Search Results
75 elementos encontrados para ""
- Náufragos en la isla de Onza
Pasaje de mi novela Para volverte loca. Continuación de Capturados por los narcos gallegos. -¡Vamos, Laura! -le dijo Julio-. Ahora viene lo más difícil. Tenemos que llegar a la isla. Por primera vez, Laura notó lo fría que estaba el agua. La isla se veía lejana, pero no debía estar a más de dos o tres kilómetros de distancia. Había nadado trechos más largos en Mallorca. El problema iba a ser la hipotermia. Dio un par de brazadas tentativas. -La ropa no me deja nadar -le dijo Julio-. ¿Me la quito? -Sí, mejor nos quedamos en ropa interior. La ropa mojada no nos protegerá del frío. -Vale, pero no te quites los zapatos. Nos harán falta para andar por la isla. Laura se quitó la camisa y la dejó hundirse en el mar. Julio le sostuvo las zapatillas mientras se quitaba los pantalones. Se volvió a calzar los tenis, anudándolos bien fuerte para que no se le cayeran al nadar. Luego ella sostuvo los botines de Julio mientras él se desnudaba. En sujetador y bragas podía nadar tan libremente como con un traje de baño. Se impuso un ritmo firme pero pausado. El ejercicio la ayudaría a entrar en calor. * * * Nadar a crawl contra las olas no era fácil, pero Julio sabía que era manera más rápida y eficaz de moverse. Ninguna energía se malgastaba en mantener la cabeza fuera del agua, el cuerpo ofrecía la menor resistencia posibles, y brazos y piernas trabajaban con su mejor rendimiento. Aun así, cuando giraba la cabeza para tomar aire, a veces se le metía agua en la boca, rompiendo el ritmo de su respiración. Las olas chocaban contra sus brazos cuando los movía hacia delante, minando su inercia. Le parecía estar siempre en el mismo sitio. Bajo él, la negrura de las profundidades amenazaba con tragárselo. Las olas chocaban contra él una y otra vez. Dentro de su cabeza sonaba burlona la canción que habían cantado en la fiesta del bautizo: ¡Ondiñas veñen, ondiñas veñen, ondiñas veñen e van! ¡Non te vayas Rianxeira, que te vas a marear! Estaba tan exhausto, tan concentrado en mantener el ritmo de sus brazos nadando al crawl, que no podía evitar que esa estrofa se repitiese machaconamente, hasta que parecía que las propias olas la cantaban al chocar contra su cuerpo. Volvió a tragar agua y esta vez no tuvo más remedio que detenerse, tosiendo y jadeando. La isla parecía imposiblemente lejos. No se veían más que olas rompiendo contra los acantilados. Aunque consiguieran llegar, morirían pulverizados contra las rocas. Nunca había pensado que fuera a morir así, ahogado en el mar. Ahora sí que no volvería a ver a Cecilia. Al menos no moriría solo. Tendría a Laura a su lado. La vio esperándolo unos metros más adelante. Le dio alcance y se abrazó a ella. -¡Calma, calma! No… me… ahogues -dijo ella entre un castañeo de dientes. -Sólo quiero… abrazarme a ti. Quiero que… muramos juntos. -¡No digas tonterías! Vamos… a llegar a la isla. No vamos… a morir. -¡Ya no puedo más! No tengo fuerzas… en los brazos y las piernas. Ella le cogió la nuca, acercando su cara a la suya. -¡No digas tonterías, Julio! Eres mucho más fuerte que yo. -Sí, pero no soy tan buen nadador. Y… este agua… tan fría. -Sí… es la hipotermia… le quita fuerzas a los músculos… La única solución es moverse… Seguir generando calor. -Pero… no hay más que rompientes. Moriremos destrozados… en las rocas. -Hay una playa… Se ve un poco de la arena. Era verdad: se veía una mota blanca entre las rocas. Se imaginó una playa soleada, invitándolo a echarse en la arena a dejar que el sol le desentumeciera los huesos. Eso lo animó. -¡Es verdad! -¡Tenemos que llegar, Julio! Aunque le parecía imposible, consiguió dar una brazada. Luego otra, y otra. Los brazos le pesaban como si fueran de plomo. Le parecía que sus piernas habían dejado de moverse, que se arrastraban en el agua tras él. Pasó una eternidad. La playa se veía ahora claramente, la arena blanca resplandeciendo bajo el sol. Le pareció ver manchas marrones bajo él, en el fondo del mar. Laura se había detenido otra vez a esperarlo. -Se ve… el fondo… Son algas. ¡Lo vamos a conseguir, Julio! La manchas marrones eran algas. No tenía fuerzas para contestarle. Metió la cabeza en el agua y se esforzó en levantar el brazo una vez más. Y otra. Y otra. * * * Laura sintió crecer la esperanza en su corazón. Estaban al pairo de la isla, ya no había olas. El viento rizaba apenas el agua. Hacía tiempo que Julio se había vuelto incapaz de hablarle, pero seguía nadando, despacio, mecánicamente, pero sin detenerse. A la izquierda apareció un espigón de rocas que ofrecía una salida del agua, pero habría mejillones que podían cortarlos. Mejor seguir un poco más en el agua y salir por la arena. Apenas se lo pudo creer cuando al fin sus dedos se enterraron en la arena de la orilla. Intentó ponerse en pie, pero la cabeza le daba vueltas. A su lado, Julio salió del agua a gatas. Lo imitó. Se arrastraron como pudieron sobre la arena húmeda de la bajamar, luego sobre arena seca que le quemaba las manos. Julio se desplomó a su lado. Lo sacudió. Estaba inconsciente. Vagamente se dio cuenta de la amenaza que representaba quedarse dormidos, casi desnudos, bajo el sol fulgurante de principios de verano. Se puso a cubrir el cuerpo de Julio con arena. El estar bocabajo le protegería la cara de las quemaduras. Luego se acostó también y se enterró como pudo. * * * El sol estaba en el cenit cuando Julio se despertó. Tenía arena en la boca y la nariz. Se levantó, escupiendo y resoplando, dejando que la arena que lo cubría se escurriese a su alrededor. Laura estaba a su lado, medio cubierta de arena. Le cogió la mano y le tomó el pulso. Su corazón latía con regularidad. Tenía los tobillos y los hombros enrojecidos donde no se los cubría la arena. Se puso a enterrarla sistemáticamente hasta que no quedó nada de ella expuesto al sol, salvo la melena rubia que le tapaba la cara. ¿Qué hacer ahora? Para llegar a la isla de Ons tendrían que atravesar la isla de Onza en toda su longitud y luego nadar otro buen trecho. No estaban en condiciones de hacerlo. Por la noche haría frío y estaban prácticamente desnudos. Tenía que hacer fuego. Se puso en pie trabajosamente. Tenía agujetas en los brazos, pero sus piernas parecían haber recobrado las fuerzas. En las rocas que separaban la cala del mar abierto encontró varios trozos de madera que había traído el mar, así como redes, bolsas de plástico, y botellas de plástico y de vidrio. Una de ellas atrajo su atención: era una botella de vidrio claro, de ginebra Larios. Lo importante es que tenía los lados curvados. La llevó a la orilla de la playa y se puso a quitarle la etiqueta con arena. -¿Qué haces con esa botella? Levantó la mirada hacia Laura. Se puso en pie y la abrazó. -¡Lo conseguimos, Laura! ¡Hemos sobrevivido! -Sólo si conseguimos salir de este puto islote. -¿Ahora te vas a poner de mal humor? Has nadado como una campeona. El que casi se ahoga fui yo. -Te quedaste inconsciente en cuanto llegamos a la playa. ¿No sabes que es peligroso quedarse dormido al sol? -Perdona. Se me olvidó traerme la crema solar. Eso consiguió arrancarle una sonrisa. -Te enterré para que no te quemaras. Pero yo no conseguí enterrarme tan bien, y ahora tengo un horrible dolor de cabeza. -A lo mejor un bañito te sentaría bien. -¡Tonto! -Le dio un empujón cariñoso-. ¡He tenido baño suficiente para todo el verano! -Tenemos que prepararnos. Se nos echa la noche encima y va a hacer frío. -¿No deberíamos seguir? La isla de Ons está habitada. -Sí, pero para llegar hasta allí tenemos que cruzar esta isla y luego atravesar el estrecho a nado. Estamos demasiado débiles. Mejor lo intentamos mañana. -Pero si nos quedamos aquí nos vamos a debilitar aún más. Aquí no hay comida, ni agua. -Hay mejillones en las rocas. Son muy nutritivos y nos ayudarán a quitarnos la sed. -O sea, que quieres que juguemos a los Robinsones… Aún no me has dicho qué estás haciendo con esa botella. ¿Es que has encontrado una fuente? -No, la estoy limpiando para hacer un fuego. -¿Con la botella? Lo que hay que hacer es frotar dos palitos, como los salvajes. -¡Tú has visto muchas películas, Laura! ¡Lo de frotar palitos es un curre que no veas! Creo que la botella dará mejor resultado. Tú puedes ayudarme juntando madera. He visto unos buenos trozos en las rocas. Y en el monte hay tojos secos. Acabó de limpiar la botella, la llenó de agua del mar y la llevó al final de la playa, donde Laura había juntado varios trozos de madera. -Lo de los tojos secos no ha podido ser. Intenté subir al monte, pero hay demasiada maleza. Me arañé las piernas. Julio suspiró. No se le podía pedir que evolucionara de pija a Robinson Crusoe en un par de horas. -Lo haré yo. Tú ponte a coger mejillones, antes de que suba más la marea. Laura tenía razón: la isla estaba cubierta de altas matas de tojos que le impedían el paso. Pero al secarse dejaban unos troncos resecos que arderían bien. Con un poco de estoicismo y alguna que otra maldición consiguió arrancar un par de matorrales resecos, con la mayor parte de sus hojas de púas. Se pasó un buen rato juntándolo todo y llevándolo a la esquina al fondo de la playa donde planeaba pasar la noche. Vio con satisfacción que Laura había juntado varias tablas y troncos. Había incluso una caja de las de fruta, que vendría de maravilla para empezar el fuego. Miró al sol. Mejor poner en marcha su plan mientras estaba alto. Laura se acercó trayendo una red rota y una bolsa de plástico llenas de mejillones. -La marea está subiendo a toda pastilla, será mejor que me ayudes a coger más mejillones. -Ahora lo urgente es encender el fuego, antes de que baje más el sol. Ayúdame. Dispuso la mata de tojos secos con algunos troncos a su alrededor. Tapando la boca de la botella con la mano para que no se saliera el agua, la inclinó de tal manera que enfocaban la luz del sol sobre el tojo seco. -¡Ah, has hecho una lupa! ¡Eres un genio, Julio! Él no estaba tan seguro. En vez de concentrar la luz en un punto, la botella creaba una línea brillante que no conseguía prender los pinchos secos del tojo. -¿Por qué no pruebas con esto? Laura le ofrecía un trozo del cartón que formaba el fondo de la caja de fruta. ¡Buena idea! El color oscuro ayudaría a absorber el calor del sol. Mantuvo la botella sobre el cartón, haciendo un esfuerzo para mantener el foco concentrado sobre el mismo sitio. No era fácil. Tenía los brazos tan cansados que le temblaban las manos y el brillo del sol enfocado sobre el cartón le hacía llorar los ojos. Estaba a punto de darse por vencido cuando vio salir humo. Al cabo de un rato más se formaron unos pequeños puntos rojos. Pero no conseguía hacer llamas. La mano de Laura se acercó, temblorosa, sosteniendo un trozo de una bolsa de papel. -Es el único papel que he conseguido encontrar -murmuró. Julio sopló con cuidado. El papel se oscureció, luego salió un pequeña llama. -¡Los tojos, rápido! En un momento la mata de tojos secos chisporroteaba alegremente. Julio fue añadiendo troncos de tojos, luego dispuso varias tablas alrededor del fuego. -Tenemos que mantenerlo hasta la noche sin gastar demasiada madera. -¡Estoy muerta de sed, Julio! ¿No has visto agua por ningún sitio? -No, la isla es demasiado pequeña para tener ningún riachuelo. Voy a coger más mejillones, nos ayudarán a calmar la sed. -¿Tú crees? Ha llovido un montón durante el mes de junio. Tiene que haber algo de agua en la isla, por pequeña que sea. -Vale, pues a ver si la encuentras -le dijo con escepticismo.
- Debate sobre la prostitución
¿Se debe prohibir la prostitución? Este es un debate que aparece en mi novela La tribu de Cecilia y que creo que es muy relevante sobre el tema de la prohibición de la prostitución. Tiene lugar en la ficticia Liga Lesbiana de Lavapiés en 1980, pero los argumentos que se esgrimen son los mismo que hoy en día. Esta vez fue Josefa quien planteó el tema: -Pasamos ahora a tratar el último punto del orden del día. Se trata de la prostitución. Resulta que no todo lo que la democracia nos ha traído a España es bueno. En Madrid y en todas las ciudades importantes de este país se ha denunciado un aumento considerable del número de burdeles, mientras que la policía y el gobierno no hacen nada para impedirlo. Como pasa con el tema de la pornografía, se da por sentado que es algo irremediable que pasa en todas las sociedades libres. Pero nosotras no podemos quedarnos aquí sentadas mientras muchas mujeres son sometidas a los extremos más horrorosos de explotación machista. ¡Tenemos que hacer algo, compañeras! Laura vio que Cecilia había levantado la cabeza y escuchaba con atención, frunciendo gradualmente el ceño. ¡Joder, joder, joder! ¡Ahora sí que la hemos liado! Se arrepintió de haber traído a Cecilia a esa reunión. ¿Cómo no se había dado cuenta de que seguramente tratarían el tema de la prostitución? Ya habían discutido la pornografía y el sadomasoquismo, era completamente de esperar que lo siguiente a tocar fuera la prostitución, ¿no? Y claro, Cecilia no se iba a callar. -Cecilia, por favor… -le susurró. -¿Qué? -dijo Cecilia volviéndose a mirarla. -Por lo que más quieras, no se te ocurra decirles que has sido puta -le suplicó. -¿Y por qué no? -¡Pues porque te van a destrozar! La última vez que estuve aquí se me ocurrió decirles que me gustaba el sadomasoquismo y no veas cómo me pusieron. -¡Pues hiciste muy bien, Laura! Hay que ser valiente y defender nuestras ideas. A eso es a lo que hemos venido, ¿no? -Ya, Cecilia, pero todo tiene un límite… Hay cosas que no se las puedes ir diciendo a todo el mundo. Josefa las miraba irritada desde la mesa. Sin duda sus cuchicheos la habían molestado. -Lo que tenemos que hacer es comenzar una labor educadora de esas pobres mujeres -decía Vicenta-. Tenemos que hablarles de feminismo, de la dignidad del cuerpo de la mujer, del valor de la sexualidad para desarrollar la intimidad en un plano de igualdad. Pero también debemos hacerlas conscientes de la cadena de explotación de la mujer que durante siglos ha ido construyendo el patriarcado. De que en esta sociedad las relaciones sexuales son usadas por los hombres como instrumento de opresión de la mujer. De que nuestra sexualidad es algo demasiado precioso para poder ser comprado con unas simples monedas… -Pero vamos a ver, Vicenta -la interrumpió Martina-. ¿Tú has parado alguna vez en la calle a alguna puta para decirle todas esas cosas? Porque, si es así, me gustaría mucho saber su respuesta. Hubo algunas risitas contenidas. -¡Silencio! -exclamó Josefa desde la mesa-. Estamos tratando un tema muy serio. No creo que la explotación sexual de la mujer sea cosa de risa. -Compañera Martina -dijo Mercedes-, me gustaría mucho saber qué quieres decir con eso. ¿No crees que lo mejor que podemos hacer para acabar con la prostitución es educar a esas mujeres? A mí no me acaba de parecer bien que se las persiga y se las encarcele, por eso creo que un remedio basado en la educación es lo mejor que podemos hacer dentro de una estrategia no represiva. -Compañera Mercedes -la sonrisa que le dirigió Martina no estaba exenta de un cierto sarcasmo-, lo que quiero decir es que ese “remedio basado en la educación” al que te refieres se basa en la asunción de que nosotras sabemos más que ellas. De que, como decía antes Vicenta, las putas son unas pobres mujeres ignorantes que no saben lo que les conviene, así que necesitan que vengamos nosotras con nuestra educación y nuestras brillantes ideas feministas a sacarlas de esa horrible situación en que se han metido. Pero dudo mucho que las putas estén de acuerdo con