. No debe de pesar usted mucho. La imagen de ir en brazos de ella como un bebé era incluso peor que la de arrastrarse sobre el vientre. -No, gracias. Me pondré las piernas. No lleva tanto tiempo. -A ver si se va usted a volver a caer. -No, si me echa usted una mano. Nina lo ayudó a salir de la bañera y sentarse en el borde. Luego lo sostuvo mientras él se ajustaba las piernas ortopédicas. Lo dejó secarlo con la toalla. Desnudos, fueron los dos juntos a la cama, un lecho individual en el que sólo cabían abrazados. Nina le preguntó si quería que le quitara las piernas ortopédicas. -Mejor no, por ahora. Quizás luego, si cambio de postura para follar. Nina soltó una risita nerviosa. -No tomo la píldora, jefe. Pero siempre llevo condones en el bolso. ¿Le importa si voy a buscarlos? -Por supuesto que no. Nina volvió con una tira de condones y los dejó sobre la mesilla de noche. Se echó a su lado, apoyando la cabeza en su hombro y enredando los dedos en el vello de su pecho. -Si le tengo que ser sincera, me muero de ganas. Hace años que no echo un polvo. -Y yo quiero tirármela desde el primer día que la vi. La mano de Nina descendió por su vientre hasta su polla, ahora morcillona. Sus dedos la envolvieron delicadamente. -Pero no me contrató por eso. -No. La contraté por mentirosa. -¿En serio? -Ya ve el tipo de negocios en los que estoy metido. En un momento dado, el saber engañar a alguien puede ser cuestión de vida o muerte. Tampoco quiero a nadie con demasiados escrúpulos, que la hagan echarse atrás en un momento decisivo. O, lo que sería peor, traicionarme. El puño de Nina se cerró en torno a su picha, apretándosela. -Yo le seré leal, don Luis. Follarme puede ser como sellar un pacto de sangre. -No lo había visto así. Echar un polvo no tiene por qué tener mayor consecuencia. -Pero a veces sí la tiene. Follar une a las personas, ¿no? Y yo, con esto, le estoy demostrando que iba en serio cuando le dije que estoy a su servicio para todo lo que me necesite. Nina le puso un muslo sobre el vientre, atrapando su mano con su polla bajo él. Lo besó suavemente en los labios. -Sí, supongo que follar tiene el significado que queramos darle. -Démosle éste, entonces -dijo Nina-. Que sea un pacto de lealtad entre nosotros. Su pulgar le acarició el frenillo, despertando un chisporroteo de placer. -Se le ha acabado de poner dura. ¿Y si le ponemos un condón? -Adelante. Nina se volvió hacia la mesilla de noche y cogió un preservativo. Rompió el envoltorio y lo miró, dudando. -No tengo mucha experiencia con esto. Mejor que se lo ponga usted. -Para tener experiencia hace falta práctica. Póngamelo usted. Si no le sale bien, hay más condones. Nina se arrodilló junto a sus caderas. Le puso el condón en la punta y lo fue desenrollando sobre su verga tiesa. -¡Huy! Creo que está al revés -dijo Nina cuando acabó. Luis se incorporó para examinarlo. -No tiene derecho ni revés. Está bien. -Y ahora, ¿qué? Sus pezones oscuros lo miraban como otro par de ojos. Extendió la mano para apreciar la firmeza de su seno, pinzar el grueso pezón, sentirlo erguirse bajo sus dedos. Nina bajó la mirada hacia su mano. Luis aumentó paulatinamente la presión hasta que vio a Nina morderse el labio en un gesto de dolor. Dejó de apretar, sin soltar el pezón. -¡No, siga! -dijo ella-. Me gusta. Volvió a apretar. Ella le sonrió. Con la otra mano, él le exploró la ranura del coño. Estaba empapada. -Póngase a caballo sobre mí -le ordenó. Nina puso una rodilla a cada lado de su cadera y se sentó sobre su pubis. Pudo sentir su humedad en los cojones. -Métasela. -Yo… Nunca lo he hecho así… No estoy segura. -No es tan difícil, Nina. La agarró de los pezones, tirando hacia arriba para hacerla incorporarse. Comprendiendo lo que tenía que hacer, Nina le agarró la polla, levantándosela y apuntando a su entrada. Luego descendió sobre ella. Luis sintió que su pene se doblaba, pero enseguida encontró la apertura y se coló dentro. La vagina que lo envolvió era caliente, húmeda y prieta. Nina siguió bajando hasta quedar sentada en su regazo, los pelos de su coño haciéndole cosquillas en los cojones. Nina lo miraba desde arriba con expresión de sorpresa, como si ella misma no se creyera lo que acababa de hacer. -¡Puf! ¡Qué gustazo! ¿verdad? -Lo ha hecho usted muy bien, Nina -dijo acariciándole el culo. -¡Ah, menos mal! Es que nunca lo había hecho así… Normalmente, me la meten a lo bestia y enseguida empiezan con el traqueteo. Ahora lo he podido sentir cómo me llenaba… ¿Estoy diciendo muchas tonterías? -Un montón de tonterías… ¡Me encantan! Ella le sonrió. -¿Me tengo que mover yo? Es que no estoy segura de cómo. -Arriba y abajo. Despacio… Yo la guío. La cogió de las caderas para ayudarla a incorporarse un poco. Cuando sintió que estaba casi fuera de ella, la volvió a empujar hacia abajo. -¿Ve? Ese es el recorrido. -Claro, sin las piernas, a usted le resultará más fácil así… ¡Ay, perdone! No he querido ofenderlo. -No me ha ofendido, Nina. Puedo follar desde encima, también. Sobre todo cuando tengo puestas las piernas… Sirven como contrapeso. Ella le puso las manos en el pecho y empezó a subir y bajar sobre él. -Tiene usted razón… Así está muy bien… Me gusta… Me gusta mucho. Le puso una mano en el culo para sentirla moverse mientras se follaba. Con la otra le volvió a pinzar el pezón. Nina reaccionó moviéndose más deprisa. -¡Hágame daño, jefe! Luis le dio un fuerte pellizco. Nina echó la cabeza hacia atrás con éxtasis. La sintió correrse, su coño contrayéndose en torno su verga. Con el orgasmo, ella había dejado de moverse. Frustrado, Luis la empujó a un lado. Trepó sobre ella. Los ojos de Nina se abrieron con sorpresa cuando la volvió a penetrar. -Ahora comprobará cómo la puedo follar perfectamente desde encima. La agarró por los muslos para abrirle bien las piernas, empujándoselas hacia arriba. -¡Claro que sí jefe! ¡Enséñeme lo que me puede hacer un hombre de verdad! Se puso a bombearla a conciencia, primero despacio y profundo, luego aumentando el ritmo paulatinamente. Nina lo agarró por los hombros, como queriendo quitárselo de encima, pero a continuación sus manos descendieron por sus costados y sus caderas hasta apretarle las nalgas, que se contraían con cada empellón que le daba. Conforme empezó a correrse dentro de ella, la oyó gritar y la sintió contraerse con otro orgasmo. Luis rodó a un lado, presa de vagos remordimientos y sospechas. Nina se volvió hacia él y lo besó en los labios. -¡Joder, qué bien me he quedado! Desde luego, necesitaba un buen polvo como éste. -Me alegro que se lo haya pasado bien, Nina. Yo también he disfrutado. -Es usted un amante increíble, don Luis. Me gustó mucho cabalgarlo. ¡Y luego se portó usted como una auténtica bestia! -Creo que será mejor que me vaya a la otra cama. -¡No, por favor! -Nina lo agarró por los brazos-. Durmamos juntos. Necesito sentir su piel contra la mía. ¡Llevo tanto tiempo sola! -Bueno, espero que no estemos muy incómodos. -Ya verá cómo no. Déjeme que le quite el condón y las piernas.