vosotras a ese respecto, por lo que sospecho que si Vicenta se acerca a una de ellas para contarle todo eso que decía antes, la respuesta de la puta seguramente será mandarla a tomar por culo. Por eso se lo pregunté, para saber si me equivoco o no. Esta vez las risas fueron más descaradas. Cecilia tenía una sonrisa de oreja a oreja. Bueno, por lo menos con esto vamos a conseguir que le caiga mejor Martina. -¡Pero es que sí que son unas pobres mujeres ignorantes! -saltó Lucy-. Muchas de ellas son drogadictas que se tienen que prostituir para poder comprar heroína, o cocaína, o lo que sea que se meten. A otras les tienen comido el coco su chulo, que las enamoran para manipularlas psicológicamente… Os puede parecer mentira, pero se han hecho muchos estudios sobre esto. Y no olvidemos que todavía hay bolsas de pobreza en España donde la mejor opción de una mujer para sobrevivir es vender su cuerpo. Cecilia levantó la mano para hablar. Laura se preparó para lo peor. Por suerte, nadie le hizo caso. Josefa, en vez de moderar la discusión, se otorgó el turno de palabra a sí misma. -¡Muy bien dicho, compañera! Esa es la realidad: se trata de mujeres en situaciones extremas que las obligan a venderse a los hombres. Por eso mismo no creo que una solución basada únicamente en la educación, como propugnaba la compañera Vicenta, sea la más eficaz. No, es la responsabilidad del estado el cerrar esos burdeles y rescatar a esas mujeres de la calle para darles una opción mejor. -¿“Rescatarlas de la calle”? -replicó Martina-. ¡Por favor, Josefa, vamos a dejarnos de expresiones hipócritas! Llama a las cosas por su nombre. A lo que te refieres es a seguir haciendo lo que se hacía durante la dictadura: detenerlas y meterlas en la cárcel. A ver cómo consigues explicarnos que eso se hace por su bien, porque a mí me parece una actitud tan prepotente y paternalista como las del patriarcado. Cecilia volvió a levantar la mano. Nuevamente se la ignoró. -A ver, allí al fondo… Cristina, ¿qué nos tienes que decir? -Estoy de acuerdo con Martina en que meter en la cárcel a las prostitutas es una actitud excesivamente represiva que sólo conduce a marginarlas aún más. Pero Josefa tiene toda la razón: este problema no se puede solucionar sin la intervención del estado. La policía tiene que cerrar esos burdeles, porque detrás de ellos hay mafias internacionales muy poderosas que seducen a las mujeres con promesas de trabajo y luego las convierten en esclavas sexuales. Esas mafias tienen comprada a la policía y seguramente a más de un político. Por eso no se hace nada y cada vez hay más burdeles y más prostitutas. ¡Esto hay que denunciarlo y pararlo ya! -¡Es verdad! -gritó Lucy-. ¡Lo que hay que hacer es dejar en paz a las prostitutas y meter en la cárcel a los chulos y a los puteros! Cecilia, quien no había bajado la mano en ningún momento, se puso en pie. -Bueno, ya veo que aquí nadie respeta el turno de palabra. Llevo un buen rato con la mano levantada y no se me hace ni caso. Mientras tanto, hay otras que ni siquiera se molestan en pedir la palabra y hablan cuando les da la gana. -Ya te he visto, compañera. Enseguida te doy tu turno, pero creo que Cristina todavía tiene la palabra. -No, ya he acabado -dijo Cristina. ¡Qué educada se ha vuelto de repente! Pensé que haría todo lo posible por impedirle hablar a Cecilia. -¡Ah, vale! Entonces adelante. -¡Cecilia, por favor, no lo digas! -le susurró. Cecilia respiró profundamente, como solía hacer cuando quería calmarse a sí misma. -Estoy de acuerdo con Martina en que tenéis una actitud condescendiente y paternalista frente a las prostitutas. Aquí se han dicho muchas cosas que no son verdad. No es verdad que las prostitutas sean drogadictas, quizás haya alguna que lo sea, pero lo mismo pasa en otras profesiones. Tampoco es verdad que a las prostitutas las obligue su chulo… Por supuesto, una mujer que se prostituye se encuentra en una situación muy vulnerable, precisamente por la persecución por parte de la ley que algunas queréis perpetuar. Las pueden maltratar los clientes o un chulo y no pueden denunciarlo sin exponerse a que las arresten a ellas por prostitución. Por eso creo que los bares de putas que hay ahora suponen una mejora para las condiciones de trabajo de las prostitutas, porque las defienden contra todo tipo de abusos. A cambio de un porcentaje preestablecido de su ganancia, la prostituta tiene garantizado un sitio seguro de trabajo y alguien que la defienda en caso necesario. ¡Menos mal! Parece que va a plantear el tema sólo en un plano teórico. -¡Pero bueno, tía, tú qué coño sabes de cómo trabajan las prostitutas! -le dijo Lucy con aire burlón-. ¡Si sólo hace falta verte! ¿Qué pasa, que has hecho estudios sobre la prostitución en la universidad? -¡No, Cecilia! ¡No entres al trapo! -le volvió a suplicar. Pero por la forma en que Cecilia apretó los puños supo que era inútil. -Sé perfectamente como trabajan las prostitutas porque trabajo en un bar de putas. Concretamente en Angelique, que está en la Avenida del Brasil. Si no me creéis, id a verme algún martes o jueves por la noche. Allí me encontraréis, poniendo copas detrás de la barra. Conozco bien a mis compañeras y sé que ninguna va allí obligada por ningún chulo ni por ninguna mafia. Todas están contentas con su trabajo. Sólo conozco a una que fue drogadicta, pero se desenganchó de la heroína precisamente con la ayuda de uno de los hombres que lleva el local. Y no, no lo lleva ninguna mafia. Angelique lo abrieron un par de amigos míos para darles a las chicas un sitio seguro para trabajar. Se produjo un profundo silencio. Laura enterró la cara en las manos. En seguida se dio cuenta de que con eso no hacía sino empeorar las cosas, y volvió a mirar a su alrededor con aire indiferente. -¡Vaya! ¡Si ahora va a resultar que los chulos son unos angelitos que sólo quieren el bien de las prostitutas! -dijo Josefa. -Yo sólo puedo hablar por Angelique y por mis amigos que lo llevan. Ganan dinero, por supuesto, pero también trabajan duro y se arriesgan un montón. Quizás otros sitios funcionen de otra forma. No soy una ilusa, sé que hay explotadores en todos los negocios. Pero si los hay más en la prostitución será porque la situación de ilegalidad nos coloca en una posición vulnerable donde no podemos acudir a la protección de la ley. -Pero vamos a ver, Cecilia -dijo Mercedes con voz preocupada-. ¿Nos estás diciendo que trabajas como prostituta en ese sitio? -No. Trabajo poniendo copas, llevando las cuentas y organizando el funcionamiento del local. Llevo allí ya casi dos años, por eso conozco bien el negocio. -¿Pero por qué te buscaste precisamente ese trabajo? Por tu forma de hablar veo que eres una mujer culta. Podrías trabajar en muchas otras cosas. -Sí, claro. Soy licenciada en física y estoy haciendo mi tesis doctoral, pero eso no me da dinero, así que me he buscado ese trabajo para ganar algo de dinero por las noches sin que me quite demasiado tiempo para mis estudios. Di con él por casualidad, como pasan muchas cosas en la vida, a través de un amigo… Pero, si quieres que te sea sincera, lo que me atrajo de la prostitución fue mi fascinación por el sexo. Creo que el sexo puede servirnos para romper los condicionamientos mentales que nos impone la sociedad. Al liberarnos de nuestras represiones somos capaces de ser más libres y más felices. En la prostitución encontré una manera de aprender sobre el sexo, viendo cómo son los clientes, lo que buscan, lo que los satisface, y hablando con las mujeres que tienen mayor experiencia en esas materias. De pie en medio de la asamblea, con el pelo aún desordenado por el viento, hablando con convicción y con calma, Cecilia irradiaba un poder irresistible. Laura recordó como le temblaba la voz a ella la vez que se enfrentó a esta misma asamblea y se sintió tremendamente orgullosa de ella. No fue la única en notarlo. Martina se inclinó hacia ella y le dijo: -¡Guau! ¡Tu chica es increíble, princesa! El tono de la reunión había cambiado drásticamente. Ahora todas guardaban un silencio reverencial, quizás porque lo que les había dicho Cecilia las había hecho pensar, o quizás porque no atrevían a contradecir su lógica y su experiencia. Sin embargo, Josefa señaló al final de la sala: -Sí, allí al final… Cristina tiene la palabra. Cecilia retomó su asiento. Cristina era ahora quien se puso en pie para hablar. -La compañera nos ha dado buenos argumentos y no cabe duda de su experiencia en ese terreno. Me parece particularmente interesante lo que ha dicho al final: que el sexo es la llave para nuestra libertad y nuestra felicidad. Yo estoy de acuerdo, pero pienso que precisamente por eso debemos aborrecer la prostitución. Como mujeres, sabemos que el sexo está intrínsecamente unido a nuestras emociones. Es la llave de nuestra intimidad, nos abre el corazón y nos vuelve vulnerables. Precisamente por eso, sólo debemos hacer el amor con alguien a quien queremos y que nos corresponda en ese amor. Cuando una mujer intercambia sexo por dinero, esa capacidad de abrirse al amor, de hacerse vulnerable, queda dañada. De ahí viene ese sentimiento de suciedad, de indiferencia hacia todo, que irradian las prostitutas. Cuando un hombre paga por poseer a una mujer, sabe que está comprando algo más que sexo, está apoderándose de algo esencial para ella… Y echándolo a perder para siempre. ¡Claro! Por eso había dejado hablar a Cecilia. Cristina era veterana de cien asambleas. Contaba con dejar en ridículo a Cecilia y por extensión a ella. De hecho, su facilidad de palabra, su indudable cultura, habían sido las cosas que más le habían atraído de Cristina. Pero también sabía lo competitiva que era. Cristina no soportaba ver que salía con una mujer que, encima de ser guapa y sexy, era capaz de meterse en el bolsillo a toda la asamblea con su inteligencia y su oratoria. A la fuerza tenía que ganarle esa partida a Cecilia. Pero Cecilia no se dejó arredrar. Levantó la mano y cuando le dieron la palabra volvió a ponerse en pie. Todas la miraron expectantes. -Cristina nos ha mostrado una visión del sexo que en realidad no es muy distinta de la que nos ofrece la Iglesia y el puritanismo. La Iglesia nos dice que debemos mantener puro nuestro cuerpo porque es el templo del Espíritu Santo… y patrañas similares. Los puritanos de la era victoriana pensaban que las mujeres debíamos ser seres angelicales, maternales y protectores, ajenos al deseo que ensucia el corazón de los hombres… Otra patraña que condenó a mucha mujeres a vidas de frustración sexual. Sí, el sexo es capaz de abrirnos el corazón al amor, pero sólo si nosotras queremos. El sexo es infinitamente variado y complejo, todo un arco iris de posibilidades. Puede ser tierno o salvaje, íntimo o distante, superficial o profundo. Por eso, no creo que cuando una prostituta otorga sexo a cambio de dinero pierda algo más que unos pocos minutos de su vida. El sexo no la daña, no la ensucia, no la hace perder nada esencial. Es simplemente follar un ratito y luego se acabó. Creo que no hace falta ser puta para haber experimentado eso, ¿no? Todas hemos echado alguna vez un polvo intrascendente y no creo que eso nos haya hecho ningún daño. Todas las putas que conozco tienen pareja. Entienden que follar con un cliente y con su pareja son dos cosas distintas. No sé si estaréis de acuerdo conmigo en todo esto, pero hay una cosa que sí os pido: por favor, no depreciéis a las prostitutas. Son mujeres como cualquiera de nosotras, que se merecen nuestro respeto, que no las tratemos como personas sucias o dañadas… Ni con condescendencia y paternalismo, como si fuéramos superiores a ellas. Cecilia se sentó. Josefa volvió a señalar al fondo de la sala. Para su sorpresa, vio que quien se había puesto de pie para hablar no era Cristina, sino Lola, la chica que la acompañaba. -Le estoy muy agradecida a Cecilia por haber dicho eso que ha dicho al final -dijo con la voz quebrada de una mujer asustada-, porque si no hubiera dicho eso yo no me hubiera atrevido a contaros lo que os voy a contar ahora… Me casé con un hombre que me trató muy mal. Nunca me pegó, es verdad, pero lo que me hacía era peor… No paraba de criticarme, de meterse conmigo, de decirme que no servía para nada. Al casarnos nos fuimos de Sevilla y nos vinimos a vivir a Madrid, con lo que yo perdí el contacto con toda mi familia y con mis amigas. También dejé mi trabajo. Al principio todo eso me pareció bien… no me di cuenta de que al volverme económicamente dependiente de él le daba el poder de controlarlo todo en mi vida. Por ejemplo, muchas veces le pedí dinero para comprarme un billete de tren para ir a Sevilla a ver a los míos, pero no me lo quiso dar. Tampoco le gustaba nada que saliera de casa, se ponía muy celoso. Allí metida en ese piso, sin nada que hacer salvo limpiar y ver la tele, empecé a deprimirme. Me acabé creyendo todo lo que me decía, que no valía para nada, que ese tipo de vida era todo a lo que yo podía aspirar. -Lola, cariño -la interrumpió Cristina-. Te estás saliendo del tema. No creo que a las demás les interese conocer los detalles de tu vida privada. -Es verdad, compañera -añadió Josefa-. Estábamos hablando de la prostitución. Todo eso nos lo tenías que haber contado antes, cuando hablábamos sobre la violencia doméstica. -¡Déjala, Josefa! -se plantó Mercedes-. Lola nos estaba contando algo tremendamente importante para ella. ¿Cómo vamos a luchar contra la violencia doméstica si nosotras mismas silenciamos a sus víctimas? Síguenos contando, Lola… Martina dio tres sonoras palmadas de aprobación. -Es que… Es que sí que tiene que ver con la prostitución -sollozó Lola-, porque a eso fue a lo que llegué al final. -¡Lola! -exclamó Cristina-. ¡Cómo se te ocurre contarles eso! -¡Joder, Cristina! -dijo Martina-. ¿Quieres dejarla hablar de una puñetera vez? -Es verdad. Espérate a que acabe, y luego te doy a ti la palabra -le dijo Mercedes. Laura sintió vergüenza ajena por Cristina. Lola le acababa de hacer lo que ella había temido que le hiciera Cecilia. Lola dirigió una mirada temerosa a Cristina, pero luego se enderezó y siguió hablando. -Sí, al final llegué a la prostitución, y eso fue lo que me salvó. Yo estaba muy, muy mal, tan deprimida que no conseguía salir de la cama… A veces incluso pensaba en matarme. Un día de los que no podía levantarme mi marido me echó una de sus broncas. Me insultó, como siempre, pero esa fue la primera vez que me llamó puta. No sé cómo, pero eso me hizo reaccionar. Pensé: “Conque puta, ¿eh? ¡Pues ahora te vas a enterar!” Me fui de casa y… y me puse a trabajar en una barra americana de esas… No es que estuviera bien, pero fue mejor de lo que yo me esperaba. Ganaba más dinero del que necesitaba para vivir y, sin los insultos de mi marido, enseguida se me pasó la depresión. Al cabo de unos meses, con mis ahorrillos, mi buena ropa y mi piso de alquiler, conseguí encontrar un trabajo de contable, que era lo que hacía antes. Así que dejé la barra americana… ¡Y aquí estoy! Bueno, os he contado mi historia para que os deis cuenta de que algunas mujeres se hacen putas no porque sean drogadictas, ni porque las obligue su chulo o una mafia, sino simplemente porque así consiguen salir adelante. Se volvió a producir un profundo silencio. -Cristina, tienes la palabra- dijo Josefa. Pero Cristina había enterrado la cara entre las manos. Sacudió la cabeza, negándose a contestar. -Bueno, después de ese testimonio tan impresionante, creo que lo mejor será dar por terminada la asamblea -dijo Mercedes-. Creo que todas necesitamos reflexionar sobre lo que hemos oído.