  • Un hechizo para dejar de sufrir por amor

    Retazo de mi novela Desencadenada Sabugueiro da folla repinicada polo Maio estralando de brancas frores collereiche un ramallo na madrugada pra facer un feitizo prós meus amores. [...] Pra este amor, sabugueiro, que me entolece, túas frores seguras menciña son, que ti tambén froreces cando frorece, vermeliño de rosas, meu corazón. Para facer un feitizo, canción de Na Lúa, letra de Fermín Bouza-Brey. Madrid, jueves 16 de marzo, 1978 Cecilia sintió una necesidad imperiosa de ver al Chino, de oírlo hablar con su voz calma, segura. En la calle soplaba un viento fresco de la sierra que zarandeaba las ramas aun desnudas de los árboles, los tiernos brotes que anunciaban la primavera apenas visibles en la luz tenue del atardecer. El viento arreciaba a ratos, revolviéndole el pelo, impidiéndole avanzar. Últimamente parecía que todo era así: a cada paso que daba, en cada cosa por la que luchaba, tenía que enfrentarse con fuerzas empeñadas en frustrarla. El anuncio de neón en letras rosa y púrpura estaba apagado, pero el portón de madera estaba entreabierto. Tony organizaba las botellas en las estanterías tras el bar. El Chino limpiaba mesas con una bayeta, pero se detuvo y se le acercó nada más verla. -Hola, Cecilia -le dijo, el rostro tan inexpresivo como de costumbre. -Hola, Yi Shen… ¿puedo hablar contigo un momento? Él le indicó que se sentara en una de las mesas. -Tiene que ser breve, porque estamos a punto de abrir -dijo sentándose a su lado. -Será sólo un momento. -Así que las cosas no van bien… -apuntó Yi Shen. Dejó caer la cabeza sobre sus manos, dejando escapar un suspiro de desaliento. -¡No podían ir peor! Mi mejor amiga, la que decía que me iba a ayudar a recuperar a mi novio, ha acabado liándose con él. El Chino le pasó los dedos suavemente por un mechón de pelo. -Debes de estar sufriendo mucho por eso. Hablaba con voz tranquila, que la calmaba y la ayudaba a deshacer el nudo que llevaba en la garganta, permitiéndole hablar sin estallar en sollozos. -Sí… he estado sufriendo todos estos meses. Nunca pensé que se podía sufrir tanto por amor. No sé si vale la pena… quizás sea mejor no enamorarse -dijo con amargura-. ¡Pero ya estoy harta, Chino! Quiero dejar de sufrir, pero no sé cómo. -No es necesario sufrir tanto. Se puede amar sin sufrir. -¿De verdad crees que eso es posible? ¿Cómo se puede evitar sufrir si estás tan enamorada como yo, y van y te dejan? Los ojos de Yi Shen se clavaron en los suyos, brillando intensamente. -Sí que creo que es posible dejar de sufrir. Es más, quizás sea la única cosa en la que creo: que existe el sufrimiento y que es posible superarlo. Eso es lo que creemos los budistas, en que existe una vía para evitar el sufrimiento. -Ya: el Nirvana. En eso es en lo que creéis los budistas, ¿no? Pero yo no creo que pueda alcanzar el Nirvana… ¿Tú has alcanzado el Nirvana, Yi Shen? -El Nirvana no es lo que tú te crees, no es un estado místico, fuera de este mundo. El Nirvana es simplemente saber cómo poner coto a tu sufrimiento, ser lo suficientemente sabios para vivir siendo felices. -¿Y cómo se puede hacer eso? ¿Cuál es la forma de dejar de sufrir? -La clave para dejar de sufrir es el desapego. La gente sufre por amor porque confunde el amor con la posesión. Piensa que aman, pero sólo quieren. Desean algo para ellos mismos y cuando no lo consiguen se sumergen en el dolor. Pero el amor verdadero es el que busca dar, no recibir. -No sé… a mí todo eso me suena a patrañas religiosas. Está muy bien eso de que amar es sólo dar, pero no es verdad, también queremos recibir. Necesitamos que nos amen. Amar si ser amados sólo lleva a la frustración. -Olvídate de tus creencias, Cecilia. Muchas veces creemos en cosas que nos hacen sufrir. Por ejemplo, se nos dice una y otra vez que el amor verdadero es eterno. Pero no hay nada eterno, la gente cambia constantemente y lo que sienten cambian con ellos. Quien te quiere hoy dejará de quererte mañana, o tal vez seas tú quien deje de quererle. Esa es la realidad. -Entonces es cierto lo que te decía antes: es mejor no enamorarse… Pero en el fondo me parece una postura muy cínica, la verdad. -No, no te estoy diciendo eso. Sí que hay que enamorarse. El amor es lo mejor que hay en la vida, y no podemos dejar de vivir. No podemos vivir creyendo que somos frágiles como el cristal y rodearnos de una armadura para protegernos de lo que pueda hacernos sufrir. Lo que realmente nos ayuda a no sufrir es darnos cuenta de que todo es transitorio y así no aferrarnos a nada. Hay que vivir el presente, sin preocuparse tanto de si lo que tenemos hoy lo tendremos mañana. Fíjate en lo que sientes, en la situación en la que te encuentras aquí y ahora. ¿Acaso no es el aferrarte a tu novio lo que te hace sufrir? Si él quiere dejarte, tienes que dejar que se vaya. Si de verdad lo quieres, debes empezar por respetar su libertad de seguir el camino que él elija seguir. -En eso tienes razón: la libertad es lo más importante para él. Si siente que se la quito, nunca más me volverá a querer. De todas formas, no veo cómo puedo dejar de aferrarme a él. Ya sé que si no lo hago no voy a dejar de sufrir, pero simplemente soy incapaz de hacerlo. -Dejar de sufrir es posible, pero no es fácil. Es mejor atacar el problema por otro lado: reconociendo y comprendiendo nuestras emociones. Son las emociones negativas las que se apoderan de nosotros y nos hacen sufrir. -¿Las emociones negativas? -Sí: el miedo, la ira, la tristeza, los celos, la culpa, la vergüenza… -Sí, cuando estuve aquí en nochebuena me hablaste de la tristeza. Me dijiste que nos seduce con su melancolía y que nos quita la energía. -Sí, eso te dije. Pero la tristeza también tiene su lado positivo, porque nos enseña el camino de la compasión. En este mundo tan lleno de sufrimiento, el que no se entristece alguna vez es que no tiene corazón. -¿No quedamos en que las emociones negativas son las que nos hacen sufrir? -Sí, pero creo que tu problema ahora mismo no es la tristeza. Es la ira. -¿Cómo lo sabes? -Porque tienes demasiada energía para estar bajo el hechizo de la tristeza. Debes de sentir mucha rabia por lo que te han hecho. -Sí, es cierto. ¿Pero qué le voy a hacer? ¿Cómo no voy a enfadarme después de lo que me han hecho? -No te lo han hecho a ti, ellos han hecho lo que querían hacer. Han seguido su camino, simplemente. Eres tú la que lo ves todo a través del prisma de tus deseos. Pero debes comprender que no importa lo que hagan los demás, tus emociones son tuyas, tú eres la que las sientes. Si tus propias emociones te hacen sufrir, la culpa es tuya y de nadie más. -¡Pero también es culpa suya! Son ellos los que me traicionaron, los que me hicieron daño. Si no me enfado es que no tengo corazón, como tú decías antes de la tristeza. -Cecilia, debes de tener mucho cuidado con la ira. De todas las emociones negativas, es la más dañina y la más peligrosa. En cuanto notes los primeros signos de rabia en tu pecho, apágalos como quien apaga un fuego. La cólera mata el amor, nos lleva derechos al odio. -¿Qué quieres decir con eso de que mata el amor? -El amor que sientes es algo muy valioso para ti, ¿verdad? -¡Claro que sí! Es lo más bonito que he sentido en mi vida. -Y debería seguir siéndolo. Aunque nunca más volvieras a estar con él, el recuerdo de ese amor te podría acompañar toda la vida. En tu mano está el guardar ese recuerdo como un tesoro. Sin embargo, si te centras en cómo te ha dejado y en la rabia que eso te causa, esa rabia borrará el amor que sientes, incluso hará que tu amor se convierta en odio. Tu ira se convertirá en una barrera infranqueable que nunca te permitirá recordar ese amor. Habrás perdido ese recuerdo para siempre, y en su lugar tendrás sólo un pozo de rencor. Cecilia se acordó de su madre y Jesús; aunque ella lo había perdido para siempre, al menos había conseguido guardar el recuerdo de su amor intacto. Ese recuerdo era el mayor tesoro que tenía. -Tienes razón… ¿Pero qué puedo hacer para dejar de estar enfadada con ellos? -Simplemente sigue tu camino, haz lo que sientes que tienes que hacer, y deja que ellos sigan el suyo. Quién sabe, tal vez más adelante tu camino se vuelva a cruzar con el de él. Si ahora no alimentas tu rencor, tal vez un día te sea posible retomar esa relación. -No creo que eso sea posible, las cosas han ido demasiado lejos. -No intentes adelantarte al futuro, que siempre estará lleno de sorpresas. Tampoco te aferres al pasado, pues ya no existe. Vive el presente, sigue tu camino paso a paso, a donde te lleve. Disfruta de tu vida, pues en definitiva es lo único que tienes. No se le había ocurrido mirarlo desde ese punto de vista. Aunque, si lo pensaba bien, eso era precisamente lo que había estado haciendo desde que volvió de Santiago: recuperar sus propios sentimientos. Dio un profundo suspiro de alivio. Se metió los dedos de las dos manos en el pelo y se lo peinó hacia atrás, luego lo sacudió. Se sorprendió al darse cuenta de que estaba sonriendo. Encuentra más escenas como ésta en la novela Desencadenada.

  • Mentiras sobre la prostitución: 1) Equiparar la prostitución con la trata de personas

    La mayoría de las prostitutas eligen su trabajo. La verdadera inmoralidad de la trata de personas debería ser la explotación de las inmigrantes de países pobres. Diferencias entre prostitución y esclavitud sexual La gran mentira sobre la prostitución es equipararla con la trata de personas. Ha sido denunciada en prestigiosas revistas médicas, como The Lancet (Butcher, 2003; Steen et al., 2015) y otras (Decker, 2013). Pero los políticos no hacen caso. Usan las palabras “prostitución” y “tráfico” indistintamente, como si fueran lo mismo. Es cierto que algunas prostitutas son obligadas a ejercer este trabajo. Las definiciones comunes de tráfico sexual se basan en dos criterios distintos: 1) menores que son explotados sexualmente (Willis y Levy, 2002), o 2) adultos que realizan trabajo sexual "en condiciones de fuerza, fraude o coerción" (Decker, 2013; Steen et al., 2015). El trabajo sexual forzado no debe llamarse prostitución, sino esclavitud sexual. Los científicos también han señalado que esta mentira tiene graves consecuencias, no solo para las trabajadoras sexuales, sino también para la población en general, porque socava gravemente la prevención del SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual (Ditmore y Saunders, 1998; Steen et al. ., 2015). ¿Qué porcentaje de prostitutas son involuntarias? La excusa para esta confusión deliberada es que la mayoría de las prostitutas son traficadas, como proclamó El País en su editorial del 4 de septiembre de 2018, sin prueba alguna. De hecho, no está nada claro cuántas mujeres a las que se les paga por sexo son obligadas a hacerlo ("traficadas"). Esto no es casualidad. Da la impresión de que investigar sobre este tema se suprime de forma deliberada. O quizás sea que es extremadamente difícil hacer estadísticas sobre un negocio en el que el trabajador, el cliente y el empresario corren el riesgo de ir a la cárcel. las pocas veces que se investigación este tema es en países en vías de desarrollo del sur de Asia, como la India, Tailandia o Bangladesh (Decker, 2013). Luego, sus conclusiones se aplican automáticamente a la hora de crear legislación en Europa y Estados Unidos. Un estudio realizado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, Trata de personas hacia Europa con fines de explotación sexual (detalles en las páginas 7-9) aborda la dimensión de la prostitución en Europa y el porcentaje que sería explotación sexual. Número de víctimas de trata identificadas en Europa occidental y central (en 2006): 7,300 víctimas. Suponiendo que sólo se identifica una de cada 20 víctimas, la cifra total sería de 7,300 x 20 = 146,000 víctimas. Esta suposición es del informe de la ONU, no mía. Número estimado de prostitutas en 25 países europeos: 700,000 prostitutas. Extrapolando a la población total de Europa, daría alrededor de un millón de prostitutas. 146,000 víctimas / 1,000,000 prostitutas = 14.6% de las prostitutas son víctimas de explotación sexual en Europa. En un estudio realizado por Aella en su blog Knowingless, se comparan diferentes fuentes para la cantidad de prostitutas traficadas en los EE. UU.: “Entonces, en los EE. UU.: el informe Trafficking In Persons (Trata de personas) dice ~ 16,000 traficadas al año (si asumimos que pasan 2 años en esta situación, serían ~ 32,000 mujeres traficadas con fines sexuales). El informe del Centro de Derechos Humanos dice que 4,600 mujeres son objeto de trata sexual, el estudio de Ohio dice (¿quizás?) ~76,000 son objeto de trata sexual, y el mío dice ~39,000 son objeto de trata sexual. No sé si promediar esto es correcto, pero lo hice de todos modos, eso nos dejaría con 37,900 mujeres traficadas (o ~0.01 % de la población de EE. UU.)". What Percentage of Sex Workers in the US are Trafficked (¿Qué porcentaje de trabajadoras sexuales en los EE. UU. son traficadas?) por Aella. Aella estima que el número de trabajadoras sexuales en los EE. UU. está entre 830,000 y 1,200,000, que es similar al número de Europa. De estas cifras concluye: “Entonces: dada mi estimación de la prevalencia del tráfico sexual, calculo que alrededor del 3.2% de las trabajadoras sexuales activas en los EE. UU. son objeto de trata sexual”. What Percentage of Sex Workers in the US are Trafficked? (¿Qué porcentaje de trabajadoras sexuales en los EE. UU. son traficadas?) por Aella. Usando los números que da Aella, los límites superior e inferior del porcentaje de prostitutas víctimas de trata en los EE. UU. serían 9.5% y 0.38%. Incluso el porcentaje superior es más bajo que la estimación del estudio de la ONU en Europa. Yo creo que asumir que sólo se identifica 1 de cada 20 víctimas es incorrecto. Esta suposición es una mera conjetura y puede cambiar significativamente los porcentajes resultantes. En cualquier caso, incluso las estimaciones más altas muestran que es falso equiparar la prostitución con la trata de personas. La gran mayoría de las prostitutas eligen este trabajo voluntariamente. La verdadera trata de personas: la inmigración de países pobres Un hecho que rara vez se discute sobre la trata de personas es que mucha gente quiere ser traficada. Quieren emigrar de los países pobres de África, el sur de Asia, América Central y Sudamérica a los países ricos de Europa y América del Norte. Están tan desesperados que están dispuestos a arriesgar sus vidas para conseguirlo. Ser explotadas laboralmente, incluido en el trabajo sexual, no es lo peor a lo que se enfrentan. Mucho peor es morir, perder a sus hijos, ser esterilizadas a la fuerza, o ser encarceladas a manos del mismo Estado que santurronamente predica contra los horrores de la prostitución. Las mujeres indocumentadas de México o América Central que cruzan la frontera hacia los EE. UU. asumen que es muy probable que sean violadas en el camino. Estas mujeres, y las que cruzan el Mediterráneo en precarias embarcaciones para llegar a España, Italia o Grecia, tienen que entregar grandes sumas de dinero a sus coyotes o contrabandistas. A menudo, no tienen dinero a mano, por lo que asumen una deuda con los contrabandistas. La prostitución es simplemente una forma rápida de pagar esa deuda. Habrá quien diga que esto es sexo bajo coacción, pero el hecho de que el sexo esté involucrado no es el principal problema moral en esta situación. Lo importante es la injusticia económica que fuerza a la gente a llegar a estos extremos. Ha habido casos en los que mujeres inmigrantes han sido encerradas en fábricas secretas y obligadas a trabajar largas horas cosiendo en lo que puede describirse como la esclavitud moderna. Otras mujeres han sido obligadas a trabajar como criadas internas en casas de ricos. A menudo, les quitan sus hijos para chantajearlas. La inmoralidad de confundir prostitución y trata de personas La mayoría de las prostitutas lo son voluntariamente. La mayoría de las mujeres en la trata de personas no son prostituidas. Estas dos cosas se confunden a propósito para promover una ideología represiva que de otro modo sería tremendamente impopular. Este es un gran fracaso ético. Implica hacer la vista gorda ante una injusticia mayor que la explotación sexual: la gran diferencia de riqueza entre los países ricos y los países pobres a los que colonizaron en el pasado y que siguen explotando económicamente. El hambre y la violencia hacen que la vida en algunos de estos países pobres sea tan dura que los riesgos de la migración son la opción más racional. Si vivieras allí, tú también querrías ser parte de la trata de personas. Referencias Butcher K (2003) Confusion between prostitution and sex trafficking. Lancet 361:1983. Decker MR (2013) Sex trafficking, sex work, and violence: evidence for a new era. Int J Gynaecol Obstet 120:113-114. Ditmore M, Saunders P (1998) Sex work and sex trafficking. Sex Health Exch:15. Steen R, Jana S, Reza-Paul S, Richter M (2015) Trafficking, sex work, and HIV: efforts to resolve conflicts. Lancet 385:94-96. Willis BM, Levy BS (2002) Child prostitution: global health burden, research needs, and interventions. Lancet 359:1417-1422.