- Historia de una derrota
Pasaje de mi novela "La tribu de Cecilia" que narra el fin de la Guerra Civil en España El conferenciante era un hombre mayor, pero alto, erguido y atractivo. Cecilia calculó que rondaría los setenta años, basándose en el hecho de que debía tener más de veinte cuando empezó la Guerra Civil. Sin embargo, los años no habían conseguido doblarle el espinazo ni despojarle de su cabellera de rizos rebeldes. Se movía con gestos bruscos y energéticos. En su habla se notaba un ligero acento mejicano. El aula del Colegio Nicolás Salmerón estaba llena hasta los topes. Sin duda, los organizadores del PCE no habían contado con que su exigua publicidad iba a atraer a tanta gente. “La Guerra Civil vista por un agente de la República en el extranjero”, decían las cuartillas fotocopiadas con una foto irreconocible del conferenciante que habían pegado en los muros de las obras, las farolas y las paredes del metro. Hubo una breve introducción en la que el conferenciante fue calificado de “luchador por la clase obrera”, “héroe del pueblo” y “defensor del proletariado”. Cuando le llegó el turno, él sonrió con modestia y negó con la cabeza. -No soy proletario, ni obrero, ni mucho menos un héroe. Mis padres eran profesionales de clase media, cultos y progresistas. Me enviaron a un buen colegio de la Institución Libre de Enseñanza en Madrid, y luego a la Escuela de Ingenieros de Caminos. Tuve suerte: la guerra comenzó justo el verano en que terminé la carrera. Mientras estudiaba me había vuelto muy activo políticamente, colaborando con las campañas de las Juventudes Socialistas en apoyo del Frente Popular, así que enseguida me vi en el centro de todo el follón. Yo estaba del lado de los socialistas de Julián Besteiro, a quien admiraba por su actitud racional y moderada. Cecilia escuchaba fascinada. Recordaba vagamente quién era Julián Besteiro de cuando había leído “La Guerra Civil Española” de Hugh Thomas. El conferenciante pasó a relatar su servicio en las milicias del frente del Guadarrama. No duró mucho allí. Su activismo político combinado con sus conocimientos de ingeniería y de inglés pronto lo convirtieron en asesor militar encargado de la organización logística de la guerra. Viajó mucho, visitando los frentes de la Mancha, Guadalajara y Aragón. Estuvo un rato contándoles interesantes anécdotas de su experiencias con las comunas anarquistas que se habían organizado en varios pueblos. Cecilia notó que nunca se refería a los enemigos de la República como los “nacionales”; al principio de la guerra eran los “sublevados”, luego “franquistas” o “fascistas”. En el verano del 38, habiendo perdido la cornisa cantábrica, con los fascistas cortando la comunicación entre el centro y Cataluña, y amenazando Valencia, la República había decidido lanzar una ofensiva desesperada en la Batalla del Ebro. La operación tenía una finalidad tanto militar como propagandística: las tensiones de Inglaterra y Francia con la Alemania nazi habían alcanzado un punto crítico, lo que le había dado al gobierno de Negrín renovadas esperanzas de que la contienda española se viera asimilada en una guerra europea a gran escala. O que, al menos, los ingleses y los franceses entendieran por fin que apoyar a la República estaba a favor de sus propios intereses. Como parte de esa labor y debido a sus conocimientos de inglés y de logística militar, al conferenciante se le encargó ir a Inglaterra a reforzar de la misión diplomática en Londres dirigida por el embajador Pablo de Azcárate. El conferenciante daba paseos nerviosos de un lado al otro, las manos en la espalda, mirando más al suelo que a su audiencia. -No me hizo ninguna gracia tener que dejar España. Me parecía cobarde irme a un destino seguro en el extranjero mientras mis compañeros morían como moscas en el frente. Además, yo tenía una amante en Madrid de la que estaba muy enamorado, y no me permitían llevármela a Londres conmigo. Me aterraba la idea de que pudiera morir durante mi ausencia. Al final tuve que aceptar. En una guerra es importante mantener la disciplina y obedecer órdenes. Detuvo sus paseos, encaró a la audiencia y se frotó la barbilla, pensativo. Durante unos segundos se hizo un extraño silencio en el aula. Luego prosiguió su charla. -Mi destino en Londres me resultó incómodo desde el principio. Yo soy un hombre práctico, me gusta la acción. Las intrigas y los vericuetos de la diplomacia iban contra mi carácter. Me resultaba difícil contener mis ganas de liarme a golpes con esos ingleses tan estirados que se negaban a comprender la magnitud de lo que estaba sucediendo en España. En cierto modo, era peor que luchar en el frente. Cada día nos traía nuevas frustraciones. Los ingleses, bajo el gobierno de Neville Chamberlain, se habían negado a apoyar a la República desde el principio y no había manera de hacerlos cambiar de opinión. El mismo Churchill, por aquella época, no era mucho mejor que Chamberlain. Incluso se negó a darle la mano a Azcárate una vez. Eran todos unos hipócritas, cerrando los ojos no sólo al sufrimiento del pueblo español sino al desastre que les deparaba el futuro. La política de supuesta “no intervención” sólo servía para que Hitler y Mussolini le enviaran más y más armas y tropas a Franco, mientras que nosotros sólo contábamos con el apoyo de Stalin, por el que pagábamos un altísimo precio político. Azcárate se concentraba en denunciar los crímenes de los fascistas, como los bombardeos de la población civil por los aviones alemanes. Teníamos la esperanza de que finalmente los ingleses y los franceses acabarían de ver la verdadera naturaleza de Hitler y Mussolini, y que eso los podría de nuestro lado. Lo malo es que había muchos conservadores en el gobierno británico que odiaban a los comunistas por encima de todo. Temían que la revolución de la clase obrera que había ocurrido en España se extendiera también por Inglaterra. Muchos confiaban en que Hitler comenzaría una guerra con Stalin y que ambos se destruirían mutuamente, dejando a las potencias capitalistas instaladas en el poder. Hizo una nueva pausa, con un gesto atormentado. Cecilia tuvo la impresión de que seguía luchando en la Guerra Civil, como si no hubiera pasado el tiempo. -Entonces, a finales de septiembre, ocurrió el desastre… el suceso que nos hizo perder la guerra y dio la puntilla a la República. No me refiero a la Batalla del Ebro… creo que hubiéramos podido resistir el embate de los fascistas si no hubiéramos estado tan completamente desmoralizados. Me refiero a los Acuerdos de Múnich. Fue un pacto vergonzoso, en el que Inglaterra y Francia le cedían a Alemania los Sudetes, que eran parte de Checoeslovaquia, para así intentar postergar una guerra inevitable. Con los Acuerdos de Múnich se terminaron nuestras esperanzas de que los ingleses le declararan la guerra a Hitler y se pusieran de nuestro lado. Se peinó el pelo hacia atrás con los dedos y empezó otra vez a caminar de un lado al otro, agitado. -Yo ya no tenía nada que hacer en Londres. Pedí permiso para volver a España, pero me lo negaron. Ese mes de octubre las cosas empeoraron rápidamente para la República Española. Las fuerzas franquistas fueron reconquistando poco a poco el territorio que habían perdido en la Batalla de Ebro. En noviembre y en diciembre empezaron a avanzar otra vez. Entraron en Cataluña, barriendo nuestras defensas. Yo ya no aguantaba más, si no volvía a España enseguida perdería la oportunidad de reunirme con mi novia. Ella acabaría atrapada en una España franquista mientras yo permanecería exiliado en el extranjero… Si es que no le ocurría algo horrible. Conchita era muy joven, una adolescente apenas. Había perdido a sus padres en los bombardeos de Madrid. Cecilia se tensó de repente, presa de un súbito reconocimiento. -¡Ay, Cecilia, suéltame! ¡Me haces daño! -se quejó Malena. Inconscientemente, le había estado apretando la mano a Malena. -¡Es él, Malena! ¡Es Jesús! -¿Quién es Jesús? -¡Shhh! ¡Calla! -Por fin, a primeros de año, me dieron permiso para volver a España -continuó diciendo Jesús-. La cosa no era nada fácil: los franquistas avanzaban rápidamente por Cataluña, así que cruzar la frontera estaba fuera de cuestión. Mi única oportunidad era coger un barco en el sur de Francia que me llevara a Valencia, Alicante o Cartagena, en la zona de costa que aún estaba en poder de la República. Viajé hasta Marsella sin mayor problema, pero apenas había barcos que zarparan para España. En varios que lo hacían no me quisieron admitir. Pasó una semana, luego otra. El 26 de enero cayó Barcelona y una enorme masa de refugiados entró en el sur de Francia. Las autoridades francesas empezaron a buscarme para meterme en uno de los campos de refugiados. Por fin conseguí que unos marineros comunistas me metieran a escondidas en un barco con destino Alicante. Jesús parecía haberse olvidado de su audiencia, era como si hablara consigo mismo. -No llegué a Madrid hasta bien entrado febrero. La situación en la ciudad era lamentable: había mucha hambre y todo el mundo daba la guerra por perdida. Conchita se alegró muchísimo al verme, temía que me hubieran matado. Estaba demacrada. En el apartamento donde vivía hacía un frío horrible, llevaban todo el invierno sin calefacción. Yo apenas pude mejorar su situación, mis antiguos amigos no podían ayudarme. A Cecilia se le saltaron las lágrimas. Ya no le quedaba ninguna duda de que estaba oyendo la historia de su madre de labios de ese extraño en el que había pensado tantas veces. -¡Cecilia! ¿Qué te pasa? ¡Estás llorando! -Le dijo Malena alarmada. -¡Calla, Malena! Luego te lo cuento. Jesús se detuvo en sus paseos, pareció darse cuenta de que estaba dando una conferencia para gente a la que poco le importaban sus problemas personales. -Acababa de celebrarse una reunión de comunistas en Madrid. A duras penas, en medio de un clima de derrotismo, habían acordado seguir la lucha hasta el final. A los que pensábamos así nos llamaban los “Numantinos” pues, como los antiguos habitantes de Numancia, preferíamos morir peleando. Yo, por mi parte, me reuní con mis antiguos compañeros socialistas, quienes me contaron que había en marcha un plan para rendirse a Franco, liderado por los más altos mandos del ejército republicano: el coronel Casado, el coronel Muedra y el general Matallana. Por desgracia, mi antiguo héroe Julián Besteiro era también uno de los cabecillas. La noticia me dejó anonadado. Por lo visto, Casado y sus compinches pensaban entregar a los líderes comunistas a Franco para ganarse su perdón. ¡Cómo habíamos podido llegar al extremo de conspirar unos contra otros, de planear abiertamente una traición a la República! Además, gracias a la información a la que había tenido acceso en Londres, yo sabía que rendirnos a Franco sería un desastre. Los fascistas habían promulgado una ley que criminalizaba a todos los políticos de izquierdas de la República, incluso los que habían sido elegidos años antes de la guerra. No me cabía ninguna duda de que una rendición a Franco acabaría en un baño de sangre. Decenas de miles de personas serían ejecutadas. También estaba seguro de que, a pesar de los Acuerdos de Múnich, la paz de Inglaterra y Francia con Hitler no iba a durar. Si conseguíamos aguantar unos meses más, la ansiada guerra europea vendría a rescatarnos. Resolví unirme en secreto a los comunistas, que eran los únicos que estaban decididos a seguir luchando. La mayor parte de los socialistas y de los anarquistas apoyaban a Casado. Sin embargo, mantuve mis contactos con los socialistas para así tener acceso a información sobre el golpe de estado que estaban preparando. No me fue difícil; en realidad, no hacían gran cosa por ocultar sus planes. -¡Cecilia! ¿Qué está pasando? ¿Quién es ese hombre? -le volvió a preguntar Malena con impaciencia. -El novio de mi madre durante la guerra… ¡Calla, por favor! No me quiero perder nada de lo que diga. -Así fue como me enteré de que Casado se había reunido con dos espías de la Quinta Columna franquista -seguía contando Jesús-. Hice todo lo posible para comunicárselo al gobierno de Negrín, pero no lo conseguí hasta que vino a Madrid el 24 de febrero. El día antes, Casado había prohibido la publicación de Mundo Obrero por urgir continuar la resistencia. -¿El novio de tu madre? ¡Ah sí, el de la foto! ¿Pero cómo puedes estar segura de que es él? -Estoy segurísima. Mi madre es la Conchita de la que habla. ¡Ahora cállate, por favor! -Negrín y los comunistas, viendo que estaba de su lado y que poseía información valiosa, tanto nacional como internacional, me invitaron a una reunión muy importante del gobierno en Elde, un pueblo de la provincia de Alicante que se había convertido en la capital provisional de la República. Yo no sabía qué hacer… Por un lado, estaba dispuesto a trabajar por la República, hasta el final. Por el otro, no quería abandonar una vez más a Conchita, quien me necesitaba desesperadamente. Al final, ganó mi conciencia revolucionaria y me fui a Elde. La situación era desoladora. Inglaterra, Francia y un montón de países más acababan de reconocer al gobierno de Franco. Azaña había dimitido como Presidente de la República y nadie sabía qué hacer para impedir un avance demoledor de los franquistas. Mientras tanto, el coronel Casado y el general Matallana campaban a sus anchas diciéndole a todo el mundo que pensaban rebelarse contra el gobierno… ¡Se lo dijeron hasta al mismísimo general Miaja, el defensor de Madrid! Negrín conocía perfectamente las conspiraciones de Casado, pero no hacía nada para atajarlas. A principios de marzo tuvo lugar un incidente vergonzoso en Cartagena. Negrín había nombrado a Francisco Galán, un comunista, como jefe de la base naval. Pero cuando acudió a ocupar el cargo se encontró con que el almirante Buiza estaba sublevado contra el gobierno. Al final acordaron hacer zarpar a la flota republicana, con ellos dos, Buiza y Galán, a bordo. Aprovechando la oportunidad, unos quintacolumnistas falangistas salieron de sus escondrijos y se hicieron con el control del centro de Cartagena. Menos mal que al día siguiente una brigada de comunistas llegó desde Valencia y acabó con ellos. Encima, consiguieron hundir al Castillo de Olite, un buque franquista que traía refuerzos. Mientras tanto, Casado permanecía en Madrid, desobedeciendo órdenes explícitas de Negrín de presentarse en Elda. Cecilia se sintió tentada de ponerse en pie y gritarle: “¡Jesús, soy la hija de Conchita!” Pero, además de que eso sería una grave falta de etiqueta, se moría de ganas de oírle contar por qué al final terminó abandonando a su madre en Madrid. Si sabía que la hija de Conchita estaba entre su audiencia, quizás cambiaría su historia. Decidió que sería mejor abordarlo al final de su conferencia. -Todo eso me hizo darme cuenta de que si Casado daba su golpe de estado en Madrid y los comunistas se atrincheraban en Elde, me arriesgaba a quedarme otra vez separado de Conchita. Decidí volver a Madrid enseguida. No conseguí transporte hasta el seis de marzo, que resultó ser demasiado tarde. Ese mismo día Casado dio por fin su golpe de estado y formó el Consejo de Defensa Nacional. Las tropas comunistas que guardaban las afueras de Madrid se sublevaron de inmediato contra Casado y entraron en la ciudad. Sin noticias de lo que estaba ocurriendo, un grupo de compañeros comunistas y yo nos dirigíamos a Madrid. En las afueras nos topamos con las tropas de Cipriano Mera, un dirigente anarquista que estaba del lado de Casado, quienes nos detuvieron y nos cogieron prisioneros. Pasé una noche horrible, pensando que mis compañeros y yo íbamos a ser entregados a los franquistas como parte de las condiciones de rendición. Sin embargo, al día siguiente nos liberaron. Más tarde me enteré de que Negrín tenía en su poder al general Matallana y que Casado lo había amenazado con fusilar a todos sus ministros si no lo liberaba. Negrín accedió a liberar a Matallana y Casado le correspondió liberando a sus prisioneros comunistas, nosotros entre ellos. A pesar de todo, Cipriano Mera no nos permitió continuar el viaje hasta Madrid. Nos mandó con una escolta de vuelta a Elde. Allí nos encontramos con que Negrín, el resto del gobierno y los principales dirigentes comunistas acababan de abandonar España en avión. Mis compañeros de viaje encontraron sitio en un barco que los llevaría a Francia, pero yo seguía decidido a volver a Madrid. No tuve suerte, nadie quería ir en esa dirección. Al contrario, cada vez llegaban más refugiados del interior. A los pocos días, los casadistas acabaron de derrotar a los comunistas en Madrid. Jesús hizo una pausa. Se volvió a pasar los dedos entre el pelo. Siguió hablando en voz más queda. -Me enteré de que había una orden de detención contra mí… Al parecer, al final los socialistas se habían enterado de que le había estado pasando información al gobierno de Negrín. O quizás no fuera eso… En realidad, estaban persiguiendo a todos los comunistas. Se me volvió a presentar una oportunidad de coger un barco para Francia, y esta vez la aproveché. Si no lo hubiera hecho, seguramente habría acabado delante de un pelotón de fusilamiento de los franquistas. Aún y así, me he arrepentido toda mi vida de coger ese barco. Esto último lo dijo en voz tan baja que Cecilia apenas alcanzó a escucharlo. Después, como despertando de un sueño, añadió con su habitual voz decidida: -Y ese es el final de la historia que os puedo contar… La República Española duró sólo unos pocos días más. Si queréis conocer lo que pasó en esos días tendréis que leer los libros de historia, porque yo no lo presencié. Muchas gracias por vuestra atención.
- ¿Qué haces cuando la policía te detiene por puta?
Principio de mi novela Para volverte loca Madrid, madrugada del viernes 11 de abril, 1980 Era casi la una de la madrugada cuando la policía irrumpió en Angelique. Apenas quedaban un par de clientes hablando con las chicas. Cecilia se había puesto a hacer las cuentas del negocio sobre la barra del bar. De improviso, el portón de madera que daba a la calle se abrió de golpe y Miguel, el vigilante que tenían afuera, entró en el local andando de espaldas con las manos en alto. Detrás de él, pistola en mano, entró un madero con bigote. Le seguían otros policías, muchos policías. Cecilia no esperó a ver cuántos eran, se dejó caer tras el mostrador y se hizo un ovillo junto a una caja de botellas de cerveza. -¡Qué nadie se mueva! -oyó gritar al policía, seguido de los lamentos de las chicas y pasos apresurados por todo el local. -¡Vosotros dos, mirad que hay detrás de esa puerta! ¡Y vosotros, los servicios! ¡Venga, que no se os escape nada! Oyó el golpear de las puertas de las taquillas donde las chicas guardaban la ropa de calle. Más pasos apresurados, órdenes y quejidos. Empezaba a confiar que no la encontraran cuando vio al madero del bigote asomarse por encima del mostrador. -¡Tú! ¡Qué haces ahí! ¿No he dicho que no se moviera nadie? -Eso es lo que hago. No moverme. -¡No te hagas la lista! ¡Venga, sal de ahí inmediatamente! Se puso en pie lentamente, levantando las manos por si acaso. El policía aún tenía la pistola en la mano. Llevaba galones dorados en el uniforme. Recordó que Julio le había explicado que eso quería decir que era un sargento. -¿Eres la encargada de este sitio? -No, yo sólo atiendo el bar. El sargento la recorrió con la mirada. Le gustaba vestirse sexy cuando trabajaba en Angelique. Esa noche se había puesto un corsé de cuero negro con escote; minifalda, también de cuero, encima de medias de red y zapatos de tacón que la hacían más alta. Para el sargento era una puta más. -Y esto, ¿qué es? -dijo cogiendo el block donde había estado haciendo números. -Las cuentas de las consumiciones -le respondió sin vacilar. -¿Sólo las consumiciones? Eso ya lo veremos -dijo metiéndose el cuaderno en el bolsillo-. ¡Venga, date la vuelta! Para su alarma, el policía le esposó las manos tras la espalda. Sólo una vez antes le habían puesto unas esposas, y no había salido muy bien parada. El corazón empezó a latirle con fuerza. -¿Por qué me esposa? ¿De qué se me acusa? -protestó. -¡Tú a callar! Ya te lo explicarán en la comisaría. ¡Venga, vamos! La pusieron en fila con las otras tres chicas: Tatiana, Celeste y Encarna. Las hicieron salir de Angelique y la metieron en un furgón de la policía. No había ni rastro de los clientes, ni del vigilante. * * * En la comisaría no se molestaron en tomarles la declaración. La detuvieron el tiempo justo para quitarle las esposas. Luego las llevaron derechas a una celda y las encerraron. -¡Ay, dios mío! ¿Pero cómo ha podido pasar esto? -se quejó Tatiana-. ¿No tenía el Chino un acuerdo con la pasma? Tatiana era belleza exótica con piel color flan, ojos almendrados y pelo azabache. Vestía un chaleco sin mangas que a cada movimiento se abría en el centro para mostrar sus pechos perfectos. Ahora eso la hacía parecer terriblemente vulnerable. Cecilia la abrazó y le hizo un ademán a las otras dos de que se acercaran -¡Shhh! ¡No digáis nada! -les susurró-. No mencionéis al Chino ni digáis nada de Angelique. Recordad lo que dicen en las series de la tele: tenéis derecho a guardar silencio, y todo lo que digáis podrá ser usado en contra vuestra. -¡Qué va! ¡Si nos han pillado in fraganti! ¡Se nos va a caer el pelo! -sollozó Encarna, la más nueva. Era una chica menuda, con muchas curvas y el pelo corto y rizado. -No, Encarna. No nos han pillado haciendo nada ilegal. Nosotras sólo estábamos trabajando en un bar dándole conversación a los clientes. Más allá de eso, no pueden demostrar nada. El único peligro es irse de la lengua. ¡Así que ya sabéis lo que tenéis que hacer! Siguió intentando calmarlas, pero no sirvió de mucho. Al cabo de un rato las tres estaban llorando a moco tendido. Cecilia se sentó en la estrecha banqueta que había pegada a la pared, se metió los dedos en el pelo e intentó pensar. Lo fundamental era hacerles saber a Julio y a Laura lo que había pasado. Laura llamaría a su padre y enseguida encontrarían a un abogado que la sacaría de allí. No podían retenerla sin cargos y, en definitiva, ella no estaba haciendo nada ilegal. Sólo servir copas en un bar. De hecho, si se hubiera ido al hotel con un cliente no la habrían pillado. Y esa noche, por primera vez en mucho tiempo, había estado a punto de hacerlo. Es que Arturo se le había puesto muy pesado. Estaba encoñado con ella desde el primer día que la vio. Y a ella, la verdad, tampoco la desagradaba ese caballero de cuarenta y tantos años, bien educado, con buena forma física y rostro apacible de rasgos elegantes. Le había explicado mil veces que ella sólo se dedicaba a poner copas y a hacer las cuentas dos noches a la semana, para que el Chino pudiera ir a dar clases a Shaolin, su centro de artes marciales. Pero nada, cada vez que la veía tras la barra se iba derecho a ella y se ponía a charlar y a tirarle los tejos. La verdad es que su obsesión por ella la halagaba. A base de confidencias habían terminado por hacerse amigos. Arturo le contaba lo mal que se llevaba con su mujer, como ella se dedicaba a comerle la moral a todas horas, criticando todo lo que hacía, encontrándole falta en todo, haciéndose la víctima. Utilizaba el sexo como chantaje. Hasta que, en una de sus peores peleas, él se hartó y le dijo que ya no pensaba volver a follar con ella. Fue entonces cuando empezó a irse de putas. Cecilia estaba segura de que el matrimonio de Arturo había pasado el punto de no retorno. Le había dicho un montón de veces que lo que tenía que hacer esa separarse de ella. Arturo ponía un montón de pegas: que si el divorcio todavía no había llegado a España, que si no tenía suficiente dinero, que si no quería perder a sus hijas… En el equipo de música había estado sonando Dreamer de Supertramp. Todavía tenía esa canción metida en la cabeza. Hablaba de un estúpido soñador que pierde contacto con la realidad y luego se lamenta de lo que le pasa. Había pensado que se refería a Arturo, pero en realidad hablaba de ella. No le habían faltado advertencias de que podía pasarle esto. Pero ella, con su estúpida cabezonería, se había empeñado en seguir trabajando en Angelique. Esa noche se había sentido muy cerca de Arturo. Hasta había empezado a contarle cosas de su vida personal, cosa que nunca hacía con los clientes. Le había soltado que tenía cinco amantes, tres hombres y dos mujeres, para desanimarlo y escandalizarlo. Pero él se lo había tomado como lo más normal. Entonces se había puesto a explicarle que estaba casada con Julio y con Laura. Y que, aunque poca gente estaba dispuesta a aceptar lo del trío, los tres vivían juntos y se querían un montón. Y encima iban a tener un hijo. Laura estaba embarazada. Le contó que además era la amante de Lorenzo y Malena, quien a su vez estaba liada con Laura, así que habían llegado a formar una familia de cinco, una tribu… Allí fue cuando Arturo se perdió, así que no llegó a contarle que también follaba a veces con Johnny, el propietario de Angelique. Arturo había acabado yéndose al hotel con Verónica. Si lo hubiera hecho ella, como le pedía el cuerpo, no la habría pillado la pasma. Miró a través de las rejas, a ver si veía a algún policía para pedirle que le dejaran hacer una llamada por teléfono. Tenía derecho a eso, ¿o no? Era difícil sustraerse del estado de desesperación de las otras. La canción Dreamer seguía repitiéndose obsesivamente en su cabeza. Se había empeñado en vivir en una fantasía, creyendo que todo el mundo comprendía su lucha por la liberación sexual, su dichosa revolución erótica. Se había obcecado en seguir trabajando en Angelique, contra los deseos de Laura, contra las advertencias de su padre… No… Aquello no habían sido advertencias, sino amenazas. Al cabo de un rato oyó abrirse la puerta. Dos grises avanzaron por el pasillo ante las celdas. Entre ellos llevaban a Verónica. ¡Vaya! Así que tampoco me habría servido de nada irme al hotel con Arturo. Metieron a Verónica en la celda con ellas. Cecilia la abrazó. Verónica era una mujer alta, algo mayor que las otras, con rasgos angulosos y un cuerpo fornido pero bien formado. -¡Joder, qué marrón! Entro en Angelique tan tranquila después trincarme al Arturo, y me doy de bruces con un puñado de maderos. ¿Qué ha pasado? -No lo sé. Entraron de repente y nos arrestaron a todas. ¿Han detenido a Arturo? -No. Tuvo la buena idea de irse derechito a casa desde el hotel. ¿Qué nos van a hacer? ¿Os han dicho algo? -No, nada. Oye, si te interrogan, tú no sueltes prenda, ¿vale? No nos pueden obligar a hablar si no es delante de un abogado. -Ni tú tampoco, Cecilia… Se le acercó aún más y le susurró al oído: -Nosotras dos tenemos que tener mucho cuidado, porque si se enteran que estábamos de encargadas nos pueden acusar de ser proxenetas. ¡Y eso es mucho peor que ser puta! Cecilia sintió un miedo helador por dentro. No se le había ocurrido considerar esa posibilidad. -¿Y si se lo dicen las otras? -Tendremos que convencerlas de que no lo hagan. Tú habla con Tatiana, que te llevas muy bien con ella. Yo sé cómo convencer a Celeste y Encarna. Estaba hablando con Tatiana cuando apareció el sargento que la había detenido. -¡Cecilia Madrigal! ¿Cuál de vosotras es Cecilia Madrigal? Cecilia dudó si contestar. ¿La llamaban para algo bueno o para algo malo? Quizás Julio y Laura se habían enterado de lo que había pasado y le habían encontrado un abogado. No, imposible. Eran las dos de la madrugada. Julio y Laura estarían durmiendo. Pero, si el Chino se había enterado de lo ocurrido, lo primero que haría sería llamarlos a ellos, ¿no? Mientras estaba con esas elucubraciones el sargento la señaló a ella. -¡Tú! ¿Eres tú Cecilia Madrigal? -Sí, soy yo -dijo con voz dubitativa. -¡Entonces por qué no contestas cuando te llamo! ¿Estás tonta o qué? ¡Venga, acércate! Cecilia se acercó a las rejas. -¡Date la vuelta! -dijo el sargento sacando las esposas. -No quiero que me vuelva a esposar. Quiero que me deje hacer una llamada por teléfono para encontrar un abogado que me defienda. -He dicho que te des la vuelta, puta de mierda -dijo él, hablando despacio y claro para sonar más amenazador-. O entro en la celda y te breo a hostias. Y luego te pongo las esposas. Cecilia obedeció. El policía le cerró las esposas muy apretadas, haciéndole daño. Luego abrió la celda. -Sígueme -le ordenó. La llevó a un cuartucho de paredes desnudas y tubos fluorescentes en el techo, con dos sillas y una mesa metálica en el centro. El sargento se repantigó en una de las sillas, poniendo los pies sobre la mesa. Cecilia fue a sentarse en la otra silla, pero él la detuvo. -¿Te he dado permiso para que te sientes? ¡Quédate ahí, donde pueda verte bien! Cecilia se enderezó, separando un poco los pies para guardar equilibrio mejor sobre sus zapatos de tacón. Se sentía completamente ridícula en ese atuendo, que antes le había parecido tan excitante. El policía se sacó del bolsillo el cuaderno donde había estado haciendo las cuentas y empezó a pasar las hojas. -Diez mil pesetas… ocho mil pesetas… ¡doce mil pesetas! ¿Esto es lo que le cobráis a los clientes por las bebidas? -No pienso contestar a ninguna de sus preguntas si no es en presencia de mi abogado -le dijo, reuniendo todo el valor que pudo. El policía cerró el cuaderno de golpe y bajó los pies de la mesa. -¿Te crees muy lista, verdad? Tú has visto muchas películas, nena. Pero la realidad es muy distinta, ya lo verás. Se puso en pie bruscamente y salió de la habitación. Cecilia intentó ordenar sus ideas. ¿Cómo era posible que la trataran de esa manera? Esto era completamente ilegal. No le dio tiempo a pensar demasiado. La puerta se volvió a abrir. Entró el sargento seguido de dos hombres de paisano. Uno llevaba algo en las manos. -Se buenecita y no te haremos daño -le dijo el policía, rodeándola. Los dos hombres desplegaron lo que traían. Era una camisa de fuerza. -¿Qué? ¡No pueden hacerme eso! ¡No tienen ningún derecho! La poseyó un miedo tan intenso que actuó sin darse cuenta de lo que hacía. Eludiendo al sargento, dio una patada a la camisa de fuerza, que salió volando por los aires junto con su zapato de tacón. Luego bajó la cabeza y embistió como un toro contra el que la llevaba, cayendo con él al suelo. No sirvió de nada, por supuesto. El sargento se le echó encima, inmovilizándola con su peso. En cuanto le quitó las esposas le retorció el brazo tras la espalda, aplastándola contra el suelo. Soltó un alarido de dolor. El sargento disminuyó la presión sobre su brazo. Los dos hombres se pusieron a trabajar pausadamente y con habilidad. Primero le metieron en la manga sin salida el brazo que le policía no le inmovilizaba. Haciéndola girar, cerraron la camisa por delante. Luego, entre los dos forzaron su otro brazo dentro de la otra manga. Acabaron la faena tumbándola sobre su vientre mientras le cerraban la camisa de fuerza por detrás. Incapaz de resistirse, Cecilia terminó llorando en silencio. La pusieron en pie, haciendo equilibrios sobre el zapato de tacón que le quedaba. No se molestaron en traerle el otro. -Es por su bien, señorita -le dijo uno de los hombres a modo de disculpa-. Estará usted mucho más cómoda con la camisa de fuerza que con las esposas. Tenemos un viaje muy largo por delante.
- La revolución erótica
Pasaje de mi novela Juegos de amor y dolor España, 1977. Dos años después de la muerte de Franco, España empieza la transición a la democracia. Cecilia, su novio Julio y Lorenzo almuerzan después de escalar en La Pedriza, en la sierra al norte de Madrid. Cecilia y Julio son estudiantes universitarios. Lorenzo es mecánico y miembro del Partido Comunista de España. La "guerra" que mencionan es la Guerra Civil Española, 1936-1939. "Carrillo" es Santiago Carrillo, líder del Partido Comunista Español en ese momento. No corría nada de viento y empezaba a notarse el calor. Las superficies de granito que les rodeaban reflejaban y concentraban los rayos del sol. Los insectos zumbaban a su alrededor. Julio se desabrochó la camisa y se la quitó. -¡Ay, yo también quiero! -le dijo con una sonrisa-. No vendrá nadie, ¿no? -No, pero aquí al colega igual le da un infarto. Ten en cuenta que no está acostumbrado a ver tías en sujetador -bromeó Julio. -¡Tonto! ¿No ves que ya me ha visto? Estaba en la fiesta cuando hice el striptease. “Que vean los humanos lo que se han de comer los gusanos” -citó. Se quitó la camisa y también el sujetador. Lorenzo se concentró en encender un cigarrillo, ignorándola, pero luego le clavó los ojos en las tetas descaradamente mientras tomaba una profunda calada. Julio también la miraba. La halagaba ser el foco de atención de los dos chicos. Además, el frescor del aire y el calorcito de los rayos del sol despertaban sensaciones exquisitas en la piel desnuda de sus pechos. Julio se levantó y se sentó a su lado. De forma casual, le pasó el brazo sobre el hombro y se puso a acariciarle una teta. Sintió el pezón endurecerse y erguirse bajo sus dedos. -¿Qué? ¿A que tiene unas tetas bonitas? -le preguntó a Lorenzo. Lorenzo se limitó a exhalar una larga columna de humo. Sin embargo, a juzgar por el bulto que le crecía bajo los vaqueros, la respuesta debía ser afirmativa. -¡Desde luego tíos, yo flipo con vosotros! -dijo finalmente-. Tu chica aprovecha la menor ocasión para despelotarse, y encima tú la animas. -¿Acaso hay algo de malo en que me desnude? -dijo, algo dolida por su crítica. -No sé, tía. A mí mi madre me enseñó a respetar a las mujeres. -¿Y qué tiene que ver la desnudez con el respeto? ¡Ah, ya veo! Tú piensas como la tipa esa que vino a darme la vara cuando hice el striptease: que si una mujer se desnuda en público eso significa que está siendo explotada por los hombres. ¿Es eso, no? -Pues un poco sí, ¿no? Porque no me vengas con que te has quedado en tetas para tomar el sol, que no me lo creo. Lo has hecho para que te veamos Julio y yo. -¿Y eso es explotación? A lo mejor a mí me gusta que me miréis. Eso pareció sorprenderlo. -¿Y por qué te iba a gustar? -Pues porque me da buen rollo. Porque así os hago un regalo, y me hace sentirme bonita y poderosa. -¿Poderosa? ¿Por qué? ¿Porque así le das celos a Julio y consigues que te quiera más? -¡Pero qué dices! Ni quiero poner celoso a Julio, ni él me va a querer más por estarlo. Los celos son un mal rollo. Y tú mismo has dicho que él es el que me anima a desnudarme, ¿no? Mira, Lorenzo, por muy del PC que seas, no te enteras de nada. Lo que queremos Julio y yo es liberarnos sexualmente, quitarnos toda la represión de encima. Hacemos la revolución erótica. -¿La revolución erótica? ¡No me toques los huevos, tía! Mira, vale, una cosa es que os guste follar, eso lo entiendo… Pero que os creáis que así estáis haciendo la revolución me parece una completa gilipollez. -¡Pues claro que sí! Es una revolución que se hace por dentro, liberando la mente de los esquemas y las represiones que nos han inculcado. -Es verdad, Lorenzo -Julio se decidió por fin a meter baza-, la revolución no se hace sólo a base de manifestaciones y cócteles Molotov. Lo más importante es cambiar la mentalidad de la gente, fomentar un espíritu de rebelión contra el sistema. -¡No, si ahora va a resultar que sois anarquistas! -Ya sabes que no, te he dicho muchas veces que soy socialista. ¡Joder, Lorenzo, si es que a veces los del PC sois más puritanos que los curas! Cecilia tiene razón: el sexo ayuda a liberarse por dentro, y eso es una forma de revolución. -¡Pero qué coño sabéis vosotros de la revolución! Si sólo sois un par de burgueses, disfrutando de los privilegios de vuestra clase, viviendo en buenas casas, yendo a la universidad y pasándooslo de puta madre. ¡A vosotros no os interesa hacer la revolución, para vosotros las cosas están bien como están! Cecilia abrió la boca para responderle, sin saber muy bien lo que iba a decir, sólo que la irritaba enormemente que Lorenzo los atacara tan injustamente. ¡Y ella que pensaba que le hacía un favor enseñándole las tetas! -¡No te pases, tronco! Pues claro que no nos gustan las cosas como están -dijo Julio en su voz calma de siempre-. Porque lo que está mal no es sólo la injusta repartición de la riqueza, sino la opresión, la falta de libertad, y eso nos afecta a todos. Y tampoco es que Cecilia y yo vivamos tan de puta madre, sobre todo ella. ¿Tú sabes lo puteada que la tienen en su casa? Su padre y su hermano son unos fachas de mucho cuidado. La hostian cada dos por tres, no la apoyan para que haga la carrera y encima ahora le han quitado la paga. Por eso se tiene que ganar las pelas currando de camarera en un bar. -¡Joder, no lo sabía! -dijo Lorenzo, contrito-. ¡Pues entonces, dabuti! ¡Eres una currelante, como yo! Perdona tía, es que a veces se me cruzan los cables y me pongo a lanzar un mitin que no viene a cuento. Cecilia le sonrió, satisfecha de lo bien que la había sabido defender Julio. -No pasa nada… -le dijo. Pero ahora era Julio el que se había embalado y no iba a parar tan fácilmente. -A Cecilia la metieron con los del Opus desde que era una cría. ¡No veas la comedura de tarro que tenía encima cuando la conocí! Pero es una tía tan inteligente que salió de ese embrollo ella solita. Por eso, cuando te habla de revolución, te habla de liberación interior, porque así es como lo ha vivido ella. Y el sexo ha sido muy importante en ese proceso. Por ejemplo, tú pensarás que el striptease que hizo aquella noche no era más que un acto de frivolidad, pero no te puedes imaginar lo que la cambió, la cantidad de cadenas que rompió haciéndolo. Cuando Cecilia te habla de revolución erótica, te habla de un compromiso muy serio en su vida, que le ha costado cantidad de sacrificios. No es simplemente follar conmigo. -Vale, lo que quieras tío. Pero explícame cómo esa revolución erótica vuestra va a conseguir salarios más justos, seguridad en el trabajo, que no despidan a los trabajadores a las primeras de cambio. -Pues sí que sirve también para eso -dijo ella, encontrando al fin su turno-, porque a la gente la controlan desde adentro, impidiéndoles pensar libremente a base de religión. Si no, ¿por qué te crees que los conservadores defienden tanto la religión? Liberarse sexualmente es la prueba de fuego de que ya no te dominan los sentimientos de culpa y la vergüenza, de que has vencido a la represión. Cuando la gente se siente libre por dentro es cuando es capaz de actuar sin cortapisas para cambiar la sociedad. -¡Muy bien, Cecilia! ¡Vaya mitin que te has largado! -se rio Julio. -No sé, tía, a mí me sigue pareciendo un razonamiento muy traído por los pelos -se resistió Lorenzo-. Tampoco hace falta montar tanta movida para poder pensar libremente. -Ya, tú te crees que no, tronco, pero sigues estando muy reprimido -dijo Julio-. Ya verás como se te abren los ojos cuando te tires a una tía. -Joder, tú también te podías callar algunas cosas -dijo Lorenzo, molesto. -¡Si es que eres un bocazas, Julio! -le reprochó ella-. ¿Qué pasa, Lorenzo, que aún eres virgen? -¡Pues sí! ¿Qué pasa, que os creéis que sois muy progres porque folláis? ¡Qué mayores! -¡Venga Lorenzo, no te mosquees! Es lo que le pasa a Julio, que no tiene ni idea de lo que es la intimidad de la gente. -No es sólo Julio, sois los dos, que lleváis todo el rato vacilándome con vuestra puñetera revolución erótica. Pues no, aún no he podido estrenarme, porque acabo de pasarme dos años en la mili sin un puto duro, y así, como comprenderéis, no hay quien se ligue a una tía. Y antes de eso las pasé canutas para acabar el bachillerato, currando por las noches y aguantando las borracheras de mi padre. -Perdona, macho -le dijo Julio-. No tienes que defenderte de nada. Sólo queríamos explicarte lo que nos traemos entre nosotros, no criticarte a ti. Ya sé que has llevado una vida muy dura, y te admiro mucho por ello, de verdad. -Es verdad, Lorenzo, perdona. -Bueno, yo también me he pasado un poco. -¿A qué edad empezaste a trabajar? -le preguntó ella-. Si no te importa contármelo, vamos. -A los catorce años empecé a currar en una tienda. Mi padre se quedó sin trabajo, y mi madre llevaba ya dos años en chirona. -¿Estaba en la cárcel? ¿Por qué? -La pillaron repartiendo Mundo Obrero. ¿Ves? ¡Eso sí que es hacer la revolución! -¡Desde luego! -admitió Julio con tristeza-. Lo siento tío. Ya la habrán soltado, ¿no? -Sí, hace ya varios años. Ahora vive en Bilbao. -Mi madre lo pasó muy mal durante la guerra -dijo Cecilia, pensativa-. A su padre, mi abuelo, lo mataron los rojos en Madrid. Bueno, perdona Lorenzo, no quería compararlo con lo de tu madre. Es sólo que me lo has recordado. Julio la miró, intrigado. -Eso no me lo habías contado. ¿Por qué lo mataron? -Lo único que sé es lo que me han contado mis padres, lo que como comprenderás tampoco es muy de fiar. Por lo visto, mis abuelos tenían bastante dinero y un piso grande en la calle Alcalá, cerca de Goya. Unos revolucionarios querían hacerse con el piso, así que aprovecharon cualquier pretexto para “darle el paseo”, como solían decir. Mi madre tenía quince años. Afortunadamente, no estaba en la casa cuando pasó. -Es una pena que los nuestros cometieran esas barbaridades -dijo Lorenzo-. Cuando se lucha usando la violencia siempre ganan los más violentos. Hacer la revolución suena muy romántico, pero la realidad es muy distinta. -A no ser que se trate de una revolución no-violenta -apuntó Julio-, que se base en cambiar la forma de pensar de la gente. -Que en definitiva es lo mismo que el reformismo -dijo Lorenzo-. O sea, lo que dice Carrillo: pactar, seguir la vía democrática. -Si es que de verdad nos dejan seguir ese camino, lo que está por ver -dijo Julio gravemente. Se quedaron callados un rato, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. Finalmente, Julio cogió su camisa y se la puso. -Bueno, será mejor que nos movamos, si queremos aprovechar el resto del día.