  • La ceremonia del té

    Siguiendo las órdenes de Julio, su dominante, Cecilia le hace una vista a su novia Laura, quien le tiene preparadas algunas sorpresas. Pasaje de mi novela Amores imposibles. A las cinco menos diez, Cecilia salió del ascensor en el tercer piso, el corazón palpitándole furioso cuando se detuvo frente a la puerta del apartamento de Laura. Se preguntó por qué estaba tan nerviosa. Laura le había dicho que le tenía preparada una sorpresa. Y que le iba a gustar. Eso lo dudaba mucho. Quizás quería provocarla para hacerla pelearse con ella, forzándola a romper el trato que había hecho con Julio. Pero estaba firmemente decidida a no hacerlo, aunque tuviera que tragar con carros y carretas. Como le había ordenado Julio, llevaba zapatos sin tacón y una falda gris, sin medias a pesar del aire frío que corría por la calle. Sólo faltaba lo más importante. Sacó el collar de cuero del bolso y se lo puso. Posó el dedo en el timbre y lo mantuvo ahí unos instantes antes de decidirse a presionarlo. Enseguida se oyó un ruido de tacones apresurados en el interior. Se abrió la puerta. Laura estaba más radiante que nunca. Se había puesto un vestido de punto color crema, cortito y ajustado, medias blancas de encaje y zapatos de tacón, también blancos. Estás guapa como una princesa, Laura, pero en el fondo no eres más que una bruja. ‑¡Cecilia! ‑dijo Laura, sonriente‑. ¡Hola guapísima! Pasa... ‑Hola, Laura ‑se limitó a decir mientras se desabrochaba el chaquetón. Laura le plantó un beso en cada mejilla, le cogió el chaquetón y lo colgó en el perchero. Sonreía sin parar, pero sus gestos rápidos delataban un cierto de nerviosismo. Llevaba el pelo arreglado en perfectas ondas de ámbar, como si acabara de salir de la peluquería. Collar y pendientes de perlas completaban un atuendo elegante con un tema de blancura. Laura la cogió por las dos manos y no la soltó hasta llegar a la sala de estar. El póster enmarcado de la Sagrada Familia lo dominaba todo. En la mesa de café delante del sofá, Laura había servido esmeradamente el té: mantelito y servilletas impecables, dos tazas con sus correspondientes platitos, tetera humeante y un plato con pastas de aspecto delicioso, unas con guindas verdes o rojas, otras rebañadas de chocolate. Contempló todo con cierto alivio. ¡Así que eso es todo! Laura sólo quiere tomar el té conmigo, pretender que volvemos a ser amigas. Con un poco de suerte podré salir pronto de aquí, olvidarme de todo y decirle a Julio que lo he obedecido. ‑Voy a poner algo de música ‑dijo Laura acercándose al tocadiscos‑. ¿Te gusta Supertramp? ‑Sí, mucho. Laura cogió un disco en cuya portada se veía un piano cubierto de nieve perfilado contra un cielo azul. Lo conocía bien, se lo había comprado el verano pasado. ‑Ya lo suponía. A mí me gusta más la música en francés, pero ya sé que a Julio y a ti os gusta este tipo de rock. Quiero que estés a gusto, como en tu casa. Siéntate, por favor. Laura le sonreía de forma amigable, pero en sus maneras había una cierta afectación que antes no había visto nunca en ella. Le hacía las visitas como se le hacen a un extraño, a una persona de la que se quiere obtener algo, no a una vieja amiga. Empezó a sonar el primer tema del disco: Give a little bit. Tradujo la letra en su mente mientras se sentaba en una esquina del sofá: alguien pedía un poquito de su tiempo, un poquito de su vida, un poquito de su amor… ¿Por qué había que andar siempre mendigando amor? Laura se había sentado en la otra esquina del sofá y la miraba atentamente. Cecilia se dio cuenta de que apenas había abierto la boca desde que entró en su casa. ‑¿Qué quieres conmigo, Laura? ‑¡Pues qué va a ser, que volvamos a ser amigas! Además, te tengo preparadas un par de sorpresitas que seguro que te van a gustar. ¡Verás qué bien nos lo vamos a pasar esta tarde! Creyó detectar un cierto tono de sarcasmo en su voz. ‑Amigas, ¿eh? Mira, te quiero dejar una cosa bien clara desde el principio. Sólo te la voy a decir una vez, para que luego no digas que me pongo borde. No somos amigas, Laura, ni lo vamos a ser nunca. ¿Está claro? El rostro de Laura se descompuso un instante. Luego su expresión se volvió seria, pensativa. ‑Sí, está claro ‑dijo con voz queda‑. Espero que pronto cambies de opinión. Hasta entonces, por favor, no me vuelvas a decir eso. Destapó el azucarero. ‑¿Cuántas cucharadas quieres? ‑Dos, por favor… He venido porque Julio me lo ha mandado. Sólo por eso. Laura le sirvió el azúcar en el té. ‑Sí, ya lo sé. Veo que llevas su collar, y eso significa que estás aquí siguiendo sus instrucciones. Sé que para ti es muy importante obedecerlo. ‑¿Qué te ha contado Julio de lo que hemos estado haciendo? Laura le clavó sus ojos azules de hielo. ‑Me lo ha contado todo, Cecilia. ¿Te apetecen unas pastas? ‑añadió, ofreciéndole el plato. Cecilia cogió un pastelito con una guinda verde y lo mordisqueó, pensativa. Estaba muy rico. ‑Así que te lo ha contado todo… ¡Para variar! Siempre te las arreglas para enterarte de mis intimidades, Laura. Supongo que tendré que acostumbrarme. ‑No te preocupes, Cecilia, que Julio no te volverá a dejar. Claro que tienes que portarte bien y cumplir tu parte del trato: ser respetuosa y obediente conmigo. ‑¿Obediente? ¡Nada de eso! El trato era que te trataría con respeto, nada más. ‑¿Acaso no te dijo que me obedecieras cuando te llamó el lunes? ‑Es posible… ‑reconoció. La cosa empezaba a tomar un cariz que no le gustaba nada, pero no quería llevarle la contraria a Laura. Laura le puso la mano en la rodilla. ‑Pues ya sabes, querida, tendrás que aguantarte y obedecerme. Pero no te preocupes, que no voy a ser muy mala contigo. Si te portas bien, claro. ‑¿Qué me vas a hacer, si se puede saber? ‑Eso ya lo irás viendo conforme avance la tarde. Por ahora, trátame con educación y respeto. No, no voy a pedirte que finjas ser mi amiga, pero tampoco quiero contestaciones airadas, ni silencios solemnes, ni caras largas. ¿Vale? ‑Vale. Cecilia suspiró, viendo esfumarse sus esperanzas de que todo aquello acabara pronto.. * * * Laura cogió delicadamente su taza de té por el asa y bebió un sorbo. La volvió a mirar fijamente por encima de la taza. ‑Pues entonces, si no te importa, me gustaría ver tu diario. Y no me vengas con disculpas, sé que lo tienes en el bolso. Julio te mandó traerlo. ‑¿Qué? ¡Pues claro que me importa! Ese diario es algo íntimo entre Julio y yo. ‑No, Cecilia, estás muy equivocada… Mira, te lo demostraré. Se levantó, abrió un cajón, sacó unos papeles y se los dio. Cecilia fue pasando las páginas sin poder