- Cecilia, la muerte y el universo
Pasaje de mi novela Juegos de amor y dolor Varias horas más tarde se volvió a despertar. La luna se había apoderado del firmamento, tan brillante que podía distinguir su claridad aún con los ojos cerrados. Dio vueltas y más vueltas dentro del saco, sin conseguir volverse a dormir. Un montón de sensaciones, de ideas, de emociones, le pasaban por la cabeza. Recordó el miedo que había pasado escalando. Al mirar para abajo había podido ver a la muerte claramente, esperándola entre las rocas al final de la pared de granito. Su vida era frágil. Normalmente daba por sentado que viviría otros cincuenta, sesenta años, pero en realidad podía morir mañana, en la Pared de Santillana esa. Podía negarse a escalar. Julio lo entendería, pero eso no serviría de nada, porque uno se puede morir de muchas otras formas. No, lo fundamental era comprender que la muerte estaba allí, esperándola, como la había visto al final de la pared, y que ya no cabía tener ninguna esperanza en un Más Allá, en una resurrección que pudiera rescatarla del horror de la aniquilación completa. Aunque quisiera, ya nunca más conseguiría creer en eso. Mejor vivir con una verdad incómoda que auto-engañarse con patrañas que le sirvieran de consuelo, como quien le da un chupete a un niño para que deje de llorar. Sí, había que vivir con valor, con los ojos abiertos, y encima estar dispuesta a sacrificarse por el bien común, como hacía Lorenzo, simplemente porque sabía que el sufrimiento de los demás era el mismo que su propio sufrimiento. Esa filosofía de la vida le pareció infinitamente más admirable que la que había tenido antes: el ser buena para obtener una recompensa en vez de un castigo eterno después de morir. Estaba demasiado nerviosa, exaltada por todo lo que había aprendido ese día. Hacía demasiado calor dentro del saco, optó por volver a salir de él. Afuera, desnuda en el aire frío de la noche, dejó que la bañara la luz mágica y fría de la luna. Sus piernas y su vientre brillaban con un curioso color azulado, el mismo que la luna sacaba de los bloques de granito que la rodeaban. Todo era hermoso a su alrededor, y ella se supo hermosa en medio del paisaje nocturno. Se recogió el pelo con la mano tras el cuello y alzó la cara a la luna. Quería aullar como una loba en celo. Las estrellas brillaban como alfilerazos fríos en el terciopelo negro del firmamento. Decidió que debía aprender el nombre de las constelaciones. ¿Cómo podía ser tan ignorante, ella, que estudiaba física? Pero no, un científico sabría que las constelaciones no eran más que una ilusión estúpida: una mera proyección en dos dimensiones de algo que en realidad era un vastísimo espacio tridimensional. Algo cambió en su percepción y de repente era como estar a orillas de un océano cuyas profundidades insondables se extendían en todas direcciones. No es que ella, Cecilia, fuera pequeña; el mundo entero, el planeta Tierra, no era más que una mota diminuta en la vastedad del cosmos. La capa de la atmósfera se le antojó demasiado delgada para protegerla del terrorífico vacío que había allá fuera. Se sintió inmensamente agradecida a la fuerza de la gravedad que la ataba a ese pequeño refugio, a esa bola recubierta de vida que era el único sitio donde tenía sentido vivir. Había salido del cascarón. Había dejado atrás las creencias confortables de la niñez. No había Dios, padre severo a quién, sin embargo, se podía acudir en busca de ayuda cuando las cosas se ponían mal. No había paraísos donde refugiarse de la aniquilación final de la muerte. ¿Qué hacer? ¿Cómo vivir? ¿Había acaso alguna meta, algo a qué aspirar que no fuera anulado al final por la muerte? ¿Tenía algún sentido la vida, más allá de evitar el sufrimiento y buscar el placer?
- Primordial
El juego es más excitante cuando las posibilidades de ganar y perder están igualadas Alberta se despertó en cuanto oyó la alarma, un débil zumbido en la cabecera de su cama. Bien entrenada, en una fracción de segundo pasó del sueño profundo a un estado de máxima alerta. Cogió las esposas que guardaba bajo la almohada, metió la almohada bajo las mantas y en dos zancadas se colocó tras de la puerta de su dormitorio, completamente desnuda. El corazón le latía deprisa. ¿Dónde demonios estaba? Hizo un esfuerzo por escuchar, pero sólo se oía el rumor lejano del tráfico. ¡Ahí! El crujir de la baldosa suelta de la cocina… ¿Qué coño hacía en la cocina? Estaría curioseando en su apartamento, pensando que estaba dormida. Demasiado confiado. Con movimientos lentos, felinos, contrajo y estiró los músculos de las piernas y los brazos, calentándolos como le había enseñado su maestro de artes marciales. Era aquel chico joven, guapillo… ¿Cómo se llamaba? Pablo… La había llamado cuando leyó su artículo en Magazine Malicieux sobre los juegos de violación. En la entrevista no le pareció un contrincante a su altura, pero al final acabó por darle su dirección y la llave. Prefería hombres fuertes. El juego era más excitante cuando las probabilidades de ganar y de perder estaban igualadas. Cuando ganaban ellos se pasaban la noche haciéndole perrerías, hasta que se cansaban, la follaban y se iban. No le importaba… En realidad, le gustaba. Ese era el ese castigo que se merecía por haberse dejado vencer. Además, le gustaba la violencia, aunque fuera dirigida contra ella. ¡Ah, la dulce, embriagadora violencia! ¡Por fin! ¡Aquí estaba! El haz de luz roja de una linterna bailó un instante sobre la puerta del baño antes de iluminar el dormitorio. Usaba luz roja para ver mejor en la oscuridad; una ventaja menos para ella. El haz rojizo se detuvo sólo un instante en el bulto de la almohada bajo las mantas. Se había dado cuenta. Como una pantera, Alberta le saltó encima sin apenas hacer ruido. Cayeron juntos al suelo. La linterna rodó sobre la moqueta trazando círculos rojos en la pared. Alberta logró ponérsele encima, cogerle la muñeca derecha y cerrar sobre ella una de las esposas. Luego él contraatacó, derribándola de un manotazo. Ella aterrizó sobre las manos y lo golpeó con los pies juntos para impedirle que se levantara. Sin darle un respiro, volvió a agarrarlo. La lucha cuerpo a cuerpo le resultaba más ventajosa. Él intentaba agarrarla por los brazos, pero se le escurrían entre las manos como serpientes delgadas y resbaladizas. -Esto no es en lo que habíamos quedado -dijo él entre jadeos-. Me dijiste que querías que te violara. -¿Y qué pensabas, que me iba a dejar? Si me dejo, ya no es violación. Consiguió ponérsele encima otra vez, atrapando sus piernas en un cerrojo de las suyas. Se apoderó de su brazo izquierdo, pero cuando intentó agarrarle el derecho él lo apartó bruscamente Las esposas le dieron un fuerte golpe en la sien. No sentía ningún dolor, pero pronto un líquido viscoso empezó a bajarle por la mejilla. Eso le dio fuerzas renovadas. Consiguió agarrarle el brazo derecho y doblárselo tras la espalda. Retorciéndoselo, lo obligó a ponerse bocabajo. A caballo sobre su trasero, luchó por apoderarse de su mano izquierda, pero él movía el brazo sin parar para impedírselo. -¡Suéltame! ¡No tienes derecho a hacerme esto! -¿Qué pasa? ¿Ya te has cansado de jugar? -Sí… Déjame. -¿Así que, como las cosas no han salido como tú quieres, quieres parar? Pero si hubiera sido al revés habrías disfrutado de mí a tu antojo. Es un poco injusto, ¿no te parece? -¿Qué me quieres hacer? -Lo mismo que tú a mí: violarte. -¡Estás loca! ¡Estás como un puto cencerro! -¡Ah! ¿Y tú no? Donde las dan, las toman, Pablito. Es demasiado tarde para volvernos atrás. Si te suelto ahora, seguro que me atacarías. -¡No, te lo prometo! ¡Sólo quiero irme! -¡Venga! Ya verás como al final no es tan malo como piensas. Quizás fue él, que se dio por vencido; quizás fue sólo suerte, pero al fin consiguió atraparle el brazo izquierdo y cerrar las esposas sobre su muñeca. Lo dejó que ponerse trabajosamente en pie mientras ella encendía la luz. Tenía la cara y la camisa llena de churretes de sangre. Juguetona, hizo que se acercaba a él para besarlo. Con un par de movimientos rápidos, le desabrochó los pantalones y se los bajó de un tirón hasta los tobillos. Danzó hasta la cómoda y sacó una tijeras de un cajón. Él la miró aterrorizado. -Tranquilo, que no es lo que piensas. Sólo quiero esto… Con un par de tijeretazos rápidos le cortó los laterales de los calzoncillos y se los arrancó. Los guardó, junto con las tijeras, en el cajón de los trofeos. Estos completaban la media docena. Sonriente, se masturbó delante de él hasta que su polla se puso en atención. De un empujón, lo arrojó bocabajo sobre la cama. Él intentó incorporarse, pero ella le saltó encima y empezó a propinarle sonoros azotes en su trasero blanco y redondo. Sólo se detuvo cuando la piel cambió de color a un bonito sonrosado y Pablo ya no pudo contener sus quejas. La contempló alarmado mientras se ajustaba el arnés a las caderas. Escogió uno de los consoladores más pequeños. No quería hacerle daño, probablemente sería la primera vez. Hicieron falta unos cuantos azotes más para convencerlo de que su mejor opción era quedarse quietecito y dejarse hacer. Con la ayuda de un poco de lubricante, la penetración resultó menos traumática de lo esperado. Alberta se echó sobre su espalda, dejándolo acostumbrarse a la sensación. Alargó la mano bajo él y le cogió la polla. Estaba dura como una piedra. -Ves, ya te dije que no iba a ser tan malo como pensabas. La historia se basa en una modalidad de BDSM llamada “primal” en Estados Unidos y que yo he traducido como "primordial". Consiste en que los participantes revierten a un estado primitivo, primordial, en el que se acechan y se atacan como animales carnívoros. El que gana somete al vencido, apareándose con él o con ella como le place. Quizás este juego primordial deriva de otra modalidad de BDSM, la del secuestro y la violación simulada, que está mucho más extendida. La diferencia es que en el secuestro quién va a hacer de víctima está pactado de antemano y en el juego primordial no.
- Castigo con el cinturón
Retazo de mi novela Desencadenada Lentamente, con un gesto dramático, Luis se desabrochó el cinturón y se lo fue sacando de las hebillas de su pantalón. Cecilia tragó saliva. ¡Vale, pues que me azote! Total, a eso ya estoy acostumbrada, después de las palizas que me han dado Julio y Johnny. Menos mal que Luis no lo sabe, que si no vete a saber qué otro castigo habría elegido. Sólo tengo que montar mucha comedia, dar muchos gritos y esperar a que se canse. ¡A lo mejor hasta disfruto y todo! -¡Enhorabuena! -le dijo-. Por fin vas a cumplir tu deseo. ¡Te debes sentir muy satisfecho! -Yo, que tú, dejaría de hablarme en ese tono. Muy pronto vas a suplicarme que pare de pegarte. ¡Venga, vamos! La agarró con una mano por las esposas, con la otra por la nuca, y la empujó hacia la mesa de despacho. Dio un traspié, los tobillos enganchados en los shorts que se terminaron de romper, liberándole las piernas. Luis apartó de un manotazo las plumas, abrecartas, fotos enmarcadas y demás enseres que había sobre el escritorio. La empujó hasta dejarla recostada sobre él, las caderas dobladas sobre el borde. -¡No se te ocurra moverte, o será mucho peor! Cecilia se aferró con las manos esposadas al borde opuesto del escritorio, sin osar resistirse. Juntó las piernas y apretó el culo, en un vano intento de cubrir su intimidad. ¿Para qué? Mejor que me vea bien, a ver si, con un poco de suerte, se le pone dura y le da por violarme. Así cuando se corra se le pasarán las ganas de torturarme. ¿Qué más da que sea incesto? La culpa será suya, no mía. Se relajó, dejando que se le separaran algo los muslos. -¡Eso, enséñame bien tus vergüenzas! Si hasta te afeitas el coño para que te lo vean mejor, ¿eh? ¡Menudo panorama, hermanita! ¡Voy a disfrutar de lo lindo castigándote! -¡Pues nada, por mí no te prives! -dijo con sarcasmo-. Para eso estoy: para servirte. -¿Ah, sí? ¡Pues a ver si es verdad! Cántame un poquito, para poner ambiente. Cántame tu canción, la que puse aquel día que te zurré, cuando eras pequeña… Seguro que te acuerdas, ¿verdad? -¿Qué? -Debía haber entendido mal. -¡Que cantes he dicho, coño! ¿O voy a tener que convencerte? -No, si yo por cantar que no quede. A ver si así me oyen los vecinos y me sacan de ésta. Empezó a cantar la canción Cecilia lo más alto que pudo. Sólo entonces se dio cuenta de lo humillante que era el verse obligada a hacerlo, pero ya no se atrevió a parar. Se acordó de los cautivos en la canción Rivers of Babylon, a los que también habían obligado a cantar. Apenas oyó el zumbido del cinturón cuando le fustigó el culo, despertando una quemazón que le resultaba harto familiar. El segundo golpe decididamente le gustó. Esto va a ser divertido. El siguiente, el cinto cayó de canto, sin producirle más dolor que un impacto sordo en el músculo. ¡Pero qué patoso eres, Luis! Pero él la golpeaba con todas sus fuerzas. Veía la sombra del cinturón levantarse alto en el aire antes de aterrizar sobre su trasero. El tener que cantar no la dejaba concentrarse, haciendo que el dolor la pillara desprevenida. Aunque algunos golpes fallaban, otros le restallaban contra las nalgas creando un considerable aguijonazo. Se puso a gritar con cada azote, lo que le daba una disculpa para interrumpir su canción. Quizás alguien la oyera y acudiera en su ayuda, aunque a Luis eso no parecía preocuparle lo más mínimo. ¿Y si no vivía nadie en esa casa? El dolor fue en aumento a medida que los golpes caían sobre la piel ya lacerada, hasta que sus gritos empezaron a ser completamente genuinos. Ésta no era una de las palizas cariñosas que le habían dado Julio y Johnny, sino un auténtico castigo infligido por alguien que tenía toda la intención de hacerle daño de verdad. El dolor había pasado de placentero a desagradable y llevaba camino de volverse intolerable. Había subestimado la crueldad de su hermano. Lo que le faltaba en habilidad lo suplía con creces en brutalidad. El verse completamente a su merced, impotente de detener el castigo, la puso furiosa. Gritó y gritó, con tanta rabia como dolor, a medida que fue comprendiendo que, lejos de disfrutarlo, iba a ser incapaz de soportar ese castigo tan atroz. Luis se debió de dar cuenta de su estado, pues redobló sus esfuerzos y sus jadeos se mezclaron con gruñidos de satisfacción. Al poco rato, ella ya no pudo contener las lágrimas y su ira se fue ablandando, hundiéndosele dentro del cuerpo. Algún día pagaría lo que le estaba haciendo, algún día se vengaría de él, pero ahora ya sólo podía sentir lástima de sí misma, y un deseo pertinaz de que terminara su dolor y su humillación. Lloraba y berreaba, y al final acabó por suplicar. Cualquier cosa para que se diera por satisfecho y terminara su tormento. -¡Por favor, para ya! … ¡Por favor, te lo suplico! ¡Ay, ay! ¡Basta! ¡Me duele mucho! ¡Au! Los golpes cesaron. Empezó a levantarse del escritorio, pero él se lo impidió, sujetándola contra la superficie de madera con una mano en la espalda.