dar crédito a sus ojos. ‑Las reconoces, ¿verdad? Son copias de tu diario. Si Julio no quisiera que lo leyera no me las habría dado ¿no? Sintió que se abría un abismo bajo sus pies. ¿Cómo podía Julio haberle hecho eso? ¿Cómo podía haberla traicionado así? Le había prometido que nadie más leería el diario. Se levantó, vacilante. Sólo podía pensar en una cosa: salir corriendo de allí y no volver a ver ni a Julio ni a Laura en su vida. Cogió el bolso y se dirigió apresuradamente a la puerta. Empuñó el picaporte para abrir, pero se detuvo. Recordó lo que se había prometido a sí misma antes de entrar allí: que tragaría sapos y culebras, pero haría lo que Julio le había pedido. * * * Volvió a la sala de estar. Laura tenía la cabeza entre las manos, los dedos hundidos en el pelo, los ojos perdidos en su taza de té. Levantó la vista con expresión de alivio cuando la vio volver. ‑Muy bien, vamos a jugar a este juego hasta el final ‑dijo dejándose caer en el sofá‑. No me gusta nada lo que habéis hecho, pero me voy a quedar aquí hasta saber exactamente lo que os traéis entre manos. Laura le sonrió, volvió a acariciarle la rodilla. ‑¡Pero si ya lo sabes! Es lo mismo que venías haciendo con Julio todo este tiempo, sólo que ahora has visto que yo también estoy en el ajo. Verás cómo no es tan terrible como te parece, no te arrepentirás. Venga, ¿me vas a dar el diario, o no? Lo sacó del bolso con dedos temblorosos y se lo dio a Laura. ‑Total, ya lo has leído ‑dijo con fingida indiferencia. ‑Algunas partes no... Laura deshizo el broche y abrió el diario por la primera página, la que había sido mojada con sus lágrimas y manchada con su sangre. Los párrafos a continuación, en su puño y letra, contaban en detalle lo ocurrido en aquel hostal de Toledo. Laura se detuvo brevemente a contemplarla, luego pasó varias páginas hasta llegar a lo último que había escrito. ‑¡Ah! ¿ves? Esta parte aún no la había leído. Sírveme más té, por favor. Cecilia le llenó la taza. ‑Gracias ‑le dijo Laura, y se sumergió en el diario, bebiéndose el té en pequeños sorbos. * * * Cecilia se acabó su taza de té y se comió un par de pastas, sin saber muy bien qué otra cosa hacer. No se atrevía a interrumpir a Laura en su lectura. ‑Anda, quítate las bragas ‑le dijo Laura en tono casual, sin dejar de leer. ‑¿Qué? Laura levantó la vista y la miró intensamente. ‑Me has oído perfectamente: quiero que te bajes las braguitas. Sin rechistar. ¡Me está dominando! La muy cabrona me quiere dominar. ¡Y encima lo está haciendo muy bien! Bueno, vamos a ver hasta dónde es capaz de llegar. Cecilia se incorporó un poco para bajarse las bragas bajo la falda. Todavía le temblaban las manos. Laura la miraba ocasionalmente de reojo. Las deslizó piernas abajo. Luchó un momento para desengancharlas de los zapatos. ‑Ponlas aquí, sobre la mesa ‑Laura apartó la tetera y el plato de pastas para hacer un hueco justo en el centro de la mesita de café. Cecilia tiró las bragas hechas una bola encima de la mesa. Laura la miró severamente. ‑No, así no. Extiéndelas, que se vean bien. Cecilia las estiró y las alisó sobre la mesa. Eran unas simples braguitas negras de algodón, nada de lencería fina, pero le gustaban. Daban una nota chocante en medio del lujoso juego de té. ‑¿Te gustan así? ‑Perfecto. Son muy monas. Laura volvió a sumergirse en la lectura, como si nada hubiera pasado. Cecilia no se atrevió a interrumpirla. Se sentía doblemente desnuda y vulnerable: por la ausencia de ropa bajo su falda y al recordar las cosas íntimas que había escrito en las páginas que leía Laura. Cogió otra pasta y la mordisqueó. Comprendió que ésta no iba a ser una visita de cortesía, sino una prueba de degradación a manos de Laura. Iba a jugar con ella como un gato con un ratón. Curiosamente, la idea la llenó de una extraña excitación. Un temblor en las manos de Laura cuando pasaba las hojas traicionaba su nerviosismo. ¿O era también excitación? Finalmente Laura dejó el diario encima de la mesa, junto a las bragas. Cecilia alargó la mano para cogerlo, pero una mirada severa de Laura la disuadió. ‑Ya veo que quieres dominarme, pero no te va a ser tan fácil, tengo mucha experiencia en estas cosas. ‑Al final lo has comprendido ¿eh? Bueno, no te preocupes, creo que sabré estar a la altura de las circunstancias. Por lo pronto me lo estoy pasando muy bien, viendo cómo te retuerces preguntándote qué te voy a hacer. Sabiéndote desnudita bajo tu falda ‑señaló con un ademán a sus braguitas en medio de la mesa‑. ¿Otra pasta? ‑le ofreció el plato. Cecilia aceptó el dulce. Tenía que reconocerlo: a Laura no se le daba nada mal ese juego. ‑Gracias, están muy buenas. No te tenías que haber tomado tantas molestias por mí. ‑¿Te refieres al té y a que me he arreglado? ‑Laura le dirigió una sonrisa maliciosa‑. Bueno, tengo que confesarte que lo he hecho por mí. Me gusta hacer las cosas con estética, con elegancia. Mi estilo es muy distinto al de Julio. Él te trata con rudeza, casi con brutalidad. Yo creo que este tipo de actos perversos son más poderosos cuando se hacen con elegancia y refinamiento. En eso creo que puedo contar contigo, porque tú sabes muy bien como conservar tu dignidad, Cecilia. Es una de las cosas que más me gustan de ti. Lucharás por mantener tu dignidad y eso hará que lo que pase aquí esta tarde se mantenga siempre dentro del más estricto buen gusto. ‑Ya veo… ‑No pudo evitar esbozar una sonrisa. Tenía que reconocer que eso le gustaba. Laura había conseguido mantenerla en vilo, llevarla el límite para volver a atraerla cuando estaba a punto de saltar. Sí, hasta había logrado ponerla un poco cachonda. De todas formas, ahora que sabía de qué iba el juego, no pensaba ceder ante ella. Pero se dio cuenta de que Laura utilizaba su propia resistencia contra ella: al forzarla a estar siempre a la defensiva, cada cosa que conseguía se convertía en victoria para Laura y en humillación para ella. ‑¿Quieres más pastas? ‑No, gracias. ‑Entonces llévate todo esto a la cocina. Menos tus braguitas. Déjalas donde están, me gusta verlas. Laura volvió a coger el diario, mostrando claramente que no pensaba ayudarla. Cecilia apiló las tazas y los platos y se los colocó en el brazo, cogiendo también la tetera y el azucarero. Laura la miró de reojo. ‑No lleves todo a la vez, se te va a caer algo. ‑He sido camarera ‑le respondió desafiante. ‑¡Ah sí, claro! Se me había olvidado ‑dijo distraídamente. Volvió su atención al diario. Metió las tazas en el fregadero y colocó la tetera y el plato de dulces en mitad de la mesa de la cocina. Cogió una de las