- La primera azotaina de Cecilia
Escena de mi novela Juegos de amor y dolor. Camino de España después de esquiar en los Alpes, Cecilia y Julio se ven obligados a compartir cuarto de hotel. Cecilia es religiosa y remilgada, pero durante su conversación íntima, Julio y ella descubren que comparten fantasías eróticas de una índole muy especial. La idea que empezaba a formarse en su cabeza la aterraba, pero la tentación era irresistible. -Pero si a mí me gusta, no tendría por qué ser nada malo. El corazón le latía con fuerza. Seguía con la vista clavada en el techo; no se atrevía a mirar a Julio. -Pero bueno, ¿qué me quieres decir con todo esto? -dijo Julio, tirándole del brazo para hacer que lo mirara-. ¿Que quieres que te pegue? ¡Me dejas alucinado, Cecilia! Sintió que se ruborizaba. Rodó hacia un lado, dándole la espalda para que no le viera la cara. -¡Soy idiota! No debería haberte contado nada. Julio la agarró por el hombro y la sacudió ligeramente. -Perdona, lo último que quiero es que te avergüences de lo que me has contado. Me he alegrado mucho de que lo hicieras, de verdad. Pero es que no entiendo lo que quieres… Antes de venir conmigo a esta habitación me dejaste muy claro que no querías que te tocara… ¿Y ahora quieres que te pegue? -¿A ti te gustaría? -¡Pues claro que me gustaría! Pero pensaba que era imposible. Nunca se me ocurrió que encontraría a una mujer que se prestara a eso. -Pues ahora me has encontrado a mí. -¿Estás segura, Cecilia? ¿No crees que sería pecado? -Si me duele, si no siento placer, ¿por qué iba a ser pecado? -Mira, Cecilia, lo que estás haciendo es darle vueltas a la cabeza intentando encontrar excusas. Yo me muero de ganas también, te lo aseguro. Pero te prometí que esta noche no intentaría nada contigo, así que no te voy a engañar. Lo que decidas lo tienes que decidir tú, no me vengas luego diciendo que yo te comí el coco. Era verdad. Sus propios argumentos no acababan de convencerla. El deseo y la culpa se entremezclaban dentro de ella. -Es que si no es ahora no podrá ser nunca -gimió-. Cuando volvamos a Madrid ya no te volveré a ver nunca más. -¿Y por qué no? ¿Por qué no íbamos a poder seguir siendo amigos? Quizás sea mejor que te lo pienses con calma. Sabía que no era así, que si dejaba pasar esa oportunidad ya no se volvería a presentar. Para ninguno de los dos. Probablemente ella nunca encontraría ese marido que la sabría disciplinar con cariño. Y Julio nunca encontraría otra masoca que se dejara dar azotes. Eso la hizo decidirse. Quería hacerle un regalo, dejarle un recuerdo inolvidable, como el que le dejó Laura aquella noche bajo el póster de la Sagrada Familia. -Sólo unos cuantos azotes, encima del pijama, ¿vale? Julio la miró con una mezcla de excitación y temor. -Vale… Si quieres que pare, me lo dices y en paz, ¿de acuerdo? -De acuerdo. No podía creerse lo que estaba a punto de suceder. Julio se sentó en medio de la cama, la espalda muy derecha, apoyada en una almohada y la cabecera. Dejó las piernas bajo las mantas, tirando de ellas para cubrirse también el regazo. -Échate encima de mis piernas -le dijo. Cecilia se levantó y fue a arrodillarse en la cama a su derecha. Vaciló un instante, y por un momento sus miradas se encontraron. El rostro de Julio reflejaba deseo y una cierta ansiedad. Ahora ya no iba a volverse atrás. Se dejó caer sobre su regazo. Las piernas cruzadas de Julio la hacían levantar el culo en una postura obscena. Sentía su calor, su olor la intoxicaba. Oleadas de excitación le recorrían el cuerpo. Julio le pegó una palmada en el trasero. La tela espesa del pijama absorbió casi toda la fuerza del golpe, así que sólo sintió un impacto sordo, nada doloroso. -¿Qué tal? -le preguntó Julio. -No me ha dolido nada. Pégame más fuerte. -A ver así… Con el rabillo del ojo, vio a Julio levantar la mano, que cayó sobre ella con fuerza. Pero, una vez más, el golpe no le hizo efecto ninguno. Julio le pegó un par de veces más, con el mismo resultado. Era frustrante. Fue una decisión súbita, inconsciente. Metió las manos bajo el elástico del pijama y se bajó los pantalones de un tirón. * * * Julio se quedó atónito al ver que Cecilia se había bajado los pantalones. Estuvo a punto de hacerla levantarse de su regazo, de decirle que eso había ido demasiado lejos. Le había prometido que no se aprovecharía de ella y él se tomaba muy en serio sus promesas. Pero cuando vio en el trasero que Cecilia le ofrecía ya no pudo resistir la tentación. A menudo había reparado en esa redondez insolente que le abultaba el mono de esquiar, intentando imaginarse su forma bajo la ropa. Ahora sus nalgas se le ofrecían casi desnudas porque las braguitas se le habían apelotonado entre ellas. La piel que dejaban al descubierto parecía increíblemente suave. Su color pálido lo retaba a convertirlo en rosa a base de azotes. Tomó aliento profundamente, presa de la indecisión. -¿Qué pasa? -le preguntó Cecilia con voz temblorosa. -Nada… que tienes un culo precioso. ¿Te lo puedo tocar? No esperó a que le respondiera. Su mano pareció alargarse por sí sola para tocar esa redondez exquisita. La piel era tan suave como se la había imaginado, y enseguida se erizó en piel de gallina. -¡No, no! -protestó Cecilia-. Sólo pégame. Estaba claro que ella no iba a aceptar caricias, sólo azotes en los que el dolor compensara cualquier placer que pudiera sentir. Si vacilaba ahora se rompería la magia de ese instante. Levantó la mano en el aire y la hizo descender con fuerza sobre la nalga izquierda. El azote restalló como un petardo por toda la habitación. Cecilia contrajo el culo un poco, pero no se quejó. Enseguida le pegó en la nalga derecha. Al tercer golpe ella no pudo evitar mover el culo para esquivarlo. -¿Qué, ahora sí que duele, eh? -le dio con una sonrisa maliciosa. -Sí… claro que sí -dijo Cecilia con voz entrecortada-. ¡Sigue! La excitación era tan intensa que se le subía a la cabeza como una especie de borrachera. Su verga, bien oculta bajo la manta, estaba dura como una piedra. Su mente se disparó en un torrente de imágenes de castigo. Cecilia había sido una chica muy mala. Había montado un buen pollo en el autobús, haciéndolo avergonzarse de ella. Desde luego, se había ganado una buena azotaina. Decidió que tenía que decírselo. El castigo no sería completo sin una buena regañina. -¡Ah! ¿Te crees que esto es muy divertido, eh? -le dijo en tono autoritario-. Mira, Cecilia, ya va siendo hora de que alguien te dé tu merecido. Normalmente eres muy buena, pero de vez en cuando se te cruzan los cables y te dan rabietas tontas como la que te dio hoy en el autobús. No me podía creer que pudieras ser tan egoísta y arrogante. Desde luego, hay que bajarte un poco los humos. Voy a tener que ponerte el culo como un tomate, ¿no te parece? Era increíble que sintonizara tan bien con él. Se preguntó si la idea del castigo la excitaba tanto como a él. Como respondiendo a su pregunta, Cecilia empinó el trasero, ofreciéndolo mejor a sus azotes. * * * La regañina que le acababa de dar Julio la hizo sentirse humillada y un poco asustada. La voz de Julio sonaba muy severa. -Sí, me merezco un buen castigo. Por lo del autobús y también por ponerme tan borde contigo cuando me ofreciste compartir habitación. Tú no te cortes un pelo, Julio. -¿Ah, sí? ¡Pues ya te puedes ir preparando! ¡Te vas a enterar lo que vale un peine! Como para enfatizar lo que decía, Julio le agarró la cadera con una mano mientras que con la otra le propinó una rápida serie de azotes, alternando entre las dos nalgas. Los golpes eran lo suficientemente severos para no dejarla pensar en otra cosa. De todas formas, los destellos de dolor que despertaba cada azote tenían una innegable cualidad placentera, que se unía al goce perverso que le producía la postura humillante en que la mantenía Julio y la idea de que estaba siendo castigada como una niña chica. Al poco tiempo empezó a menear el culo de un lado para otro, arriba y abajo, su cuerpo intentando fútilmente esquivar los golpes. Era una danza obscena que bailaba al ritmo de los azotes que le marcaba Julio, un ritmo monótono de metrónomo, que avisaba con perfecta precisión cuando el siguiente cachete la iba a alcanzar. Las punzadas de dolor adquirieron la inevitabilidad del destino. Ninguno de los dos decía nada; cada cual estaba completamente inmerso en su tarea: castigar y ser castigada. Sólo se oían los suspiros de Cecilia y sus ocasionales gemidos, que no sabía si eran de dolor o de placer, mezclados con el aliento entrecortado de Julio. Los azotes sí que sonaban fuertes, restallando contra la piel de su trasero y luego reverberando en las paredes de la habitación, pequeñas explosiones que a Cecilia se le antojaban tan alarmantes como los propios golpes. * * * Muchas veces Julio había fantaseado con una situación así, pero la realidad superaba con creces a su imaginación: los movimientos sensuales del cuerpo de Cecilia en respuesta a cada cachete; la manera en que contraía las nalgas y luego las levantaba para volver a ofrecerse a su mano; sus gemidos, sus quejidos… Y sobre todo el precioso color sonrosado que iba adquiriendo su piel, con un calorcillo que se le pegaba a la mano con cada azote. Todas esas sensaciones lo sumían en una nube embriagadora en la que el placer se confundía con la fantasía, haciéndolo desear que ese juego apasionante no terminara jamás. Sin embargo, su cuerpo tenía otros planes. Repentinamente su verga pareció cobrar vida propia y empezó a contraerse en espasmos increíblemente placenteros. Alarmado, Julio se dio cuenta de que había llegado demasiado lejos: su eyaculación completaba el acto sexual que le había prometido a Cecilia que no realizaría. Lo único que se le ocurrió fue ocultarle lo que acababa de ocurrir. Horrorizado, apartó a Cecilia de su regazo de un empujón y se levantó de un salto de la cama. Ajeno a su desasosiego, su pene continuaba bombeando semen en la delantera de su pijama. Apretándolo en un puño para ocultarlo, salió corriendo y se encerró en el cuarto de baño. * * * Cecilia se quedó tendida bocabajo en la cama, sin preocuparse siquiera de subirse el pantalón. El corazón le latía en los oídos. Temblaba. El contraste entre la intensidad de su interacción con Julio y su repentina soledad la llenó de desconcierto. Se sintió abandonada, rechazada en ese acto tan íntimo al que se había entregado tan completamente. Sin saber muy bien por qué, se echó a llorar. Al salir del cuarto de baño, Julio la miró sorprendido desde la puerta. -¡Estás llorando! ¿Qué te pasa? En dos zancadas se acercó a la cama. Se echó a su lado y la abrazó por detrás. -Perdona, no quería hacerte tanto daño -farfulló. -No es eso… -dijo ella, con la voz babosa del llanto-. ¿Por qué te has ido, tan de repente? -¡Ah, es eso! Verás… bueno, es que yo… ya no podía más… Me metí en el cuarto de baño para que no me vieras. Cecilia se incorporó, dándose la vuelta para mirarlo. -¿Quieres decir que te has…? ¿Qué has eyaculado? -Un poco… Cecilia se echó a reír. Se le saltaron más las lágrimas. -O sea, que te has excitado un montón. -Creo que es lo más excitante que he hecho en mi vida. -¿Más que hacer el amor con Laura? -Sí, aún más. Eso la hizo sentirse orgullosa. Pero enseguida la invadió una sensación de culpa aplastante. -¡Ay, Julio! ¿Qué hemos hecho? -Nada, tía, tu tranquila… ¡Si tú, lo único, es que te has llevado una señora paliza! -No, Julio, no lo puedo negar: yo he disfrutado tanto como tú. -Bueno, pues te confiesas y en paz. -¡Ay, por favor! ¿Y qué le voy a decir a don Víctor? “Un chico me azotó y a mí me gustó mucho”. ¡Si llevo años intentando no contarle mis fantasías! Sólo me confesaba de tener pensamientos impuros. Él nunca me pidió detalles. Julio la volvió a abrazar. Notó un contacto húmedo en el trasero, destacándose sobre el ardor de su piel. Alargó la mano para subirse el pantalón. -Espera, por favor -le dijo Julio. -Es que deberíamos… -Sólo un segundo. Ella se quedó inmóvil mientras él le pasaba la mano por las nalgas, haciéndola sentir el calor y el escozor que habían dejado sus azotes. Sabía que debía negarse, hacer que parara, pero sentía una blandura por dentro, una docilidad que le hacía imposible negarse a sus deseos. -Se te ha quedado la piel muy suave -le Julio dijo al oído. -Sí. Me has pegado muy fuerte. Deseaba que continuara tocándola, que se atreviera a más. Lo dejaría hacer, le gustaba demasiado lo que estaba pasando. Sin embargo, él mismo le subió el pantalón del pijama. -Perdona, creo que me he pasado. -¡Qué va, tonto! Yo también he disfrutado mucho. Me gusta mucho el calorcito que me has dejado en el culo. -Ha sido la cosa más maravillosa del mundo. Espero que mañana no te arrepientas. -No sé lo que pensaré mañana… -Es tardísimo, será mejor que nos durmamos. ¿Te importa si apago la luz? -No… Julio rodó por la cama para apagar la luz de la mesilla de noche. -Buenas noches, Cecilia. -Buenas noches, Julio.
- El sexo anal y la próstata como fuentes de placer en el hombre
La estimulación de la próstata puede hacernos experimentar nuevas formas de placer, pero requiere liberarse de poderosos tabúes culturales. Los hombres damos por hecho que nuestra única fuente de placer es el pene, y que el orgasmo masculino se reduce a los pocos segundos que tarda en completarse la eyaculación. Sin embargo, en el cuerpo masculino existen otras fuentes de placer que no son el pene. También podemos experimentar orgasmos distintos al de la eyaculación. La estimulación de la próstata puede producir un intenso placer, incluso llevar a un orgasmo que es descrito por los que lo han sentido como más profundo y duradero que el orgasmo producido por la estimulación del pene. Si es verdad que el punto G es la glándula de Skene o próstata femenina, el orgasmo prostático del hombre sería análogo al orgasmo vaginal en la mujer, mientras que el orgasmo del pene sería equivalente al orgasmo del clítoris. ¿Qué es la próstata? La próstata es una glándula situada entre la base del pene, la vejiga urinaria y el recto, y que es atravesada por la uretra. La función de la próstata es la de secretar un líquido que constituye un 30% del semen, el resto del cual es producido por las vesículas seminales. El semen sirve para mantener vivos a los espermatozoides, que son células producidas en los testículos. Durante la fecundación, uno de los millones de espermatozoides en el semen se une al óvulo producido por la mujer para dar lugar al embrión. La mitad del material genético (el ADN de los cromosomas) del nuevo ser vivo es aportado por el espermatozoide, y la otra mitad por el óvulo. Durante la eyaculación, los músculos del suelo pélvico que rodean a la próstata y las vesículas seminales se contraen poderosamente, enviando el semen hacia el pene. El placer que se produce durante la eyaculación proviene, en parte, de la contracción de la próstata. Quizás sea por eso que la estimulación de la próstata produce placer. Sin embargo, la sensación de estimular la próstata es bastante distinta a la que produce la estimulación del pene. Por qué los hombres resisten estímulos sexuales que no sean al pene La forma más eficaz de estimular la próstata es desde el recto, lo que conlleva penetración anal. Esto presenta importantes barreras psicológicas para muchos hombres. Existe un fuerte tabú cultural que propugna que es indigno para el hombre el ser penetrado, que eso es algo propio sólo de la mujer y que el hombre es feminizado cuando se lo penetra. La cultura machista otorga privilegios al hombre, siempre y cuando éste se comporte de acuerdo con ciertas pautas de virilidad. Se nos impone la obligación de “portarnos como un hombre”: ser fuertes, recios, luchar con valor, trabajar duro… Y también renunciar a formas femeninas de placer. En lo referente al acto sexual, se espera que el hombre obtenga su placer penetrando a la mujer, con un pene grande y sólido, y una potente eyaculación. El placer que proviene de zonas erógenas que no son el pene, como las nalgas, los pezones y el ano, es considerado femenino y por lo tanto prohibido al macho. Este bagaje cultural es aún más profundo, ya que asocia la penetración a la sumisión y la derrota. Todo esto se trasmite a través de frases que todos conocemos: “dar por culo” es molestar, “irse a tomar por culo” es ser derrotado. En las sociedades patriarcales, a los hombres afeminados se les niega el privilegio masculino y se los relega a un plano inferior al de la mujer. Pero son precisamente ellos, los gays, quienes mejor conocen las fuentes alternativas del placer masculino: los pezones, el ano y la próstata. El acceder al placer de próstata requiere que reconozcamos la estructura de privilegios y prohibiciones que encierra a los hombres en una cárcel psicológica donde les son vetadas ciertas maneras de ser y sentir. Por eso, el ser penetrados nos puede servir, no sólo para aceptar nuevas formas de placer, sino como un proceso de liberación y de apertura hacia otras maneras de entender la masculinidad. El hombre también puede recibir sexo anal Afortunadamente, diversos movimientos de liberación sexual, sobre todo el movimiento gay y el BDSM, ha empezado a abrir una brecha en esos prejuicios machistas. La penetración anal de la mujer es una fantasía sexual muy común. Muchas de las mujeres encuentran el sexo anal muy placentero. Lo mismo pasa con los hombres. El conocimiento de las propiedades eróticas de la próstata se remonta a la antigüedad. En tiempos más recientes, se difundió primero entre los gays, y luego fue recogido por parejas de mujer dominante y hombre sumiso. Hoy en día también se practica en parejas heterosexuales y vainilla, sin ninguna connotación de dominación-sumisión. Cómo estimular la próstata La próstata puede encontrarse introduciendo un dedo en el ano con la yema hacia delante. Se debe usar lubricante para cualquier penetración anal, para evitar fisuras y hemorroides. Si recorremos la cara anterior del recto, daremos con un bulto del tamaño de un huevo o una nuez. Esa es la próstata. Al principio, presionar la próstata produce una sensación molesta. Es común sentir ganas de orinar, porque la presión en la próstata se transmite a la vejiga urinaria, donde terminaciones nerviosas en su paredes acusan esa presión como que la vejiga está llena. Lo mismo pasa con la estimulación del punto G en la mujer: también se nota como ganas de orinar. Para producir el placer prostático, es mejor que el masaje de próstata se realice de forma suave, en una situación relajada y sexualmente excitante, acompañándolo de estimulación del pene, los pezones y otras zonas erógenas. Hay que tener un poco de espíritu de aventura y afrontar los tabúes de los que hablaba antes. A algunos hombres les ayuda adoptar un rol de sumiso, aunque esto no es necesario para disfrutar del placer anal. Quizás sea necesario que las primeras sesiones sean cortas, e ir entrenando la próstata en sesiones sucesivas en las que se irá aumentando la intensidad y la duración del masaje. Poco a poco, las vías nerviosas que transmiten esas sensaciones al cerebro se van desarrollando, volviéndolas más y más placenteras. Yo aconsejaría que al principio se exploren estas sensaciones en solitario, en sesiones de masturbación conscientes, deliberadas y con tiempo de sobra. Se puede empezar explorando primero con el dedo y luego con un dildo adecuado. Es mejor no tener muchas expectativas al principio. Hay que tomárselo como un entrenamiento que requiere tiempo, paciencia y perseverancia. A medida que la próstata se vuelve más sensible, sentiremos el deseo de estimularla de forma más vigorosa. El placer de próstata no requiere la erección y de hecho puede suprimir la erección. Esto no debe preocuparnos. Estimular el pene al mismo tiempo puede ayudarnos a sentirlo, pero también puede ser una distracción, conduciendo nuestra atención al canal del placer que hemos estado usando toda la vida en vez de hacia las nuevas sensaciones a las que nos queremos abrir. La próstata no es la única fuente de placer en el sexo anal. El ano también es muy erógeno, así como la parte del recto próxima al esfínter anal, sobre todo en su cara anterior. Butt plugs y dildos Estimular la próstata con los dedos resulta difícil y cansado, ya que hay que introducirlos muy profundamente en el recto. Lo más cómodo es usar estimuladores concebidos para ese uso, que pueden tener una curvatura especial que rodea la próstata. Algunos incluso están diseñados para moverse en torno a ella al apretar el ano. “Butt plug” significa literalmente “tapón de culo”, pero se suele usar la expresión en inglés. Son objetos con una parte de forma oblonga, cónica o de pera que se introduce en el recto, un estrechamiento para el ano, y una base ancha o alargada que se mantiene fuera para permitir sacarlo. Se hacen de muchos materiales. Los hay blandos, hechos de goma o silicona, y duros, hechos de plástico, metal o vidrio. Están pensados para llevarlos insertados un cierto tiempo, lo que facilita la dilatación del ano al tiempo que se produce una estimulación progresiva del recto y la próstata. Algunos butt plugs están diseñados para moverse dentro del recto cuando se contrae el ano. Otros son eléctricos, concebidos para estimular la próstata con vibraciones. Los dildos tienen forma de pene, recta of curvada, sin constricción para el ano. Están diseñados para follar, es decir, para usarse con un movimiento de vaivén. Eso produce una estimulación activa de la próstata. Como los butt plugs, pueden ser de muchas formas, tamaños y materiales. Pegging: follar a un hombre con un dildo Dan Savage es un escritor y pensador sexo-positivo que produce el podcast The Savage Lovecast. Una de sus especialidades es la de crear neologismos para actos y costumbres sexuales, a base de solicitarlos a su audiencia. Uno de los términos así creados es pegging, que es un acto sexual en el que una mujer folla a un hombre en el ano usando un dildo sujeto al pubis con un strap-on: un arnés que rodea las caderas y los muslos. Hay una gran variedad de arneses y dildos, que se pueden comprar en sex shops y la internet. También se usan en el sexo lesbiano. En el pegging, el placer de la estimulación de la próstata se une el morbo de la inversión de los roles sexuales: la mujer penetra y el hombre es penetrado. Esto puede darse dentro de una sesión de BDSM en la que el hombre es sumiso, pero no tiene por qué ser necesariamente así. El pegging puede practicarse en todas las posturas que existen para follar: misionero, perrito, de lado, tijeras, etc. Algunas producen una estimulación más eficaz de la próstata, pero ésta también puede volverse demasiado intensa. Conviene explorarlas hasta encontrar la más satisfactoria para cada pareja. Ordeñar la próstata (milking) Una forma especial de estimulación de la próstata se llama milking en inglés, que significa ordeñar. Se suele practicar en hombres sumisos. Consiste en masajear la próstata de forma ininterrumpida por un largo espacio de tiempo, de 20 a 45 minutos. La dominatriz no permite que se produzca la eyaculación o un orgasmo prostático, sino que mantiene al sumiso en un estado continúo de excitación sexual. La erección suele desaparecer al cabo de unos minutos. Conforme se avanza, el pene empieza a soltar semen en pequeñas cantidades, de forma continua. De ahí el nombre de esta práctica. El objetivo del milking no es llevar al orgasmo ni producir placer, aunque no deja ser una práctica placentera. Al contrario, la frustración de no poder eyacular, unida a la humillación de ser penetrado y controlado en el placer lleva a un profundo estado de sumisión. Es una follada mental, una de las técnicas más sofisticadas de la dominación-sumisión. En relaciones de dominación-sumisión a tiempo completo (24/7), el milking se suele practicar junto con la castidad - privar al hombre de eyacular durante largos periodos de tiempo, a veces usando jaulas para el pene que impiden la erección. Esto aumenta enormemente la frustración, humillación y sometimiento producido por el milking. Orgasmo de próstata Hay hombres que aseguran haber alcanzado orgasmos muy intensos y prolongados con sólo estimular la próstata. Estos orgasmos se sienten muy distintos a los que se obtienen estimulando el pene: Esto corrobora la idea de que existen orgasmos distintos de clítoris y de vagina en la mujer. Los orgasmos prostáticos a veces vienen acompañados de eyaculación, pero en otras se produce una emisión muy lenta de semen, como la que se produce durante el milking . Alcanzar el orgasmo sólo estimulando la próstata puede resultar difícil. A menudo hay que acompañar la estimulación de la próstata con la masturbación del pene, lo que de todas formas nos llevará a orgasmos más intensos de lo acostumbrado. Conclusión El sexo es un mundo maravilloso en el que siempre quedan cosas nuevas por explorar. Eso sí, hace falta un espíritu de aventura y enfrentarnos con barreras culturales que nos han impuesto desde niños. El premio no es sólo el placer, sino una mayor liberación mental.