pastas que quedaban y la mordisqueó, pensativa. Caer en la trampa que le habían preparado Julio y Laura se le antojó tan dulce como la pasta que se estaba comiendo. La tentaba una extraña mansedumbre, un deseo de dejarse llevar por lo que fuera que habían planeado hacerle. * * * ‑Cecilia, ¿qué haces? ‑la llamó Laura desde la sala de estar‑. Ven aquí, que te tengo que enseñar una cosa. La esperaba de pie junto al aparador. Abrió un cajón y sacó un cepillo para el pelo. ‑¿Te acuerdas de esto? ‑le dijo haciéndolo girar frente a su cara. Claro que se acordaba. Perfectamente. El darse cuenta de lo que se avecinaba la hizo enmudecer de vergüenza. Un cosquilleo de anticipación le recorrió las nalgas. ‑Sí, claro. ¿Cómo no voy a acordarme? ‑dijo desafiante. ‑Te debió doler mucho, por lo que te quejabas. ‑Hay cosas que duelen mucho más que unos simples azotes en el culo. ‑¡Joder, no te pongas tan filosófica, qué me vas a estropear toda la diversión! ‑¡Pues mejor! Pero nada, tú a tu rollo. Si me quieres pegar con el cepillo, no te cortes. Ya sabes que no me puedo negar. ‑Pues sí, eso es precisamente lo que pienso hacer. Pero antes quería que supieras que voy a hacerlo precisamente con el cepillo que usó Julio. Estas cosas tienen un significado simbólico importante, ¿no crees? No es lo mismo que te pegue con este cepillo que con cualquier otra cosa. Sí, el simbolismo de las cosas era importante. Usar ese cepillo quería decir que Laura pensaba usurpar el papel de Julio como administrador de castigos. ‑Ya lo sé… ¿Pero por qué quieres pegarme? A ti no te gustan esas cosas. Tú no eres sádica. ‑Pues a lo mejor sí que lo soy. La idea de pegarte me fascina desde hace tiempo. Claro que también me daba reparo, me horrorizaba la idea de hacerle daño a nadie. Pero ya se me han quitado esos escrúpulos. Voy a ponerte ese culito tuyo tan rico rojo como un tomate. Se me mojan las braguitas de sólo pensarlo. Cecilia tragó saliva. Sabía muy bien que ese cepillo aplicado con dureza podía llegar a hacerle bastante daño. Desplegar su masoquismo conllevaba sentir una cierta rabia hacia sí misma, hacerse mansa y vulnerable. La idea de que Laura despertara esos sentimientos la sublevaba. ‑Bueno, ya vale ¿no? No te pases conmigo, Laura ‑le dijo en voz baja, queriendo sonar decidida‑. Ya has conseguido lo que querías: humillarme y meterme miedo. ‑¿Meterte miedo? ¿A ti? ¡Venga, Cecilia, no me vengas con esas! ¡Si tú no tienes miedo de nada! Y mucho menos de unos cuantos azotitos en el culete… No quiero hacerte daño, sólo comprobar lo masoca que eres. Quiero verte gozar mientras te pego. Algo de razón sí que tenía: ¿A cuento de qué venían esos lloriqueos delante de Laura? Tenía que demostrarle que era más fuerte que ella. Aguantaría el dolor y se volvería a casa con la cabeza bien alta. ‑¡Tú no tienes ni pajolera idea de esto, Laura! El que disfrute o no depende de quién me pega y por qué lo hace. Pégame si eso te divierte, pero déjame a mí que sienta lo que yo quiera. ‑¡Pero mira que eres cabezota, Cecilia! ¿Por qué tienes que hacerlo todo tan difícil? Bueno, a lo mejor encuentro la forma de que dejes de ser tan terca. ¡Anda, ven! La cogió por el codo y la condujo al sofá. Se dejó llevar dócilmente. Todo le empezaba a parecer irreal, como un sueño. Sus bragas y su diario seguían sobre la mesita. La había preparado bien: no tendría más que levantarle la falda para tener acceso a su trasero desnudo. ‑Quítate los zapatos. Se los quitó con los pies. Laura se sentó en el centro del sofá, empuñando el cepillo. Cruzó las piernas y se alisó el vestido sobre ellas. Se dio unas palmadas en el muslo. ‑Venga, échate aquí. Cecilia se arrodilló en el sofá a su derecha, llena de aprensión y vergüenza. Por un momento sus miradas se encontraron. El rostro de Laura reflejaba excitación y una cierta ansiedad. Resignada, se dejó caer sobre su regazo. Olió el perfume sutil a rosas que llevaba Laura, mezclado con el olor almizclado de su cuerpo. Las piernas cruzadas de Laura la obligaban a poner el culo en pompa. La mano de Laura presionó sobre sus caderas, obligándola a arquear la espalda para acentuar aún más esa postura ignominiosa. ‑Anda, súbete tú la falda ‑le ordenó Laura. Al parecer, Laura no iba a perder la menor oportunidad para humillarla. Cecilia apretó los dientes y enterró la cara en el sofá. Agarró la tela de su falda con los puños y se la subió hasta las caderas con un tirón airado. El aire frío en sus nalgas la hizo saberse expuesta. ‑¡Pero qué culete más rico tienes, Cecilia! No me extraña que tengas a Julio loquito. * * * Los dedos de Laura le rozaron la piel del trasero, acariciando con suavidad la piel desnuda, dibujando la curva provocativa de los glúteos. Se fueron volviendo más atrevidos, separándole las nalgas para descubrirle el ojete y el coño. Un dedo le entreabrió los labios, impregnándose en su humedad, que enseguida sintió mojándole el ano. Apretó las nalgas para poner fin a esa invasión denigrante. ‑No te gustan las caricias, ¿eh? Pues entonces tendré que empezar con los azotes. ¿Qué tal este? ‑Le dio un golpecito con el cepillo ridículamente flojo. ‑¿A eso lo llamas un azote? ¿Qué pasa, que estás de coña? ‑¡Hay perdona! ‑le dijo Laura con sarcasmo‑. Es que como soy una principiante no tengo ni idea de lo fuerte que hay que pegar. A ver éste… Demasiado tarde se dio cuenta de que había caído en la trampa. El golpe sonó como un chasquido por toda la habitación y despertó un aguijonazo considerable en su trasero. ‑¡Au! ¿No decías que no ibas a hacerme daño? ‑¡Ay, perdona! ¿Ves? Si es que no me doy cuenta de mi fuerza. No quiero pasarme contigo, sólo calentarte un poco el culo para que disfrutes y vayas comprendiendo quién manda aquí. Tú, que eres la experta en esto, tendrás que ayudarme a encontrar la fuerza justa. ‑No te cachondees de mí, encima de que me pegas. ‑Me cachondeo de lo que me sale de las narices. A ver éste… Le dio un golpe lo suficientemente fuerte para provocarle escozor, pero muy tolerable. ‑¿Qué tal? ¿Demasiado fuerte? ¿O lo justo? ‑Lo justo ‑admitió a regañadientes. ‑Pues a mí me ha parecido más bien flojito para una masoca consumada como tú… Pero vale, empezaremos así, porque quiero que esto dure un buen rato. Comenzó la función. Laura le propinó una serie de azotes rápidos, distribuyéndoselos bien por todo el culo. Eso hizo despertar la piel de sus nalgas, atrayendo su atención a ellas. Luego el ritmo se hizo más cadencioso y los golpes más severos, aunque aún soportables. Sentía claramente que Laura se concentraba completamente en la zurra