- Los entramados de la consciencia
La consciencia no es algo místico o misterioso, sino el resultado natural del funcionamiento del cerebro. Preguntas ¿Cómo produce el cerebro la consciencia? Definiría la consciencia como la propiedad de nuestra mente por la cual nos damos cuenta de nuestro entorno, de nuestras sensaciones corporales y de lo que estamos haciendo. La consciencia también nos dice que existimos como mentes que tienen pensamientos, recuerdos y emociones. Según la visión científica del mundo, todo lo que sucede en nuestra mente es producto de la actividad de nuestro cerebro. Sin embargo, algunos filósofos como David Chalmers sostienen que hay algo misterioso e inefable en la consciencia que la ciencia nunca podrá explicar como actividad cerebral. ¿Puede ser esto un vestigio de la creencia en el alma y otras ideas religiosas? ¿O acaso hay algo especial en la consciencia que está más allá del alcance de la ciencia? ¿Son conscientes los animales? Y si es así, ¿hay diferencias entre la consciencia animal y la consciencia humana? Cuando vemos a un gato o a un perro, tenemos la sensación de que son conscientes del mundo de la misma manera que nosotros. Sin embargo, a la mayoría de la gente le resultaría difícil creer que animales simples como almejas, corales, percebes, caracoles o moscas son conscientes. Si se opta por creer que estos animales son conscientes, entonces será difícil argüir que las plantas no son conscientes. Y si se elige creer que las plantas también son conscientes, entonces se está de camino al panpsiquismo: creer que todo es consciente. Los que crean en el panpsiquismo se enfrentan a un difícil problema: explicar la diferencia entre nuestra consciencia y la consciencia de una roca. Por otro lado, si algunos animales son conscientes y otros no, entonces algo debe haber sucedido durante la evolución para dar lugar a la consciencia. Lo que nos lleva a la siguiente pregunta: ¿Cómo aparece la consciencia durante la evolución? Hay quien dice que la consciencia no tiene valor adaptativo, que es superflua para la selección natural. La misma gente piensa que la consciencia es un epifenómeno, algo secundario que ocurre junto a los procesos mentales. Según ese punto de vista, la aparición de seres conscientes como nosotros en la evolución es solo una casualidad de. ¿Es eso cierto? Consciencia sensorial Una cosa que la mente debe hacer es integrar diferentes modalidades sensoriales en un modelo unificado del mundo. Si vemos a una chica tocando la guitarra, sabemos intuitivamente que el sonido que escuchamos proviene de la guitarra que vemos, y que el movimiento de los dedos de la chica produce el sonido. La vista y el oído son sentidos espaciales, pues asignan un lugar particular a una percepción particular. La mente coloca lo que vemos y lo que escuchamos en un mismo espacio de percepción común. El tacto también es espacial y también se integra con la visión y el sonido en ese espacio de percepción. La interocepción son sensaciones que recibimos desde el interior del cuerpo que nos dicen cuál es la posición de nuestras extremidades, el nivel de contracción y relajación de nuestros músculos, el estado de nuestras vísceras, si algo nos duele, etc. Se compone de varios sentidos como equilibrio, sensaciones viscerales, frío, calor, dolor y picor. Como sabemos en qué lugar de nuestro cuerpo sentimos una determinada sensación, la interocepción también es especial. Y dado que debemos mover el cuerpo en el mundo que percibimos a través de nuestros sentidos externos, la interocepción debe integrarse en el mismo modelo del mundo que los sentidos externos. Todas nuestras percepciones, excepto el olfato, convergen en el tálamo, una región en el centro del cerebro. El tálamo envía nervios a las áreas sensoriales primarias de la corteza, como la corteza visual en la parte posterior del cerebro o la corteza somatosensorial justo detrás del sulco central. Estas áreas sensoriales primarias envían la información a otras áreas del cerebro, donde se integran progresivamente y se colocan en el espacio de percepción. Es importante destacar que el cerebro también atribuye cierta importancia, o "valencia", a una percepción al asignarle una emoción. De esa forma, las percepciones son clasificadas como aterradoras, irritantes, sexualmente excitantes, interesantes, etc. Las sensaciones que carecen de valencia emocional se eliminan de la consciencia, mientras que aquellas con alto contenido emocional ocupan un lugar central en la mente. Esto es lógico, porque es fundamental para la supervivencia que las percepciones se coloquen en una jerarquía de acuerdo con el peligro que representan y su relevancia para la tarea que estamos llevando a cabo. Crear ese modelo del mundo que unifica todas nuestras percepciones es la base de nuestra consciencia, una primera capa. Compartimos esta capacidad con animales con un sistema nervioso suficientemente complejo. Construir un modelo unificado del mundo proporciona una ventaja evolutiva. De lo contrario, el animal no podría entender el mundo y actuar dentro de él. Esto nos lleva a al siguiente parte de la consciencia. Consciencia motora Como expliqué en otro artículo (en inglés), agencia es una propiedad de los seres vivos mediante la cual son capaces de generar causas internas. En términos sencillos, los seres vivos hacen cosas. Las plantas crecen. Los animales realizan acciones moviéndose porque, a diferencia de las plantas, tienen músculos. Además, los animales complejos tienen un sistema nervioso que les permite recopilar información del mundo y planificar sus movimientos. Los animales no solo perciben el mundo, se mueven y hacen cosas. Buscan bebida, comida y compañeros. Escapan de los depredadores. Cuidan de su prole. Todo esto lo hacen planificando movimientos utilizando el mismo modelo del mundo creado por los aspectos perceptivos de la consciencia. El sulco central es una hendidura profunda en el cerebro que, junto con la fisura lateral, divide la corteza en una parte frontal y una parte posterior. A grandes rasgos, la parte posterior de la corteza se encarga de procesar la información sensorial y la parte anterior se encarga de planificar la acción. En los humanos, el córtex cingulado anterior y la corteza prefrontal se encargan de la motivación y la toma de decisiones. A partir de ahí, el movimiento lo planifica la corteza motora, situada justo delante del surco central, y se afina en el cerebelo. Después, las órdenes motoras se envían a los músculos por vías nerviosas que bajan por la médula espinal. Sin embargo, existe otro tipo de función motora que tiene gran importancia en el ser humano: la de la mente buscando y manipulando sus propios contenidos. Puede estar buscando un recuerdo específico, imaginando algo o manipulando conceptos abstractos. Mientras que los animales se enfocan en el exterior, nosotros pasamos una parte considerable de nuestras vidas dentro de nuestras cabezas. Cómo se crea el yo El yo aparece cuando nuestro cuerpo se convierte en un objeto en el espacio de percepción. El cuerpo debe estar ahí, porque todo lo que percibimos proviene del cuerpo. Además, cuando planificamos o ejecutamos un movimiento, lo que se mueve es el cuerpo. El movimiento perdería su coordinación sin una cuidadosa retroalimentación entre el movimiento y la percepción. Debido a la importancia de esa coordinación, el cuerpo no es un objeto más en el espacio perceptivo: está en la interfaz entre la percepción de lo que está afuera (exterocepción: visión, oído, tacto, etc.) y lo que está adentro ( interocepción). Por tanto, la consciencia del cuerpo adquiere un papel central: se convierte en el yo [1,3]. Este es un yo primordial que los humanos comparten con otros animales con un sistema nervioso complejo. Es un “proto-yo”, como lo llama el neurocientífico Antonio Damasio. Consciencia extendida La Consciencia Extendida es un concepto desarrollado por Antonio Damasio en su libro The Feeling of What Happens [5], que propone una teoría jerárquica de la consciencia. Todo lo que he descrito hasta ahora Damasio lo llama “Consciencia Central”. Así es como Damasio describe la consciencia extendida: “La consciencia extendida va más allá del aquí y ahora de la consciencia central, tanto hacia atrás como hacia adelante en el tiempo. El aquí y el ahora todavía está allí, pero está flanqueado por el pasado, tanto pasado como sea necesario para iluminar el ahora de manera eficaz y, lo que es más importante, está flanqueado por el futuro anticipado". Antonio Damasio, The Feeling of What Happens [5]. Así como la consciencia central da lugar al proto-yo, la consciencia extendida da lugar al "yo autobiográfico": "El yo autobiográfico se basa en la constante reactivación y representación de determinados recuerdos autobiográficos". Antonio Damasio, The Feeling of What Happens [5]. La vergüenza, el orgullo, y la construcción del ego Propongo que lo que llamamos el ego, o super-ego en el psicoanálisis de Sigmund Freud, surge cuando el yo autobiográfico se ve impregnado de dos importantes emociones humanas: la vergüenza y el orgullo. Estas emociones evolucionaron cuando la supervivencia humana empezó a depender de nuestra capacidad para cooperar. La vergüenza y le orgullo sirven para indicar cambios en nuestro estatus social. Si no cooperamos o si actuamos de manera egoísta, nos avergonzamos y nuestro estatus social disminuye. Si, por el contrario, hacemos algo beneficioso para el grupo, nos elogian y aumenta nuestro estatus social. La vergüenza y el orgullo cambian nuestra autoestima, que es fundamental para nuestro bienestar psicológico. A medida que en nuestra autobiografía se destacan episodios de vergüenza y orgullo, vamos construyendo una imagen de quiénes somos y qué esperamos de nuestro comportamiento. Esa imagen es el ego. Considero que el ego es parte del yo autobiográfico pero que no es idéntico a él, porque nos es posible construir imágenes de nosotros mismos libres de juicios sobre nosotros mismos y que, por lo tanto, son independientes de la vergüenza y el orgullo. Teoría-de-mente dirigida hacia uno mismo La teoría-de-mente (que no debe confundirse con una teoría de la mente) es una facultad única de los seres humanos [11] que nos permite modelar la mente de otras personas. Nos referimos a ella cuando decimos “sé lo que estás pensando”. No solo modela lo que otras personas saben, sino también sus emociones. La teoría-de-mente está lejos de ser infalible y, de hecho, genera algunos problemas. Funciona razonablemente bien cuando se aplica a personas con mentes similares a la nuestra, peor cuando se aplica a personas de diferentes culturas y bastante mal cuando lo aplicamos a animales para suponer que piensan y sienten como nosotros (antropomorfismo). También es la causa de muchas supersticiones que nos llevan a creer que objetos inanimados y fenómenos naturales tienen mentes (es decir, son dioses o demonios) y pueden ser tratados como seres humanos. Según el neurocientífico Bud Craig (experto en dolor e interocepción), los cambios radicales que sufre la consciencia desde la animal a la humana se deben al desarrollo durante la evolución de los primates de una parte especializada de la corteza llamada la ínsula anterior [2,4,7 ]. La ínsula anterior derecha tiene la función de crear percepciones hipotéticas del estado interno del cuerpo (propiocepción). Así, si me imagino cómo me sentiría si tengo un dolor de cabeza, es mi ínsula anterior derecha la desarrolla esta función. Debido a su capacidad para imaginar sentimientos, la ínsula anterior derecha puede jugar un papel esencial en la teoría-de-mente. Craig también propone que las vías nerviosas entre la ínsula anterior y el córtex cingulado anterior, un área del cerebro que media en la planificación de decisiones y acciones [9], juegan un papel clave en la consciencia. De hecho, la capacidad de la ínsula anterior para imaginar sentimientos puede servir para proporcionar profundidad emocional a nuestros recuerdos y a lo que imaginamos que nos pueda suceder en el futuro. La ínsula anterior también media la empatía, porque nos permite imaginar lo que los demás están sintiendo [8]. Como dije en mi definición de consciencia, un aspecto importante de la consciencia es que nos permite saber que existimos como mentes capaces de tener pensamientos, recuerdos y emociones. Esta consciencia de tener una mente puede ser el resultado de aplicar la teoría-de- mente a nuestra propia mente. Los neurocientíficos Michael S. Gazzaniga (que estudió a pacientes con cerebro dividido) y Joseph E. LeDoux (una autoridad en emociones) proponen que existe un módulo en la mente humana que ellos llaman "el intérprete", cuya función es construir una narrativa continua de lo que está sucediendo nuestras mentes. El intérprete podría ser la teoría-de-mente dirigida hacia nosotros mismos. Desgraciadamente, parece que el intérprete se equivoca a menudo. Quizás su precisión pueda mejorarse entrenándonos a observar nuestra mente de forma más objetiva con técnicas como mindfulness. Consciencia cultural La construcción de nuestro yo autobiográfico, de nuestro ego y la interpretación continua de nuestra actividad mental son funciones cognitivas que dependen en gran medida de nuestras creencias y valores. Y estos vienen definidos por la cultura en la que vivimos. Por tanto, es cierto que nuestra cultura influye en nuestra consciencia. Sin embargo, también es cierto que cuanto más educados y atentos nos volvemos, más se liberará nuestra consciencia de ilusiones y emociones negativas. Lejos de ser determinada por nuestros genes o el entorno, la consciencia humana es altamente maleable y entrenable. Hay evidencia de que podemos influir en los mecanismos más básicos de nuestra consciencia tomando drogas o con prácticas como yoga, mindfulness o meditación. Con los conocimiento adecuados y suficiente esfuerzo, podemos ser capaces de cambiar nuestra mente. Respuestas ¿Cómo produce el cerebro la consciencia? Todo lo que hace el cerebro contribuye a la consciencia. Quizás el dividir nuestras mentes entre consciente e inconsciente sea artificial e ilusorio. Lo que hay en realidad son percepciones lo suficientemente importantes como para ser notadas y recordadas, y percepciones que se relegan porque si no saturarían nuestra mente [6]. La consciencia no es ni misteriosa, ni inefable, ni unitaria. No es algo que exista de forma independiente de los contenidos de la mente. Aunque experimentamos la vida como una serie de episodios mentales, como las imágenes de una película, estos episodios están formados por percepciones, emociones, ideas y conciencia del yo que provienen de distintas regiones cerebrales. ¿Son conscientes los animales? Y si es así, ¿hay diferencias entre la consciencia animal y la consciencia humana? Animales con sistemas nerviosos complejos, como los mamíferos y las aves, tienen consciencia central. La mayoría de las otras especies animales (insectos, almejas, caracoles, gusanos, corales, medusas, erizos de mar, esponjas, etc.) son probablemente autómatas inconscientes, porque carecen de un sistema nervioso lo suficientemente complejo como para producir una representación de sus cuerpos en su entorno. Tienen solo una serie de comportamientos predeterminados en respuesta a estímulos específicos, como las computadoras que manejan los autos sin conductor. Otros animales (peces, lagartos, pulpos) se encuentran en algún punto intermedio. El límite entre lo que los animales son conscientes y los que no lo son es difuso y necesita aclararse. Sin embargo, solo los humanos tienen consciencia extendida, ego, teoría-de-mente, intérprete y consciencia cultural. Por supuesto, dado que la evolución es un continuo, a medida que nos acercamos a los humanos vemos emerger gradualmente algunas de estas funciones. Se ha detectado una teoría-de-mente rudimentaria en chimpancés [10]. Sorprendentemente, una primordial consciencia extendida parece estar presente en animales que no están en el linaje evolutivo de los humanos, como delfines, elefantes, loros y cuervos. Esto sugiere que la consciencia extendida no es una casualidad evolutiva, sino una adaptación importante que surge una y otra vez en el juego de ruleta de la mutación y la selección natural. ¿Cómo aparece la consciencia durante la evolución? La consciencia no es un epifenómeno sino el resultado lógico de la necesidad de integrar percepción y movimiento en un modelo común. La misma necesidad de integración de percepción y acción surge cuando diseñamos un robot o un automóvil autónomo. Además, la representación del cuerpo como un objeto clave que necesita ser protegido da lugar espontáneamente a la aparición del proto-yo. La ventaja evolutiva de la cooperación sin trampas, y la necesidad de compartir y almacenar grandes cantidades de información, son suficientes para explicar el surgimiento de la consciencia extendida en los humanos. En cierto modo, es una consecuencia indirecta de otras propiedades adaptativas de la mente como son las emociones sociales, la memoria autobiográfica y la teoría-de-mente. Estas funciones están tan estrechamente vinculadas a la consciencia extendida que prácticamente la hacen inevitable. La consciencia es un fenómeno natural. Es hora de que dejemos atrás ideas místicas de que la consciencia es una esencia misteriosa que existe separada de la materia. La consciencia, como la vida, se vuelve aún más hermosa e impresionante a medida que la entendemos en su asombrosa complejidad. Copyright 2021 Hermes Solenzol. Referencias Craig, A D. Human feelings: why are some more aware than others? Trends Cogn Sci 8: 239-241 (2004) Craig, A D. How do you feel--now? The anterior insula and human awareness. Nat Rev Neurosci 10: 59-70 (2009) Craig, A D. The sentient self. Brain Struct Funct 214: 563-577 (2010) Craig, A D. Significance of the insula for the evolution of human awareness of feelings from the body. Ann N Y Acad Sci 1225: 72-82 (2011) Damasio, A R, The Feeling of What Happens: Body and Emotion in the Making of Consciousness. 1999, San Diego, New York, London: Harcourt, Inc. Dennett, D C, Consciousness Explained. First ed. 1991, Boston, Toronto, London: Little, Brown and Co. Gogolla, N. The insular cortex. Curr Biol 27: R580-R586 (2017) Gu, X, X Liu, K G Guise, T P Naidich, P R Hof, J Fan. Functional Dissociation of the Frontoinsular and Anterior Cingulate Cortices in Empathy for Pain. J Neurosci 30: 3739-3744 (2010) Isomura, Y, Y Ito, T Akazawa, A Nambu, M Takada. Neural Coding of "Attention for Action" and "Response Selection" in Primate Anterior Cingulate Cortex. J Neurosci 23: 8002-8012 (2003) Krupenye, C, F Kano, S Hirata, J Call, M Tomasello. Great apes anticipate that other individuals will act according to false beliefs. Science 354: 110-114 (2016) Penn, D C, D J Povinelli. On the lack of evidence that non-human animals possess anything remotely resembling a 'theory of mind'. Philosophical transactions of the Royal Society of London Series B, Biological sciences 362: 731-744 (2007)
- Manifiesto Sexo-Positivo
Los principios de la cultura sexo-positiva son interdependientes y se basan en la libertad y autonomía personal. La cultura sexo-positiva surgió de la liberación sexual de los años 60 y de la Guerra del Sexo dentro del movimiento feminista, que comenzó en los años 80 y persiste hasta hoy en día. Esta prolongada lucha entre feministas radicales y feministas sexo-positivas dio lugar a una cultura que acabó por expandirse del feminismo a la sociedad en general. Las ideas sexo-positivas se basan en el principio de la autonomía personal, que establece que toda persona tiene derecho a decidir qué hacer con su cuerpo y su mente. No se trata de un principio absoluto, sino que debe equilibrarse con los derechos y la seguridad de los demás. Puede ser anulado por bienes colectivos, como las campañas de vacunación o las cuarentenas durante las epidemias. Pero éstas deben ser siempre circunstancias especiales. La voluntad de la mayoría no puede borrar la autonomía personal, pues eso equivaldría a una dictadura de la mayoría. Un sistema democrático no es sólo aquel en el que las decisiones se toman por votación o por representantes electos, sino que debe incluir el respeto a los derechos de las minorías y a la autonomía personal. A eso lo llamamos libertad. Este artículo es un compendio de las principales ideas sexo-positivas. En él quiero mostrar cómo estas ideas se derivan lógicamente del principio de autonomía personal y de lo que sabemos sobre la sexualidad humana. 1) El sexo es un derecho humano Debemos empezar por reconocer que el sexo es una necesidad biológica en los seres humanos, tan poderosa como respirar, beber, comer, protegernos del frío y estar seguros. Dado que estas necesidades biológicas se reconocen como derechos humanos, el derecho al sexo también debería ser un derecho humano. 2) El placer y el deseo sexual son intrínsecamente buenos El sexo no debe ser considerado sólo como una necesidad a ser saciada, sino como algo que contribuye en gran medida a enriquecer nuestras vidas. Así mismo, el deseo sexual debe ser valorado, no considerado como algo que necesita ser satisfecho de la manera más expeditiva. Dado que el sexo es bueno en sí mismo, no necesita justificarse en base a nada más, sea la reproducción o el fortalecimiento de una relación. La ciencia nos muestra que, en los seres humanos, el sexo no sirve sólo para la reproducción, sino que ha sido cooptado para promover la vinculación afectiva. Prueba de ello son las numerosas anomalías de la sexualidad humana en comparación con la de otros mamíferos. Por lo tanto, la afirmación que hacen muchas religiones de que el sexo solo es ético cuando es encaminado a la reproducción se basa en ideas falsas sobre la naturaleza humana. La cultura sexo-positiva también rechaza la idea de que el sexo solo es ético cuando lo practican personas casadas, en una relación, o que se aman. Eso haría que la masturbación y el sexo casual no fueran éticos. Todo lo contrario: dado que el sexo es un derecho humano y un bien en sí mismo, no debe prohibirse su disfrute a personas que no pueden o no quieren establecer una relación romántica. 3) Toda forma de sexo - vaginal, oral, anal, sadomasoquista, etc. - es igualmente válida Dado que el sexo es bueno en sí mismo y no tiene por qué conducir a la reproducción, todas las formas de sexo que sean seguras y consentidas son válidas. Además, es bueno que haya múltiples formas de expresión sexual, porque la variedad enriquece la vida humana. Así como nos gusta beber diferentes bebidas y comer diferentes alimentos, está bien que disfrutemos de diferentes formas de sexo. 4) El sexo homosexual es válido y no debe ser perseguido El hecho de que el sexo sea intrínsecamente bueno justifica los actos sexuales entre personas del mismo sexo. Recíprocamente, reprimir el sexo homosexual no es ético porque viola la autonomía personal. Este es un punto principal de confrontación entre la cultura sexo-positiva y los conservadores. No es lógico que se defienda libertad para algunas actividades y no para la sexualidad. 5) La represión sexual es abuso sexual La represión sexual no es ética porque atenta contra la libertad y la autonomía personal. Si el sexo es un derecho humano y un bien intrínseco, está mal negárselo a alguien. 6) La violación y el abuso sexual son crímenes que producen un enorme trauma psicológico El principio de autonomía personal muestra que la violación y el abuso sexual son profundamente inmorales. Además, sabemos que la violación y el abuso sexual producen formas particularmente nocivas de traumas psicológico. Por lo tanto, el consentimiento es fundamental para cualquier acto sexual. Dado que existen muchas formas sutiles de coacción, es importante establecer claramente los particulares y los límites del consentimiento. Otro tema es la seguridad frente a las enfermedades de transmisión sexual (ETS), el embarazo y el trauma emocional. Sin embargo, el principio de autonomía personal establece que las personas deben ser libres de participar en comportamientos inseguros, siempre que no comprometan la seguridad de los demás. De lo contrario, le daríamos al Estado el derecho de prohibir cualquier conducta insegura, como la práctica de deportes de riesgo. Pero debe quedar claro que si ponemos a otros en peligro, por ejemplo, ocultando información sobre una ETS, violamos su autonomía personal. 7) El sexo entre adultos y menores también es traumático y criminal El sexo entre adultos y niños o adolescentes también es traumático. Además, tener relaciones sexuales es una decisión que requiere madurez, dadas sus consecuencias físicas y emocionales. Sin embargo, los niños tienen su propia sexualidad. Se masturban e incluso interactúan sexualmente con otros niños. Esto debe permitirse, ya que de lo contrario corremos el riesgo de traumatizar al niño con represión y vergüenza sexual. Sin embargo, es un tema delicado que plantea consideraciones sobre el consentimiento (un niño podría abusar sexualmente de otro niño) y la seguridad (el posible daño físico y emocional producido por juegos sexuales). La mejor manera de abordar estos problemas sería brindando educación sexual a los niños desde una edad temprana, y dándoles supervisión y apoyo. 8) Los derechos reproductivos son fundamentales Aunque el sexo no es exclusivamente para la reproducción, el embarazo puede ser una consecuencia no deseada del sexo heterosexual. La libertad sexual de hoy en día se hizo posible gracias al descubrimiento de los anticonceptivos en los años 50 y 60. Éstos deben ser asequibles a todos, al igual que una educación verídica sobre su seguridad y eficacia. Dado que las mujeres tienen derecho a la autonomía corporal, no deben ser obligadas a tener un embarazo no deseado. La idea de que el embrión y el feto son personas es una creencia religiosa, que no debe imponerse a personas que no deseen compartirla. Por lo tanto, el aborto debe ser asequible y seguro, siendo realizado por profesionales médicos con los medios adecuados. La otra faceta del derecho a la reproducción es que a todo el mundo se le debe permitir tener hijos cuando lo deseen. Por lo tanto, se debe tener acceso a medios para combatir la infertilidad, y también a la adopción. En esto discrepamos con los conservadores religiosos, que quieren prohibir procedimientos como la fertilización in vitro. Además, los conservadores también quieren prohibir que los homosexuales adopten. Dicha prohibición es discriminatoria e injusta. Aunque las feministas radicales y las sexo-positivas están de acuerdo sobre los temas de anticoncepción y el aborto, las feministas radicales quieren prohibir los embarazos subrogados. Al igual que con la prostitución, las mujeres deben ser libres de usar sus cuerpos para llevar un feto para otras personas y recibir un pago por este servicio. De lo contrario, esto vulneraría su derecho a la autonomía corporal. 9) La masturbación es ética y una manera excelente de aprender sobre tu sexualidad Ésta es otra consecuencia del principio de autonomía personal y de la idea de que sexo es intrínsecamente bueno. Los conservadores y los religiosos han difundido muchas mentiras para convencer a la gente de que la masturbación no es saludable. Pero es al revés: la masturbación es uno de los actos sexuales más seguros, sin riesgos de ETS, embarazo o trauma emocional. La masturbación también es una manera excelente de aprender sobre tu deseo y placer sexual. Sirve para preparar a la gente para tener encuentros sexuales sanos y satisfactorios. 10) La pornografía es ética Hoy en día, muchas personas usan pornografía para masturbarse. La pornografía ha sido uno de los principales puntos de disensión entre las feministas radicales (también llamadas feministas anti-porno) y las feministas sexo-positivas. En los años 70 y 80, las feministas radicales alegaron que la pornografía era utilizada sólo por hombres, que degrada a las mujeres y que explota a quien la hace. Pero se demostró que estas afirmaciones eran incorrectas cuando las mujeres comenzaron a ver pornografía e incluso a hacer su propia pornografía, a veces por dinero, a veces por diversión. El exhibicionismo resultó ser parte de la sexualidad de muchas mujeres. Esto quedó claro cuando las normas sociales contra la pornografía comenzaron a erosionarse y la internet y los móviles permitieron publicar fotos sexys de forma anónima. La pornografía conlleva la autonomía personal de dos tipos de personas: las que la miran y las que la producen. Por lo tanto, reprimirla viola los derechos de estas dos clases de personas. Por supuesto, si falta consentimiento y hay explotación, esto infringe los derechos de los modelos que hacen pornografía. Sin embargo, la explotación no es exclusiva de este negocio, y se agrava cuando la pornografía es prohibida, perseguida o estigmatizada. Los consumidores de pornografía pueden asegurarse de que no están explotando a los artistas si pagan por ella y la obtienen a través de canales legítimos. Esta es una batalla que los conservadores y las feministas radicales han perdido en buena medida. Pero no se dan por vencidos. Su último envite es representar la pornografía como insalubre y adictiva. Esto debería recordarnos a las mentiras que se dijeron durante mucho tiempo sobre la masturbación. Si bien es cierto que algunas personas desarrollan un comportamiento compulsivo hacia la pornografía, esto también ocurre con otras actividades como comer, beber y jugar. Pero el comportamiento compulsivo y la adicción son cosas diferentes. La compulsión es un problema in preexistente en estas personas; no es causado por las cosas que les obsesionan. 11) La prostitución y el trabajo sexual son éticos y no deben ser perseguidos La prostitución se ha convertido en el principal punto de discordia entre las feministas radicales y la cultura sexo-positiva. Junto con la pornografía y el BDSM (bondage, dominación-sumisión, sadismo y masoquismo), la prostitución formó una tríada que el feminismo radical comenzó a combatir en los años 70 y se convirtió en objeto de la Guerra del Sexo. Desafortunadamente, la prostitución es el asunto en el que las feministas radicales han obtenido sus mayores victorias. Consiguieron imponer en muchos países el Modelo Nórdico, basado en perseguir a los clientes y no a las prostitutas. Aliadas con los conservadores, difunden la mentira de que la prostitución y el tráfico sexual son la misma cosa. El principio de autonomía personal implica que cualquier adulto debe poder tener relaciones sexuales consentidas. El que el sexo sea pagado es irrelevante. Reprimir el sexo consentido viola la autonomía personal y, por lo tanto, no es ético. Esto quiere decir que, no sólo la prostitución es ética, sino que prohibirla, perseguirla o estigmatizarla es inmoral. Estos son los principios que guían a los que mantienen ideas sexo-positivas y a las organizaciones que las prostitutas están creando para defenderse. La internet y las prácticas sexuales modernas han desdibujado las líneas entre la prostitución, la pornografía y otras actividades sexuales por dinero. Hoy en día hay escorts, sugar babys, gigolós, cam girls, sexo telefónico, Dominatrices profesionales, Dominantes profesionales, sumisas profesionales, dominación financiera, Only Fans, escritura erótica, lap dance y muchas otras formas de monetizar el sexo. Es por eso que el término trabajo sexual, que abarca todo esto, es mucho más preciso que el de prostitución. Y es gracias a esta diversidad, proliferación y aceptación que la lucha para ilegalizar el trabajo sexual finalmente fracasará. 12) BDSM es una forma válida de expresión sexual El sadomasoquismo, hoy mejor conocido por las siglas BDSM, fue uno de los tres blancos del feminismo radical de los años 70. Fue lo que directamente provocó la Guerra del Sexo Feminista, cuando la organización de lesbianas BDSM Samois de San Francisco se rebeló contra el feminismo radical. Pero Samois fue solo una entre varias organizaciones BDSM que comenzaron a surgir en los años 70 y florecieron en los años 80: The Eulenspiegel Society en Nueva York, Black Rose en Washington, DC, Threshold en Los Ángeles, Society of Janus en San Francisco y muchas otras. BDSM era un blanco fácil porque dominar a alguien parece ser la antitético a la autonomía personal. El deseo de dar o recibir dolor, o de dominar o ser dominado, pude parecer enfermizo a primera vista. Por eso, las organizaciones BDSM pusieron manos a la obra durante los años 80 para sentar las bases éticas del BDSM. Se establecieron los principios de “seguro, sensato y consentido”, así como medios para salvaguardar dichos principios, como la negociación, los límites, las palabras de seguridad y los cuidados posteriores. De hecho, hoy en día se están adoptando medios similares para garantizar el consentimiento en el sexo vainilla. Los deseos sadomasoquistas y las formas de satisfacerlos son tan legítimos como cualquier otro acto sexual. El principio de autonomía personal se aplica igualmente a ellos, dentro de los límites de la seguridad y el consentimiento. De hecho, estos límites se han explorado con más detalle en el ámbito del BDSM que en cualquier otra actividad sexual. 13) El poliamor y las relaciones abiertas son alternativas éticas a la monogamia La no-monogamia ética tiene raíces antiguas, que se remontan a los escritos del psicólogo Eric Fromm y el novelista Aldous Huxley en el siglo 20, e incluso antes. El amor libre de los años 60 cristalizó en varias formas de no monogamia: Swinging, o intercambio de pareja, es cuando las parejas tienen relaciones sexuales con otras personas o parejas, pero sin una relación romántica. Relación abierta es cuando las personas de una pareja buscan sexo independientemente, también sin compromisos románticos. En el poliamor, tanto el sexo como el enamorarse están permitidos, dando lugar a tríadas, cuaternas y configuraciones románticas complejas. En la infidelidad consentida (“cuckolding”) se fetichiza el adulterio haciendo que un partícipe (el cornudo) mire mientras la otra (la esposa caliente) tiene relaciones sexuales con un extraño (el toro). La anarquía relacional busca relaciones sexuales y románticas no normativas sin jerarquía, posesión y control. Una vez más, el principio de autonomía personal establece que no hay nada inmoral en el sexo y el amor entre múltiples personas. La proliferación de estas formas de no-monogamia ética cuestiona la idea de que los seres humanos somos monógamos por naturaleza. Los celos son vistos como una emoción creada culturalmente que puede ser superada e incluso convertida en su opuesto, la compersión: sentirse feliz cuando quien queremos es feliz y amado por otros. Estas nuevas relaciones llevan a la toma de conciencia de que la monogamia es un conjunto de normas culturales tan opresivas como el patriarcado y la heteronormatividad. Infringir las normas de la monogamia conlleva la pena de muerte en muchos países, lo mismo que el ser homosexual. Incluso en las sociedades occidentales más avanzadas, ser no-monógamo está más estigmatizado que ser gay. Te puede hacer perder a tus hijos, tu estatus social y tu trabajo. Cuestionar la monogamia también está reduciendo el estigma del adulterio. Debemos darnos cuenta de que el poder ejercer la no-monogamia ética es un privilegio que no está al alcance de todos. Cuando alguien está atrapado en una relación sin sexo y su pareja no les permite practicar la no-monogamia, el adulterio puede ser la menos mala de sus opciones. 14) Derechos trans Tu sexualidad no es solo el sexo que practicas, también es una parte fundamental de tu identidad. Esto queda claro en las personas que experimentan disforia sexual: la sensación de que el género que te han asignado no es el que eres. La medicina moderna ha hecho posible cambiar el sexo de las personas mediante el reemplazo hormonal y la cirugía. Hay una gran controversia hoy en día sobre la diferencia entre sexo - que atañe a la biología - y género - que se basa en la cultura. Sin embargo, la ciencia muestra que muchas de las diferencias sexuales son inducidas por las hormonas sexuales. Por lo tanto, el reemplazo hormonal produce un cambio de sexo y no sólo de género, que puede completarse con cirugía. Ser capaz de elegir el sexo y el género supone un incremento en la libertad de las personas. Negar esta posibilidad es violación más del principio de autonomía personal. Y, sin embargo, los derechos de las personas transexuales se han convertido en la última batalla entre las feministas radicales y las feministas sex-positivas. Y, una vez más, vemos como las feministas radicales se alían con los conservadores. El feminismo radical no es tan progresista como pretende, sino una ideología opresiva que, una y otra vez, se opone a la libertad de las personas en nombre de dogmas cuestionables. Conclusiones La cultura sexo-positiva ha desenmascarado las numerosas formas de opresión que envuelven la sexualidad humana y el amor romántico. Ha denunciado como inmorales a la homofobia, la transfobia, el tildar de prostituta (slut-shaming) y la monogamia obligatoria. Ha puesto el consentimiento y la seguridad en el centro de las discusiones sobre sexo. Esta lista terminó siendo más larga de lo que pensaba. Y probablemente me he dejado fuera algunas cosas. Si es así, indícalo en los comentarios. En cualquier caso, espero que este manifiesto sea un buen punto de partida. Para animar a la difusión de este manifiesto, permito que se distribuya bajo una licencia de Creative Commons 4.0, incluido el uso con fines comerciales. Sin embargo, esta licencia requiere reconocer a Hermes Solenzol como el autor y adjuntar un enlace al artículo original en el sitio web Sexo, Ciencia y Espíritu. Copyright 2022 Hermes Solenzol