que le estaba propinando. Cada golpe era como un mensaje que le transmitía. El culo desnudo de Cecilia, desplegado en pompa en todo su esplendor, se convirtió en el universo entero para las dos, cada una cumpliendo fielmente su cometido: golpear y encajar los golpes. La fuerza de los azotes subió un punto más y Cecilia respondió moviendo el culo de un lado para el otro, en un esfuerzo tan fútil como inevitable por esquivar los golpes. ‑¡Ah! Ya empiezas a menear el culo, ¿eh? ‑le dijo Laura sin dejar de pegarle. ‑Ya me había hablado Julio del baile de los azotes. ¡Venga, baila un poquito para mí! ¡Y qué remedio me queda, Laura! A ver si así te quedas satisfecha de una puta vez y dejas de atizarme. ¡Dios mío, que indignidad que me estés haciendo esto precisamente tú! Y qué bien me pegas, condenada, has cogido el puntito que me pone cachonda. La verdad es que esto tiene un morbo que te cagas, que me castigue alguien a quién le tengo tanta tirria. Me gustaría darme por vencida, poder abandonarme y disfrutar de esta paliza que me estás dando, como cuando me pega Julio. ¿Y por qué no? ¿Acaso no es eso lo que a él le gustaría? ‑Vale, tú ganas. Me rindo. ‑¿Qué? ‑Laura sonaba asombrada. Los golpes cesaron. ‑He dicho que tú ganas. Que me rindo. ‑¿Por qué dices eso? ¿Te crees que así voy a dejar de pegarte? ‑¡Qué va! Ya sé que esto va para largo ‑dijo jadeando un poco‑. Estoy cansada de resistirme, así que voy a permitirme ser masoca. Eso es lo que querías ¿no? * * * Laura soltó una risita de triunfo. ‑¡Sí, eso es precisamente lo que quería oír! Me alegro mucho que hayas cedido tan pronto, pensé que esto iba a ser una larga batalla y la verdad es que no quiero hacerte mucho daño. Ya te lo dije: quiero que nos lo pasemos bien las dos. Pero antes de seguir con la diversión tenemos que aclarar un par de cositas entre nosotras. ‑Muy bien, pues hablamos de lo que tú quieras. Empezó a levantarse, pero Laura se lo impidió poniéndole la mano en la espalda. ‑No, tú te quedas ahí. Tu culete y el cepillo van a ser parte de esta conversación. ‑¿Qué quieres decir? ‑dijo relajándose con resignación sobre el regazo de Laura. ‑Hay varias cosas que nunca has comprendido, Cecilia. Creo que el cepillo te ayudará a metértelas en la cabeza. Para empezar vamos a hablar de lo borde que te pusiste conmigo cuando te llamé por teléfono después del ataque de Luis. Me quedé muy dolida, de verdad. Estuve dándole vueltas sin entender cómo podías ser tan ingrata conmigo, después de todo lo que hice para ayudarte. ‑¿Ayudarme? ¡Pues total, para lo que sirvió! ‑¡No me contestes, escúchame! Yo creo que sí sirvió. Pero lo que quiero es que reflexiones sobre esas cosas tan feas que me dijiste por teléfono. Así que con cada golpe de cepillo vas a repetir “por borde”, a ver si así se te mete en la cabeza que me tienes que tratar con más respeto. ‑Bueno, como comprenderás yo también… ¡Au! El golpe la pilló en mitad de la frase. Era considerablemente más fuerte que los que le había dado hasta entonces. ‑Ahora tienes que decir “por borde”, Cecilia. No me hagas repetírtelo, que no me gusta. ‑Por borde ‑dijo obediente, sólo para ser recompensada con otro severo azote. ‑Otra vez. ‑¡Por borde! ‑volvió a decir. ¿Y qué te esperabas, que íbamos a seguir de rositas después de que me robaste el novio? ‑¡Ay! ¡Por borde! Y hoy he estado de lo más educada contigo… ‑¡Por borde! Bueno, menos cuando te dije que te detestaba… ‑¡Por borde! ¡Au! ¡Joder, estos azotes no son como los de antes! ¡Pican un montón! ‑¡Por borde! ¡Vale, sí, lo reconozco, a veces me he puesto muy borde contigo! ‑¡Por borde! Laura se detuvo. ‑Muy bien. Ahora me vas a pedir perdón. ‑Sí… Perdóname por ponerme tan borde contigo ‑se extrañó de lo sincera que le salió la disculpa. ‑Muy bien, estás perdonada por eso. Pasemos al asunto siguiente… ‑¿Qué? ¿Aún hay más? ‑dio alarmada. Los azotes combinados con sus profesiones de culpa eran un castigo tremendamente efectivo. ‑Sí, también está el tema de tus celos, que tanto te ha perjudicado. Así que ahora vas a decir “por celosa” con cada azote. No creo que eso te quite los celos, pero a lo mejor sirve para que te des cuenta del daño que te hacen. Así que… ¡toma! ‑¡Au! ¡Por celosa! ¡Pero si eso ya lo sé, Laura! ‑¡Pues no se nota! Si no fueras tan celosa hubiéramos compartido a Julio hace un año. ¡Mira que eres tonta! ¡Toma! ‑¡Ay! ¡Por celosa! ‑Y a lo mejor hasta te hubieras corrido ese día que hicimos el amor los tres. ¡Toma! ‑¡Por celosa! Tienes razón ¿pero cómo lo iba a saber? ¡Por celosa! ¡Qué más quisiera yo que poder quitarme los celos! ¡Ay! ¡Por celosa! Otros pensamientos se los guardó para sí: ¿Pero cómo no voy a estar celosa si te casas con Julio? ‑¡Por celosa! ¿Cómo no me va a dar rabia la forma traidora con que me lo quitaste? ‑¡Por celosa! Eso no lo puedes cambiar por muchos azotes que me des con el cepillo… ‑¡Ay! ¡Por celosa! ‑¿Buen castigo, eh? Te lo mereces, Cecilia, a ver si dejas ya de hacer tonterías. ‑¡No he hecho tonterías! ‑gimió‑. Has sido tú la que me has quitado a Julio, y encima me pegas. ¿No te basta con el daño que me has hecho? ‑¡Pero mira que eres tozuda! A ver si aclaramos esto de una puta vez: yo no te he quitado a Julio. Te apañaste tú solita para perderlo. Y mira que yo intenté que volvierais, pero no, no hubo manera, porque sois los dos un par de cabezotas. ¡Y encima me echas la culpa a mí! Te lo ganaste a pulso, Cecilia, por mentirosa y por imbécil. Así que te vas a llevar más azotes y vas a decir eso: “por imbécil”. A ver si se te mete en la cabeza. El cepillo volvió a comunicarle sus mensajes punzantes, y ella, obediente, comenzó la nueva letanía. ‑¡Por imbécil! Desde luego, porque hace falta ser imbécil para apuntarse a la paliza que me estás dando, Laura. ‑¡Por imbécil! ¡Sí que fui una imbécil, dejando que te llevaras a Julio! ‑Te dije que lo compartiéramos, pero tú preferiste cogerte una pataleta. ¡Toma, por tonta! ‑¡Ay, sí! ¡Por imbécil! ‑Y luego, encima, se te ocurre la genialidad de hacerte puta. ¿Qué me dices de eso? ‑De eso sí que no me arrepiento. ¡Au! ¡Por imbécil! ‑No es que te lo eche en cara, Cecilia, pero si lo que querías era recuperar a Julio, no lo pudiste hacer peor. Fue entonces cuando me pidió que me casara con él. ¿Qué, te mereces otro azote? ‑Sí, me lo merezco… ¡Por imbécil! A ver si de ésta aprendo. ‑¡Así me gusta! Espero que esto te sirva de lección. La cosa no acaba aquí, por supuesto. ¿Qué quiere Laura de Cecilia? ¿Qué le ha dicho Julio a Cecilia para que tenga que obedecer a Laura? Para adivinarlo, lee Amores Imposibles.

  • El tesoro de echarte de menos

    Pasaje de mi novela Amores imposibles Julio y Sabrina atravesaron la Alameda de Santiago y siguieron por la Herradura. El suelo estaba cubierto de barro húmedo y resbaladizo. ‑¿A dónde me llevas? -le preguntó a Sabrina-. ¿A la Residencia? Pensaba que íbamos a una pensión. ‑Sí, encontré una barata en el Pombal. Pero es más agradable ir por el parque. Oye, ¿de qué estabas hablando con Carlos? ‑De sus problemas con Elisa. Por lo visto le propuso practicar el sadomaso y ella se puso hecha una furia. ‑Sí, a mí también me ha estado calentando la cabeza con eso -dijo Sabrina. ‑¿Qué te ha dicho? ‑Pues que el sadomasoquismo es la peor forma de perpetuar la opresión de la mujer por el hombre. Que los sádicos son personas enfermas que asocian el dolor con el placer para reproducir traumas de la infancia… O para compensar su propia impotencia dominando a las mujeres. No sé, Julio, a mí me parece que hay un poco de verdad en todo eso. ‑Pues yo acabo de pasar por una temporada en la que también pensaba eso. Pero ahora he cambiado de idea. Creo que el sadomaso no es más que otra forma de vivir el sexo. Que mezclar placer y dolor nos hace disfrutar más. ‑Sí, eso es lo que yo noto. Cuando me das azotes en el culo me pongo a cien, y luego tengo unos orgasmos muy fuertes. Pero lo otro que me dijiste el otro día, lo de la sumisión, eso ya no me parece bien. Yo soy una mujer liberada, no sumisa. No me quiero someter a un hombre. Al contrario, creo que las mujeres todavía estamos muy oprimidas por los hombres y tenemos que acabar de liberarnos. ‑¡Por supuesto que las mujeres tenéis que liberaros! Yo también soy feminista. Pero la sumisión de la que te hablaba es algo completamente distinto. Es algo erótico, que se hace por morbo. La azotaina es un castigo, y por lo tanto una forma de dominación. Se puede llevar un poco más lejos, atándote para que no puedas moverte mientras te manoseo y te follo. Con un poco más de control ni siquiera las cuerdas hacen falta, porque haces lo que te ordeno y te pones como yo quiero. Eso es la sumisión. Pero se hace sólo durante un rato, de mutuo acuerdo. Luego se vuelve a una relación en pie de igualdad. ‑Pero, si empiezas por ahí, al final acabas acostumbrándote a someterte y puede empezar a meterse en el resto de tu vida. Te puede crear un dependencia psicológica. ‑Pues, que yo sepa, eso no pasa. Cecilia nunca se volvió dependiente de mí. ‑¿Estás seguro? ‑Ya te lo he dicho: Cecilia es una de las mujeres más independientes que conozco. Y, a pesar de eso, puede ser de lo más sumisa en la cama. De todas formas, hoy no vamos a hacer nada de eso. Te doy unos cuantos azotes y luego follamos. ‑Y luego me das por culo, querrás decir. ‑Bueno, si todavía quieres. ‑¡Claro que quiero! Llevo mucho tiempo pensando en eso. Quiero que seas tú el primero en estrenar mi culo… Y, por lo visto, no nos queda mucho tiempo para hacerlo. * * * La pensión estaba en un edificio antiguo, con un portal enmarcado en granito esculpido con filigranas ocultas por el musgo y los líquenes. Al otro lado del portón de madera había una pequeña mesa atravesada en el hueco de la escalera. Tras ella, una mujer mayor con gafas y pelo grisáceo los miró con escepticismo. Sabrina le dijo algo en gallego y le pasó dos billetes de mil pesetas. La mujer asintió y le dio una llave con un pesado llavero de metal. ‑Habitación vinte e dous, o segundo piso a dereita ‑les dijo. Era un cuarto pequeño, con un armario desvencijado y una cama que era poco más que un somier con un cabezal de madera antigua. Pero la ventana daba al Parque de la Herradura, llenándolo todo del color verde de los robles y la hierba. Julio se plantó frente a la ventana, contemplando el fulgor de las gotitas de lluvia en las plantas. Sabrina lo abrazó por detrás, apoyando la cabeza en su hombro. ‑El cuarto no es gran cosa, pero la vista vale la pena ‑le dijo Sabrina. ‑Eso mismo estaba pensando yo. ‑Y esta vista, ¿qué te parece? Sabrina se sacó el vestido por la cabeza. En lugar de ropa interior llevaba unas picardías de encaje violeta de una pieza. Le dejaban al descubierto las caderas y el culo, y le transparentaban los pezones y el pubis. ‑¡Pero bueno! ¿Llevabas eso debajo? ‑bromeó mientras se le acercaba despacio‑. ¡Esta vez te has pasado de zorra, Sabrina! Julio se pegó a ella y le puso las manos en el trasero. ‑Así que vestida para matar ¿eh? Esas cosas sólo se las ponen las chicas malas. Y a las chicas malas se les da unos buenos azotes en el culo. * * * Julio contempló el pompis de Sabrina sobre su regazo, sonrosado por la tanda de azotes que le había dado. ‑Bueno, creo que ya has tenido bastante. Vamos a echarle una ojeada a ese culito virgen. Se inclinó para coger el bote de lubricante de la mesilla de noche. Le separó las nalgas y dejó caer unas gotas de líquido viscoso sobre el botón fruncido de su ano. ‑¡Ay! ¡Está frío! ‑se quejó ella, dando pataditas al colchón. ‑No te preocupes, que enseguida lo vamos a calentar. Puso el dedo sobre su ano y empezó a acariciarlo, dándole vueltas. Sabrina apretó las nalgas. Julio le dio un azote con la mano izquierda. ‑Se buenecita ¿eh? O te vuelvo a zurrar. Rodeó dos veces más el ano antes de introducirle el dedo. * * * Colocó a Sabrina doblada sobre el borde del colchón y se arrodilló tras ella. Su ano quedaba un poco alto para alcanzarlo con su polla. La agarró de las caderas y tiró de ella para separarla de la cama, hasta que ella pudo poner las rodillas en el suelo. Su culito, caliente y sonrosado por los azotes, quedaba ahora perfectamente a su alcance. Separándole una nalga con una mano y empuñando su verga en la otra, la apuntó a su objetivo. El ano de Sabrina parecía ridículamente pequeño comparado con su glande. Cogió el bote de lubricante de la cama y volvió a dejar caer varias gotas sobre su pene, untándolo bien con la mano. ‑Bueno, llegó el momento de la verdad. ¿Estás lista? ‑Sí… Aunque con un poco de miedo. No seas bruto, ¿vale? Basculó el pubis hacia adelante. Su glande se aplastó contra una firme resistencia. Presionó. Empujó tanto que su pene empezó a doblarse. Se retiró un poco, se lo cogió con la mano y apoyó el pulgar sobre el glande para dirigirlo con precisión a su objetivo. Esta vez la punta del glande se hundió en el ano de Sabrina, avanzando hacia el interior con súbita facilidad. ‑¡Ay, ay, ay! ¡Qué daño! ¡Sácamela, por favor! Julio se retiró apresuradamente. Sabrina se dejó caer al suelo hecha un ovillo. ‑Lo siento… ‑empezó a decir él. ‑¡No puedo! ‑lloriqueó ella‑. ¡No puedo, Julio! Duele demasiado. No puedo darte mi culo. No voy a ser capaz de someterme a ti. Eso no es para mí. Se dejó caer en el suelo a su lado y la abrazó. ‑No importa si no puedo follarte el culo ‑dijo acariciándole la cara. Yo no te lo pedí… Fuiste tú quien lo sugeriste. Pensé que te gustaría, como lo de los azotes. ¡Venga, no llores, Sabrina! Lo hacemos de otra manera. Esto no tiene la menor importancia. ‑¡Sí que la tiene! Me vas a dejar. ‑Yo… Lo siento, Sabrina. Todo esto es un error, y es culpa mía. Yo sabía desde el principio que no iba a funcionar. No debería haber empezado a salir contigo, cuando estoy a punto de volver a Madrid. Sabrina se sentó en el suelo, llorando desconsoladamente. ‑Estás temblando. Venga, vamos a meternos en la cama. Las sábanas estaban húmedas y frías. Sabrina se abrazó a él. La vio secarse las lágrimas con los nudillos y hacer un esfuerzo para dejar de llorar. ‑No es un error. ¡No digas eso, por favor! Estar contigo, aunque sólo sea unos pocos días, es lo mejor que me ha pasado en mi vida. Fui yo quien te lo pidió. Fui yo quien te sedujo… Y no me arrepiento. No me arrepiento de haberme enamorado de ti. ‑Te dije que te ibas a hacer daño. ‑El daño vale la pena. Te voy a echar de menos, ya lo sé. Te echaré de menos toda la vida… Y guardaré el echarte de menos como un tesoro. Porque es mejor echar de menos algo precioso que se ha tenido, que nunca haberlo tenido en primer lugar. Julio se quedó ponderando lo que le acababa de decir. Había una profunda verdad en eso. Intuía que si lograba entenderla se aclararían todas las cosas que le preocupaban. ‑Quizás tengas razón. Quizás nuestra relación valga la pena, aunque sepamos que se va a terminar. Si eso es lo que tú quieres, yo estoy dispuesto a dártelo. Sabrina le clavó la mirada. ‑¿De verdad harías eso por mí? ‑Sí. Estos pocos días que nos quedan, seré tuyo. ‑Entonces… ¿me querrás? ¿Podrás quererme, aunque sólo sea por unos pocos días? ‑Claro que te quiero, Sabrina. Te quiero mucho. La besó y le acarició el culo. Aún lo tenía caliente. Es un alivio poder decírtelo. Porque es la pura verdad. * * * Julio acarició las nalgas sonrosadas y calientes de Sabrina mientras contemplaba su polla moverse en vaivén entre ellas. El ano, que presentía que ya nunca sería suyo, permanecía firmemente cerrado un centímetro más arriba. ‑Me pones como antes y hacemos como que me estás dando por culo ‑le había dicho Sabrina. En definitiva, daba lo mismo. Sabrina era suya, mucho más de lo que nunca había deseado que lo fuera. Y, al serlo, hacía que él también le perteneciera a ella. Y esa era una ecuación que ni una enculada ni el sadomaso iban a cambiar. ‑Te quiero, Julio. ¡Te quiero! ‑dijo ella, acercándose al orgasmo. ‑Yo también, Sabrina. Yo también.

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